ACERCA DEL CONCEPTO DE INTELECTUAL EN GRAMSCI(1)
“No existe casi ningún objeto percibido por los sentidos cuya reflexión no forme una ciencia”
(Jean Le Rond D´Alembert, “Discurso preliminar” de la Enciclopedia)
Introducción
Pretendemos abordar aquí el problema de los intelectuales y de su función social a partir de la con-cepción de Antonio Gramsci en los textos que integran Los intelectuales y la organización de la cultura. Allí aparece un intento de conceptualizar la figura del intelectual y de su actividad en la relación compleja con la estructura de la sociedad de clases. Para captar el concepto en su escencia, Gramsci recurre al análisis de la actividad intelectual como actividad intrínseca al ser humano –y por tanto inseparable de la actividad manual–, donde se observa claramente la impronta de Marx, quien fue el primero en captar la escencia del hombre como actividad “crítico-práctica”, o sea “re-volucionaria”. De aquí se desprende la actividad (trabajo) “intelectual”, como especificidad, como aspecto parcial de una actividad integral del hombre; e históricamente surgen los intelectuales como grupo, al desarrollarse dentro de la sociedad la división social del trabajo, que constituye la parte fundamental del desarrollo de la fuerza productiva de trabajo.
Nuestro análisis se planteará en tres partes, que intentaremos relacionar entre sí: primero, un abordaje del problema de “lo intelectual” en el hombre, tal como aparece en Gramsci (y en relación con Marx); segundo, la compleja distinción y relación que marca Gramsci entre la categoría de “in-telectuales orgánicos” de un grupo social e “intelectuales tradicionales” con un desarrollo y conti-nuidad histórica relativamente autónomo; finalmente, un esbozo acerca de la importancia de la figu-ra del intelectual y sus tareas hoy, a partir de la integración conceptual de los dos primeros puntos.
1. Homo faber / homo sapiens
El punto central del análisis gramsciano es el planteamiento de la actividad intelectual como parte especial de un continuum teórico-práctico de la humanidad, a pesar del peso específico que tenga una u otra en la vida de cada individuo. Así, dice Gramsci:
No hay actividad humana de la que se pueda excluir toda intervención intelectual, no se puede separar el ‘homo faber’ del ‘homo sapiens’. Cada hombre, considerado fuera de su profesión, despliega cierta actividad intelectual, es decir, es un “filósofo”, un artista, un hombre de buen gusto, participa en una concepción del mundo (Gramsci, 1984: 13; el subrayado es nuestro).
Es preciso hacer hincapié en esta cuestión, ya que puede perderse la visión marxista de Gramsci sobre los intelectuales, los cuales quedarían reducidos a una categoría a priori, dada desde siempre y diferente de la actividad productiva material. Al contrario, el problema de la relación entre homo faber y homo sapiens puede reducirse, en última instancia, al problema filosófico de la relación entre teoría y la práctica, tal como aparecía en Marx.(2)
Este, había propuesto una síntesis entre las concepciones idealista y materialista, haciendo una crítica de ambas en tanto ninguna de las dos hasta el momento había captado “lo sensible como ac-tividad humana sensorial, como práctica” (Marx, 1985: 666). Si una concebía la escencia humana como la actividad puramente teórica, abstracta (el movimiento de la consciencia como determinante de la existencia), la otra se planteaba conocer los objetos reales, materiales, distintos del concepto, pero sólo como objetos de contemplación, estáticos. De ahí que la visión de que “no es la conscien-cia la que determina la vida, sino la vida la que determina la consciencia.” (Marx, 1985: 26) –es decir, la actividad material del hombre, la producción de la vida y sus formas históricas como acto primario de la humanidad, a partir de la cual surgen las distintas formas de la consciencia corres-pondientes– deba completarse con el movimiento (dialéctico) en virtud del cual la consciencia se vuelve y actúa sobre la vida, modificándola. Este movimiento es el que aparece en las Tesis sobre Feuerbach como “actividad ‘revolucionaria’” o “actividad ‘crítico-práctica’”, material, del hombre. Por eso, dice Marx que “[t]oda la vida social es escencialmente práctica. Todos los misterios que inducen a la teoría al misticismo encuentran su solución racional en la práctica humana y en la comprensión de esa práctica” (Marx, 1985: 667; el último subrayado es nuestro). Destacamos el momento de la comprensión como aspecto fundamental de la práctica misma. Para Marx, toda la vida del hombre es teórico-práctica por naturaleza, interacción constante (y consciente) con la natu-raleza y reflexión teórica continua (lo que es ya en sí una práctica) sobre dicha interacción.
Históricamente, la creación continua de nuevas necesidades determina el aumento continuo de la fuerza productiva de trabajo, uno de cuyos principios impulsores es la división social del tra-bajo entre los individuos, que crea un entramado social cada vez más complejo al salir del seno de la familia. Del todo, el individuo pasa a producir una parte de todo el trabajo social que la sociedad en su conjunto realiza. Y una de las divisiones fundamentales que se da en este proceso, es la divi-sión entre trabajo manual e intelectual. Dice Marx que “La división del trabajo sólo se convierte en verdadera división a partir del momento en que se separan el trabajo físico y el intelectual [...] desde este instante, se halla la consciencia en condiciones de emanciparse del mundo y entregarse a la creación de la teoría ‘pura’” (Marx, 1985: 32).
Es en el marco de “la comprensión de esa práctica”, como origen de la “emancipación de la consciencia del mundo”, que se plantea la pregunta gramsciana acerca de la delimitación del con-cepto de “intelectual” y la especificidad de la actividad intelectual. Si se parte de que todo ser hu-mano tiene en sí –y la exterioriza continuamente– la actividad intelectual, ¿cómo puede definirse un intelectual?. Gramsci rechaza una definición por oposición, diciendo que sería un absurdo plantear la categoría del “no-intelectual”. Por eso es que propone no buscar “este criterio de distinción en lo intrínseco de las actividades intelectuales [sino] en el conjunto del sistema de relaciones en que es-tas actividades se hallan (y por tanto los grupos que las representan) en el complejo general de las relaciones sociales.” (Gramsci, 1984: 12).
Aquí se destaca otra herencia de Marx: el carácter relacional del concepto. En el continuum de la producción social y las relaciones sociales de producción (relaciones de clase), dirá Gramsci que “se plasman históricamente ciertas categorías especializadas para el ejercicio de la función intelec-tual” (Gramsci, 1984: 14); y según cómo se dé esta ”plasmación“ de la tarea intelectual en el entra-mado histórico-social, según cómo surja –como resultado de qué proceso en cada etapa histórica, qué necesidades e intereses exprese y asuma–, se distinguirán las distintas categorías intelectuales. De eso nos ocuparemos luego. Antes, cabe preguntar por el contenido de esta función. Se trata de una pregunta complicada ya que este contenido es en Gramsci muy amplio. El autor es consciente de ello y de que en el concepto de intelectual se incluye toda una gradación de actividades ligadas, en forma más o menos mediada, al mundo de la producción y de las clases fundamentales: desde los simples técnicos, hasta los creadores científicos y los organizadores y dirigentes de sectores o de toda la sociedad. Sin embargo, en términos generales podemos retener que “[l]os intelectuales son los ‘empleados’ del grupo dominante para el ejercicio de las funciones subalternas de la hegemonía social y del gobierno político...” (Gramsci, 1984: 16). Lo fundamental de este contenido parece ser (más allá del contenido específico de cada actividad) la necesidad de desarrollar una capacidad de visión general de la sociedad, que una clase precisa para su dominio. De hecho, la hegemonía se consigue sintetizando los diferentes intereses de la sociedad en una dirección determinada, orienta-da por los intereses de la clase dominante.(3)
2. Tradicionales y Orgánicos
Gramsci deja en claro que no existen formas puras. El análisis y las distinciones son en gran medida aproximaciones de “trazo grueso”, que en algunas partes resultan difíciles de interpretar. Además, en este punto, no hay un estudio sistemático de ninguna de las categorías intelectuales que allí apa-recen expresadas. Sin embargo, creemos que estos esbozos generales contribuyen a captar la escen-cia del problema. Lo que se plantea como rasgo distintivo de las dos categorías fundamentales del autor (intelectuales “tradicionales” e intelectuales “orgánicos”), es el origen y la formación del in-telectual en el marco del surgimiento de las clases fundamentales. Se observa así, en el caso de los últimos, su surgimiento en paralelo con la clase misma que está desarrollándose en el terreno de la producción.
La tarea de estos intelectuales es darle a la clase “homogeneidad y consciencia de la propia función” (Gramsci, 1984: 10; el subrayado es nuestro). Esto es, hacer consciente para el sujeto que actúa en la vida social –que es el conjunto de la clase misma– el interés objetivo que tiene la clase con relación al resto de las clases. Para eso es necesaria una visión de conjunto de la sociedad, vi-sión a la que acceden en su desarrollo, los intelectuales. Ésta responde a la necesidades de la clase, que surgen con el desarrollo de sus tareas prácticas en la vida material. Nunca se trata de una mira-da “desde afuera”, nunca las tareas de los intelectuales son tareas aparte de las tareas de su clase de origen. Por eso es que Gramsci señala que: “Se puede observar que los intelectuales ‘orgánicos’ que cada nueva clase crea junto a ella y forma en su desarrollo progresivo son en general ‘especializa-ciones’ de aspectos parciales de la actividad primitiva del tipo social nuevo que la nueva clase ha dado a luz” (Gramsci, 1984: 10).
Es decir, si en el punto anterior mencionábamos la actividad intelectual como “especialización de aspectos parciales” de la actividad humana general, ahora vemos que en el marco de una clase con determinados intereses históricos, se desprenden tareas generales que la clase en su conjunto debe realizar, tareas “orgánicas” al desarrollo de esos mismos intereses; y las tareas de los intelec-tuales son, en su especificidad, las mismas que las del resto. La actividad intelectual, en este punto, no es más que el desarrollo, la expresión intelectual del conjunto de actividades generales de la clase. Esto significa, además, que sólo es posible esta actividad intelectual –expresada en general como actividad de organización y dirigencia– y por tanto la existencia misma de los grupos e indi-viduos que la llevan a cabo, en tanto el desarrollo histórico global de la clase misma lo requiere.
El ejemplo más claro de esta categoría es el surgimiento y desarrollo histórico de la burguesía europea, con toda la serie y escala de pensadores que provienen de la clase misma y se forman a su lado. Pero en este mismo ejemplo ya observamos la presencia de la otra categoría fundamental que menciona Gramsci: la de los intelectuales “tradicionales”. Esta parece ser la categoría más com-pleja de analizar en términos históricos, por –al menos– dos razones. Primero, por la relación entre el papel que juega realmente su actividad en el desarrollo de las luchas entre las clases y lo que ellos mismos creen acerca de su propia actividad; pero además –y sobre todo– por la relación que guardan en todo momento con los intelectuales “orgánicos”.
Si bien queda claro que en la historia no existe la neutralidad política de los intelectuales (lo que Gramsci menciona como una “utopía social”), también es cierta la autonomía relativa que guar-dan ciertos grupos con relación a los cambios estructurales de la sociedad, lo cual nace del hecho objetivo de la no inmediatez de “la relación de los intelectuales y el mundo de la producción” (Gramsci, 1984: 16).
En este punto Gramsci menciona la importancia que tiene el hecho de que las clases dominan-tes se “asimilan” a los intelectuales tradicionales y la lucha que genera con las otras clases esta asi-milación. La cuestión más compleja que queda latente aquí –y que es fundamental analizar– es el modo en que se produce la misma, cuáles son las determinaciones históricas que entran en juego en este movimiento. El texto menciona la formación de los intelectuales orgánicos como un factor para la “conquista” de los tradicionales, pero es sólo un factor. Aquí se abre un campo de cuestiones muy amplio. Por ejemplo, ¿qué papel juega en cada caso histórico la extracción de clase de los intelec-tuales que forman este vasto campo “tradicional”?. ¿Cómo juegan las instituciones diversas en las cuales se forman los intelectuales?. ¿Cuál es la relación entre dichas instituciones y las clases fun-damentales (que las pueden haber creado o heredado de estadios sociales anteriores)?.
En este sentido podemos seguir preguntándonos si existe, y cuál es el grado, de la autonomía en la formación de los intelectuales tradicionales. Los conceptos de “asimilación” y “conquista” parecerían referir quizás a la existencia de un grupo neutro que puede fluctuar hacia uno u otro sector social, según quién sea el que más fuerza tenga en determinado momento. No queda tampoco claro cual es el límite según el cual un intelectual tradicional trabaja “por omisión” (por la misma actividad que realiza) para una clase determinada y en algún momento comienza a actuar de manera consciente en pos de los intereses de dicha clase (o de su contraria). De nuevo, es conveniente no estigmatizar categorías que están en continuo movimiento. Existen grados de “organicidad”, ligados al tipo de tareas intelectuales que se realizan para distintos fines y al grado de “compromiso” con dichas tareas, lo cual expresa el nivel de consciencia de los fines para los que se actúa.
Aquí hay una cuestión central que atraviesa la historia de los intelectuales y que sigue teniendo vigencia. ¿Puede un intelectual “tradicional” hacerse definitivamente “orgánico” a los intereses de una clase de cuyo seno no proviene?. Esa es la pregunta de la que –junto con las mencionadas más arriba– nos ocupamos en el siguiente punto.
3. Las tareas de los intelectuales
Siguiendo nuestra línea de análisis, trataremos de ver –en forma aproximativa– el desarrollo de los intelectuales en el marco del capitalismo y de la lucha entre las dos clases fundamentales: la bur-guesía y el proletariado. En particular, plantearemos el problema de la difícil e intrincada relación entre los intelectuales y esta última.
Gramsci menciona la importancia que en este punto tiene el problema del partido político mo-derno. Hay que aclarar qué entiende el teórico italiano por partido. Creemos que dicho concepto se desarrolla en el mismo sentido que el concepto de “intelectual”, como resultado del desarrollo inte-lectual general de las clases. El partido no es en este sentido –como se suele creer según el sentido común– la “orga” (UCR, PJ, PC, PO, etc); el partido es, como su nombre lo indica, la parte o el sector de la clase en la que se cristaliza de manera consciente la línea estratégica que existe de un modo general (y en distintos grados de desarrollo) en toda la clase, en determinado momento histó-rico. La organización –el partido, con las siglas que fueren– no es sino el resultado de esta estrategia general (cualquiera sea), que es a su vez una expresión del desarrollo de la consciencia de la clase en cuestión. Y el partido nunca puede ir más allá de este grado de desarrollo. Claro que en el seno de las clases este desarrollo no es unilineal, sino un movimiento que se da con contradicciones, que existen en todo momento y se expresan en luchas políticas entre las distintas tendencias de este de-sarrollo al interior de la clase, lo que comúnmente se denomina lucha de facciones. El partido es el resultado de la primacía (hegemonía) de una tendencia sobre las demás.
Por eso Gramsci establece una analogía entre el partido político y el Estado en relación con la función de superación de los intereses particulares ya mencionada: una en el plano de la clase (en la sociedad civil) y otra en el plano más general de la sociedad (política). De ahí la función de los miembros del partido: “función directiva y organizativa, es decir, educativa, o sea intelectual” (Gramsci, 1984: 20).
¿Cómo se plantean estos problemas en el caso de la clase obrera y del desarrollo de la consciencia de sus intereses históricos?. La primera cuestión importante a dilucidar aquí es algo que se sigue discutiendo hoy: ¿forma la clase obrera históricamente sus propios intelectuales orgánicos?. Nuestra respuesta es que sí(4), pero es necesario hacer algunas distinciones para no confundir.
Primero, la “organicidad” se da siempre con relación a una línea estratégica de la clase en un momento dado. Una línea se halla siempre –como ya mencionamos– en desarrollo contradictorio y –por tanto– no necesariamente coincide en todo momento con los intereses históricos de la clase (en este caso, la abolición de sí misma y de todas las clases luego del derrocamiento de la burguesía y la destrucción del modo de producción capitalista). Esto puede verse, por ejemplo, en el desarrollo del ciclo de las primeras luchas que lleva adelante la clase obrera en la primera mitad del siglo XIX. Son intelectuales orgánicos ?surgidos de la clase? los que forman, en 1836, la Liga de los justos, antecesora de lo que luego sería la Liga de los comunistas. Y es la línea iniciada por estos fundado-res la que entrará en colisión pocos años después con la que formulan y desarrollan dos intelectuales tradicionales (Marx y Engels) ?formados en el seno de familias e instituciones burguesas? que se incorporan a la Liga. Se trata de la primera lucha teórico-práctica de importancia en el interior del movimiento obrero y que no carece de interés para nosotros, ya que podemos vislumbrar sus caracteres escenciales en el movimiento y las “facciones” del presente. Lo fundamental para nuestro análisis es que dicha lucha surge de la distinta conceptualización acerca de la situación de la clase en el marco general de la sociedad, resultado de la cual se desprendían (y se desprenden) tareas dis-tintas: continuar con el movimiento conspirativo ligado a la espontaneidad de las masas o desarrollar una política de educación teórico-práctica, que –sin separarse del movimiento espontáneo– contribuya a elevar la consciencia de clase del proletariado.
Es fundamental observar la forma mediante la cual Marx y Engels llegan a la formulación del materialismo histórico: se trata de un doble movimiento que va continuamente desde el estudio pro-fundo, sistemático y totalizador de toda la historia del pensamiento anterior, hacia la observación, análisis e intervención práctica en la realidad social y política contemporánea (y viceversa). Y tanto el desarrollo teórico (y su comprensión) de la filosofía anterior como el desarrollo embrionario de una consciencia de clase que comienza a materializarse en las luchas obreras, constituyen las bases objetivas sobre las cuales emerge la nueva teoría. Este movimiento de “asimilación” de los intelec-tuales tradicionales por parte del proletariado es el que se expresa en el Manifiesto: “Y así como antes una parte de la nobleza se pasaba a la burguesía, ahora una parte de la burguesía se pasa al campo del proletariado; en este tránsito, rompen la marcha los intelectuales burgueses que, analizando teóricamente el curso de la historia, han logrado ver claro en sus derroteros” (Marx-Engels, 1940: 38. El subrayado es nuestro).
Este pasaje echa luz sobre el movimiento de acceso de los intelectuales a la lucha revolucionaria. Es el desarrollo de la experiencia práctica de la clase obrera en el campo de la producción material, el hecho de sentir la explotación, desocupación, miseria, etc., como resultado del movimiento objetivo del modo de producción capitalista, lo que le hace iniciar un movimiento de negación (al comienzo, espontáneo) de la realidad existente. Paralelamente, el intelectual tradicional (estudiante, investigador, etc.) siente, en el desarrollo de su experiencia práctica en el campo de la producción teórica, el choque con la ciencia burguesa y su modo de representar el mundo (“algo que no cie-rra”), lo cual lo lleva a iniciar un movimiento de crítica hacia esa representación y a un intento de teorizar la realidad de otra manera. En general, este es el camino por el cual los intelectuales llegan a una visión general de la sociedad, que no puede desarrollarse teóricamente si no es en convergencia práctica con el movimiento de negación iniciado por el proletariado.(5)
Conclusión
Gramsci deja planteados una serie de problemas teóricos a partir de los cuales se puede realizar –más allá de los casos de los que se ocupa brevemente– una entrada al estudio de la actividad intelectual y de los intelectuales, su surgimiento y desarrollo a lo largo de la historia. Al mismo tiempo, su conceptualización es una interpelación hacia los intelectuales en cuanto a la toma de consciencia de su función social, de su relación con la producción material, de la relación entre orgánicos y tradicionales, etc. El planteamiento histórico objetivo se entrelaza con una apuesta de intervención política en el presente y futuro (pero que parte del mismo planteamiento), al observar Gramsci que “[e]l problema de la creación de un nuevo grupo intelectual consiste, por tanto, en elaborar críticamente la actividad que existe en cada uno en cierto grado de desarrollo, modificando su relación con el esfuerzo nervioso-muscular en un nuevo equilibrio (Gramsci, 1984: 13).
La escencia de la cuestión parece ser la siguiente: es esa “actividad que existe en cada uno en cierto grado de desarrollo” (conceptualizar de una manera el mundo y los intereses de la propia cla-se) la condición de posibilidad para el surgimiento de grupos e individuos que puedan hacer cons-ciente, sintetizar y sistematizar esa concepción. En la historia de la lucha de clases, se trata de la interacción entre el grado de desarrollo de la consciencia de clase (objetivado en una etapa histórica determinada) y la actividad de los individuos o grupos de intelectuales surgidos sobre la base mis-ma de ese grado de desarrollo de la consciencia (y por tanto expresión de esa consciencia), pero que al mismo tiempo con su acción (“crítico-práctica”) modifican esa base; es decir, contribuyen tam-bién al cambio en la “concepción del mundo” del conjunto de la clase. Pero el intelectual nunca puede ir más allá de esa base. O, mejor dicho, podrá ir “más allá” sólo en tanto la clase misma lo “empuje” con su consciencia a ir “más allá”.(6)
NOTAS
(1) Este trabajo, aunque redactado por quien lo firma, es el resultado del desarrollo de diversas discusiones colectivas acerca del problema de la función de los intelectuales en la sociedad, realizada (y realizándose continuamente) entre un grupo de universitarios en conjunto con algunos sectores de la clase obrera.
(2) Incuso, dentro de una tradición que sigue el propio Marx, podemos rastrear un embrión de esta misma cuestión de la relación teoría-práctica mucho más atrás, en Aristóteles, quien dice al comienzo de su Metafísica: “Todos los hombres por naturaleza desean saber. Señal de ello es el amor a las sensaciones [...] el hecho es que, en los hombres, la ciencia y el arte (Aristóteles se refiere a la tekhné=técnica) resultan de la experiencia [...] El arte, a su vez, se genera cuando a partir de múltipes percepciones de la experiencia resulta una única idea general acerca de los casos semejantes.” (Aris-tóteles, 2000: 57 y 59) Si bien Aristóteles concebía como esencia del hombre sólo a la actividad teorética, a la contem-plación, comprendió el conocimiento humano como un movimiento, que va desde la sensación, pasando por la memoria y la experiencia, hasta llegar al arte (como saber práctico) y finalmente a la ciencia (como saber teórico), que es para Aristóteles el saber de lo más general.
(3)Sigue siendo válida la crítica marxista hacia la comprensión de la sociedad por parte de la burguesía, comprensión limitada objetivamente por los mismos intereses de clase que porta. Sin embargo, ello no implica que desde ese punto de vista, y en función de esos intereses, no se plantee la compresión global de las relaciones y el grado de desarrollo histórico en que se encuentran. De lo contrario no habría aparecido, ya desde hace tiempo, con la profundización de la crisis capitalista, toda la lluvia mediática de apologías de la sociedad burguesa, que alertan catastróficamente sobre el hecho de que ésta puede correr un destino horrible a causa de la profundización de las relaciones mundiales hacia las que avanzó el mismo capitalismo. Representantes privilegiados de esta tendencia son los norteamericanos Paul Krugman y Paul Kennedy, dos de los principales opositores a la última invasión a Irak en nombre de la preservación estratégica del dominio mundial de los EE.UU.