el interpretador columnas

Dos extra�os amantes

(cine en video)

Septiembre 2006

Hern�n Sassi

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Annie Hall o Dos extra�os amantes como se conoci� en Argentina, aquella maravillosa pel�cula de Wody Allen ?mi preferida junto a Manhattan? relataba con cinismo, y aunque parezca parad�jico con suma ternura, la historia de un amor que no pudo ser.

De este filme protagonizado por Allen mismo y D. Keaton, adem�s de ese final �nico al que ahora me referir�, siempre recuerdo ?no sin dolor porque es una realidad inexorable? una verdad tan cierta como contundente. Cuando W. Allen escucha de boca de su pareja el cl�sico ?lo nuestro se acab�?, camina desconcertado por las calles de Manhattan y, pregunt�ndole a cualquier ocasional transe�nte, trata de encontrar alguna respuesta a ese infortunio por el que todos hemos pasado alguna vez. M�s all� de los comentarios absurdos y desopilantes que hace m�s de uno, hay una vieja que ?da en el clavo? y ante las preguntas de Allen: ?�es algo que hice mal?, �por qu� se va?, �por qu� me deja??, responde con la sabidur�a y el cinismo que dan los a�os: ?el amor se desvanece, es todo?. A Allen le costar�, pero al final terminar� por entender que el amor es as�, aunque nos duela: como viene, se va. Quiz� sea porque, despu�s de todo, y recordando algo que repite Alejandro Dolina habitualmente, si esperamos lo suficiente, todo, pero todo termina mal. As� que, �a disfrutar mientras dura mis chichip�os! Porque, como dec�a un poeta, ?dura poco la maravilla?. Y no me venga con que ?dura, lo que dura dura?. �No!, �no sea animal!, �quiere? Esto no es joda, es algo serio. Dejemos sus groser�as de lado y volvamos.

Inici�ndose con un cl�sico flechazo c�smico y sucedi�ndose entre alegr�as y desavenencias, la relaci�n entre Keaton y Allen madura hasta la ruptura. Aqu� ellos recordar�n los amores en la vida de cada uno reproch�ndose, bien c�mo fue que hab�an estado con tal o cual ?hecho que tambi�n nos ha pasado a todos, no mienta?, bien c�mo demonios dejamos escapar de nuestra vida a fulano/a o sultano/a (es memorable la escena en la que ellos, ya adultos, se pasean vi�ndose a s� mismos con otros novio/as cuando eran j�venes e inexpertos), hasta reencontrarse pasados los a�os en un caf� de Manhattan, en donde, con la nostalgia del caso y en un final genial que todo cin�filo guarda en la memoria, repasan las luces y sombras de su propia historia. Allen, quien entre otras cosas escribe una obra de teatro para exorcizar su pena y ya ha aprendido lo suficiente habiendo sufrido los rigores del amor, culmina con una frase inapelable: ?Las relaciones son totalmente irracionales, locas y absurdas; pero no podemos hacer otra cosa que vivir en ellas?. Y a prop�sito, recuerdo unas palabras de Aira, el involuntario patrono de la columna hermana a esta, que vienen al caso para ilustrar este cierre memorable:

?Una historia, cualquiera, se desvanece, pero la vida que ha sido rozada por esa historia queda por toda la eternidad. El recuerdo se borra, pero queda otra cosa en su lugar. [?] Las vidas pasan y con ellas todo lo dem�s: civilizaciones, imperios, y hasta la visi�n y la belleza de los paisajes en su ciclo acuarelado de estaciones. No lo creemos, pero es as�. Nunca podemos creerlo, porque nos distrae la irisada contemplaci�n de nuestras propias vidas que se reflejan en otros, en otros innumerables, a veces amados.?

C�sar Aira, Una novela china.

Volviendo a Annie Hall� y haciendo una analog�a brutal y, por ende, totalmente arbitraria, pensemos que tambi�n el cine y el video, con sus afinidades ?las menos? y enemistades ?las m�s? son tambi�n ?dos extra�os amantes?. M�s all� de esta referencia caprichosa que no es m�s que un acierto (de un amigo, no m�o) en el azaroso arte de titular y representa, m�s que nada, una buena excusa para volver y recomendar una pel�cula amada, desde aqu� le propongo recuperar el placer de alquilar buen cine en video.

En este espacio ofrecemos un servicio complementario del que prestamos en Perlas en el fango todos los meses. Aqu� encontrar� algunas recomendaciones que no est�n sujetas al buen o mal d�a de los programadores de los canales de cable y que bien le servir�n para los d�as en los que no encuentre un joraca para ver por tele.

Lamento avisarle que tendr�n el mismo calibre que aquellas que encuentra haciendo click aqu� arriba nom�s, es decir, habr� falsa erudici�n, mucho robo de saberes ajenos, otro tanto de escritura ?a lo Aira? (l�ase, un manojo de impresiones e ideas que, corregidas como es debido, pod�an estar bien y hasta pasar por decentes) y por sobre todo ?eso es lo que abunda, es mi especialidad? imbecilidades varias. Entre par�ntesis, y a prop�sito del ?robo de saberes?, de la propiedad intelectual inveteradamente mancillada por Internet: muchachos de la cinefilia, paren de robarse entre Uds.

Como bien saben los que leen mi columna, yo, aunque suene parad�jico trat�ndose de material para una revista virtual, escribo sin conexi�n a Internet y s�lo he recurrido un par de veces y a �ltimo momento antes de mandar la columna ?al jefe?, al mandam�s de esta revista, Juan Diego Incardona, solamente para chequear alg�n que otro dato que mi memoria no guardaba con firmeza. Y la prueba de ello est� a la vista. Repasen Perlas pasadas y ver�n las Animaladas (s�, con may�scula) que he cometido. Recuerdo una, de antolog�a. En pleno fervor escriturario, al citar una pel�cula de Bresson yo escrib� A saltar Baltasar, y la verdad es que le hab�a pifiado fiero, fiero, y para peor yo hab�a visto esa pel�cula, no era sanata como en otras tantas que mando fruta descaradamente. La cuesti�n es que la pel�cula, la del burrito que va de aqu� para all� al �a-zar!, justamente se llamaba Al azar Balthasar, y no �A saltar! Pero, �c�mo, los burros no saltan, acaso? S�, pero en fiestas donde corre frula de todo tipo y no en obras de Bresson, un santo, un asceta del cine.

Volviendo. Estaba en esto de advertirle a mis colegas que escriben de cine en la red que dejen de robarse entre ellos. Hace poco, relevando informaci�n para un trabajo especial sobre las pel�culas que ahora comentar� me encontr� con plagios descarados que realmente dan verg�enza ajena. La verdad, si no se nos ocurre nada sobre una pel�cula, �por qu� escribir? �Qui�n los obliga? M�s vale poner: ?no se ocurre un carajo, �por qu� no ven�s y escrib�s vos?, �puto! Total en Internet nadie nos va a decir nada. Es el reino de la impunidad. H�ganme caso muchachos, si no se les ocurre nada no escriban o hagan como yo, escriban pelotudeces entreveradas con algo ajeno. Pero que no sea evidente, �no sean tan groseros, che!

Ah, antes de leer estos comentarios que vienen o alquilar nada, si no vio Annie Hall, �qu� espera para alquilarla? Es una historia de amor s�lo equiparable a las de Truffaut o a las del ciclo de las estaciones de Rohmer, sobre todo a Cuento de invierno.

Lee mis labios (2001, Jacques Audiard)

A ver. Para hacerse una idea de este director, piense en el gran Bielinsky, el recientemente fallecido director de Nueve reinas y El aura. El franchute tambi�n maneja los g�neros como pocos, en especial el thriller psicol�gico, goza de un gran reconocimiento en la cinefilia, trabaja con la psicolog�a de los personajes con mano maestra y viene con los bolsillos llenos de premios: su primer pel�cula, Mira a los hombres caer, con el tierno J. L. Trintignant, se llev� el C�sar a la mejor �pera prima, su segunda, El h�roe discreto, nada m�s ni nada menos que el premio al mejor gui�n en Cannes, y las dos siguientes, de las que hablaremos ahora, cosecharon 835.934 premios en el circuito de festivales.

De Audiard se estren� en julio El latido de mi coraz�n (2005), una estupenda remake del filme Fingers (1978, James Toback) que pronto saldr� en video. Pero antes de ir a ella bien vale comenzar con Lee mis labios, su trabajo anterior, que es una pel�cula para alquilar s� o s�.

En Lee mis labios encontramos a una resentidita con una sordera galopante que trabaja en una oficina entre yuppies detestables. La mina est� sobrepasada de laburo y necesita alguien que la ayude. Ah� aparece Vincent Cassel, el novio de la pobre chica de Irreversible ?�se acuerda??, quien aqu� interpreta a un presidiario que con sus salidas en libertad condicional intenta reinsertarse en la sociedad. La relaci�n entre ellos no es f�cil, est� llena de un histeriqueo encantador, el cual es explotado por el director con gran sutileza. Este v�nculo, cuando logren entenderse mejor y a necesitarse como a nada en el mundo, les servir� a ambos para cobrarse algunas venganzas pendientes.

Como siempre en la filmograf�a de este director, aqu� nadie es lo que parece: ella oculta su sordera, �l, su condici�n de presidiario. Y as� como ocurrir� en su siguiente pel�cula, en Lee mis labios los protagonistas ser�n arrastrados por fuerzas que ellos no pueden controlar; l�ase, y m�s en este caso en particular, son llevados por otro a cometer actos que, de no mediar estos �ltimos, ellos no hubieran emprendido: Cassel, aunque trate de dejar atr�s quien fue, un hombre rudo y de la noche, vuelve a robar por ella, s�lo por ella, y ella, una nerd de oficina, a arriesgarse por �l. A prop�sito, es de antolog�a una de las �ltimas escenas, aquella donde la sordita debe leer los labios para?, bueno, no puedo contar mucho porque le arruino la fiesta, pero el tema es que se trata de algo groso que ella hace por �l. Esa escena adem�s es un soberbio homenaje al Hitchcock de La ventana indiscreta (Ah, fij�ndome en el libro de Truffaut si hab�a escrito bien el nombre de esta bestia, cosa que me sucede muy pocas veces y siempre de casualidad, encontr� estas palabras del gordinfl�n que son imperdibles y pertinentes tambi�n para esta pel�cula. �l dice: ?No me intereso por el contenido de mis filmes, eso ser�a como pensar que un pintor se preocupa por saber si las manzanas que pinta son dulces o �cidas. Su estilo, su modo de pintar es lo que interesa, de ah� surge la emoci�n. Eso es lo que debe hacer un artista: crear una emoci�n?.). Y es un estupendo homenaje porque a esta sesi�n-tortura en la cual la protagonista est� obligada a ver lo que sucede puertas adentro en otro edificio, Audiard, a una simple lectura de labios le imprime un erotismo que, por supuesto, no estaba en la versi�n de aquella c�lebre bola de grasa egoc�ntrica, quien, vale aclarar, ten�a menos erotismo que Borges, y eso ya es decir mucho ?a menos que Ud. le crea a Zizek todas las boludeces que dice sobre Hitchcock, que por cierto son muy ilustrativas para ?entender? a Lacan, ojito?, y que tampoco estaba en aquel otro homenaje a la misma pel�cula que hiciera De Palma en Doble de cuerpo, y eso que aqu� hab�a un mani�tico tratando de clavarse a una mina (s�, s�, de clavarse; y como ocurre con el erotismo, esto ocurr�a en el sentido que Ud. se imagina y en otro tambi�n).

Volviendo a la escena-homenaje, para llegar all� la pobre Emmanuelle Devos, de estupendo trabajo, debi� cagarse de fr�o en una terraza de mala muerte, cosa que hace por amor, s�lo por amor (entre par�ntesis, hacemos cualquier cosa por amor, pero cualquier cosa; haga memoria s�lo un segundo y ver� cu�ntas estupideces hizo, y lo que es peor ?o mejor?, cu�ntas har�, e incluso ?y es todo un dato tierno de nuestra condici�n? sin darse cuenta). Los �ltimos 30 minutos, donde se sit�a la escena mencionada, y no los �ltimos 5 � 10 como ocurre en todo thriller, son de una tensi�n electrizante. Como sucede en los mejores exponentes del g�nero, cuando uno cree que ?ya st�?, que viene el final, que ya se va a tomar un cafecito o fumar un faso para distenderse luego de tanto stress, el director da una nueva vuelta de tuerca y la tensi�n sigue in crescendo hasta el excelente desenlace.

Por �ltimo, agregamos un dato que no apunt� ning�n cr�tico amigo de lo ajeno en Internet. En estas �ltimas secuencias reparen tambi�n en algo en particular. En una de las tomas, cuando el protagonista est� acorralado por un capo mafia en una habitaci�n y la pobrecita mira la escena desde arafue, Audiard compone una seguidilla de planos ?a lo Bacon?, s� a lo Francis Bacon. No tomando a pie y juntillas alguna idea de los ensayos del fil�sofo de principios del siglo XVII, no, nada que ver, seguro que ni lo ley� como la mayor�a de nosotros; sino m�s bien tomando como modelo al Bacon pintor, uno de los m�s importantes del siglo XX, el reventadito gallet�n y morfeta sobre el que tambi�n se hizo una pel�cula no hace mucho. �Lo tiene? �No? P�guese un tiro. No conoce a uno de los 3 � 4 (�y no incluya a Dal�, no sea grasa!) mejores pintores del siglo pasado. �Que Ud. es de esos que tiene colgado un cuadrito de Soldi? P�guese otro tiro. No. Pare. Antes vaya a google y con�zcalo de una vez. Vaya y venga. Bueno, �ya lo conoci�? Olvide el tiro por lo de Soldi. De ese demente genial hablamos entonces.

Y ojo que �sta no es una analog�a m�a tirada de los pelos. Los planos aqu� guardan el �ngulo propio de los cl�sicos encasillamientos baconianos y hasta incluyen la famosa lamparita que siempre vemos en los tr�pticos donde, con trazos gruesos y con borrones fantasmag�ricos, se deformaba a s� mismo, a los bambinos que se ?pasaba a bodega? y a alg�n que otro pintor, como Lucian Freud, por ejemplo. Vean si no me creen c�mo escena a escena se va desfigurando la cara de Cassel, c�mo sus ojos, p�mulos, mejillas y labios van adquiriendo el car�cter esperp�ntico que tienen las figuras en las pinturas de Bacon.

El latido de mi coraz�n (2005, Jacques Audiard)

Por el depurado tratamiento del sonido y la atenci�n que este director presta a lo que vemos y o�mos en sus pel�culas, al cine de Audiard podr�amos clasificarlo como ?cine de los sentidos?. En Lee mis labios, filme centrado en las desventuras de una sordita atribulada que gan� el premio C�sar al mejor sonido, nosotros, cuando ella se quitaba los aud�fonos para huir de ese contexto opresivo, escuch�bamos ?como ella? y nos qued�bamos aislados ah�, acompa��ndola. En El latido de mi coraz�n, su �ltima pel�cula, tambi�n explota al m�ximo este recurso y es de ese modo en que vivimos en carne propia los bruscos pasajes de Thomas, un hombre en el que conviven al un�sono y sin conflicto alguno ?los conflictos vendr�n por otro lado, como se ver�? el placer por la m�sica electr�nica y la m�sica cl�sica. Cine de polaridades, como se ve, y como hemos visto en su pel�cula anterior, la filmograf�a de Audiard transita sin escalas de la oficina a los bajos fondos, del pub nocturno a la sala de conciertos, de la furia tan propia del ?ser occidental? a la templanza oriental, de la tocata en mi menor de Bach a Tiesto o Paul Oakenfold, baluartes de la m�sica electr�nica seg�n me apunta un entendido. Y esto se mantiene incluso hasta en los cr�ditos de esta pel�cula, en los cuales como m�sica de fondo escuchamos primero, m�sica cl�sica y luego pop.

Thomas, quien ha abandonado su carrera de concertista, ahora trabaja en el negocio inmobiliario cometiendo cualquier tipo de atropello si tal ?altruista ocupaci�n? lo requiere. Un d�a, transitando con su auto, se encuentra con quien a�os antes fuera el agente de su madre, una concertista de piano reconocida. Ese encuentro azaroso ?como el que ocurre al final, pero en sentido inverso? reabrir� una herida que en �l nunca ha cicatrizado: la que ha dejado la muerte de su madre. Desde ese momento, y gracias a la ayuda de una chinita servicial ?que a �l le sirve de gu�a y control, y a nosotros como un referente fuerte de la piedad filial, uno de los temas de la pel�cula?, tratar� de hacer el duelo y retomar� as� el siempre tortuoso ejercicio de las escalas y la pr�ctica de piezas c�lebres. As� contado, hasta ah� todo va m�s o menos bien. El tema se empioja cuando, a poco de comenzada la pel�cula, uno percibe que el pobre Thomas no s�lo tiene esa cuenta pendiente con su madre, sino que tambi�n guarda otra con ?el que te dije?, su padre, un pobre tipo due�o de un bar de morondanga que, a diferencia de la madre quien lo instaba a abrazar el mundo del arte, lo empuja a cometer alg�n que otro delito. Tenemos entonces, y retratado en paralelo para resaltar la tensi�n, a Romain Duris, un actor soberbio e histri�nico pero no por ello menos eficaz, que est� tironeado por dos legados antit�ticos, el materno y el paterno. Por ello, como condensaci�n de aquello que nos constituye y de lo cual no sabemos c�mo demonios desembarazarnos, como en espejo aparecer�n dos escenas que a simple vista parecen una nimiedad pero son la cifra de un conflicto nodal: en una, para desalojar a un pu�ado de inquilinos el protagonista desembolsar� ratas, mientras que en otra, har� lo propio pero con los casetes que escond�an las conmovedoras grabaciones de su madre.

El latido de mi coraz�n est� montada sobre un gui�n perfecto y en el retrato de este tironeo perpetuo entre los dos mandatos en que se ve involucrado el protagonista mantiene un ritmo extraordinario hasta el final. Pero justamente en el final es donde por un instante, s�lo por un instante, al director ?se le escapa la tortuga? en una escena de por s� inveros�mil (Audiard, �desde cu�ndo una concertista que se prepara de 6 a 8 meses para tocar una pieza, aguantando el f�o, el calor, tocando en chancletas y con ruleros, a las 7 de la ma�ana o a las 12 de la noche, justo ah�, en el momento c�lmine luego de haber pasado por esa tortura tiene tiempo para mirar al auditorio y hacerle una caidita de ojos a su pareja?; se te perdona porque todo lo dem�s es impecable) y, leyendo entre l�neas, termina con una moralina cercana a Hollywood. Pero ello poco importa porque la pel�cula es excelente, incluso con estos deslices.

Para cerrar recordemos que El latido de mi coraz�n es una remake de Fingers (1978, James Toback), un filme protagonizado por Harvey Keitel que ahora se ha vuelto medio de culto. Y lo recordamos no porque �sta, la francesa, haya tenido m�s �xito que aqu�lla o porque incluso la supere en m�s de un sentido, sino m�s bien porque en la obra de Audiard las manos tendr�n un rol protag�nico (y no me venga con que fingers en castellano equivale a ?dedos? y no a ?manos? porque la argumentaci�n se me viene al carajo, �quiere?, haga de cuenta que no sabe ingl�s y s�game la corriente que va a ver que llegamos a algo). Ellas son una de las tantas muestras palpables de esa tensi�n que corroe el alma del protagonista. Por ello ser�n innumerables los planos detalle en que est�n involucradas, bien ejecutando una pieza, bien ensangrentadas luego de cometer un atraco, bien acariciando a su amante luego de hacer el amor, etc.

Pero, las manos en el mundo de Audiard son algo m�s. Ya obsesivamente hab�a reparado en ellas en Lee mis labios. Este director, a pesar de que se centre en conflictos psicol�gicos y consiga meternos de lleno en la psicolog�a de sus personajes, entre otros recursos con c�mara en mano y con planos muy cerrados, no pierde de vista lo concreto, lo material, aquello perceptible solo por los sentidos. Aqu� las manos m�s que ser art�fices del destino del protagonista, son la muda evidencia de nuestro destino que reposa en el propio cuerpo, son huellas indelebles de nuestro desventurado acontecer. Parafraseando un verso de Juarroz, recordemos que ?hay huellas que son m�s mano que la mano?. Y en �sas repara Audiard. �Qui�n iba a decir que este director, tan obsesionado con los meandros de nuestra psiquis, era finalmente un materialista?

Las manos. Uno piensa en ellas y no puede menos que pensar en el Bresson de Pickpocket, en Rodin y las manoplas que se robaron justo aqu� en Buenos Aires y en las que ha tallado en infinidad de esculturas, en Rimbaud y su c�lebre: ?la mano en la pluma equivale a la mano en el arado. ?�Qu� siglo de manos!? Yo jam�s tendr� una mano?. Pero �eh, pucha, cineastas, escultores, poetas, pero todos franceses! �Qu� pasa con los franchutes y las manos? No tengo la menor idea y ahora no voy a resolverlo. Tema para una monograf�a. P�ngase a trabajar Ud., che.

Ya que plagiaba al gran Juarroz, cuya obra con justicia fue recientemente reeditada, cerremos con unos versos suyos de su primera Poes�a vertical referidos a esto mismo sobre lo que venimos hablando, las manoplas:

40.

Las manos tambi�n nos enga�an.

La verdad es que no tenemos manos

y por eso lo perdemos todo,

una piedra o la vida.

No tenemos manos.

Y los ambiguos antecedentes de Dios

no alcanzan de ninguna manera

para tapar este mu��n flotante en el cual desembocamos

y en el cual tal vez todo desemboque.

Roberto Juarroz

Eso s�, no se olvide de reparar con suma atenci�n en las manitos del protagonista. Por algo Audiard vuelve a ellas una y otra, y otra, y otra vez. S�galas. No hace falta ver mucho m�s. S�lo ellas nos marcan su destino.

Hern�n Sassi

Francis Bacon - Sleeping figure, 1974

Francis Bacon - Sleeping figure, 1974

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Im�genes de ilustraci�n:

Margen inferior: Francis Bacon, Portrait of George Dyer Talking (detalle)