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El Marxicismo

Marx y Freud en El gran hermano 2007

por Hernán Sassi

 

 

 

      

 

 

 

 

 

 

Luego de ocultarse tras un pasajero dolor de cabeza y de un cansancio cada vez más apremiante, habiéndose incubado arteramente como ocurre siempre en estos casos, una gripe veraniega se desató en forma demoledora y me postró en la cama. Sin fuerzas ni ánimo para entretenerme con una lectura de circunstancia de algún cuentito de Wilkock, Buzzati o del mismo Juan Diego Incardona, o para leer pésima literatura, quiero decir, alguna novela de nuestros impresentables Marcelo Birmajer, Claudio Zeiger o Florencia Abbate, y con menos entereza aún para retomar la mejor novela que leí en años, la cual debo reseñar para el próximo número del elinterpretador, me refiero a la última de Marcelo Cohen, Donde yo no estaba, prendí la tele y a los pocos minutos traté de que el zapping dejara de taladrarme la cabeza recalando en un paraje que la ingenuidad y en no menor medida el prejuicio me lo marcaban como una suerte de nirvana televisivo y a la mano, como el epítome de la vacuidad, como una muestra gratis de la oquedad perfecta del Tao; dicho en pocas palabras y sin tanto prolegómeno, aterricé en la última versión del Gran hermano vernáculo. Si reparamos en que hacía sólo algunas horas yo mismo había estado viendo nuevamente una maravilla del cine como Lolita de Kubrick que pasó TCM en horario central, usted pensará que el pasaje de tal cumbre a semejante basural es demasiado abrupto. Por lo que aquí contaré, verá que está equivocado, que valía la pena hacer un alto allí donde no había expectativa alguna más que el encuentro con un ambiente somnífero que me devolviera la salud al menos durante los pasajeros encantos del sueño. Ya verá. Por momentos, aunque usted no me lo crea, estos muchachines –sin saberlo, y ahí radica su grandeza– reeditan sin despeinarse y sin valerse de etairas y vino rebajadito nada más ni nada menos que los simposios de la antigüedad, o más bien, simplemente protagonizan una película de Wody Allen pero en versión argentina, por su puesto, o simplemente una bizarreada que invita a la carcajada, como usted prefiera. Ah, y recuerde que todo lo que le voy a contar ocurrió realmente en esta casa, no es un invento mío ni mucho menos.

 

Antes de meternos en este terreno baldío chick apuntemos un punto de contacto entre la novela mencionada, la más importante del último decenio en la Argentina –y no me olvidé de El pasado de Alan Pauls, todo lo contrario, la tengo bien presente–, y este programa que trata de paliar uno de los pecados de nuestra era, quizá el pecado mayor de estos tiempos tardomodernos: el aburrimiento. En la obra de Cohen existe un medio de evasión llamado Panconciencia, un aparatejo por el cual, ante el hastío y la imbecilidad propia o del pelotudo que tengamos enfrente, uno entra en la vida de un desconocido para airearse un poco, pa´ despejarse. Por su parte, en el GH sucede algo semejante a lo que ocurre con este aparatito que nos garantiza la huida de nuestra tortuosa cotideaneidad: también ingresamos a la “mente” de estos tiernos personajitos, ayer desconocidos, hoy tristes celebridades mediáticas.

 

Les advierto que en estas páginas no encontrarán ningún análisis de este fenómeno. No me interesa ver a GH ni como un producto de los massmedia, ni como el espejo deformado y deformante de la sociedad, ni como el acontecimiento a escala planetaria que es. Es más, me aburren aquellos que lo analizan. Me entretengo más con las historias y atinados comentarios del tumbero de la casa y hasta con los del mismo Rial que con las apreciaciones que ya presiento del insoportable de José Pablo Feinmann, por ejemplo. A propósito de Rial, en estos días me comentaba una amiga de esta revista, Elsa Kalish, que el conductor de Intrusos está como apagado en las galas del GH y se dio cuenta de que a quien debieron convocar en su lugar era al gran Chiche Gelblum, a quien, como manotazo de ahogado, como dándose cuenta de la pata que metieron, los productores llamaron a último momento para uno de los debates.

 

Por último, hoy todo el mundo habla del GH. ¿Cómo un pelotudo como yo, quien comento estupideces como las que todos recordaremos de algún programa reciente de Ciudad Abierta que ni quiero acordarme, me voy a perder de escribir a partir –y no sobre– este fenómeno cultural que reescribe no ya el nuevo realismo literario de estos días, ni el del nuevo cine argentino, sino instaura una nueva categoría para mejor entender nuestra querida Argentina, la del Rialismo?

 

Dejando atrás una analogía innecesaria y los chistes de iniciado a los que los tengo acostumbrados, le cuento que compartiré con usted dos episodios que involucran nada más ni nada menos que a Marx, Freud y una intelectual a la altura de ambos. Ya verá.

 

A los hechos señores. A ver qué pueden hacer estas mentes brillantes en nuestra casa de Pandora.

 

 

Episodio I

 

El cuadro de situación que encontré en mi estado decadente aquel domingo aciago fue el que sigue. En la cocina americana de la casa se encontraban conversando cuatro de los infradotados que se someten a ese juego en donde nos muestran sus nulas virtudes, sus muchos defectos y sus vanidades casi omnímodas: Jesica, Griselda, Sebastián y Mariela.

 

Jesica, alias Osito, mientras pasa el trapo por la mesada y refrenda su condición de una proletaria al servicio del GH –eso sí, sin conciencia de clase–, dice a viva voz: “Acá son todos marxistas”.

 

Quienes están a su alrededor, la salteña, el maraca y la tetona, se hacen los dolobus y siguen con sus tareas en la limpieza matutina, en gran medida porque no saben qué carajo significará ser marxista, y por no pasar por animales –cosa que inexorablemente sucederá–, pretenden con su silencio voluntario que tal comentario se pierda en la nube de pedos en la que viven alegremente las 24hs del día.

 

Osito, terca, casi desafiando a sus compañeros de encierro con su tono de voz ahora más fuerte, reitera: “¡Si, acá son todos marxistas!”.

 

Griselda, la putona que no pasa un segundo sin tocarse las tetas y mirarse el culo en todos y cada uno de los espejos de la casa, esa que enfermó a Vanina al punto de hundirla en la envidia malsana y con ello lograr así sacarla de un plumazo de la casa en tercer lugar, luego de Claudia y Melisa; se queda pensando. Atina a contestar. Se frena. Ella se sabe ignorante, pero en esto –no en lo referente a sus curvas pronunciadas, claro está– tiene pudor, de lo cual adolece Osito. Entonces se anima y le responde de manera un poco violenta: “¡Callate! ¡Qué decís, Osito! ¿Vos sabés quién es Carlos Marx? Si no sabés, no hablés”.

 

Aquella que lleva siempre consigo un osito de mierda, incluso cuando se trinca tres muchachos a la vez, la misma que se anima a integrarlo en la imaginaria y ahora zoofílica orgía, acusó el golpe sin más. Sintió que le tocaban algo y sonrió con aquiescencia, hasta que se dio cuenta de que no le tocaban el culo ni mucho menos (para quienes no la tengan presente, ella es la gordita simpaticona, esa que nadie tocaría ni con un palo), sino su amor propio. Ahí reaccionó y se armó la gorda.

 

- Nena, yo sé quién es Marx. Es un materialista, boluda. Sí, alguien que pensaba que lo material es más importante que lo espiritual. Era alguien muy materialista–, dijo Osito, acariciando su osito de peluche, buscando en él un silencioso Agatón, un incólumne Fedro, un aliado en esta discusión intelectual en ciernes.

 

Todos quedaron atónitos ante esta explicación que dejaba a Marx antes que como un batallador contra el idealismo, como un fenomenólogo avant la lettre, un precursor del mismo Husserl.

 

Ante el silencio conjunto, Osito trató de redondear su “idea”: “No quiero decir que Marx haya sido un materialista, sino que se destacó por eso, que no era lo más importante en su vida, pero se destacó por eso”.

 

El maraca del grupo, Sebastián, aquel que se chuponea con las minas todos los sábados por la noche, pero en realidad a quien querría voltearse es a uno que no se sabe si es o se hace (homosexual, no boludo; boludo ya sabemos que es, y desde la cuna), retrucó con inteligencia y no con poco cinismo: “Osito, es como si yo dijera que me destaco por ser de Géminis.”

 

Y la putona, aquella que Rial, el del Rialismo argentino, escrachó con unos videos en donde se la empoman 400 vagos, se le montó atrás (y ¡qué quieren!, le gusta, por eso es la putona, no importa que en este caso la montura sea la de un homosexual) y lo secundó: “Sí, la concha de tu madre, Osito. No digás boludeces, che”.

 

Osito, como era de esperar, no guardó piolín en bolsa. Miró a su osito y como si consultara al propio Sócrates sacó su as de la manga: “En serio, si lo dice un tema de Shakira”.

 

(A todo esto les cuento que yo ya estaba revolcado por el piso y no precisamente buscando mis carilinas que se habían agolpado en tantas horas de moqueo, sino más bien porque la risa me había despatarrado a tal punto de hacerme caer como un boludo desde mi propia cama. Volvamos.)

 

- Pero, si Shakira es una hueca, Osito-, dijo putita, demostrando que la ignorancia de Osito no era fruto de una buena actuación para una peli de Allen, sino que le era consustancial, que era “posta, posta” o más bien era hija de nuestra Diabólica Industria Cultural, aquella contra la que tanto luchó y poco pudo hacer ese dandy marxista que fue Theodor Adorno.

 

- Te digo que Marx es un materialista-, refunfuñaba Osito casi puchereando.

 

La putona, antes para despistarnos que para dejar en evidencia su supina ignorancia, subió la apuesta y demostró que verdaderamente está para actuar en la vuelta de Cha-cha-cha: “Nena, me parece que te equivocás. Marx era un hombre de teatro.”

 

Desconcierto. Miradas cruzadas. Hasta el Sócrates de peluche estaba estupefacto y no se le movía ni un pelo. Él tampoco entendía cómo un ser humano podía revelarse de manera tan desfachatada y con tanta soltura como un Animal.

 

- Bueno, vos lo habrás visto como un hombre de teatro, yo lo vi cuando estudié a unos filósofos. Entonces, creo que es un filósofo. Y un filósofo materialista, un filósofo que no creía en lo espiritual–, insistía Osito absolutamente convencida de lo que estaba diciendo.

 

A todo esto el morfeta callaba y miraba de un lado al otro esta batalla dialéctica como si estuviera viendo un partido de tenis. Sus ojitos de queredón iban de un lado al otro, de putita a Osito y viceversa; iban de la tesis a la antítesis sin ésta nunca resolverse en la esperada síntesis. Callaba, sí, pero por estrategia. Temía que sus compañeros, tan ignorantes como él pero sin su espíritu calculador, lo nominaran por pecar de soberbia intelectual. Entonces, se ensimismaba y sólo miraba.

 

- Sí, me acuerdo, era un materialista, pero no materialista de tener cosas materiales, dijo putita y se quedó mirando el trapo con el que limpiaba para el Gran Hermano, esa entelequia a la que le hablan a cada momento los participantes. Ella quería ser una materialista y pensaba que para serlo debía comenzar a prestarle atención a los objetos que la rodeaban. Sí, deseaba convertirse al marxismo aunque no tuviera bien en claro en qué consistía esa estética teatral, ideología o religión, fuera lo que fuese aquello.

 

Cuando todos pensábamos que putita ganaba por afano esta reedición de las batallas retóricas de la antigüedad, Osito remató con una frase de antología: “Sí, Marx es el del marxicismo”.

 

Los ojos de putita se encendieron y como si de una epifanía se tratase, como si el propio Karl Marx le dictara al oído y le dijera “¡pará a esta yegua porque me le aparezco yo mismo, la mato de un síncope y se quedan sin GH por el juicio que se van a comer de la familia de la gordita iletrada esta!”, ella sentenció: “Marx es el del materialismo dia..., dia..., dialéctico.” Y la cagó cuando quiso justificarse agregando: “No sé qué mierda es eso, pero es el del materialismo dialéctico, de eso estoy segura, y no el marxisismo como decís vos, Osito”.

 

 

Quisiera darle un cierre que esté a la altura de este pasaje memorable de nuestra televisión. Pero le anticipo que, como es de esperar, no voy a estar a la altura de las circunstancias. Es difícil igualar este momento digno del mejor Olmedo y Portales, de Cha, cha, cha o del actual Peter Capusotto y sus videos, excelente programa que Canal 7 emite todos los lunes a las 23hs.

 

Tratemos de entender qué podrá querer decir aquello de “marxicismo”. Más allá de lo que cuentan todos los biógrafos, que Marx “se la creía” y era un poco Narciso –hasta dicen que tardó el doble en escribir El capital de tanto que se miraba al espejo al retocarse su barbota y comentan que inspiró a Freud poniendo en práctica el narcisismo de la pequeña diferencia con su amigote Engels, de quien se quería diferenciar a toda costa con actitudes de lo más estrafalarias–, más allá de esto, el concepto “marxicismo” es todo un hallazgo. Desde ahora, y todo gracias a estos chicos, puede leérselo como una nueva síntesis de esos dos pensadores de la sospecha, Marx y Freud, y de ese modo nos invita a releer toda la obra de Marcuse y algún que otro libro de nuestro Eduardo Gruner, por ejemplo. También puede vérselo como una muestra del espíritu ilustrado y utópico- revolucionario que siempre movió al marxismo al ver que si pronunciamos “marxisismo” encontramos inscripta en esta musicalidad tan propia aunadas una afirmación del líder y el fuerte espíritu sismático que ha caracterizado al marxismo. Desde hoy, y más cuando GH es todo un éxito y hasta el osito de Jesica pronto estará en todas las vidrieras, no como el efímero y extinto osito Tedy, “¡Marx-si-sismo!”, entonarán las masas televisivas en estos tiempos sin sujeto revolucionario, ahora que ya no hay masas. O quizá, dejando a Marx y Freud de lado, sea una velada rama del “masismo”, corriente rescatada de “la noche de los tiempos”, como diría Ricardo Forster, por Dolina, cuyas máximas más destacadas son: “ma, sí, garchate a la gorda” o el célebre “ma, sí, agarrá a este perejil porque si no te quedas solterona para toda la vida”.

 

Como quiera que sea, deberemos integrar este nuevo concepto a la caja de herramientas con la cual aprehendemos nuestro mundo contemporáneo. Desde aquí nuestro más profundo reconocimiento a estos jóvenes que seguramente desconocen su potencial.

 

Agradecemos entonces a los chicos del GH por su aporte en la renovada y seguro fructífera exégesis conjunta de Marx y Freud que se reinicia con ellos. Sólo principiando con ella, en estos momentos un miembro de la revista, Sebastián Hernáiz, y su novia Lula, bajo la supervisión de nuestro Macedonio Fernández, Diego Cousido, están preparando un libro realmente esperado, Marxisismo para principiantes, volumen que será editado por supuesto por Eloísa cartonera, la editorial que, según Marina Mariasch declarara en su programa, es un emprendimiento definitivamente antisistema y marxista.

 

 

Episodio II

 

Sin solución de continuidad, luego de mostrarnos esta desopilante disquisición intelectual que terminó uniendo en un mismo concepto a Marx y Freud, las cámaras enfocaron a la profe, la rubiola que no para de histeriquear a Pablito, aquel que, como diría la negra Vernaci desde la Rock & pop, no le importa que la casa esté llena de cámaras y le da a la pajota cada vez que se le para el ganzo. La enfocaron pensando que ella, “la profe”, como le llaman, daría un cierre definitivo a este diálogo socrático. Se equivocaron. Aunque ella nos recuerde al Freud aludido en la pasada discusión no ya con su ya transitada envidia al pene, sino más bien con su declarada fobia al pene (un día, ante la mirada atónita de sus compañeros, dijo: “no me gusta el sexo y no pienso casarme ni tener hijos”, creyendo, ¡pobre ilusa!, que su marido va a querer “bomba” todos las noches), la profe no tiene una palabra para decir sobre el padre del psicoanálisis, el creador de esa terapia que tan bien le vendría a esta pobre chica.

 

Encontramos sola y al borde de la pileta a la rubiola, aquella a quien el tumbero con mucha crudeza y con una cuota de razón una vez le dijo: “!A vos no te gusta el sexo porque nadie te dio una buena cojida! ¡Dejate de joder!”. De no ser por el “nadie te dio”, que revela el machismo tan característico del argentino promedio, debo decir que coincido con esta apreciación de quien casi con seguridad será uno de los finalistas de este juego. Al margen, ahí está Silvina dispuesta a tomar sol leyendo algo que la entretenga.

 

Debido a que las cámaras tomaban no muy de cerca a la rubiola con su libro entre manos, yo no estaba seguro de que se trataba del libro que creía estar viendo, un libro demasiado obtuso para las mentes que con tanto tesón nos habían mostrado su ignorancia hacía sólo unos minutos atrás. Tuve que ir a la biblioteca y bajar este volumen para compararlo con el que veía en pantalla. Ahí estaba yo, con mi mirada yendo y viniendo alocadamente de la pantalla al libro. Así seguí unos minutos, en los que, como verá, estaba al reverendo pedo. Grande fue mi sorpresa al confirmar que se trataba de ese libro y no de una novelita de Marcela Serrano o de un libro de Bucay.

 

La velocidad con la que pasaba las páginas esta joven me confundió muy mucho y me llevó a desconfiar de lo que había visto. Si me guiaba por el ritmo de lectura, ella parecía estar leyendo la Gente del nuevo milenio, la Paparazzi, la revista que con solo poner en tapa a las tres primeras expulsadas en pelotas consiguió vender más de 90.000 ejemplares. No hizo falta continuar mucho tiempo con el acertijo. En un momento dado GH confirmó mi presunción. Las cámaras tomaron más de cerca el volumen y pude ver que la rubiola estaba asoleándose nada más ni nada menos que con La condición humana de Hannah Arendt.

 

Como si quisieran dejar alguna semblanza para Roger Chartier, el conspicuo estudioso de la lectura, ahí se quedaron las cámaras, escudriñando una experiencia tan única, tan imposible de transmitir como la lectura, en este caso la lectura de aquella intelectual judía que sin remordimiento alguno se encamaba con el único nazi confeso con cerebro –¡y qué cerebro!–, Heidegger. La jovencita continuó leyendo por aproximadamente 10 minutos. Sí, no sé cómo hizo para leer por ese lapso este bodoque insoportable, tan o más pesado que la obra completa de Habermas.

 

Luego de sus 10 minutos de cultura, Arendt literalmente fue hecha a un lado y la profe se puso a hacer gym, actividad que realizó, como mínimo, el doble de tiempo del que le insumió la lectura. Pero poco importa esto último, lo que interesa destacar es que un canal de cable argentino mostró a alguien leyendo a Arendt por más de 10 minutos, hecho inaudito en nuestra televisión, ¿no cree?

 

 

¿Qué nos deja este segundo momento de cultura en el GH? Simplemente confirma que los productores del programa no son boludos; y debido al éxito, está claro que no lo son. Han elegido un libro clave y totalmente pertinente en este marco. En La condición humana, Arendt, espantada por el avance de los “cabecitas negras”, es decir, de las masas, tanto como lo estaba el mismísimo Ortega y Gasset o luego nuestro Cortázar, observa que en el siglo XX se produce un “retroceso del mundo al yo, de lo social a lo íntimo”. A menos que creamos en las pelotudeces de Negri y Hardt, más en nuestros tiempos de una modernidad tardía, ¿dónde quedaron las grandes gestas, los colectivos? Todo ha sido reducido a la espectacularidad de lo íntimo. ¿Y qué es GH sino una muestra de esto? Ahora bien, que los chicos puedan entender que una de las tesis de este libro viene por este lado y por eso Arendt se remonta al oikos y la polis griega y a la vita activa romana, ese es otro cantar. Y calculo que poco les importa a ellos, a los productores, a todos en general, incluso a Dorio, quien seguro propuso dejar ese libro en la casa junto con alguno que vi de Isabel Allende o Gabo.

 

 

Doy fin a estas estupideces con las cuales me reí en no menor medida que cuando fui agraciado aquella tarde de domingo al ver GH, no sin antes sugerirles un sitio de Internet donde puede leer apreciaciones realmente inteligentes sobre este programa exitoso. Me refiero al blog de nuestro Jaime Baily argentino, Daniel Link: linkillo.com. o .com.ar. Quienes leen blogs (yo no lo hago por puro prejuicio nomás y en parte porque primero tengo que terminar de leer la obra completa de Balzac y todavía me queda un largo tramo) me han dicho que ahí pueden encontrar sesudas reflexiones, enfoques no sé si más inteligentes, pero al menos más reposados que los que vierte Dorio en el debate de GH. Eso sí, no se confunda, mire que no lo mandé a leer la “literatura” de Link, aquella que elogió Beatriz Sarlo en el último número de Punto de vista (Beatriz, con todo respeto, está bien que, aunque lo que escribas en Viva lo desmienta, vos odies con furia al populismo; pero, ¿no será mucho elogiar a Link, alguien que escribe con los codos si los comparás con tu denostado Cucurto?*). Lo invité a que leyera a éste, uno de nuestros mejores críticos literarios y culturales, y uno de nuestros peores escritores. Ni se le ocurra comprar sus “novelas”, ¡por favor! Si desea literatura para este verano, cómprese la última de Marcelo Cohen: Donde yo no estaba, de editorial Norma.

 

 

 

Hernán Sassi

 

 

 

* Aprovecho esta ocasión para hablar seriamente y aclarar que Beatriz Sarlo me merece el mayor de los respetos. Como estudiante de Letras que fui, debo decir que perder una docente de su talla es un hecho que me sigue apenando y que marca el estado en el que hasta hoy se encuentra hoy la carrera. Recordemos nomás que no hace mucho en la Facultad de Filosofía y Letras, junto con ella, entre otros dictaban clases Piglia, Viñas y Burucúa. Que me disculpen todos, pero el único docente de la altura de Sarlo que queda hoy allí es Daniel Link.

Pero más allá de este hecho que revela un nuevo desatino (¿y van cuántos ya?) de las “izquierdas iluminadas”, quiero remarcar que Sarlo es una intelectual que ha intervenido en el foro público desde hace décadas creando una de las revistas de más trayectoria de la Argentina, participando numerosas veces en política y en los medios, como hoy sigue haciéndolo. Por lo tanto, es una mujer que “se la juega”, que no se queda encerrada en la Academia como hacen tantos que desde ahí la critican sin nunca haber intentado pensar nuestra cultura por fuera de las charlas de café, de los papers intrascendentes en los que están encerrados hace años o por fuera del espíritu de cuerpo que manda denostar a cualquiera que no crea que la revolución es la solución para la Argentina de hoy. Que algunos estemos en una vereda opuesta a ella; es decir, que odiemos al tilingaje de manera visceral como ella odia a los populistas, no obsta para que reconozcamos que es una de las intelectuales más importantes de la Argentina.

Por último, cuento una anécdota que sirve para reforzar mi reconocimiento. Hace un tiempo yo estaba organizando una colección de libros sobre el cine argentino, la cual lamentablemente y por razones que me excedían debí abandonar. Al consultarla, siendo lo que soy, un pelotudo absolutamente desconocido, ella me respondió con total amabilidad y respeto. Ergo, y esto también hay que destacarlo, ella no es como tantos que con mucho menos, pero muchísimo menos de lo que ha hecho Sarlo, miran “desde arriba” a quienes recién nos iniciamos en esto, aquellos que se hacen rogar o no nos contestan los e-mails, creyéndose vedettes cuando en realidad no son ni los acomodadores del espectáculo.

 

 

 

 
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Margen inferior: Lukasz Banach, Obra (detalle).