Un respeto por el perfume, escribes, y así empieza mi delirio. Delirio identificatorio, delirio y premonición. Señales, lazos, voces: las páginas del fin se están torciendo, las páginas finales retroceden. Uno por uno van cayendo, van huyendo como balas del progreso, los signos del lenguaje. Perfumes y respetos no contemplan la dureza de esta magia. Perfumes hay pocos, respetos hay menos. Y una momia en un texto, leyendo entre pliegues, me toca la oreja y comienza a dictar. Perdiste la almohada, perdiste el instinto de lo diario. Te automatas. A cada letra le imprimes un sonido, y a cada sonido, mil imágenes. Pero al gualicho de la forma, sin embargo, le ofreces tu cabeza. Y no. Será casi una Historia si eliges el regreso, será como estallar tarde o temprano. Cierra el libro. Continúa. Que en un ritual de ecos te fugarás morada. Cierra el diario. Avanza. No tomes el color de las heridas graves, no entalles en tu cuerpo las marcas negativas. Romántica Scarlett, maníaca O´Hara ¿te gusta la lucha?
Algo gira en torno a un nudo. Ignóralo. El libro que sostienes no es del tiempo, la noche es una cueva en sus palabras. Si escalas al país de los inversos –sitio antiguo, negro y duro- pronto el espacio se reducirá a esto. Su escritura. Y no. Mi escritura. Y no. Te callas. Te callas y te quedas. Prefieres desplomarte en las letras, penetrarte por ellas hacia afuera. Es vida en algo extinto. Es silencio. Codificas un mapa misterioso. Respiras.
Ella escribe muerta: yo la recibo en mi lectura. Acá hay un trance y una unión real, hay música alejándose de un núcleo. Círculos vacíos, brisas. Algo en el centro de algo. Delirio solitario, entonces, el de ella. Delirio solitario el mío. Una amiga honesta, un respeto por la otra, y el diario que se abre a un par de ojos verdes. 14 de Febrero de 1933: “...exploro cavernas; descifro jeroglíficos; leo los ojos de la gente, sola, sola en mi actividad. Marte con vestido rojo sangre, pulsera y collar de acero.” Dos pares de ojos verdes: los muertos y los vivos. ¿Qué par me pertenece? Pequeña y singular, carita avellanada, los hombres querían abrazarla bajo la colcha de su infancia, donde sólo acurrucándose podían mostrarle un poco de veneración. Luego nada importaba demasiado. Su esencia subsolar, dostoievskiana, indolora convertía la vida en algo recíproco. Página tras página tras página, los eneros, los marzos, los octubres...y el tiempo volviéndose sopa, volviéndose tiempo. Pero no más allá de lo escrito, no detrás de los cristales rotos -territorio en que las hienas roban- sino más acá, más por debajo de la línea recta, en donde nada sobre nada se diría, en donde sólo se aprende a transcurrir. 16 de Noviembre de 1932: “¿Catarsis? Necesidad de vaciarme. Atiborrada de escenas. Perseguida obsesivamente por retazos de frases. En verdad, incapaz de seguir viviendo. Aprisionada.” Qué difícil escribir. Entonces los hombres querían ser ojeados, querían dormitar en sus ojos gitanos, bucear en el flujo, cada tarde. Y ella consentía. Consentía y daba cuentos. Y sacaba de sí y hacía trucos. Y el diario era el pozo. Un punto fijo por donde excavar hasta la china. Un punto incestuoso incrustado en un día. Un día en rotación. Un único día como un punto de escritura. Real y minúsculo. La nave dispuesta a anclar en el lugar más preciso: el de la otra cara del globo, la oscura. ¿Como por arte de embrujo? Como de vuelta en casa. Flotando. Bien adentro.
Y ella saltó un charco: entonces yo me propagué. Perdida en espirales, chinita, vas borracha, vas bohemia. La onda expansiva llegó lejos, llegó muy lejos. Tan remotamente lejos que a ese ayer capitulado regresaste en un segundo. Mientras la momia tejía, la momia dictaba...cuán perfecta tu velocidad, cuán exacta la brazada. Y raro también que un libro melodramático como el tuyo, un libro liviano y de saldo marginal -truchito pañuelo usado- pudiera convertirse, para mí, en algo así de extraordinario. Una especie de oráculo fantástico, de vara creativa, de bastón para la mente. Abro un 21 de Diciembre de 1932 y las vueltas infames de tu vida se desploman sobre mi cama como calabazas: “Por fin el mundo está en foco. Éste es el centro. Y es extraño: el centro sólo puede ser un círculo completo, que desde luego yo desconocía porque era apenas una luna creciente, un semicírculo curvo, abierto en un anhelo ávido y doloroso, arqueado en torno del vacío, con los brazos extendidos al encuentro de nada, una línea inconclusa, una vida no consumada, una curva no consumada, suspendida sobre el mundo...” Carros que me desconectan por completo, que me estampan la alegoría por un rato y que en el flash del encantamiento me hacen ver lo que no entiendo, lo que no veo. Porque estoy perturbada, o medio ciega. Desde hace rato.
Anais-Anais: dos polos, dos intermitencias. Reabrí tu obra móvil y descubrí que por allá hubo neurosis obsesivas, hallazgos innegables, sonrisas cada tanto, sonrisas casi siempre. Y reabrí tu obra móvil y encontré que por aquí...por aquí hubo celos de todo tipo, torturas de la mente, espacios triturados. Parpadeos. ¿Amantes salvajes? Salvajadas. Pero nunca interferencias. Ella y yo, de continuo. Solas. Intentando entender la clausura, cada noche, obsesionadas. Septiembres, agostos, febreros...calabazas. Radiantes disparos al futuro que ay ay ay, nos daban en el blanco y nos daban en el blanco. Acribillándonos. 1 de Enero de 1933: “Mientras uno medita, las palabras danzan fuera de las paredes, se fijan los argumentos, se destilan perfumes sobre bellas hojas de papel perfumadas...” Por eso el amor y las ganas de entenderla, su historia no me excluía, no me dejaba fuera de la escena. Porque en el diario casi no hay escena. Escena es mala palabra, es obscena, y de pronto deseé no tener que pronunciarla. Porque escena es imagen, escena es distancia. Y yo ya no quería hablar de imágenes, ni de escenas. Dos runas o dos cábalas. Cerrojos. Dos piedras textuales que parecían tener la palabra “tótem” grabada en algún lugar prohibido. La firma del Autor: una magdalena al pie de la cruz, la cicatriz monolítica de los intelectuales pendejos de siempre que -en otro orden de cosas- ya nos habían hartado desde el comienzo. A ella y a mí. Nos habían matado con su tedio impotente y su histeria frustre. 19 de Abril de 1933: “La pregunta es: ¿Hoy han muerto hombres por manosear las fuentes de la vida, o manosearon las fuentes de la vida porque estaban muertos y de esa manera tenían la ilusión de la vitalidad? Esta noche estoy aterrada. He atravesado el universo de la muerte.” Franqueaste el cinturón de las hienas, blanqueaste tus huesos. Pero al gualicho de la forma, sin embargo, le ofreces la cabeza. Cierra el libro. Continúa. Y no. Que leyendo entre pliegues, deambulas contra el viento, te restas mareas. Porque un gualicho, finalmente, es una magia. Y entonces todos ellos -con sus mantras, manchas y hambres de evidencia- te cautivaron.
La Academia es espeluznante, escribo, y su delirio revive. Por aquella época yo andaba con ganas de postergármela, de suprimírmela, de caricaturizarla un rato. A la Academia. Andaba con ganas de empalmármela. Quizás sobre otra cosa, quizás como en un circo: la chica sobre el pony, guirnaldas y cornetas, y el pony en la rotonda, volteándose. Gustar de lo cursi, querer ser berreta. Reincidir feliz en la grasada. Desde temprano. En la grasada. El esclavo negro sería bienvenido al encuentro: no habría perversión, no habría aburrimiento. Pero me robaron la almohada. Y ahora de a poco los ánimos se aquietan, y mi decadencia va convirtiéndose en algo oleaginoso, algo eterno y maleable. Claro, si lo pornográfico era para los otros, los epistolarios del patriarca. Joycesss... Lugonesss...Baudelairesss...Kafkasss...27 de Abril de 1934: “Sólo que son más fuertes, muestran una expansión masculina. Pero nos imitamos mutuamente. Es infernal. Todos nos imitamos recíprocamente.” Clap, clap, clap. Aplausos. Es cierto, un infierno de espejos. Aunque acá en el diario se trata de otra cosa. Una suerte de pureza en serio, de afonía en serio. Tu grado cero. Y no. Sin embargo, no. La cara contra el barro -inflada y bien adentro- como de vuelta en casa, morada. Romántica Scarlett, maníaca O´Hara ¿te gusta la lucha?
Ella y mis ojos verdes: yo y sus ojos verdes. Un rumor de silencios. Las ganas de no ser y sin embargo, florecer. El ansia accidental de coincidir en ruta para aullarnos enlatadas: ¡mina insufrible! ¡rajada y caprichosa! ¡fatalmente burguesa! Tremendo. Tal y como predijéramos: dos monas, dos ebrias. Y un ritmo. Pulso intermitente que mi lectura recupera y encauza: pulso chocante que de pronto emerge en su escritura. El delirio de verme en ella y de saberla un libro. Pero hacia atrás. Infinitas. Hacia delante. Hundidas. Hasta la china. 6 de Octubre de 1933: “Lo que soy, lo que digo, en este momento no eres consciente de ello. Tu mente está en el pasado. Pero lo que soy, lo que digo, lo observas ciegamente...y yo seré y diré más adelante.” Belleza. Justo en la unión de la venda con la venda, justo en el montaje puro, revelas otros márgenes zonales. ¿Por qué tanto esfuerzo? ¿Por qué la opresión? Ser leída por otra cien años después: ser escrita por otra cien años antes. Río de tendencias dobles, de temperaturas y de remolinos. Espejito, espejito: ¿me leerás? Te amaré. ¿Me invertirás? Te extrañaré. Las voces tarotistas de los sueños nos lo habían advertido: habrán de cruzarse ambos lechos. Estaba escrito, como todo lo demás, estará escrito. Habrán de cruzarse ambos lechos. Y el reflujo de las hojas nos traerá los mil y un corazones, las mil y un siestas nuevas de los hombres colibríes. Para amar vivas de muerte: esos vuelos tan realistas, esas rutas tan carnales...y este hogar de aires. Una y otra. Inhabitables. Más la infancia saqueándonos, la infancia europea y acolchada con su horrendo almohadón de plumas. Con su niñez llegando. 6 de Febrero de 1934: “La opción es pararme en el centro de la habitación y estallar en un llanto histérico...o escribir. Qué es la rebelión: una forma de vida negativa. Crucifica a tu padre. Y es la maldita mujer que vive en mí la que causa la locura, la mujer con su amante, su abnegación y sus cadenas.” Y luego los espantapájaros vecinos. Y los desvíos. Porque nunca nadie hasta el final: siempre la vuelta de tuerca. Y sin embargo, Henry James ya no te asusta. Una y otra. No me asusta. A Henry James lo entiendes, a Henry James lo ves. ¿Lo ves? Que por entretejidas, que por Orlandos vestidos con la paja, a aquel fantasma rojo a través del tiempo, lo violamos. Y era eso. Que sobreviviendo una y otra, y otra vez a nuestros humildes estados mentálicos ¿perturbados? ardimos. Y no te asusta. Lo oculto de este río enhiesto. Que no te atrapa, que no te morfa, que no te suelta. Témpanos que bien sabemos cómo. Pero que nunca. Pero que nunca, nadie, nunca, hunde. Unheimlichs.
Anais Nin: vos y yo, rimamos. Un jueves, por ejemplo, en el marco de un congreso para letrados, escuché atenta una ponencia sobre Jeanette Winterson. Una hija del invierno -pero con cara de otra cosa- la había pergeñado. Sus labios gélidos se movían al compás. Se movían, sí, como si no pudieran -o no quisieran- comunicárselo a la voz. Se movían al compás de un no sé qué. Remotos. Y yo hace rato que venía oyéndola. Pelo blanco, ojos frescos, india en negro. Viuda de la vida, que hace rato, un rato largo, venía retrocediendo capítulos. Tópicos: un libro sobre nada, un puro quantum de lenguaje y estilo: tal el proyecto de Flaubert. Y tal la experiencia, en el cuerpo, del amor. El amor como cita, la cita en el lugar común, lo común en todas partes. ¿Por qué no? Y luego el problema de la falsa herencia: hijos con demasiadas madres, madres con demasiados padres, padres con demasiadas ortodoxias. Runas, runas, runas. Abarrotándonos. Y así hasta llegar al pasaje de la pérdida y la repetición: las dos palabras que nos desjarretan. 11 de Agosto de 1934: “En los ecos y las reverberaciones busco la transfiguración capaz de conservar la pureza del prodigio. Si no, se pierde toda la magia. Si no, el hombre que hechiza mi cuerpo sólo muestra sus deformaciones, la fealdad se vuelve orín, orín que cae sobre articulaciones que sólo deberían crujir bajo el peso del placer. Mi droga. Cubre todas las cosas con la bruma del humo, las deforma y transforma como la noche. Toda la materia debe fusionarse para mí a través del lente de mi vicio; si no, el orín de la vida reduciría mi ritmo a un sollozo.” Pero basta. Tampoco quiero escribir más sobre aquel jueves frígido. Ser menos fascista y poder decir te amo. Poder decir te amo. Te amo. Decir “te amo” y resucitar. Amar la copia, decir la copia. Perderlo todo. Entonces te amo: y entre el tener y el perder de esta húmeda entropía prefiero seguir perdiendo. Te amo.
Yo y ella: en busca de señales para nuestro mapa. El único mapa disponible. Turn und taxis: todavía se escribe. Lo real es que las cartas llegan. Y si se pierden en el camino, Thomas Pynchon las re-envía. Señales, lazos, voces. Nadie te comprenderá. Qué es esto mismo que aquí mismo escribes. Qué. ¿Qué dices? ¿Qué lengua mueves? La momia del texto comienza a dictar. ¿Qué estás queriendo doblar? ¿Edipa Más? ¿Sos vos? Algo gira en torno a un nudo. Ignóralo. ¿Tras el complejo, junto al doble, frente al padre? ¿Más, más y más? Perdiste la almohada. Por eso los giros. Anais: “Alraune” es un título tan enredado, tan brillante y femenino...Lunarae...Unarela...Narauel...¿Runalea? Yo quisiera aprender a divertirme así...Salir a enrular mundos con esa clase de egoísmo. Autonaciéndome. 1 de Enero de 1933: “Aquí vasta dar vuelta la fotografía y el esposo se ve a sí mismo, el amante se ve a sí mismo igual que el amigo. Aquí se te permite el lujo de contemplarte a ti mismo mientras un millar de ojos te contemplan, te estudian, te registran. Aquí el ojo mira al ojo que mira al ojo...” ¿Quién? ¿Yo? ¿Vos? ¿Ella?¿Qué anhelás con tanto empeño? Bebés el aire, alargás los dientes, perforás tu cielo...mmm...Nadie habrá de comprenderte. Perfumes hay pocos, respetos hay menos. Pero las cartas a los jóvenes poetas siempre llegan. Nin: estás muerta. Sin embargo, todo es cálido a tu alrededor, y eso es un logro inmenso. Es vida en algo extinto. Es silencio. Por eso siempre será tiempo de que hables. Siempre será tiempo. 1 de Mayo de 1933: “Los azotes han dejado marcas color malva.” El romance lo inventaste: ése fue el proyecto de tus días. Tu hijo. Un engendro que supiste patear bien al infinito. El perro negro que te sueña, tu charco del mundo del revés.
Ojos verdes: a cada letra le imprimes un sonido y a cada sonido, mil imágenes. ¿Será como estallar tarde o temprano? ¿Será como olvidar? No. Será como explotar al mediodía. Llevarnos junto al viento, a lo que el viento, o a lo qué. Para caer taradas. Atareadas. Taras. Entonces podremos ser fantasmas, hechiceras, bailarinas. Hacernos existir en un continuo estado de celo. Agotando el círculo de arena...y dejando que los siglos nos engendren. Suavizándonos las horas, los días, los momentos...y deseando que los hombres nos engendren. Desearlos a ellos, desear ser mujeres, desearnos por ellos. Ser ellas. 2 de Agosto de 1934: “Cómo el roce de la carne con la carne genera un perfume y la fricción de las palabras sólo dolor y división. Formular con la mente sin destruir, sin interferir, sin matar, sin marchitar.” También podemos acabar con la ficción del miedo, darle muerte a este silencio. Sí. Podemos ser Carmillias, ojos verdes, podemos ser piedras de toque. 30 de Septiembre de 1933: “El deseo de quemar todo...y enterrarme en las llamas. La sensación de que la vida me hiere, me lastima profundamente, que quiero destruirla, retorcerla, quemarla junto conmigo. Que quiero devolver el golpe, golpear con tanta fuerza que corto todas las cabezas, que rompo y aplasto toda la perfección...” ¿Cómo decía la letra? ¿Exponernos diacrónicas? ¿Dialogarnos sincrónicas? Alivianarnos el drama con nuestra carga personal de chistes, reciclarnos egóticas en esta fábula íntima. Sinfónicas. Como tirándonos por el tobogán más afilado y obtuso, por este mismo que aquí mismo trazas, el del vértigo que nunca vio una regla. Si todo cuanto escribas seguirá su curso, y todo cuanto calles será escrito, nademos un largo ida y vuelta. Hagamos la memoria, hagamos el amor, hagamos una plancha. Pongámonos un punto. Respiremos.
Ojos verdes: por aquí cerca hay un río emergente. Los poemas flotan en sus aguas por lo bajo. Y por lo alto, deltas anfibios de vida. El diario es la balsa, el atajo abierto por el brazo largo de Venus. Un templo flotante. El barco indestructible y de largo aliento por el cual. Amar lo relativo. 10 de Noviembre de 1934: “...el nuevo vestido de lana negra con mangas anchas y el tajo sensual de la garganta al seno, la pulsera y el collar de piedra azul engarzado con estrellas, la nueva lencería y el nuevo kimono de seda negra, el cajón del baúl con el original de Trópico de Cáncer y mi prefacio...” Podemos ser Carmillias, mujer. Podemos volarnos por los pájaros. Afuera están los hombres, afuera está la jungla. Podemos intuirlos, bordarles un preludio con delicadeza. Nunca rearmar la hermosa luna medieval: invitarla de a pedazos a nuestra misa.
(1)Pensando en Anais Nin y en sus diarios.
©Camila Flynn