Fascinante. Una vez más: las cordilleras se hundieron en el océano. La cosa antigua tuvo un ritmo y ciegamente: el fondo fue una planta.
Arriba emergieron rutas: florecieron. Torres espantosas. Y allí donde todo: habría de invertirse: surgió el oro. El cuadro de un metal entre las piedras. Un átomo en la frente: un cráneo.
Simple.
De la síntesis nuclear (runa limpia o trazo recto), nació un adicto al medio. Un trozo o elemento negro, oculto en la grafía de una ciencia.
Y hubo foto.
Frente a ella, el horizonte colocó su abismo en cierto grado: en cierto estado de la ebullición marina. Mundo ira o placa verde: una infusión global de moluscos fritos, de perlas cocidas subjetivamente y según la medida. De ninguna especie.
Y hubo foto.
Un poco en las cavernas, un poco en los recuerdos, un poco en la mecánica o la leche, (el oro fue dañado). Toda su luz quedó puesta: en lingotes apilables.
Arriba estaba el sol. Un disco imperioso montado sobre palos, montado a palos: cabalgando. Pisando a lo bestia su ruta, su mapa de troncos y de palos. De movimientos a cuánto: está ese bosque a cuánto. Está ese verde.
Palo y a la bolsa. Pura leña. Pura raza hecha mueble: puesta en cuatro.
Y así, lo fascinante. La mesa con sus clavos simulando ser algo. Indispensable. Una tabla horizontal y dura, clavada en cierto punto. En cierto ángulo algebraico por donde encajar los palos derivar: lo recto hundir. Un pan: un vino un: gesto.
Esa balsa compartida por los hombres, esa: cosa. Chata pegándose a la escena. Alimentándola. Bordándola en el agua como una transparencia, como una naturaleza de sabiduría muerta.
Pero esa cosa. Pero esa cara o cara al cielo: copió la magia de un cuadro. La magia de un cuadrado rodeado de recuadros. La fuerza de una bomba: la gracia de un caballo. Puro sexo, puro.
Ritmo diagónico. Arcano.
Corazón: líneas mentirosas no hay. Gestos
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mentirosos: no. Y el plato que se monta en la ruta de los palos (no es espejo) te hace burla.
Corazón: la foto es semirrecta. Tiene origen. Pero hacia allá: la cosa viva explota. Los dedos se reparten y el ángulo perpetuo de todo lo que avanza: reverdece.
En el cuerpo de los peces: huesos tibios. Y por dentro: los trece faraones blancos fueron más. Que un gesto fijo. El dedo hacia arriba hizo un caos. Sol. De carne en la punta. Bienaventurada la pintura que drague en las tinieblas: dijeron. Y armaron un banquete: de bienes integrales.
Hizo fresco.
Un día como cualquier otro, los obesos del norte sacaron de la veta: una pasta. A esa pasta la explotaron. El barco mineral y el pez acorazado hicieron geología y bajo arresto: los densos carburaron. Tanta leche con qué hacer y con qué armar: la vida plástica.
Un chorro de.
Bolsas: botellas: ampollas. El líquido más negro y más corrupto y fascinante. La lucha por lo extinto y por lo obsceno de ese palo. Atrancado entre la fruta anarquista y la polenta imperial. Un empalamiento de materias vivas. De diálogos reales entre primos entre.
Hermanos.
Multiplicándose en la tabla como alimentos forrajeros. Ahorrativos. Afanosos recibiendo maza: consumiendo morra.
Ganados acá.
En cierta siesta de bolsas digestivas de. Violinistas quietas sobre el pasto masticado en dos tierras o ideas vacas. Coleteando moscas que qué: por los tres o cuatro matarifes que: allá qué.
Lo humano qué.
Invisible en cuatro bostas porque ellas no. Que nunca bestias. Las vacas morales.
Entonces salió del ángulo, la bestia bruta: ese lujo. Mutó lo verde en verde (trazó un origen) y en cierta manzana americana: puso el ojo.
Entre palo y palo, el sol estaba arriba y era un disco que allá: ilustraba el tema de la siembra. La canción perpetua del trabajo, de las divisiones, de lo fascinante de esa bestia que entre palo y palo:
les puso el ojo.
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