el interpretador aguafuertes

 

Natura

Martín Yuchak

 

 

 

 

A mi amigo Mariano Ronzoni, quien, al regresar al campamento en que nos encontrábamos en ese pueblo costero del sur de la Provincia de Buenos Aires y verme en pleno dibujado de las líneas que siguen, entonaba:

El escritor, el escritor
Se va a la puta
Que lo parió...

 

Con un dejo de pálida tristeza en el alma, comienzo mi recorrido en el que registro imágenes de la naturaleza. (�Puede todavía hablarse de la naturaleza?) Su orden es azaroso, dominado por el orden en el cual un tiempo que no es el del presente (si bien se trata casi del presente), instalado en algún sitio del aparato pensante, se va presentando a torrentes al tiempo presente de la plasmación.

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�En qué piensa aquella gaviota detenida en la orilla con la mirada firme contra el torbellino de las olas del mar? Mira profundo sólo hacia ese sitio, mar adentro, se queda quizá hasta un minuto, que en su conciencia pueden resultar horas o días. Algo busca. �Qué busca cuando elige detener el vuelo y quedarse inmóvil, pálida, la gaviota, frente al mar?

Porque no son cisnes los que veo en estas playas, no son estéticos cisnes que alimentaron a cantidad de poetas en algún tiempo. �No son cisnes! Y no voy a hablar de cisnes. Además, yo escribo en castellano. No escribo en francés. Y por tanto no puedo realizar ciertas analogías, como nombrar al cigne y jugar con la ambigüedad de sentido: "cisne" / "signo". No. No hay cisnes ni signos. Sólo gaviotas. Gaviotas de Pehuen-Có.

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Camino por los bosques, las praderas y la costa y pienso cuál es la posibilidad de establecer un contacto real con la naturaleza, hoy. Miro, contemplo, intento notar en mi materia alguna sensación de plenitud, de pureza, de unidad. Pero estoy contaminado, de cultura, de imagen, de ficción. Y entonces me vienen a la memoria páginas volátiles, párrafos a los que quizá no presté suficiente atención en su momento, o sí. �Qué pretendía Hölderlin cuando hablaba de "ser uno con la naturaleza" y nos describía sus innumerables e interminables paseos por las costas de Esmirna o el Ática, y la plenitud de sentirse tocado por los aromas o sonidos del exterior? �O William Hudson, cuando caminaba a la deriva por la llanura decimonónica de la Banda Oriental, echando putas y maldiciones contra el reino de la civilización? �Dónde nos apunta hoy un Rousseau cuando aún nos afirma que necesitamos conocer "un estado que quizá nunca ha existido ni existirá", para saber siquiera algo de la naturaleza del hombre?

No respondo. Sólo avanzo por un camino en medio de un extraño bosque de pinos y eucaliptos, un día frío, frío como un día en la Patagonia Austral, y estoy a sólo 800 Km. del calor húmedo y apestoso de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Avanzo por el camino y a mi derecha se presenta una seguidilla de pinos resecos, de color gris amarronado, moviendo sus ramas al son de un viento que las hace crepitar levemente, o no tan levemente. Me detengo, observo de frente la familia de pinos, "esto es una locura", digo al fin. Me muevo, trato de mirar los pinos desde alguna otra perspectiva, intento entrar al bosque a través de ellos, no logro avanzar mucho, sus ramas llegan hasta el suelo y no estoy dispuesto a hacer "cuerpo a tierra". Los contemplo un poco más desde el camino desierto, no hay nadie más: los pinos y mi vista, los pinos y mi conciencia, mi conciencia, algo resta...

Percibo y me alegro, trato de alegrarme. No siento plenitud, "jamás escaparé de mi ciudad", me digo. Me lo repito cada vez que me encuentro en un trance con la naturaleza, sé que es así.

Sé que es así, la vida de la ciudad y mi relación con esa máquina artificial me tienen atado de algún modo. De muchos modos. Sé que es así. �Podría ser de otro modo? Siempre fue así, y sin embargo me gusta quedarme un rato con la mirada detenida en los pinos resecos del bosque, de cuyo centro emana un color grisáceo alucinante, y cruzar los médanos, y salir a la playa abierta, y contemplar a las gaviotas que se detienen a la orilla del océano y luego vuelan en bandada hacia las puertas del infinito.

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Cuando el viento de la costa ejerce una violencia casi insoportable sobre mi pesado cuerpo, la gaviota se deja flotar en el aire. Por un momento no mueve las alas, las mantiene desplegadas y deja que el viento la desplace por las distintas alturas, entre las nubes y la arena. Y no mueve las alas.

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Viajo por todas las figuras en las que ha transcurrido mi vida. Camino de nuevo por la costa y pienso si es posible llegar a aquella unidad plena. Creo que nos alejamos cada vez más de ese estado pleno y puro, en que la naturaleza y el hombre se estrechan la mano en un pacto fraternal y eterno al que ingresaremos si hacemos lo que debemos hacer en el mundo.

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Siempre uno de los cinco sentidos hegemoniza la percepción por sobre el resto de los otros cuatro. Explota esta situación.

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...y ver el crepitar de la madera que se quema en el fogón y sentir el calor del humo que largan las puntas de los troncos partidos...

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Me alejo unos kilómetros por la orilla y aparecen una serie de piedras en bloque, separadas por pequeños charcos que dejó el mar a su paso. En realidad parece como si hubiera sido un gran bloque de roca maciza, a quien la corriente del mar y la fuerza de sus olas han producido unas profundas hendiduras, que continúan abriéndose, a pesar de los esfuerzos de la piedra, que aún agrietada y herida, se resiste a perder su unidad. Miles de años para este proceso. Miles de años de batalla entre las dos fuerzas: Océano, con su avasallante fundir de olas; y la piedra, con su dureza implacable y estática. La materia se mueve. Final incierto.

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Miro el mar sentado en una de estas rocas y pienso en el fugaz y profundo sueño de los románticos: la poesía como posibilidad de sutura de aquella herida abierta allá lejos y hace tiempo, la fractura de aquel bloque macizo y unitario que compusieran alguna vez la naturaleza y el hombre.

Excursus. Yo prefiero hablar de "herida" más que de "fractura". Pues una herida, por abierta y profunda que sea, no termina jamás de separar las partes. La fractura deja dos bloques macizos independientes, intactos en su separación. La herida no sólo no deja nunca de mantener unidas por un hilo casi invisible las partes que abrió en dos, sino que además, y sobre todo, ninguna de las partes sale intacta de ella. Ambas sufren, gritan de dolor. La naturaleza, ante el acaparamiento avasallante de vida que procrea la civilización; el hombre, ante los fulgores de venganza primitiva que le envía la naturaleza bajo una diversidad de figuras múltiples. Un proceso cuyo resultado es una situación en la que no hay quien no esté lastimado. Aparte (o no tan aparte), la fractura remite a estructuras sólidas y firmes, con forma propia y definida, como los huesos; la herida se refiere a la carne, a esa masa móvil y adiposa a veces sin una forma precisa, pero viva y sufriente. Porque además la carne viva abierta sangra, y el fluido no es de ninguna de las dos partes en que se abrió la carne, es de ambas, y tiene realidad concreta, se llame sangre, pus, bilis, pero también savia, polen, rocío, ríos, lagunas y mar. Sin embargo, creo que quien sintetiza mejor el resultado de la herida es el "llanto", en sentido amplio. Líquido que mana de los órganos que son los que justamente perciben con mayor claridad este proceso.

La herida se abre. La civilización fuga hacia delante. Trata de huir, bien lejos de la naturaleza. A veces la naturaleza desea dejarla escapar. No puede. Ninguna de las dos puede. Una nació de la otra. La que intenta escapar olvida continuamente el punto de su nacimiento. Su origen. La que dio origen a la otra no olvida este punto. Pero está cansada, y siente por momentos deseos de que todo termine ya. No pueden separarse. Entonces, chillan de dolor. �Qué otra cosa podrían hacer? Porque a cada tironeo la herida duele más. Y no solamente se tensa más la carne, sino que, al tensarse, la herida ocupa una superficie cada vez mayor, y allí no hace falta explicar de qué manera entran toda clase de seres extraños, que poco a poco (pero cada vez más rápido) infectan la carne y la van tiñendo de podredumbre.

Es una historia conocida. Ayer volvieron a contármela. Una mujer sufre un pequeño corte en una rodilla, mientras pasa sus vacaciones en una zona campestre, allí donde la naturaleza es un tanto más violenta. La pequeña herida permanece el resto de los días a la intemperie, sin sufrir demasiadas complicaciones. Tiempo después, están instalados en la comodidad de la ciudad y la herida está aparentemente cerrada. El episodio es, pues, olvidado por la mujer y por quienes la acompañaban. Olvido. Y, de repente, un leve dolor comienza a sentirse en la rodilla de aquella mujer. El dolor, de a poco, se hace más intenso y comienza a desplazarse por el resto de la pierna. Se hace necesario reabrir la herida para investigar. El médico especialista lo hace. Observa. Un cardumen de gelatinosos gusanos pasean alegremente por los intersticios de su carne humana. �Qué había ocurrido? Una mosca había ingresado por la herida y colocado en su interior los basamentos de su reproducción. Los "proyectos de mosca" nadaban por la sustancia húmeda, esperando el momento en que su crecimiento les permitiera salir volando. Inútil espera. No habiendo sitio por donde escapar de la carne, flotan en ella condenados a ser larva eterna. Y sufren. Como sufre la mujer al ver a su carne putrefacta ser asiento y morada de oscuros seres que le caminan en su interior. Amputación. Una vida en muletas, y miles de gusanos condenados a muerte antes de cumplir su sentido orgánico. Infección. Partes del cuerpo que laten al ritmo de los bombeos de un corazón. La herida continúa abierta, aún cuando parece cerrada.

Y al calor de los mismos pensamientos, pienso en la angustia que me añuda diariamente. Y, sobre todo, en mi refugio predilecto: la poesía. �Por qué será que siempre fue el único sector de la existencia en el que he podido confiar plenamente? Hablo en pasado adrede. Dudo, quiero dudar, de esa verdad que me ha acompañado en mucho tiempo.

A la final, �qué es la angustia sino ese movimiento por el cual hacemos presente y patente la vieja herida? �Qué es sino el momento en que una larva trata de acomodarse dentro nuestro para echar a volar, tocando sin querer un punto sensible de la carne, el cual nos dice: "�Hombre, he aquí tu historia!"?

La poesía nunca funcionó en mí como un sedante. Jamás aquieté el furor o la angustia con ella. Sólo me entretenía perdiendo el tiempo con variaciones de formas lingüísticas, que nunca llegaban a ser todo lo plenas que yo pretendía. Porque debían ser plenas, esto es, decir algo. Y nunca decían todo lo que yo quería decir. Aunque algo, creo, decían. Porque, ojo, no se trataba sólo de "entretenimiento", ni se trataba sólo de "variaciones de formas". No. Siempre intenté decir algo. Y en esto �perdón el cambio de tono� creo no haber hecho concesiones: formas, sonidos, variaciones, a un segundo plano, importante, pero segundo. Primero, la substancia. Pérdida de tiempo, sí. Pero "pérdida de tiempo" que buscaba canales para sacar a la luz una herida. Quizá sin saberlo, dos siglos después, buscaba yo también "surcir" aquella vieja herida. Agente inconsciente de una idea que ronda en alguna parte. Dos siglos después, quizá todavía nos haya quedado algo por decirle a la naturaleza, algo por decirnos, algo por decirle a nuestra angustia. Algo por conocer.

La angustia no es sino "actualización" de algo viejo y orgánico, material. Al angustiarnos, actualizamos. La poesía no es sino búsqueda, esto es, investigación. Intento intenso de dar forma a esa angustia. La esperanza, obviamente, es la de librarnos finalmente de la angustia. Pero es imposible, la angustia vuelve siempre a su punto de arranque. La angustia es soberana. Y la esperanza vuelve siempre a su punto de arranque. La esperanza es soberana.

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bosque vengo

a crepitar tus hojas

a dejarme arrastrar

por el miedo que liberan

las escarpadas copas

de tus árboles

vengo a entregarte

mi amistad

la alegría que nos falta

mi soledad

que se presenta

más tolerable

si te visito

***

la leve brisa

que mueve las copas de los eucaliptos

resuena en mis oídos

como fondo de orquesta

del dulce cantar

de estos pájaros sureños

bosque, sonido extraño

extraños colores

extraña atmósfera

la noche cruje

y yo vuelvo,

con mi sueño de madera,

al mundo

***

y por la mañana

a través

de una transparencia que dejan las ramas

con sus hojas verdes y llorosas al viento,

cálido extranjero,

cae el sol

***

dime de dónde emana

la variedad de tus verdes

costas, bosques y praderas

sueño vestido de verde

***

�de dónde sacás esos colores �por Dios!?

fría, universal, invisible

mueves el mundo

trasmutas la materia

haces crecer formas

llenas de vida

y eres nadie

***

...y estaría horas así. Oyendo el ruido de la madera seca que cruje en aquellos pinos secos, puestos en fila, acariciando con sus ramas el camino. Y mirando la grisaceidad de los troncos, ramas y piñas, un color imposible, que aun el Sol, con su amarillo infinito, no logra desteñir. Un gris positivo, con la energía que es la contracara de un árbol que muere. Un gris crepitante de vida. Todo es incompleto, y así será.

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Vuelvo a mirar el mar, la mañana de mi partida. He hecho un paseo imprevisto por el bosque, en el que me detuve más de lo esperado, a escuchar sus sonidos cerrados, con acústica de madera.

Llegué hasta la playa y el mar está más encabritado que otros días. Las olas se proyectan con una violencia mayor. Mojo los tobillos en el agua marina y ensayo su temperatura, camino hacia un lado y hacia otro, canto.

Vuelvo a mirar el mar y pienso en todo. La naturaleza es la misma en todos lados, lo único que hace es cambiar de forma. Sencillo, �no es cierto? Cambia de forma de manera espontánea. El hombre descubre ese movimiento espontáneo y arranca de allí mismo. Dentro de las múltiples (pero limitadas al conocimiento humano) direcciones en que empuja el movimiento espontáneo, moldea el hombre la forma que desea darle a esa pequeña porción de movimiento que percibe, y actúa, determinando lo indeterminado, afirmando direcciones, negando otras.

La otra noche caminaba descalzo por la playa. La noche estaba plena de estrellas que blanqueaban la oscuridad del alto. Me tiré en la arena boca arriba y vi la curva infinita que nos rodeaba. Pensé en los griegos. Decía: "�Y cómo no iban a alucinar esos tipos cuando descubrieron semejante bola de cielo?" Por momentos no eran sólo los griegos. Por momentos, caminando con paso firme en paralelo al mar, con la noche estrellada que cubría mi cabeza y mi cuerpo, me sentía hermano de un personaje bíblico, algún semita que bordeaba uno de las tantas aguas de Medio Oriente, llevando como única carga su fe en el destino al que lo acercaban sus pasos. Sin embargo, los griegos volvían y volvían. Volvían a mi mente como volvían a sus patrias una noche las naves combatientes de Troya. Volvían continuamente a mi pensamiento cargado de contradicciones. No obstante estos griegos, o cualquiera de los hombres viejos que yo quería evocar, bien lejos estaban de ser ellos mismos, traspasados como los tenemos por chorros de tinta que volcaron generaciones de hombres y mujeres; una tinta fina que de modo casi imperceptible formó eso que gustamos en llamar "Cultura Occidental".

�Por qué se me aparecían los griegos con una potencia superior a la de otros? Pues porque cuando los leíste te contaron la historia de unos hombres que vos ya conocías, porque los tenías a mano en cualquier esquina, y frente al espejo del baño. Y sin embargo eran distintos. Pues cada hombre, cada época y cada pueblo construyó y construye "sus" griegos, el camino más práctico de llegar a ellos. Y por eso son distintos. Mis griegos no son más que la Facultad de Filosofía y Letras, unos caracteres raspados en un pizarrón negro y manchado y un profesor explicando un tema de la tercera declinación. �Hay, puede haber, otros griegos para mí en algún sitio del resto de mi vida? Es posible, pero nunca serán esos otros demasiado diferentes a los que hoy conozco. Quizá sea pesimista en este punto. Los pre-juicios con que nos carga el medio material en que nos hallamos no van a permitir que nos escapemos mucho de las formas en que siente y piensa el mundo la Cultura Occidental. Y no está mal. Queda mucho por explorar al interior de "Occidente". Restan aún zonas gigantescas, pedazos inmensos de logos por habitar, materia e ideas por extraer. Mucho es lo que nos queda por hacer, por trabajar, con el cuerpo y la mente, junto a las gaviotas y las piedras y los mares y los bosques y las moscas. Pero también junto a las máquinas automáticas que bombea la ciudad.

Al fin y al cabo, �no cubren éstas cada vez más rincones del planeta? Y nuevamente, no puedo sustraerme a ese movimiento eléctrico y artificialmente producido. �Es que es posible sustraerse? No, no es posible. Será por eso que desde que estoy aquí las figuras en las que se despliega mi vida en su cotidianeidad urbana no paran de colocarse en medio de mi sensibilidad y el movimiento espontáneo de la naturaleza. Como será que hasta el tuétano estamos repletos de cultura, de artificio, que para sentir más en profundidad los latidos de la naturaleza recurrimos a la ingesta de sustancias químicamente alteradas, procesadas lejos de ese punto geográfico natural con el que choca en este momento mi sensibilidad y mi pensamiento.

Si no estaba demasiado desviado de la verdad quien raspaba esos caracteres en el pizarrón negro y manchado de tinta, los griegos decían froneo cuando querían significar "pienso" y "siento", en una acción unitaria que no escindía aquello que nosotros separamos indudablemente, y no podemos no separar. He ahí algo de lo mucho que nos queda por hacer. La invención continua y sostenida de formas nuevas de habitar y explorar las fronteras que se deslucen alrededor del límite impuesto ente el "sentir" y el "pensar".

"Ser sensato" era otra de las traducciones propuestas para el verbo. "Ser sensato", para ellos, equivalía a "sentir" y "pensar" al mismo tiempo. Nos queda, entonces, de aquí en adelante, "ser sensatos".

Tirado sobre la arena espesa, miraba hacia un lado y otro de la pantalla poblada de estrellas. "�Qué es lo que me espera?", pregunté con una voz silenciosa y tímida. Y sin demasiadas mediaciones temporales respondí: "el Universo, nada más". Me levanté de un salto, apoyándome con las dos manos, y salí andando. Descalzo, sobre una alfombra de piedras y caracoles que producían un sentir áspero a las plantas de mis pies, y aletargaban levemente mi paso.

 

Pehuen-Có, Febrero de 2005

 

Martín Yuchak

 

 
 
el interpretador acerca del autor
 

 

               

Martín Yuchak

Nació en Buenos Aires el 12 de marzo de 1979.

Publicaciones en el interpretador:

Número 1: abril 2004 - Lo intelectual y los intelectuales Acerca del concepto de intelectual en Gramsci. (ensayo)

Número 7: octubre 2004 - Acerca de la rebelión envasada Lecturas de Walter Benjamin en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. (ensayo)

Número 7: octubre 2004 - Patagones en mi barrio Clase 01/10/04 (aguafuertes)

Número 13: abril 2005- El mantel (narrativa)

   
   
   
   
   
 
 
 
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Imágenes de ilustración:

Margen inferior: Michal Macku, obra (detalle).