“You labeled me,
I´ll label you”
“Los Imperdonables”
Metallica.
“El que se hace temer por sus vecinos lo logra: haciéndoles daño...”
“El arte de la guerra”.
Sun Tsu.
“¿Desde cuando tienen algo que ver seguridad y justicia...?”
Carlos Ruckauf.
“... Nadie sabe hacia donde el país navegará mañana, ni a que tabla de salvación encomendarse. Lo que es más grave: casi todos quieren partir no en busca de prosperidad sino de seguridad. Son como esos pájaros que vuelan en círculos sobre un mismo horizonte del mar; el sentido de la orientación amputado: el instinto preparado para la muerte.”
“El miedo de los argentinos”, agosto 1975.
Tomás Eloy Martinez.
Arquitectura de la seguridad—. El invernadero es la vida de autoencierro de las clases altas: su inclusión total en espacios de micro-protección. Invernaderos son los pabellones de una historia para la argentina deseada de unos pocos para unos pocos, como siempre. Nuestro símbolo actual se llama Empresario y nos exponen que debido a su función social la retribución justa es una seguridad que monitorea mientras duermen, el verde bien verde de un parque resguardado y toda la tecnología del disfrute de sí. Estas técnicas de optimización de la calidad de vida no tienen fronteras: son el mundo entero concentrado por segmentos. Siempre más: más saludable, más informado, más fibroso, más lujoso, más exótico, más bello, más joven. La terapéutica de la existencia tiene una voluntad de dominio total sobre su objeto: la vida sana, la eliminación de lo enfermo, lo canceroso y lo deforme en su posibilidad misma de existencia. Genoma. La optimización de este estilo de vida requiere depósitos para restos humanos sobrantes, controlados en sus ilegalismos "en red". El empresario está más allá del bien y del mal: la política de su defensa también. El burgués no es hoy un tipo cobarde que rehuye los límites de la existencia. Tuvo a su hijo secuestrado, tiene policía privada, jueces privados, armas y no está dispuesto a que se repita. Entre barrio cerrado y villa se esquivan balas. Mientras el enfrentamiento semi-mudo se ejecuta "la clase media" se reparte en el diván de las inseguridades cotidianas y acumula posgrados, masters, doctorados: les encantaría pertenecer al invernadero. Algunos llegan a los 35 sabiendo mucho acerca de todo, decoran con títulos todo el departamento. Han desarrollado un sofisticado gusto por la comida exótica, el buen vino y la pintura; conocen las movidas europeas más importantes en moda, diseño y música; informados sobre las últimas tendencias de la economía global y los avances en medicina, estética y juguetes eróticos. Todavía inquietos y no pararán. Vuelven del trabajo, acarician al gato, tan dulce y cuidado, toman alguna pastilla: duermen apaciguados y felices. El zoológico urbano sopla y ellos no se erizarán. El proceso favoreció las condiciones materiales y culturales para nuestro trainspotting urbano. El refugio de la intimidad del burgués es la paranoia. El racismo se reprime y abierto no es políticamente correcto. Por eso aparece de modo mediático como uso de los restos sociales. El margen proporciona putas, huérfanos para adoptar, o sea comprar, novelas periodísticas, entretenimiento violento. El invernadero fascina y la villa también. La villa está en un personaje de Fernando Peña, un columnista hace de villero en la radio rock and pop, "Villa" se llama un disco de jazz de Javier Malosetti. El invernadero proporciona novelas para premio Clarín(1) donde se relata lo demasiado humano para aliviar el resentimiento de la clase que compra ese periódico. Aquí la actitud es de desenmascaramiento. Respecto de la marginalidad, ésta desencadena, por un lado, el fascismo clásico. Por el otro, cierto cinismo setentista. Son dos modos en la misma figura del deseo: el fascismo deseante. El primero desea una bomba en la villa. El segundo que los villeros se metan en los countries y maten a todos, que se repartan los bienes y ¡viva Trosky! ¡Viva la Bersuit! ¡Aguante los redondo!. El proceso está vivo en las brechas de la urbanidad. Miles de familias tienen ataques de pánico —amuralladas— y ya no esperan nada de la política. Las tarimas de la arquitectura de la seguridad se erigen en una micrología del miedo: una historia que de tan reciente ya ni parece historia.
Fascismos deseantes—. Las piezas del proceso ancladas en la plasticidad de la memoria son formas de vivir el pasado como espesor del presente: una permanente reconstrucción colectiva. Quienes ayer sufrían la persecuta estatal y la cercanía de la muerte hoy ocupan espacios de poder y prestigio en la sociedad. La dictadura les proporciona el manto sagrado de la verdad. Menem decía que había sido "torturado", "perseguido". Lorenzo Miguel relata que "Menem era insoportable en el buque, se pasaba todo el día llorando como un maricón". Cuando los militares fueron a buscarlo Zulema le dijo –¡Levantáte, carajo, que te vienen a buscar! ¡Dejá de llorar, Carlos Menem, y pórtate como un hombre!. Menem tampoco quería quedarse afuera de esa posición: el manto divino de Cristo. Todo el mundo admira una voluntad fuerte. Sucede que casi nadie la tiene y no pocos afirman que de tenerla no habría quien dicte su límite. Carlos Grosso aparece en la tele junto a Jorge Corona. Están en Mar del Plata, en el gimnasio de un lujoso hotel. Corona prepara las tetas y los chistes verdes. Nos recuerda la brutal tortura que le dejo a su amigo maltrecha la mandíbula. Afirma que "es de verdad" y que el afiliado, la familia obrera, tendrá su descuento. Se abrazan, súbitamente, volvimos a 1993. El humano es un bicho vanidoso. Los ex militantes del setenta se hacen acreedores exclusivos del dolor, de la justicia: tienen el monopolio de la emancipación humana. Exigen de los jóvenes que aparecen con piercing, pelos pintados, tatuajes, mochila de Eminem y amor por culturas urbanas, música electrónica o juguetes tecnológicos que problematicen sus pasiones en la historia que mastican para digerirlos en el estómago de sus ideologías como apáticos, apolíticos, irresponsables, pragmáticos, consumistas, individualistas, posmodernos, utilitarios y, radicalmente, pelotudos. La política del deseo del resentido reconstituye el odio en el presente: hacerlos sentir reseca de la generación que adoran: la generación con Huevos. Hacerlos sentir los hijos de unos cobardes. Dicen poco o nada acerca del modo brutal e impúdico mediante el cual entre seguridad privada, policía bonaerense, chorros y el lazo triádico que los articula se reparten la muerte violenta y el secuestro. Una compasión socialista por los criminales les invade el corazón progresista y cristiano. Hay cientos de casos de tipos que robaron un auto, cumplen su condena. Salen y por cualquier roce les ponen droga: nadie los defiende. Los cuervos de oficio integran la tranza. Si van a escuchar charlas sobre derechos humanos luego les prohíben salir al patio o directamente los golpean. Todo lo que se vive en un penal, en una comisaría y un afuera que estigmatiza y cierra proyectos dispone las condiciones para llevar al humano fuera de sí. Y en un momento preciso: la bonaerense mata preferentemente entre los 15 y los 23 años. El humano así forjado en este bastidor de poderes locales, policiales y provinciales pende de un hilo. Basta con una mirada y saca el fierro. Se convierte a sí mismo en lo que las mafias está esperando: un criminal. La izquierda deslegitima el derecho penal. El taxista, la panadera, el estudiante de medicina, el operario, el colectivero y la prostituta ya no sienten compasión ni comprensión ni nada después de afanos reiterados. Les quitan lo poco que han obtenido en más de 10 horas de trabajo por día. Sienten que lo hacen no tiene valor alguno porque el fruto de su esfuerzo se vuelve inestable en el monoblock o barrio donde habitan. ¿Quién los protege? Miran el pasado y recuerdan otros paisajes. Quieren estar tranquilos cuando sus hijos vuelven del trabajo o de estudiar; disfrutar sus posesiones sin miedo; pasear con sus novias sin tener que morir de un tiro por defenderla; salir de sus casas sin tener que ver una pandilla mezclando lavandina con cerveza vigilando cada uno de sus movimientos: entradas, salidas, día y noche. La izquierda considera que tienen que pagar el precio de su voto electrodoméstico. Entonces, como en un coro de ángeles, en bloque le responden: "con los militares estábamos mejor" Los vuelven a desaparecer. Son incapaces de diálogo. El fascismo deseante de izquierda pretende que entiendan que si mueren de un tiro es porque 30 años atrás sus padres no hicieron nada para que esto sea distinto, colaboraron con un modelo de país y ellos les recuerdan su castigo: ¿dónde estaba tu papá? Del otro lado se dice que no tuvieron nada que ver ni con Videla, Massera, Perón con Isabel, López Rega, Menem, De la Rúa, Duhualde. Son extraterrestres que cayeron para hacernos el Mal. La izquierda no sabe que hacer con la cuestión de la seguridad y se la regala en bandeja a la derecha. La derecha —a su vez intranquila— aprovecha la situación para considerar una población que esencializa, más o menos, como animales irrecuperables. Creen que con un torniquete la sangre no se derramará cuando el cuerpo revienta por dentro. Ruckauf consiguió pronunciar los disparates que dijo –y antes también— siendo gobernador porque era la posibilidad directa de unir su pasado político (gobierno de Isabel y la Triple A, firma del decreto que a las fuerzas armadas otorgó argumentos para planear y ejecutar la matanza, protección de Massera mientras sus conocidos eran torturados) con el clima de inseguridad montado para hacer no solo mediático el discurso de mano dura sino para a través de sus criterios morales dividir la sociedad entre gente buena y fieras, entre humanos y mamíferos. Fue una de las más recientes actualizaciones del proceso. Esto está presente hoy en nuestra sociedad. Duhalde miró las estadísticas: olvido al minuto la reforma Arslanián. La discusión racional de los problemas de seguridad queda cerrada junto con el debate acerca del conflicto social —la racionalidad misma se vuelve impracticable en este clima. El debate da lugar a la discusión acerca del modelo económico: la formulación de uno nuevo de inclusión social hace a la resistencia misma del debate. En la historia de este modelo económico esta la debacle de la clase que más que ninguna otra sufre la delincuencia y, al mismo tiempo, sobre la cual recae el peso de la relación de sus deseos con el poder. Racismo. La clase media se minó a sí misma deseando que "esos cabecitas negras" sean borrados de sus espacios de consumo y distinción.
Concepción del presente—. Henry Kissinger —hombre memorioso— afirmaba que la influencia política es correlativa al poder militar: la habilidad diplomática no sustituye la fuerza militar. La guerra fermenta, subyace a la palabra, la ideología continúa el diálogo fracasado. Para Kissinger la condición de la paz es el diagrama de las piezas establecidas por el poder. Y allí es muy preciso: es la política de defensa misma la que hace cualquier propósito que se diga elevado, sin tal poderío es el dictado del otro. ¿Contra qué "desviación" se defendió la sociedad argentina durante el proceso? ¿En nombre de qué "propósitos elevados"? La metafísica del ser nacional es el resultado de una supresión ética, una cruzada moral que marca la vía regia de la argentinidad. El enemigo del ser nacional es: demócrata, judío, hippie, ateo, liberal, modernista, puto, progresista, hedonista, laicista, marxista, nihilista, nominalista, naturalista, consumista, posmoderno, drogadicto, pansexualista, humanista, subversivo, peronista, morocho, travesti, escéptico, lector, víctima de Playstation, etc. El Proceso procesó a la sociedad argentina, es decir, procesó la palabra misma. El terror directo sobre obreros, sindicatos, estudiantes, militantes clausuró el pensamiento e ideó el sentimiento de "seguridad". El espacio que fue abierto como resto es el de los usuarios dóciles. Y nada más miedoso que un usuario amurallado, paranoico, cavilando un silencioso sentimiento de revancha. El usuario dócil no es "el consumidor" sino el que no puede ser existencialmente otra cosa. Es el último hombre, el que más tiempo vive. Su felicidad es el producto de una estrategia de marketing. La dictadura burguesa terrorista unificada del 76’(2) concibió como deseo un país sin tanta fábrica, reprimarizado: un país políticamente "seguro". La clase dominante habita invernaderos y palacios de cristal: no les interesa demasiado nada, salvo el confort, la vida eterna, verde y paradisíaca. Cada vez más distanciados de una sociedad civil que, atentamente, mira a sus dioses. En el Invernadero los niños preguntan: ¿es hombre, es mujer o es mucama?(3) Polarización social consecuencia de una masacre planificada. La pureza se ha hecho posible: una tasa de nacimiento concentrada. La Micrología del miedo, la micropolítica de la inseguridad es correlativa a un análisis de la gran seguridad molar. La frase "cabecitas negras" "no te metás" "por algo será" no era solo ideología. El Estado fascista es un Estado suicida: un flujo de guerra que no tiene otro fin que la destrucción del propio Estado. La lucha de clases marcaba un límite, una barrera donde la muerte del antagonista equivale a su propia muerte: es la lucha entre clases antagónicas. La muerte del otro no es solo la conjura de un peligro, de una posibilidad distinta: es la aniquilación de sí mismo en el otro. Suicidio. Cuando la vida del otro no es un requisito para la propia existencia, el límite se borra, se termina la dialéctica y la guerra detona: clases en lucha y el exterminio del otro aparece como "solución final". La Argentina no consolidó su capitalismo: por eso tiene villas miserias y depósitos de carne humana. No pueden hoy exterminar abiertamente el ejército de reserva que les permite controlar el salario como "precio de mercado". Pero si han podido socavar mediante el terror sus fuerzas, reducirlas a una inestable sobrevivencia. Los países que han asegurado su poder económico llaman al exterminio "eje del Mal". Los términos "obrero" y "burgués" son allí una imagen chaplinesca para comprender el Imperio Microsoft. El Proceso sentó las bases para los barrios cerrados. En sus incubadoras el mundo asoma dividido entre humanos y mamíferos.
Palabras finales—. Escribir este pequeño texto me resultó, francamente, difícil. No hay nada bonito en la historia. Derrama sangre, como la Biblia del Señor. Existen voces que aseveran que la estamos re-escribiendo, pensando fracasos sistémicos, haciéndonos cargo de nuestros engendros, escuchando al Otro... pensando. Hay quienes desean re-inventar la política y no pocos individuos han dejado de temer. Quieren participar, como vecinos, estudiantes, en asambleas, movimientos sociales, cocinando para comedores escolares, enseñando a leer y escribir, apoyo escolar en matemáticas. Como en la poesía de Borges son anónimos que salvan al mundo. No quieren cámaras de tevé ni foto de empleado del mes ni reconocimiento institucional ni toma del poder. Tampoco buscan una parcela en el cielo. Saben que los dados hoy les cayeron bien, mañana no sé. Más allá de la caridad, simplemente, han cruzado las distancias. Somos el país de Latinoamérica que más trabaja. 2100 horas anuales contra 1800 de Brasil, y 1900 de México y Chile, es decir, vivimos una explotación manifiesta. Los accidentes de trabajo no paran de subir. Los Jóvenes estudian, trabajan, duermen cinco horas por día. Se escucha todavía que "el argentino no quiere laburar". Nuestra autohumillación es show: libro para el pelotudo argentino, humoristas que a mil por hora nos señalan como soretes, una mierda patológica sobre la faz de la tierra. No es autocrítica colectiva sino el aplauso a la resignación colectiva.
Llegará el momento en que la vitalidad de nuestra sociedad, el ritmo de su empuje nos arrastre, queriendo expandirse, rebasarse, queriendo encontrar su propio espacio en nosotros, espontáneamente, una claridad eufórica, un gran desasimiento, un terremoto, un ebrio estremecimiento interior, una voluntad de autovaloración, una subversión del pensamiento: surgirá el valor como la fecundidad que arroje la novedad del sentido, su presencia romperá la mecánica de las repeticiones... y cada momento nuevo será la hoja de un futuro consciente, la primera letra para otra historia: la de una mañana que despunta clara y radiante, justo a tiempo. El cansancio del mundo en el pecho se disipará y la malévola risa habrá concluido su trabajo.
Leonardo Sai
NOTAS
(1)Las viudas de los jueves” Claudia Piñeiro.
(2)Ver “Epílogo” 4Peronismos. A. Horowicz.
(3)Ver “Brechas Urbanas” M.Svampa.
BIBLIOGRAFIA
1- “Epílogo” en “Los cuatro Peronismos”. Alejandro Horowicz.
2- “Introducción a la vida fascista” en “Historias de la Argentina deseada”. Tomás Abraham.
3- “Estrategia y política de defensa” en “Mis Memorias”. Henry Kissinger.
4- “Brechas Urbanas” en “Claves para todos”. Maristella Svampa.
5- “La hora del miedo” en “El hombre que ríe”. Hernán Lopez Echagüe.
6- “Micropolítica y Segmentaridad” en “Mil Mesetas”. Gilles Deleuze y Felix Guattari.