el interpretador narrativa

 

Ayer murió papá

Ariel Bermani

 

 

 

 

Para Roberto Salvador Bermani, mi papá.

 

“...y pienso que así como los padres terminan haciendo en última instancia, necesaria y estrictamente lo que pueden por sus hijos, a la larga los hijos terminan haciendo también estricta y necesariamente lo que pueden por sus padres”
Elvio E. Gandolfo

“Ahora me doy cuenta de que debo de haber sido un mal hijo. O si no exactamente malo, al menos decepcionante, una fuente de confusión y tristeza. No parecía lógico que a un hombre como él le saliera un hijo poeta...”
Paul Auster

 

24/11/04

1.

Ayer murió papá. La operación, según los médicos, había salido bien, pero cuando lo llevaron a terapia tuvo un paro cardíaco. Eran las nueve y diez de la noche del martes 23 de noviembre.

El cuerpo sin vida de mi padre no me causó una impresión desagradable. Al contrario, verlo así, en esa cama de hospital, sereno, dormido, me dio sosiego. No está muerto, está descansado, pensé. Apreté sus manos y lo besé en la frente.

 

2.

No está muerto. Sé que lo lloramos durante muchas horas y también sé que en el crematorio municipal su cuerpo se convirtió en cenizas. Pero no está muerto. Lo veo, ahora: su bigote –ancho, largo, grueso-, sus patillas, la cara bien afeitada.

 

25/11/04

3.

Escucho a Gardel en la computadora porque no tengo a Julio Sosa en cd. Gardel le gusta, a papá, pero más le gustaba al abuelo. Al otro Roberto. A papá le gustan la voz, la modulación –siempre dice que un cantor debe comunicar, interpretar- y el estilo de Julio Sosa. Que se murió joven en un accidente de autos. Manejaba borracho y se llevó por delante un árbol. Papá fue al velorio, junto con otras miles de personas.

 

4.

No puedo hablar de él en pasado. Estuve en la clínica cuando su corazón se detuvo, lo vi en el cajón, lo acompañé, lo acompañamos, al crematorio. Pero no puedo hablar de él en pasado. A Roberto Salvador le gustan el tango –en especial Julio Sosa, pero también Gardel, por supuesto-, el folklore –en especial Cafrune, pero también Yupanqui, claro- y tomar los mates calientes y dulces que le ceba mi mamá.

 

5.

Recién, hace un minuto o dos, tuve que interrumpir mi escritura porque sonó el teléfono y alguien, un amiga, me preguntó cómo estaba papá. Ella sabía que iban a operarlo el martes y quería noticias frescas de la operación y la mejoría. Quería, supongo, que yo le dijera: bien, está bien, lo pasaron a una sala. Estuve a punto de decirle eso, pero no pude, no me salieron las palabras. Le dije: ahora no puedo hablar, dame unos días. Y ella insistió: ¿pero cómo está?, ¿está bien?

No soporto tener que convivir con la certeza de su muerte.

 

6.

Es raro lo que me pasa. Pienso en él, y mucho, lo tengo más presente que antes de la noche del martes. Pero también me preocupa no poder leer mis correos electrónicos. Quise bajarlos, ya probé tres veces pero, aparentemente, el servidor de internet no funciona. Me da ansiedad imaginar que debe haber en mi cuenta de correo unos cuantos mensajes que ahora no puedo leer. ¿Habrá un mail de él?, ¿es eso lo que espero?; ¿abrir mi correo electrónico y encontrarme con un mensaje de papá cuyo título podría ser “Vengan el domingo a comer asado” y cuya fecha sea la fecha de hoy, jueves 25 de noviembre de 2004? Pero es imposible que eso ocurra. El no tiene una buena relación con la informática y mucho menos con internet. Y menos todavía con la palabra escrita. Siempre le costó escribir.

Además él nunca nos invita a su casa, es mamá la que se ocupa de eso. Él hace de cuenta que acepta lo que nosotros decidamos: ir o no ir. Pero si vamos habrá vino, helado, asado y mate y, tal vez, una picada de salamín, jamón y queso.

 

7.

“Vuelvo vencido a la casita de mis viejos / cada cosa es un recuerdo que se agita en mi memoria”. De Cobian y Cadícamo, en la versión de Julio Sosa, pero el que canta es papá.

 

26/11/04

8.

Anoche, mientras nos bañábamos juntos, mi hijo y yo hablamos de lo que pasó con el abuelo. Le dije que desde el cielo él nos veía y que iba a cuidarnos siempre. Mi hijo quiso saber más cosas del cielo. Me hizo estas preguntas: ¿cómo es el cielo? ¿Por qué no podemos visitar a la gente que está ahí? ¿No vamos a volver a ver al abuelo?

Traté de explicarle que iba a verlo cada vez que cerrara los ojos. Y me dijo que cuando se acostara iba a soñar con él.

 

9.

Me olvido, de a ratos, de lo que pasó. Pienso en otras cosas. Escucho música –sobre todo su música-, pero no me animo a salir a la calle. Entre la noche del martes y la mañana de viernes la vida de todos nosotros cambió. Me refiero a mi mamá, a mis hermanas y a mí. Los nietos, los sobrinos, mi mujer y los demás miembros de la familia, supongo, lo sienten distinto. Piensan, creo, en el padre que tienen o perdieron o en mi propio padre, pero lo ven como un hombre de 63 años que acaba de morir, un hombre con el que compartieron proyectos, momentos, infancia, cenas. Para mí es distinto. No sé cómo explicarlo, y tampoco sé si tengo ganas de explicarlo.

 

27/11/04

10.

A partir del lunes voy a volver a la vida de antes. El Instituto, los libros, mi propia literatura, pero ahora necesito que este fin de semana dure más de dos días. No quiero ver a nadie. Quiero dedicárselo a él. Hablar con papá de algunas cosas del pasado y, también, por supuesto, conversar sobre el futuro que se nos viene encima, un futuro lleno de dudas y certezas.

 

11.

La tristeza es el corazón que piensa, escribió Discépolo. O lo dijo. Lo puso en algún tango o lo anduvo comentando por ahí, moviendo las manos al hablar, flaco como papá en las épocas que trabajaba en la panadería del abuelo y se encontraba con su amigo Horacio para ir al cine tres veces por semana o ir a bailar a un lugar que se llamaba “Mi club”, en Banfield o tomar gancia en algún boliche de Bernal. Flacos y narigones, papá y Discépolo.

Mi tristeza piensa, recuerda, inventa, reflexiona. Me vienen imágenes de él pero en fotos de principios de los sesenta, cuando todavía estaba soltero o ya noviaba con mamá. Era empleada en la panadería, mamá. Ella tenía 14 años y él 21. Ahora ella tiene 57 y él 63. Toda la vida juntos. No sé cuántos años son, tendría que usar la calculadora o hacer cuentas con los dedos pero no quiero interrumpir este aluvión de palabras que me acarician las manos y me hacen arder los ojos.

 

12.

Escucho unos cassettes grabados por él. Le gusta mezclar a Goyeneche, Pugliese, Los Chalchaleros, Horacio Molina, Cafrune y la negra Sosa. Y que también estén Yupanqui y Zitarrosa.

¿Cuántos cds tiene papá? Supongo que doscientos o mil. Todos ubicados en porta-cds, ordenados por género y autor. La mayoría, tango. Mucho folklore, también. Casi nada de música clásica, algo de jazz, nada de rock y un poco de música latinoamericana y psicobolche. Pero él de zurdo no tiene nada, al contrario. Es gorila, sobre todo. Ese gorilismo heredado del otro Roberto, su padre, mi abuelo, que padeció en su panadería las huelgas de los trabajadores peronistas. Esos discos, Inti Illimani, Qilapayún, Victor Jara, Violeta Parra, Silvio Rodríguez, constituyen una especie de herencia al revés. Así como yo me apropié de sus tangos él incorporó algo de la música que yo escuchaba a principios de los ochenta, en pleno resurgir democrático.

 

13.

Conozco las versiones del noviazgo con mamá, los primeros años de casados, mi nacimiento, el nacimiento de mi hermana, las mudanzas, la casa propia, su trabajo de chofer de colectivo –se fundió en la panadería y mi tío lo ubicó en la empresa y empezó a pasar días y noches manejando-. El nacimiento de mi otra hermana. Pero también, es inevitable, recupero imágenes y olores de la casa: la humedad, la puerta de mi pieza, que había que sacar por completo para entrar y después había que volver a ponerla en su sitio; los kilos engordados por mamá, que llegó a pesar más de cien y que parecía vieja a los treinta y tres años; los ataques de ira de papá, que estaba poco con nosotros y se enojaba si mamá había salido de casa temprano –a visitar a su propia madre, a sus hermanas- y no había vuelto todavía para poner la mesa, servir la comida y preparar, después, el mate.

 

14.

“Y si alguna vez me olvidé, las estrellas de la esquina de la casa de mi vieja me dijeron gordo, quedate aquí, quedate aquí”. Lo dice Troilo. También lo repite papá. Sabe de memoria frases célebres de tangueros y letras y suele acordarse de las épocas en que su padre, bandoneonista y panadero, recibía las visitas del colorado De Angelis y otros músicos de la época y tocaban hasta tarde, ahí en el fondo de la panadería, y circulaban las anécdotas, las versiones, los vasos con vino y los tangos.

 

28/11/04

15.

Diferencias entre él y yo.

1. La relación con el trabajo y con el dinero. Él ha llegado a trabajar un promedio de veinte horas diarias. Y sacaba dinero de las piedras, si era necesario. Yo nunca trabajé más de cinco horas por día. El dinero y yo casi no nos conocemos, somos dos extraños.

2. La curiosidad práctica. Arregló enchufes, levantó paredes, volteó paredes, desarmó su propio auto. A mí, si alguno de mis conocidos me ve con un destornillador, lo primero que dice es dejá eso, Ary, que te vas a sacar un ojo.

3. El gusto por los autos y la mecánica. Manejar le daba sosiego, adoraba los coches. Yo nunca aprendí a manejar. No puedo diferenciar el acelerador del embrague.

4. Los libros. Casi no leía. Le costaba retener imágenes y conceptos. Le asombraba que yo acumulara y leyera libros de una manera casi compulsiva. Pero en el fondo eso le gustaba y lo hacía sentirse orgulloso de mí.

 

16.

Mañana tendré que volver a la calle, al trabajo. Anoche, en medio de un ataque de tristeza, me afeité. Necesitaba cambiar de aspecto. Ver mi cara completa en el espejo.

Hoy almorcé con mamá y mis hermanas, estuvimos hablando de las cuestiones por resolver: vender el coche, tramitar la pensión de mamá, dar de baja las tarjetas de crédito.

La urna con las cenizas quedó en la casa de una de mis tías. Todavía no decidimos dónde esparcirlas.

 

17.

El martes a las dos y media de la tarde llegué al Sanatorio Burzaco. La operación estaba programada para las tres. Él quería verme antes de entrar al quirófano. Al mediodía lo habían visitado en terapia mamá y mis hermanas.

Las enfermeras lo afeitaron de la cintura para abajo. Me mostró sus piernas blancas. Hicimos bromas, hablamos de la recuperación -lenta, dolorosa-, de Independiente, de mi hijo. Me dijo que se había comprado dos pijamas. Le dije que renunció Bertoni.

 

18.

Es tarde ya, necesito dormir. Tengo tantas imágenes de papá en mí que no puedo pensarlo ausente, muerto. Lo veo caminando con dificultad en los últimos tiempos, porque la sangre le circulaba mal por las arterias de las piernas. Lo veo a mi lado la tarde en que ganamos, con Brown, el pentagonal en Paraná. Lo veo sintonizando la radio con que nos enterábamos de las novedades de Malvinas mientras hacíamos la mezcla y pegábamos los ladrillos del futuro galpón de casa. Lo veo, la cara roja de ira, en aquellas discusiones políticas que teníamos en la época en que él era alfonsinista y yo trosco. Lo veo saludando desde el colectivo. Barriendo el colectivo. Manejando el colectivo por la avenida Monteverde. Lo veo dando vuelta la carne en la parrilla. Cambiando la música en el equipo. Poniendo el coche en marcha. Corriendo conmigo en la popular porque los policías tiraban gases lacrimógenos. Mandándome plata con un chofer de la empresa –un billete de cien disimulado en un sobre lleno de papeles en blanco-. Lo veo obligándome a cortarme el pelo unos días antes de la navidad del 86. Lo veo burlándose de mamá, diciendo que ella tenía el cerebro virgen. Lo veo llorando cuando mamá tuvo el infarto. Lo veo fumando sus atados de 43/70. Lo veo, lo escucho, lo espío, lo critico, lo olvido, lo visito, lo amo, lo peleo, le doy la razón, lo cuestiono, le cuento algunas pocas novedades de mi vida, lo extraño, lo acompaño a pescar, lo despierto cuando se queda dormido en la silla, le hablo de libros, de películas, de discos; me habla del abuelo, de la noche en que nací, de mis primeros años -en Lanús, en Adrogué-. Lo veo, envejecido, cariñoso con mamá y con los nietos, buscando protección luego del accidente y las operaciones. Lo veo llorando la muerte de su madre. Lo veo lleno de alegría cuando nació mi hijo. Jugando conmigo en la arena en Mar del Plata, conversando con mis hermanas, tomando vino, escuchando las discusiones filosóficas entre una de mis hermanas y yo. Lo veo así: pantalón de vestir, camisa de mangas largas, la cara bien afeitada, el bigote, las patillas, las manos en los bolsillos. Está mirándome, sonríe. No vamos a abrazarnos porque los dos somos orgullosos y contenidos. No puedo decirle lo que siento por él, me da vergüenza.

 

19.

Ahora voy a olvidarlo por un rato, quiero cerrar la puerta, apagar la luz, meterme, desnudo, en la cama. Que descanses, papá, estamos en paz.

 

 

24-28 de noviembre de 2004.

 

©Ariel Bermani

 

 
 
el interpretador acerca del autor
 
                       

Ariel Bermani

Provincia de Buenos Aires, 1967.

Publicó un cuento en la revista V de Vian, en diciembre de 1995, otro en la antología Buenos Aires no duerme, editada por el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, en 1997. Un artículo en el número 7 de Dialéktica, en septiembre de 1995 y otro en el único número de Bajomundo, en julio de 1997. Un cuento en La selección argentina, una antología de narradores argentinos que publicó la editorial Tusquest en el 2000. Y dos textos en la web: un poema en la revista Los Noveles, en julio de 2003, y una novela corta, Mercado, en Letralia, en septiembre de 2003. Recibió la Segunda mención en el Premio Clarín de Novela 2003 por su novela Leer y escribir, que será editada por Interzona Editora. Publicó también cuentos, artículos y poemas en Anélidos y Algoritmos, Mankato y La Bizca, revistas que codirigió. Editó durante 2002 y 2003 un correo literario semanal que se distribuyó por email, Kordon. Tiene una novela y un libro de cuentos inéditos: Veneno, se titula la novela; Pelear, el libro de cuentos.

 

Publicaciones en el interpretador:

Número 5: agosto 2004 - Adrogué (narrativa)

Número 6: septiembre 2004 - Cervezas tibias (narrativa)

Número 6: septiembre 2004 - Tres poemas

Número 7: octubre 2004 - Cadáveres (narrativa)

   
   
   
   
 
 
 
 
 
 
Dirección y diseño: Juan Diego Incardona
Consejo editorial: Inés de Mendonça, Marina Kogan, Juan Pablo Lafosse
Corrección: Sebastián Hernaiz
 

Imágenes de ilustración:

Margen inferior: Francisco de Goya, Winter (aka The Snowstorm) (detalle).