el interpretador narrativa

 

Instrumento

Camila Flynn

 

 

 

 

Barrio de Colegiales. Av. Federico Lacroze. En el hall de entrada del Banco Nación espero sentada con un bolso entre las piernas. El cajero automático está vacío, no tiene más billetes. Pero yo necesito cobrar mi sueldo. Espero entonces a que lo carguen. Lista mental. Tengo que pagar el bono de la guardia clínica y tengo que tomarme un colectivo. También quisiera comer algo. ¿Una barra de cereal? ¿Un helado? ¿Un café? No, nada de eso. ¿Pero qué? No sé. Estoy lejos de mi casa, estoy lejos de mi cuerpo, estoy lejos de todo. Me arde el pecho. Tengo la piel del torso muy brotada, la panza hecha una lija y la espalda ardiendo. Por fin un cuadro clínico alternativo. “Espalda, Piel y Panza, tres puerquitas al rojo vivo” ¿Alguien la vería? Mmm...Saco una moneda falsa del bolsillo trasero de mi bolso y me pongo a jugar con ella. Esta monedita es el amuleto que me ayuda a estar serena cuando tengo que esperar. Me gusta porque se desmonta. Tiene un centro dorado y un anillo móvil que cada vez está más verde, más crudo. ¿Indecente? Mucho manoseo, mucho juego, mucho esperar. De pronto uy! la moneda se me cae. Ahora el amuleto rueda por el piso dividido en dos piezas inéditas: un sol minúsculo por un lado y un anillo de color variable por el otro. Independientes. Me inclino sobre el bolso y recobro los fragmentos. Los re-encastro. En el roce con la tela, mis pechos se activan. Tengo pechos. Dos pechos sarnositos y abusivos que me ponen loca. Pero no puedo rascarme, de hacerlo ya no podría parar, me convertiría en una especie de perra enviciada...y ya bastante frondosa estoy hoy por dentro. Algunos empleados me miran cada tanto. Otros cuchichean a lo lejos, en el fondo, y no me registran. Los más arriesgados (o los más aburridos, no sé) se acercan con cara de “tevisentadaahítandisponibleque...” Les doy curiosidad. Uno en particular quisiera llamar mi atención. Se prende un pucho, me pregunta si necesito algo, toma seven-up con pajita, se afloja la corbata. Él también me da curiosidad, lo miro intensamente. Lo miro a él y miro a todos los demás con una impunidad total. Hoy no estoy de la manera en que se suele estar. Son las 15:30. El mundo es una pelota desmantelable. Ya no hay clientes. La sucursal está cerrada y soy lo única que todavía espera. ¿Y qué espero? ¿Que carguen el cajero con la plata? Sí, esa plata color gris municipal de todos los santos días. Días pasantes, días-siempre-ahí, puntuales y accesibles como Sarmientos. Detrás del frente de vidrios polarizados -frente que separa el aire cerrado del aire abierto- transcurren la calle, la gente, los negocios. Varios mundos. Un 42 amarillo mostaza atraviesa la avenida de los trenes en dirección al Cementerio de la Chacarita. Los muertos, a mi izquierda. Y las emanaciones tóxicas de los transportes públicos que siguen siendo una inmundicia. Borthagaray, Verdaguer y Baya ¿dónde están? ¿Sus Direcciones Generales de Planeamiento, Ordenamiento y Estudio acaso no concurren en el planeta Tierra? Voy a tener que comprar remedios, pienso. Me van a prescribir pastillas antiestamínicas, aerosoles en polvo, corticoides sistémicos que sólo sirven para reventar los huesos. Y ya bastante disoluta estoy hoy por dentro.

Dios...este banco es deprimente, quisiera no tener que verlo. Y sin embargo...no sé... es justo ahora que estoy sentada en este banco, viéndolo, y es justamente ahora que mi depresión se intensifica, se hace lícita. Una coincidencia milagrosa. Despertemos.

Inclinado sobre un escritorio símil-roble, un hombre de camisa blanca ordena con asombrosa agilidad una pila enorme de solicitudes. Detrás de los vidrios polarizados, la gente, la calle, los negocios. Mini mundos que me rompen la cabeza. Un perro grandanés se babea las patas mientras espera a su dueño. Cuánta baba, me digo. ¿Lo habrán drogado? El cajero sigue vacío, sigue sin dinero. De pronto una pareja de chicos jóvenes entra al inefable cubículo del toma y daca. Ruditos pip...pip...pip. No hay plata, no, no. Operación inviable. Váyanse. Me arde muchísimo el pecho, no aguanto el picor, un batallón de hormiguitas rojas pareciera estar librando la última de las batallas límbicas. Desabrocho un botón de la camisa y espío. Pero nada, sólo marcas, huellas eruptivas de quién sabe qué. Brote: m. Botón de una planta.// Acto de brotar.// Fig. Comienzo, principio. Quizá estén cavando túneles, construyendo un sistema hipodérmico novedoso. Hormiguero humano. ¿Por qué no? Gérmenes, bacilos, piojos...y ahora también hormigas. O quizá hayamos concluido con el capítulo del asma. Quizá esto sea el fin de la etapa del quejido. Del pulmón profundo y fresco al pálido esnobismo de la piel hipersensible. Pensamiento esquizofrénico. ¿Hayamos concluido? ¿Qué es esto? Desabrocho otro botón. Las ronchas diseminadas por toda el área del plexo me preocupan. Parezco una marciana. Nada solar, nada de plexo. Soy un algo que de pronto ya no quiere tener cuerpo: demanda mucho. Hay que hacerlo hacer pis y hacerlo hacer caca. Hay que alimentarlo. Hay que hacerlo descansar y hay que hacerlo despertar. Hay que abrigarlo. Hay que desnudarlo. Hay que depilarlo, peinarlo y maquillarlo. Hay que lavarlo. Hay que exfoliarlo y hay que entrenarlo. Hay que medicarlo. Hay que alcoholizarlo, drogarlo y lastimarlo. Hay que vomitarlo. Hay que excitarlo. Hay que acabarlo y, nuevamente, hay que empezarlo. Enredadera de “arlos”. El más mínimo contacto con la tela me inflama los pezones. Dos botones rosas, dos brotes impacientes. Mis pechos. ¿Mis pechos? Levanto la cabeza y noto que la pareja de chicos jóvenes ya no está. Váyanse, les ordenó el cajero a través de la pantalla. Y ellos, automáticos, le hicieron caso y se fueron, no sin antes recuperar la restregada tarjeta de débito. Mientras tanto, el cajero sigue ahí, incargado y ruidoso, estoico en su estupidez. A mi modo, yo me parezco bastante a ese cajero en red. Escasa, indiferente y medio idiota, todavía sigo acá, oficiando de nexo para vaya uno a saber qué tramas. Aunque no. Indiferente no. Vacía. Sí, vacía. Completamente apartada de mí misma. Sintiéndome medio andrógina, o medio máquina, medio link. Una virgen atenta. Despertemos.

El empleado de la camisa blanca abre un fichero de lata marrón y busca. Pero qué, qué busca. Qué espera este hombre de camisa mal planchada encontrar un viernes por la tarde en un cajón de lata marrón. Ahí no puede haber nada. No puede encontrarse nada. Sin embargo, lo marrón...Yo también tengo algo marrón. Mi bolso. Y dentro de este bolso guardo, entre otras cosas, un par de textos recién impresos. ¿También tanta nada? ¿Tanto nada preciosura en fiesta adentro? No me importa. Voy a leer. Voy a leer hasta que el cajero esté disponible y tenga ganas de esputarme su merienda. Estoy muy brotada y voy a leer todo lo que nada lentamente de este bolso surja. Además estoy con ganas de rascarme a cuatro manos, de rastrillarme la piel, de comenzar por fin con algo. De empezar. Empezar. Psicosis. Neurosis. Claustrofobia. Fobia al claustro. La caja de la carne y el límite final. La piel. Un órgano como cualquier otro. Pero qué órgano. Sonorísimo. Piel: f. (lat. pellis) Membrana que cubre el cuerpo del hombre y de los animales.// Cuero de animal curtido con su pelo: una piel de zorro.// Membrana que cubre las frutas: una piel de pera.// Fig. y fam.: Ser la piel del diablo, ser muy revoltoso. Del coso marrón saco un texto al azar: Ezra Pound. Un conglomerado de citas interesantísimas que arranca así: “Los hombres no entienden los libros hasta que no han vivido un poco. O de todos modos, ningún hombre entiende un libro profundo hasta que no ha visto o vivido, por lo menos parte de su contenido. El prejuicio contra los libros ha aumentado por culpa de la estupidez de los hombres que sólo han leído libros.” Primer golpe. Directo. Presiento la taquicardia, la fiebre en el cuello, la euforia de estar sola. Se viene, se viene. ¿Qué se viene? No sé. Pero es algo sólido, algo que viaja y se desplaza en forma de tumulto, algo así como un demonio de tasmania subcutáneo. “Los artistas son la antena de la especie.” Pip, pip, pip. Lo inevitable: era una cuestión de tiempo confesarlo, nos pertenecemos los unos a los otros. Lo irreversible: estamos destruidos.

Entonces empecemos con esto de una buena vez por todas. ¿Puedo estar loca? ¿Me dejan? ¿Puedo elegir el lujo de quebrarme? Las hiedras crecen y crecen hasta el país de los ogros y no piensan más que en ahorcarlos y seguir subiendo. Y así como las Brambillas salen de los pozos de agua convertidas en princesas luciferinas con muchas ganas de bailar, yo me comería el papel, me tragaría los renglones. Pound, Miller, Felisberto, Anais, todos a mí. ¿Help a mí? No! Soy mi propia red, mi propia estrategia de supervivencia. No me expliquen más las cosas. Antenas de la especie...inocúlenme! Sí! Adentro todos! Adentro en lo artístico! Adentro en las venas! Con intermitencias o en caída libre, entren a mí, corran en mí, salgan de mí. Despierten. Pero no me salven nunca, que esto es carnaval y yo ya fui y volví más de cien veces esta tarde. Lo que leo me sobreexcita y me repleta. Todo me incluye, todo me afecta, todo es información que no puedo dejar de procesar. Y es que de verdad yo estoy ahí, y los libros y el bolso y el cajón marrón también están ahí, y de pronto todos somos algo así como esencias esponjosas, estructuras submarinas acoplables. Realidades perfectas. Y el perro que se babea cada vez más del lado del aire abierto, y el pibe de la pajita que me mira de reojo del lado del aire cerrado, también cobran su luz. Cobran luz, en vez de un sueldo. Descruzo las piernas: soy transparente. Lo que acontece por fuera de mi cuerpo me revuelve las tripas pero extrañamente no me descompone. Estoy ahí, agitada en mi asiento. Oyendo, mirando... esperando nada en medio de nada. O mejor, recibiéndolo todo en medio de todo. Leyéndolo todo, masticándolo todo, interpretándolo todo. Ejecutar: v. Tr. Realizar, hacer algo.// Matar a un condenado.// Tocar una pieza musical. ¿Cómo es posible que existan lugares como éste? ¿Cómo es que alguien puede llegar siquiera a concebir la idea de fundar un banco? Y estos empleados...qué infelices, son como cobayos. Es verdad! Son como cobayos!! Y sin embargo...están muy cerca, se dejan, los dejo, me invaden con sus gestos, su energía arratonada, su triste complejidad. Diablitos. ¿No quisieran crear un universo? ¿Cagarse en la psicología? ¿Comerse los unos a los otros? Si se animan, ejecútenme. Que yo mientras tanto también puedo adulterarlos. ¿No ven? Estoy acá, en el centro mismo de mi cosmos. Soy durazno. Soy uva. Soy manzana. ¿Y ustedes ahora? ¿En dónde? ¿Quién los habita? ¿Quién les nace? Anímense de nuevo. Recuerden! Muérdanme bien muertos y gocen en la frontera del invención absoluta por una vez en sus vidas. Y después leamos, eso sí, leamos. No paremos de leer. “El hombre que realmente sabe, puede decir todo lo que es transmisible en pocas palabras. El problema económico del maestro (de violín, de idioma, o de lo que sea) es cómo estirar la cosa de manera que se le pague por más lecciones.” Estirar la cosa!!! Ja! Transmitir lo indispensable...saber de veras...decir poco...pocas palabras. Sí! Como pulpas luminosas! Y entonces el problema económico del maestro se hace patente. ¡Arlo, arlo, arlo! Hay que comer. Hay que invertir en ropa y en remedios. Hay que pagar impuestos. Hay que llenar los pozos de la carencia existencial con la mierda publicitaria. Y hay que hablar. Hay que hablar mucho y hablar de más. Hablar para sobrevivir. Mover la lengua, moverla. Cogerla por las amígdalas y sarandearla hasta dejarla vinagreta. Bien gomosa. El empleado de camisa blanca se aparta del fichero y me interroga con los ojos. Estoy pensando y estoy leyendo y estoy sintiendo, todo a la vez. Llega la memoria. Los recuerdos que me trae funcionan como catalizadores, como punteros de este instante en que todo me fulmina. Lo que hay atrás me arranca, es combustible, es propulsión. La imagen: soy una carpa estaqueda por mis recuerdos al pasto del contexto. Y el tipo de camisa blanca lo sabe, y yo sé que él sabe que yo sé. Por lo tanto va a acercarse. Y por lo tanto va a hablarme. Todo es inevitable, pienso, estando los dos ahogados en lo profundo de nuestros tachos marrones de pronto sentimos que el reflejo nos vibra. Que otra imagen quiere entrar, quiere surgir, quiere conocernos. Y nosotros vamos a darle ese espacio, vamos a recibirla en el hall del Banco Nación porque de pronto se nos canta. Porque de pronto opinamos que se quiere dar un principio, que se quiere dar un tiempo. Es eso. Cerrar la puerta al final de la jornada y sorprenderse. Arrugar el mapa como si nada. Presentarse en la fiesta de improviso -amarrados por las asmas, los brotes y las gangrenas- como si todo, como si cualquier cosa, como si el de la reunión fuese más que una certeza, o lo único dado a pronunciar. “¿Qué hacés ahí sentada flaca?” -Estoy esperando a que carguen el cajero...” “Ahhh...sí...el cajero...” “-Y entre esperar afuera y esperar adentro, prefiero esperar adentro.” “Claro...claro. Mejor esperar adentro...” Sus ojos mis ojos. Ojos entre ojos. Silencio. “Y digo yo...mientras vos esperas adentro....a que carguen el cajero...¿por qué no leés en voz alta eso que estás leyendo sola, así nos emocionamos todos?” Qué chiste! Lo dice con ternura. Me causa gracia. Y entonces leo. Qué otra cosa puedo hacer. “...todas las formas de la existencia duermen más o menos profundamente sepultadas en el fondo de cada ser; porque bajo los rasgos muy fijos de la forma humana de los cuales estoy revestido, un ojo algo penetrante debe reconocer sin esfuerzo el contorno más vago de la animalidad, que a su vez oculta la forma aún más vacilante e indecisa de la simple organización: ahora bien, una de las determinaciones posibles de la organización es la arboreidad...” Leo lo que leo y me asombro. ¡Reemplazar el movimiento animal por el movimiento vegetal! ¿Proust hizo esto? ¿Hizo de un cuarto adornado con porcelanas y crochets una maniobra ascendente? ¿Un avance orgánico con tendencias a la ramificación infinita y el brote expansivo? Guau! Sí, sí. Ritmos atotales, continuamente abiertos. Latidos que parecieran ser inimputables porque se aceleran una y otra vez con raros broncodilatadores compuestos a base de fe ciega, o porque se montan a la acción por la acción misma, o porque luchan obstinadamente contra el ahogo de la significación. Qué otra cosa sino éso. Descubrir que la superficialidad más externa e inimaginable -la de las frívolas enamoradas, los perversos indiferentes, los retardados mentales y las plantas germinales, por ejemplo- pudiera ser aceptada como el posible lenguaje de un principio...es maravilloso! Pensar al brote epidérmico como la vegetalización limítrofe de la calentura profunda, la raigambre pulmonar de las pasiones infantiles ¿no es casi asumirlo como una espléndida crucifixión rosada? Las formas de la existencia...todas...sepultadas. Y todas, pienso, todas, absolutamente desenterrables. Instrumentos de carne...dice Fogwill. Habría que inventar instrumentos de carne.Y acá estamos...”, le digo al tipo de camisa blanca, “...deshaciéndonos como muñecos de arcilla. Desenterrándonos solitos, como los muertos vivos.” Y esta es la mejor parte de la lectura, de la escritura, del brote. La parte en la que se descubre que los sepultureros posteriores y los ceramistas previos no existen más que ahora, más que en el listos, preparados, ya! que antecede a la carrera. El momento en que el fuego deja de quemarnos porque de pronto somos capaces de imaginar algo más que un fuego frío, un fuego dulce, un fuego lento. El momento en que alumbramos los eventos perceptivos con la simple calentura. Por pasión. El momento en que empezamos a sentir que nos estamos cayendo hacia arriba -hacia este lado del cuerpo- y con la soga adentro, habiendo partido del centro mismo del tumor, del error destructivo. Un centro que no es más que nuestro pecho ennegrecido, nuestro estómago revuelto, nuestro corazón enramado, tuberculoso y soberano. Marte. El instrumento de carne empieza a sonar. Carne: f (lat. caro, carnis). Parte blanda del cuerpo de los animales.// Parte blanda de la fruta: la carne del melocotón es sabrosa.// Amer. Parte dura y sana de un tronco de árbol.// Vicio de la lujuria: la carne es uno de los enemigos del alma.// Fig. Carne de cañón, los soldados.// En carne viva: desollado.// Fig. y fam.: Ser uno de carne y hueso, sentir como los demás las incomodidades.// Poner toda la carne en el asador, arriesgarlo todo de una vez.// Como impulsados por un motor carnívoro de sonido aterrador, filoso y deletéreo, nos arrastramos hasta el muro de los lamentos para estrellar nuestra cabeza contra los bloques de piedra. Shhh...silencio. Goteamos savia. Nos amarramos los pies. Llega la hora del suicido inverso. Vamos a situarnos en el corte, vamos a perdernos por el tajo, vamos a fluirnos. Por el tajo los gritos. Por el tajo, la incomodidad y la vida. Por el tajo los links. Acordeón de piel. Xilofón de huesos. Trombón anal. El oráculo trasero escupe una carta a la velocidad del rayo. Esta carta escupida, babeada, fermenticia, por quedar fuera del juego, fuera del cuerpo y del tiempo, queda dentro. Muy adentro. Vegetación: f. (lat. vegetatio) Desarrollo y crecimiento de las partes constituyentes de los vegetales.// Vegetaciones adenoideas: hipertrofia de los folículos linfáticos// Patol. Excrescencia anormal que se desarrolla en el cuerpo. Se trata de la carta más enterrada de todas. La más pecaminosa, la más fruta, la más espina. Es la carta del colgado. La carta que brota. La carta-planta involutiva. La carta más generosa y más puta. La carta Maestra. El comodín sonoro del más intenso amor vegetal.

 

 

©Camila Flynn

 

 
 
el interpretador acerca del autor
 
               

Camila Flynn

Nació prematuramente el 11 de abril de 1981. Estudia Letras y no toca el piano. En noviembre del 2004 redescubrió las canciones de Charly García. De nacer hombre le hubiese gustado llamarse Ariel.

Publicaciones en el interpretador:

Número 10: enero 2005 - Anima Women

 
   
   
 
 
 
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Imágenes de ilustración:

Margen inferior: Tamara Muller, Silent Girls II (detalle).