Patagones en mi barrio

Clase 01/10/04

Martín Yuchak

 

 

Bueno, este registro va a ser medio caótico, “en caliente”. Por la dinámica general escolar y política de esta semana, decidí por supuesto cambiar de planes para el trabajo con los pibes. De algún modo Patagones tenía que estar, el asunto era cómo.

Tres cosas que ocurrieron en el día de hoy me sacudieron un poco.

La primera podría decir que es interna, pero tiene sus fundamentos igualmente afuera, en la sociedad y en mi trabajo cotidiano como parte de ésta. Había elegido un artículo de Clarín del día de ayer (Jueves 30/09) para leerlo con los pibes y luego hacerlos laburar (escribir) a partir de algunas cosas que allí se decían. La nota era la que titularon con las palabras de “Junior”: “No sé lo que hice, se me nubló la vista y disparé”. Mientras iba en el tren para San Antonio de Padua, me puse a releer la nota y a terminar de redactar las consignas que tenía rondando en la cabeza desde el día anterior. Quería que trabajen con las citas de “Junior”, que repongan y piensen lo que él (o el diario) no dice. Ya venía pensando en hacerlos escribir en primera persona –como vienen haciéndolo continuamente. De repente, reflexioné: no se trata de que se pongan en la piel de un hombre o una mujer engañados por su pareja, de uno de los padres que perdió a su hijo. Ponerlos en la piel de “Junior” era ponerlos en la piel de un “criminal”. Me parecía sumamente interesante para que los pibes piensen y para yo registrar algunas motivaciones del crimen y del estado de violencia generalizado en el país. Que escriban, como si fuesen él, qué les pasaba por la cabeza cuando se les “nubló la vista”, qué discusión tuvo con su padre el día anterior. Enseguida, me empezó a latir fuerte el corazón: ¿no será demasiado para ellos en esta situación? Pensaba sobre todo en los pibes más violentos o más solitarios: ¿El ser ficcionalmente “Junior” ellos mismos los ayudará a reflexionar más razonablemente sobre la violencia (ya no digo en el texto mismo sino en la vida)? ¿O, por el contrario, los incitará a descargar más la bronca contra los que lo rodean (rodeamos)? Creo que por primera vez pensé en serio en la labor docente como modeladora de subjetividad, actividad que entra en un juego en el cual de repente descubrimos que se juega la vida de personas. Ojo, no estoy diciendo que con la formulación de una u otra consigna vaya a salvar vidas o a provocar muertes, pero sí que nuestra intervención en el aula tiene o puede tener efectos, que por supuesto tienen como base dinámicas más profundas de la sociedad en su conjunto. Esto último retengámoslo cuando veamos el tercer punto.

La segunda cosa fue algo inesperado (y positivo). Llegué al curso con las fotocopias del artículo. Obviamente, los pibes –que me conocen– me preguntaron: “¿No vamos a discutir sobre lo de Patagones?”. Casi sin hablar, repartí las fotocopias y dije que íbamos a leer. Me puse a leer la nota, breve. Como saqué la fotocopia a las apuradas, quedaba otra columna al lado, que decía que el padre de “Junior” había llorado y pedido perdón. Terminé la nota principal y los pibes me decían: “¿Y? Siga...”, “terminó”, “no, siga, siga”. Leí la columna, sorprendido por el interés que estos pibes no suelen mostrar. Pensé en ese momento si leer otra nota del diario referida al tema, si darles las consignas para escribir (no sabía si aún en primera o tercera persona) o qué. Pero enseguida los pibes se largaron a hablar... Me preguntaron qué pensaba yo, a lo que respondí que primero quería saber qué pensaban ellos. Algunas pocas voces (las de siempre) se oyeron con comentarios breves, hasta que alguien mencionó el tema del pibe baleado en el barrio del colegio (Barrio Policial) la semana pasada. En cinco minutos el curso entero se trasladó de Patagones a su propio barrio y todos querían hablar sobre el caso. Pedí que me relataran los hechos, ya que los desconocía. Quienes comenzaron contando eran dos chicas que decían haber presenciado el asesinato, desde la vereda de enfrente (no creo que mientan). Contaron lo que vieron. Luego se sumaban más voces, pibes que no hablan ni para pedir ir al baño querían dar su versión de los hechos, que habían visto el cuerpo desde otra casa, que habían visto manchas de sangre en “el terreno de ‘la salita’”... Pedí que agreguen más y más datos. Por momentos (durante toda la clase) tenía que pedir medio a los gritos que se escucharan, pero por momentos lo hicieron y sostuvieron una charla colectiva, algo que no había logrado que hagan NUNCA en este año. Aproveché, con las versiones, para explicar el tema del “punto de vista”, algo que no estaba en mis planes explicar ahora, pero era el momento preciso. Escribí en el pizarrón un esquema improvisado por completo sobre cómo acceder a la verdad de un hecho y que nadie tiene la verdad absoluta sino que cada uno cuenta partes de esa verdad, y que sólo entre todos llegamos a ella. Me nombraron a los pibes que estaban con Mauro cuando lo mataron. A uno o a dos yo los conocía, porque habían sido alumnos míos en este mismo curso.

Luego de lo que pasó, comenzó el debate acerca del por qué del crimen. Se hablaba de arreglos de cuentas por drogas, venganza, etc. y casi todo el curso se enganchó en una discusión acerca de si había estado “bien” o “mal” que mataran a Mauro (así se llamaba). Uno decía que se lo merecía porque “sabía donde se metía si había comprado droga y debía plata”, otros contestaban que no se le puede quitar la vida a nadie por ninguna causa. En un momento todos querían hablar al mismo tiempo, vi que había ganas de discutir, pero se necesitaba algo de orden. Entonces, tomé la manija de burócrata de asamblea y dije: “Lista de oradores, el que quiere hablar me avisa y se anota” y fui anotando en el pizarrón a los que querían hablar, que eran extrañamente demasiados. Respetaron (siempre a su manera) la lista, obviamente con interrupciones y griterío en medio del debate. Casi todos dijeron algo sobre el crimen. Y finalmente volvimos a las causas del hecho. Porque todo el tiempo habíamos estado hablando con el supuesto –que debo admitir que yo mismo acepté casi automáticamente desde el principio– de que había sido una cuestión de drogas hasta que una chica (precisamente una de las testigos) mencionó que no se sabía si era por eso, con lo cual tuvimos que repensar todo. Ahí improvisé un segundo esquema en el pizarrón acerca de cómo llegar a la verdad de las causas de un hecho.

Algo que se vio claro en el debate es la crisis de las instituciones. Cuando les pregunté a las dos chicas si pensaban declarar me dijeron que no. Pregunté por qué y obviamente respondieron que tenían miedo de que las maten a ellas (la madre de una también fue testigo y sus familias lo saben). Allí se reflexionó sobre el rol de la justicia y de la institución policial. Nadie se sentía seguro ni protegido por esas instituciones ya que “son corruptas” y “están metidas en el delito”. Sólo un chico defendía a la policía (hijo de policía justamente). Salió el tema de la droga y de los vendedores de los barrios, de lo cual los pibes tienen muchísimo conocimiento, mencionaron las palabras de Solá, al que denostaron con violencia y la mayoría planteó que no todos los casos de venta de drogas terminan de ese modo.

Traté sobre el final de que pensemos qué es lo que llevó al país a estas cosas, si les parecía que se trataba de casos individuales, de un loquito que le roba la pistola a su padre prefecto y dispara a sus compañeros y de un asunto de drogas o lo que fuere en este barrio o hay algo más allá de eso. Se mencionó la pobreza y alguna otra cuestión que no recuerdo.

Finalmente les di como consignas de escritura que cada uno ponga por escrito su versión de la muerte de Mauro, tanto de los hechos en sí como de las causas que lo motivaron. Antes de esto entró la preceptora y dictó un comunicado informando que se suspendían por el momento las clases de Educación Física porque cuando los chicos iban por la tarde se cruzaban con el otro turno o entre grupos y se agredían.

La tercera fue a la salida. Yo, preocupado por el problema pero alegre porque los pibes se habían expresado. Saliendo de la escuela mientras charlaba con la del gabinete psicopedagógico acerca de los problemas de un chico de mi curso, se acerca la profesora de Naturales y me comenta que vamos a ir de excursión con el curso y de inmediato comenta a la psicopedagoga que había estado hablando con los pibes de octavo (yo tengo noveno) y que estos habían hecho una tremenda catarsis, hasta ponerse a llorar varios. Ahí pregunté qué había pasado y me dijo que en un momento de tensión en la charla de su curso los pibes empezaron a incitar a uno: “dale, decile!!”, “contale”. El pibe –contaba la de Naturales–, entre llantos, admitió que un día de este año (no sabemos cuál) había llevado un arma al colegio y que nadie lo había dicho “para no buchonear”, porque “los profesores no saben encarar el tema, le cuentan a cualquiera...” El comentario es lapidario, pero cierto. La profe de Naturales estaba ya con los ojos húmedos, diciendo que no sabía qué hacer porque “no estamos formados para esto”. En esto se había sumado la directora (todo en medio de la calle, donde las profes iban a buscar su auto y yo con la bici en la mano) y le hacía preguntas sobre quién era el del arma. Comentaba que esto se estaba volviendo insostenible porque “no es nuestra función ocuparnos de estas cosas”. Yo comenté que es cierto, pero que el problema estaba y que vamos a tener que aprender a tratarlo porque va a seguir estando, sino nos va a pasar por encima. Luego la profe comentó que algunos alumnos, con quienes se enojaba continuamente, le habían contado sus problemas familiares y a ella le daban ganas de llorar por lo que le decían. Le pregunté a la directora cómo habían tocado el tema de Patagones esta semana, me dijo que cada docente, no todos, había hablado en su curso. Habló de lo de Educación Física, contó que recibía llamadas a la escuela diciendo que venían a buscar a tal alumno y que luego la madre decía que nadie había llamado y otras cuestiones. Comentamos lo de Mauro. La de Naturales agregó que una chica de ese octavo le había expresado que era su novia.

Le comenté en un momento a la directora de hacer unas jornadas sobre el tema, con los pibes y los padres. “Sí, yo lo pensé”, me dijo, “pero con los padres vamos a llamar a especialistas sobre violencia para que hagan charlas, porque con los profesores no se puede, sabés, porque ante los problemas que se plantean siempre terminan reprochando estupideces a los profesores: ‘que faltan mucho’, ‘que le dicen tal cosa a mi hijo’... entonces se mezclan los problemas y no se puede, yo te lo digo por experiencia. Así que a los padres los convocaremos a unas charlas y con los chicos trabajaremos nosotros con el Gabinete”... No discutí demasiado pero me fascina ver tanta capacidad de autocrítica docente... ¿tan “estúpidos” son los reproches de los padres cuando nos piden que no faltemos y que tratemos bien a los pibes?... El país se viene entero abajo pero si no nos tocan el estatuto, el régimen de licencias, el incentivo, etc, etc. nosotros nos quedamos contentos. La culpa siempre está afuera.

Los pibes de Patagones escribieron en la puerta de la escuela: “Cuerpo docente: pónganse las pilas. Queremos que nos comprendan”...

La violencia llegó hace rato, nunca se fue y no se va a ir, al menos en lo inmediato. Hay violencia, hay muerte y va a haber más. Es la dinámica de un sistema y su crisis la que lo provoca, con sus particularidades en cada lugar, pero el fondo es el mismo. Tengo la impresión de que esto vuelve a estallar en cualquier momento, esto se va a la mierda... Lo que vi y escuché hoy es la expresión de la bronca acumulada de mucho tiempo, hay mucha mierda metida en las cabezas y los cuerpos de estos pibes, así como de toda la población de “más allá de la General Paz” y de algún modo sale. Contenemos y contenemos en las escuelas con disciplina, comida, leche, gabinetes. El estado reparte planes, bolsones, los punteros trabajan pero parece que esto no aguanta mucho más.

 

©Martín Yuchak

 
el interpretador acerca del autor
 
                           

Martín Yuchak

Nació en Buenos Aires el 12 de marzo de 1979.

Publicaciones en el interpretador:

Número 1: abril 2004 - Lo intelectual y los intelectuales Acerca del concepto de intelectual en Gramsci. (ensayo)

Número 7: octubre 2004 - Acerca de la rebelión envasada Lecturas de Walter Benjamin en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. (ensayo)

   
   
   
   
 
 
 
 
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