Con candidez y m�s que nada con la secreta verg�enza del que se mand� unas cuantas macanas antes de convertirse en santo, en sus Confesiones San Agust�n nos cuenta que no s�lo hab�a sido un calavera en sus a�os mozos, sino tambi�n que en aquel tiempo hab�a sido un hippie seguidor de un macaneador cuyo nombre lo vend�a como un hombre de poco cr�dito, un tal Mani. Como queda claro en sus palabras, este muchacho hab�a pasado sin soluci�n de continuidad de voltearse cuanta cartaginesa se le cruzara en el camino y de ?ver la Luz? todas las noches fum�ndose un ca�o en honor al fundador del manique�smo a predicar la palabra del Se�or y convertirse en su Ap�stol m�s fiel. Don Agust�n, por haberlo vivido en carne propia, s� que sab�a qu� consecuencias pod�a tener en un hombre el paso del tiempo y qu� inexplicables cambios nos depara. Seg�n nos comenta en ese libro inaugural de un g�nero que se extiende de las Confesiones de Rousseau hasta el �ltimo del Bebe Contepomi, a �l acudieron un pu�ado de despistados para preguntarle sobre un tema que la filosof�a no pod�a descular desde hac�a siglos y para el que deb�amos esperar al plomo de Kant y al canchero de Bergson: el tiempo. El muy santo, un poco reavivando aquel dormido esp�ritu pendenciero de los fanas del manique�smo, les respondi� que ahora que se lo preguntaban, �l no sab�a un joraca qu� era eso del tiempo; pero que cuando no se lo preguntaban se lo figuraba muy bien. ?Casi les dir�a ?agregaba sobr�ndolos, olvid�ndose por un momento de que la templanza es una de las virtudes cardinales de la fe cristiana?, que comprendo con precisi�n qu� es el tiempo justamente cuando no viene ning�n pelmazo como ustedes a preguntarme? (sic.).
Desde sus inicios el cine cautiv� por su capacidad de dar movimiento a esos momentos de vida atesorados en las fotograf�as. La novedad era magia pura: im�genes en movimiento. En breve los directores, vali�ndose del montaje, fueron d�ndole forma al nuevo lenguaje y d�cadas despu�s el cine dej� de ser un suced�neo del teatro, la pintura o la fotograf�a; es decir, mera imagen en movimiento, y se hizo m�sica: tiempo en estado puro. M�s precisamente fue con Rossellini, Resnais, Tarkovski y Antonioni, entre otros, con quienes verdaderamente experimentamos el tiempo. Frente a la imagen p�trea de la fotograf�a, emblema del tiempo pasado, fue el cine moderno el que ofreci� la posibilidad de sentir el tiempo como duraci�n, como una ef�mera eternidad. Ese tiempo que acompa�a y contiene al hombre hasta el �ltimo d�a se hace patente en ciertos filmes de manera un tanto inexplicable. Como bien dec�a San Agust�n macaneando a un par de cristianos, esta parece ser la �nica forma en que podemos entender el tiempo.
B�lsamo del caminante, s�mbolo de purificaci�n, �mbito de ritual inici�tico; despu�s de Her�clito y de aquello de que ?no nos ba�amos dos veces en el mismo r�o?, el r�o ha quedado como el arquetipo del tiempo, del devenir, de la vida como metamorfosis obligada. Vale la pena la menci�n de estas palabras mal atribuidas a Her�clito (seg�n dicen los sabihondos esto del r�o no pertenece al oscuro, sino a un disc�pulo suyo) como punto de partida y excusa para la recorrida que emprender� sobre la filmograf�a de Lisandro Alonso, un director para quien el r�o est� presente en m�s de un sentido.
Sin la grandilocuencia de las alegor�as ni la falta de riesgo de las historias m�nimas, con suma inteligencia y por sobre todo humildad, Alonso en sus pel�culas no trata de captar un instante de vida. Sabe que es imposible. En su cine no hay fe ciega en la aprehensi�n del presente ni del pasado. Y si hay alg�n pliegue del tiempo ?una reminiscencia, alguna escena de una pel�cula suya que aparece en la siguiente?, esto es para mostrar lo que llega y pasa: el tiempo mismo. Como bien dec�a Quevedo y Alonso tan bien lo refleja, el tiempo es ese enemigo que mata huyendo. Frente a esta verdad, como un estoico, no lo enfrenta; asume esa fatalidad y comprende as� que la tarea del cineasta, como lo ense�� Tarkovski, es esculpir en el tiempo. Y aclaremos que en este car�cter de escultor desde su primera pel�cula su molde ha sido la realidad. Es su molde, no su modelo. Alonso no es un pintor que representa el mundo. Siendo un director que se adhiere a la realidad, �l no es ?no puede ser? un cineasta ?de ideas?. No piensa el s�mbolo y luego busca la escena para representarlo. El �rbol del hachero de su primer filme no es un s�mbolo, ni siquiera un signo (?el? emblema del signo de Saussure); como no lo ser� una reja o un juguete en Los muertos, su siguiente pel�cula, ni tampoco un afiche de promoci�n en la �ltima. Mimetizado con la realidad, la materia de sus pel�culas es tan ingr�vida y et�rea como una min�scula part�cula que se esfuma a 24 cuadros por segundo. El material en bruto sobre el que esculpe, aunque no lo parezca (en los t�tulos de sus filmes los nombres de los protagonistas siempre aparecen separados del resto invit�ndonos a poner la lupa sobre ellos), no son los hombres y sus destinos, sino el tiempo mismo. Por esa raz�n en sus tres pel�culas, como ahora analizaremos, se centra en el tr�nsito, en el pasaje de la vida al cine, el de dejar de ser quien somos, y por �ltimo, el del retorno del mundo del cine al de la vida. Para ello, a excepci�n del memorable comienzo de Los muertos, no explota los planos secuencia y los lentos movimientos de c�mara de Tarkovski (mentira: esto �ltimo s� lo hace en Fantasma, pero solo en ella y no en muchas ocasiones), la profundidad de campo de un Wells o los tiempos muertos de Antonioni. Como buen escultor, elimina lo superfluo, limpia de hojarasca para que el tiempo se haga visible y palpite. Muestra c�mo esculpir en el tiempo sin sellarlo en un plano, c�mo expresarlo dejando verdaderamente que fluya y con ello logra que lo sintamos como una presencia, como un eco de un sonido inexistente. Despu�s de todo -�ma qu� r�o ni ocho cuarto, Her�clito!? eso es el tiempo: un eco de un sonido inexistente. En buena medida el extra�amiento que suscita el cine de Alonso proviene de este eco, el cual se manifiesta en la median�a cotidiana de los trabajos y los d�as sin luces y sombras que son los momentos predominantes de su cine.
Por miedo a pasarnos de vivos con Her�clito seamos obvios y volvamos al r�o, y empecemos el recorrido por su segunda pel�cula donde es inocultable. En Los muertos (2004) un hombre que ha cometido un crimen y pagado por ello con la c�rcel vuelve a la casa de su hija. Remontando el r�o Paran�, Argentino Vargas, el protagonista, como evidencia de que ?ahora s� citando un copyright que ciertamente le pertenece a Her�clito? ?Entramos y no entramos en los mismos r�os. Somos y no somos?, nos mostrar� c�mo inexorablemente el tiempo nos transforma.
Luego de una primera secuencia memorable en la que se evoca el asesinato a�os atr�s, vemos al protagonista unos momentos antes de dejar la c�rcel. Es un hombre taciturno y desalineado. Cuando emprenda el viaje de vuelta ser� otro. Ya en la c�rcel se prepara para esta metamorfosis: al afeitarse y cortarse el pelo pasa por un ritual que si bien no conlleva un cambio de identidad, al menos es el que aqu� mejor lo se�ala. Prolijo y aseado se detiene en un rancho al costado del camino. Llama a un perro por su nombre, le da un trozo de pan y lo insta a que lo siga. El perro, a diferencia de aquel que fuera el �nico que reconoci� a Ulises luego de tantas mudanzas de esp�ritu, permanece inm�vil. Quien vuelve ya no es quien sali� de la c�rcel. En pocas palabras, dir�amos que a este cristiano que vemos ahora no lo conocen ni los perros. Unos minutos despu�s, poco antes de llegar al r�o que lo lleva a su hogar, atravesar� un cementerio. Camina silencioso entre las l�pidas y con ello sin saberlo cierra un ciclo despidi�ndose no tanto de sus hermanos cuanto del asesino que cobij� en un instante de locura. Al llegar a la orilla se encuentra con un hombre que lo espera con la canoa para su viaje. En un breve intercambio de palabras el lugare�o le comenta que se enter� de que estuvo preso por haber matado a sus hermanos. Vargas contesta que no se acuerda, que ya se olvid�. ?Ya me pas� todo?, dice, como si ya hubiera pasado por el Leteo. Por �ltimo, y luego de un largo viaje por el r�o, llega a la casa de su hija, a quien no veremos nunca. Lo recibe su nieto, para quien Argentino Vargas es un hombre virgen de pasado.
Ampar�ndonos ahora no tanto en el Her�clito fil�sofo del devenir, sino m�s bien en el fil�sofo de la tensi�n de los contarios como lo conoc�an sus contempor�neos, digamos que Los muertos es el reverso complementario de La libertad (2001), la primera pel�cula de Lisandro Alonso. Y digamos tambi�n que de esta tensi�n entre contrarios como veremos surgir� cerrando un ciclo Fantasma (2006), su �ltimo filme estrenado.
En La libertad seguimos en sus pormenores la vida de un hachero de La Pampa. Lo acompa�amos tanto desde que elige un �rbol y lo transforma en insumo hasta su venta en el mercado, cuanto en su cotidianeidad m�s �ntima.Aunque ya se ha dicho, vale la pena aqu� mencionarlo: La libertad es una prolongaci�n de la vida en la pantalla. Y esto es no s�lo porque su director toma a un personaje real y lo filma en su �mbito, sino sobre todo porque el tiempo de la vida es el que modela la duraci�n del tiempo f�lmico. En este sentido, Alonso ha declarado que para las secuencias le preguntaba a Mizael Saavedra cu�nto tardar�a en realizar tal o cual acci�n. Y as� fue como ha construido su gui�n a partir de la realidad, continu�ndola, borrando de este modo la frontera entre la representaci�n y la vida. Entonces, a Mizael no lo contiene ese espacio en el que vive, sino el tiempo, su tiempo, el cual sentimos en el centellear de una hoja, en el soplido del viento, en una melod�a silbada o el ruido incesante de unas chicharras. Ese fluido de la vida del hachero que es una muestra de la recursividad propia en la vida de un trabajador de la tierra ahora hecho pel�cula, tiene un fin. El filme se cierra con la misma escena del principio, aunque con un leve detalle perturbador. Vemos comer a Mizael en una noche iluminada a r�fagas por una tormenta lejana, pero en los minutos finales el hachero nos mira desafiante llevando al paroxismo el car�cter indeterminado de cada una de las escenas del filme y cierra as� esta �pera prima dejando atr�s todo vestigio documental, explicitando el camino hacia la ficci�n que se profundizar� en la pel�cula siguiente.
����������� La libertad es una exploraci�n en la experiencia de la mismidad y es tambi�n, como dijimos, una continuaci�n del tiempo y de la realidad f�sica en el filme. All� Alonso, como dec�a Bazin del cine de Jean Renoir, se ci�e a la realidad como si fuera su propia piel. Por el contrario, Los muertos, una pel�cula de ficci�n en la cual Argentino Vargas deber� ser otro de s� mismo como un actor, es adem�s la expresi�n de la inexorabilidad de ser otro que supone el paso del tiempo. Los muertos del t�tulo, entonces, no ser�n los hermanos del protagonista, sino esos otros que hemos sido y que por suerte ?debido a que la mayor�a de ellos m�s bien nos averg�enza? ya hemos dejado atr�s.
En Fantasma, ante el estreno de la pel�cula Los muertos en la sala Leopoldo Lugones, Alonso deja vagar a los dos protagonistas de sus pel�culas anteriores por el edificio del Teatro General San Mart�n donde en el d�cimo piso se encuentra la sala de proyecci�n. Lejos de su �mbito vital, ahora vemos a estos personajes perderse por los pasillos, escaleras, salas y camarines del Teatro. Deambulan por un recinto inh�spito silenciosos como fantasmas. Como muertos sin sepultura ellos no ocultan la extra�eza que experimentan en un �mbito que no es el propio, el de la vida. El cine como arte de ultratumba lo ha demostrado una y mil veces (y qu� mejor que elegir uno de los foros de la cinefilia porte�a para decirlo), siendo que en esta pel�cula vemos escenas de las precedentes y se evidencia el car�cter fantasmal de todo personaje en el� cine, Fantasma es tambi�n una inmolaci�n de sus personajes y el cierre de un ciclo en la filmograf�a de Alonso. A prop�sito, en otro de los fragmentos de Her�clito, uno m�s po�tico que el que hizo c�lebre un disc�pulo medio chamb�n, dice: ?Aguas distintas fluyen sobre los que se ba�an en los mismos r�os?. Despu�s de la �ltima pel�cula Alonso est� en nuevas aguas. Quien filmar� Liverpool, su pel�cula pr�xima, tambi�n ya ser� otro.
Para culminar, agreguemos que en la filmograf�a de Alonso no hay demiurgo que juega con sus criaturas. Este director no es ni m�s ni menos que un atento observador de la vida y del tiempo, sea �ste el repetitivo de la tierra, el sorpresivo que muta al hombre o el de la muerte y sobrevida en una pel�cula. Con su �ltimo filme Lisandro Alonso da la vuelta completa. Pero esto no supone un cierre vanamente autorreferencial y pretencioso. Trat�ndose como se trata de un esp�ritu que mira con asombro y sobre todo con tristeza la vanidad del mundo, Fantasma es la quintaesencia de la apropiaci�n y desprendimiento propio del cine. De ahora en m�s, que el r�o de la vida, luego de haber pasado a una pantalla de cine, vuelva a ser vida.
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Hern�n Sassi
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