-Ahora que lo decís, bueno, sí.
-Qué.
-Lo pensé. Hace tiempo, pero lo pensé.
-¿Y?
-Eso.
-Lo pensaste.
-Sí.
-¿Y qué fué lo que sentiste?
-Un cagazo bárbaro.
-Da pánico, ¿no?
-Sí.
-Pensaste que podías quedarte solo.
-Pensé que podía hacerme viejo y no tener nunca una mujer.
-Pero nada.
-Pero nada. Conseguís una, al tiempo curtís con otra, y las demás vienen solas. Después aparece una que te gusta.
-Te huelen. Si olés a hembra, bueno, te quieren probar. Por vanidad. Para saber...
-¿Hay algo para tomar?
-...qué es lo que las otras buscan en vos, se hacen toda la película.
-Y para cagarse entre ellas, no te olvidés de eso. Especialmente si son amigas.
-¿Querés mate o querés café?
-Quiero cerveza.
-Tengo dos o tres, pero deben estar tibias. Las puse en la heladera al mediodía. Fijate.
-Después.
-Andá. Ponelas en el congelador.
-Hacelo vos. Es tu casa.
-Yo te autorizo.
-No me gustaría cruzarme con nadie de tu familia. Mucho menos con tu vieja.
-Te quiere, mi vieja.
-Yo también, pero...
-Pero qué.
-No tengo ganas de andar respondiendo preguntas personales. No sé si entendés.
-Está bien. Ahora voy.
-Fijate si hay algo sólido. Un tomate, un pedazo de queso, un pan, algo así.
-Deben quedar algunas porciones de pizza.
-¿La hizo tu vieja o la compraron?
-Es comprada.
-No la calientes. Me encanta la pizza fría.
-Escuchame.
-Te escucho.
-Yo no soy tu mujer, ¿me entendés? Que la pizza fría, que la cerveza... ¿No querés que te la chupe, también?
-No, gracias, ya me la chuparon hoy. A la mañana.
-A mí no me la chupan.
-¿Por?
-Le da asco. Siempre discutimos por eso.
-Yo pensé, durante un tiempo, que nunca iba a tener una mujer.
-¿Así que lo pensaste?
-Sí.
-Lo de quedarte solo.
-Ah.
-Es muy jodido, realmente. Tenés dieciocho y no pasa nada, pero tenés veinticinco, treinta y uno y te trabaja el coco. Sos capaz de meterte en un baile del que no salís más.
-No entiendo.
-Claro. Que te revolcás con el primer loro que aparece y, como si eso fuera poco, la embarazás. Imagináte: la mina está más sola que vos, años de estar sola, y vos le ponés un dedo encima, loco, y se embaraza. Cagaste.
-Me parece que se te va un poco la mano.
-Es así. Conozco algunos casos.
-No me asustes con atrocidades para que se me vaya el hambre. Sueño con esas porciones frías. Y con una cervecita.
-No creo que estén bien frías.
-¿Las porciones?
-Las cervezas.
-Y fijate.
-Ya.
-¿Tenés un cigarrillo?
-Sabés que no fumo.
-Pero tu vieja...
-Pará de manguear. Sos una máquina.
-Estoy ansioso.
-¿Estás con la regla?
-No puedo quedarme quieto, no puedo quedarme callado, no puedo parar. Necesito masticar.
-¿Hace mucho que no comés?
-Al mediodía me hice un sanguche de salchichón primavera y quesito.
-Vos si que tenés un paladar refinado.
-No jodas, Caballo.
-A ver, ¿cuál es el motivo...
-¿La ansiedad?
-...de la ansiedad?
-Es mi chica.
-¿Qué pasa con tu chica?
-Se atrasa.
-¿Lleva muchos meses de atraso?, ¿le crece la pancita?
-Forro. Caballo, sos un forro. Me gustaría verte a vos en mi situación.
-Ya estuve, tres veces.
-¿Con La Yegua?
-No, con una anterior. La Mulita, se llamaba.
-¿Abortaron?
-No.
-¿Los tuvo?
-Tampoco.
-¿Y entonces?
-A veces las minas te prueban. Se atrasan porque, en realidad, fantasean quedar embarazadas. Hay casos...
-Pero...
-...de minas que pasaron meses y meses, con todos los síntomas...
-...la mía es...
-...y nada...
-...muy regular.
-Embarazo psicológico, le dicen.
-Nunca nos había pasado.
-No te calentés. Comprále una de esas cosas para la menstruación.
-¿Y el cigarrillo?
-No fumo.
-¿No tendrá tu vieja?
-Ahí voy.
-No puedo quedarme quieto.
-Hacé flexiones. Mirá, así: uno, dos, tres, y el otro brazo: uno dos, tres.
-No, dejame.
-Si no te gusta, colgate del ropero.
-Se me parte la cabeza.
-¿Cuánto lleva sin sangrar?
-Casi dos meses.
-No es nada. De peores he salido. Con esa, La Mulita, cada mes era una tortura. Tomaba pastillas, viste. Por lo menos eso decía. Al tiempo me entero que me quería enganchar. Mierda de pastillas. Buscaba preñarse. La última vez quedó, viste, ¿me oís?
-Sí.
-Bueno, lloraba. Que nos casemos y todo el chamuyo. Yo me la comí. Dije, me dije, fuiste Caballo, te pusieron herraduras, montura y bridas. Dos meses, tres meses, empezamos a vivir juntos, fui al registro civil a pedir fecha, fui a la iglesia, hablé con un cura. Y crác, La Mulita, una mañana, se metió al baño y el crío se le murió mientras hacía fuerza en el inodoro.
-Que asco.
-Después, ese día, le dió un ataque de nervios y me contó que nunca en su putísima vida había tomado pastillas. Entonces busqué una de esas bolsas de consorcio, la llené con mi ropa, mi música, mis libros...
-¿Qué le dijiste?
-...llené la bolsa y la miré fijo (ella bajó los ojos), y nada, no se me ocurrió nada, pobre mina. En la calle, el sol te partía el cráneo. Entré en un bar y pedí una cerveza bien fría. El mozo se debe haber dado cuenta que yo estaba destruido porque me trajo la cerveza más helada y más rica de toda mi vida. Me quedé como dos horas, mirando por la ventana, llorando. Lo peor, sabés qué es lo peor, lo que no puedo soportar: yo los quería, la quería a ella y lo quería al crío.
-La hubieras perdonado.
-Voy a buscar tu cigarrillo. Y de paso...
-Yo la hubiera perdonado.
-Al tiempo, me contaron, consiguió un gil que cayó en la trampa.
-¿Tuvo un pibe?
-Dos. Un día la vi, en un cine. Yo salía, con La Yegua, y ella entraba, con el gil.
-¿Y?
-Mejor no recordarlo. ¿Qué pasa con las mujeres? Arruinada, estaba. Es más chica que yo y parecía, parecía tipo diez años más grande.
-Dios.
-No sé cómo llegamos hasta acá. Hacía rato que no me acordaba de eso.
-Fue por...
-Sí, tu atraso.
-Dos meses es un tocazo de tiempo.
-No pasa nada.
-No me levantaste el ánimo, con tu historia. ¿Vos creés que ella quiso embarazarse para engancharme?
-De ninguna manera. Yo creo que tu chica ni siquiera está embarazada.
-¿Y por qué no le viene?
-Por la cabeza. Debe haber algo que le preocupa mucho, muchísimo. No sé, el laburo, la familia...
-Yo.
-¿Vos?
-Yo. Dice que no me ocupo, que no le doy bola.
-Todas dicen eso.
-Tiene razón. Estoy más pendiente de Racing que de ella.
-No ves que sos un amargo. Cualquiera que esté pendiente de Racing se muere de tristeza.
-Desde chiquito que soy así.
-Ocupate un poco de tu chica.
-No ves que me estoy ocupando. No paro. Estoy nervioso por ella.
-Por vos. Estás nervioso por vos. No querés que te metan en problemas.
-Sos un jodido, Caballo.
-Digo lo que pienso.
-No es por mí.
-La Mulita, que linda era.
-Es por ella, pobrecita.
-Ahora pienso en La Mulita y me dan ganas de verla, pedirle perdón por haberla dejado así, sentada en el piso, con la cabeza hundida en las rodillas.
-Estás enamorado de La Mulita.
-Estuve. Ahora apenas la recuerdo. Y no siempre. Salió de repente, hablando, hablando. Ella tenía miedo de ponerse vieja, tenía miedo de quedarse sola. Por eso los pibitos, por eso el gil. Deberías haber visto la cara del fulano. Parecía Larry, el de Los Tres Chiflados. Cara de Larry, tenía.
-Dios.
-Las minas se gastan más rápido.
-No todas.
-Obvio.
-Algunas no se gastan tan rápido.
-Obvio. Algunas tienen cincuenta y están lindas, son agradables. La mayoría, digo. Como son bichos prácticos, terminan arruinadas por la realidad. Sobredosis de realidad. La vida cotidiana las vuelve previsibles, previsoras, sabias. Pierden altura, pierden el aura.
-A muchos tipos les pasa lo mismo, digo que se gastan rápido.
-Sí, claro. Pero yo no pienso en los tipos. El objeto de todas mis reflexiones...
Sos un filósofo, Caballo...
...es...
-La Mulita...
-...y también La Yegua, tu chica, todas.
-¿Te gustan todas?
-No es eso.
-La mía no menstrúa.
-Voy a buscar las cervezas.
-Hace horas que decís eso, Caballo.
-Loco, oíme...
-Sabés que tengo hambre, que tengo sed, que a mi chica no le viene (estoy hecho pelota) y vos, en lugar de darme una mano...
-Pará de quejarte.
-...me contás historias horribles.
-Vení, sentate acá que te hago unas caricias.
-Salí. No me toqués.
-Lindo.
-Salí.
-Me puse a pensar en las cosas que se terminan. Creo que ya me deprimí. Ahora que hablamos de La Mulita se me vinieron encima unas cuantas mujeres (todas mis mujeres).
-Con cerveza es más fácil, Caballito...
-Mis chicas. Me acuerdo del pelo de una (la forma en que se lo ataba hacia arriba).
-¿Cómo se lo ataba?
-Para arriba. Así, mirá. El pelo grueso, tenía: corto (hasta los hombros), ondulado, imposible de peinar. Por eso lo recogía con un broche. Dormía con el cenicero abajo de la cama. Se despertaba a la madrugada y se fumaba un faso. La piecita tenía una baranda insoportable. Puchos, le decía yo. No paraba de fumar.
-Conocí un pibe que prendía un cigarrillo con otro cigarrillo. Se gastaba uno y empezaba el siguiente.
-Los dientes amarillos tenía, el aliento a faso, los dedos con olor a nicotina. Feo en una mina. En un tipo también. Pero más en una mina. Porque le saca sensualidad. Vos le encajás un beso y te queda la boca con gusto a Marlboro.
-Tirame la almohada.
-Hubo otra, loquísima, que se acostaba con cualquiera. Con el primero que aparecía. Nunca se cansaba de coger.
-¿Era linda?
-Era horrible. Narigona, sin tetas, sumamente flaca. Me duró dos semanas.
-Pero te gustaba...
-Para nada. Me daba asco.
-Y...
-Yo estaba de última. Fue por necesidad, viste. No te podés imaginar cómo levantaba esa loca. Andaba con muchos tipos a la vez.
-Alcanzame la frazada.
-Vas a tomar frío.
-Siempre me acuesto en el piso.
-Te va a hacer mal a los riñones. Mi tía se murió por acostarse en el piso a ver tele. Se jodió los riñones. Vos no me tomás en serio. Lo digo por tu bien.
-Sí, señor.
-Jodete.
-Parecés mi vieja.
-¿En qué estaba?
-La fea.
-Levantaba, la narigona. Los tipos agarraban viaje. Yo mismo agarré viaje. Somos suicidas.
-¿Qué pasó con ella?
-Muerta.
-¿De Sida?
-De un camión. La pisó un camión, pobrecita. Cruzando la avenida ésa...¿cómo se llama? La que está cerca de Aeroparque.
-La Lugones.
-Sí. Es imposible de cruzar. No tiene semáforos. Y los coches pasan todo el tiempo.
-¿Por qué no cambiamos de tema?
-No puedo acordarme del nombre. Es una negación que tengo, viste. Tampoco me acuerdo bien de la cara. Fue la más fea de todas. Lejos la más fea. Pero tuve mejores, claro. De La Mulita ya te hablé. Era hermosa.
-¿Era rubia?
-Rubia. Corpulenta. Con músculos.
-¿No sería un travesti?
-Piernas gruesas, labios gruesos, enorme.
-Era un tipo.
-Y qué dulce. Yo la miraba y se me volaba la peluca.
-¿Qué peluca?
-Es una forma de decir. A ver sí me entendés: se me levantaba la tapa del cráneo. Me temblaban las rodillas.
-Nunca me pasó.
-¿Nunca una mina te movió el piso?
-Ni siquiera ésta. Y mucho menos desde que no menstrúa. Además, te confieso, no puedo hablar de mujeres con el estómago vacío.
-Caminaba así, moviendo todo pero en forma delicada, muy fina. Con gracia. Una mujer llena de redondeces. Y lampiña en la entrepierna.
-¿En serio?
-Le crecía poco. Nada. Ella se lo sacaba.
-Nunca vi una cosa así.
-Te lo recomiendo.
-Me gustan peludas, con bigotes.
-No entendés nada de mujeres.
-Me gusta morderles la pera y quedarme con pelitos en los dientes.
-Tendría que buscar las porciones de pizza antes que mi vieja se despierte. Cuando se levanta de la siesta come lo que sea. Dormir le da hambre.
-Traé las cervezas, de paso. Para bajar la pizza.
-Ya.
-Caballo.
-Qué.
-¿Y si está preñada?
-Serás padre.
-Me muero.
-¿Por qué te asusta tanto? Hay millones de tipos que son padres y ahí están, lo más contentos. A mí no me molestaría. Es más, el pibe que La Mulita perdió...
-Te la dejo. Quedate con ella.
-Una mujer no es como una plancha o como una heladera. Uno no puede andar pasando mujeres de mano en mano.
-Caballo.
-Qué.
-¿No la querrá Corti?
-Quién.
-César Corti, ese amigo tuyo. Por qué no le hablás. Si le va yo se la regalo: con hijo y todo.
-Yo no sé si le gustan embarazadas.
-¿Algún otro?, ¿no se te ocurre otro?
-Estás en pedo.
-Imposible. Nunca fuiste a buscar las malditas cervezas.
-Ahora. Y, de paso, traigo pizza.
-No la calientes.
-Ya me lo dijiste.
-Cuándo.
-En algún momento de esta larguísima tarde. Me dijiste que te encanta la pizza fría.
-Sí, me encanta la pizza fría.
-Ya me lo dijiste.
-No.
-Sí, me lo dijiste.
-Cuándo.
-Qué importa. Ya sabía que te gusta la pizza fría.
-Acá tirado me voy a quedar dormido. Y sin comer. Caballo.
-Me acuerdo, también, de Angelita.
-Caballo.
-Qué.
-Nada.
-¿Te hablé de ella alguna vez?, ¿te hablé de Angelita?
-Comprendo mejor con la panza llena de alcohol.
-Supe, por amigos comunes, que todavía piensa en mí, que no se olvida. Yo pienso en ella (no sólo hoy, ahora). Me acuerdo. Es una historia de hace mucho, de cuando estábamos en el colegio. En el Centro de Estudiantes, la conocí. Era más chica que yo.
-Tenía doce.
-No, degenerado. Tenía quince o dieciséis.
-Yo salí con una de doce.
-Estaba en tercero, ella. En los primeros años del Alfonsinismo. ¿Te acordás de esa época?
-No.
-¿No te acordás?
-No. Se me borró. Lo único que guardo en mi cabeza de todos esos años es el culo de mi profesora de química. Estaba bárbara. Una vez, una mañana, la encaré. Y la invité.
-¿A salir?
-A cojer. Le dije: lo tuyo todo bien, flaca: la tabla periódica de Mendeleiev, las formulitas, claro, pero vos sos tan linda, tan hermosa, me volvés loco, mirá, le dije, tocándole el pelito, mirá, y le acaricié la mejilla, flaca: ¿por qué no cojemos?
-Bestia.
-Todavía me duele, el trompazo que me dio. Me aflojó un diente. Este diente. Tocá.
-Veinticuatro amonestaciones, en la segunda semana de clases.
-Bestia.
-Yo era un poco bruto, viste, Caballo. No sabía expresar mis sentimientos. Por suerte ahora cambié.
-Se nota.
-Ahora soy un caballero.
-A mi profesora de química le faltaban la mitad de los dientes y tenía aliento a cebolla. Se comía las cebollas crudas, como si fueran manzanas.
-Andá.
-Fuera de joda. Yo la vi. Apesteguía, se llamaba. Y no es chiste. La apestosa, le decíamos nosotros. Pero volviendo a Angelita, tengo que aclarar, de entrada, que nuestro romance fue muy breve y muy, cómo decirlo...
-Pasame otra frazada.
-¿No tenés calor?
-¿A vos que te parece?, si te pido una frazada...
-Claro.
-Esa.
-¿Esa?
-Sí.
-Está pringosa.
-Me encanta así.
-Mi vieja nunca lava, viste.
-Dame.
-Tomá. Atajala. Entonces, ¿en qué estábamos?
-Tu romance breve.
-Claro. Era dulce, ella, y pura. Una carita de ángel, un cuerpito. Por eso el nombre que le puse.
-¿No se llamaba Angela?
-No sé. Yo le decía Angel, o Angelita, del nombre no me acuerdo.
-¿Y por qué no Angelito?
- Dos semanas, duró. Cuando pienso en ella me viene la imagen de la marcha contra el Punto Final. Ahí empezamos a salir. Yo la tenía vista, la tenía marcada, pero recién en ese momento (me acuerdo bien, y pasaron más de diez años), en ese momento, entre todo aquel montón de gente marchando con banderas y cantitos, todo el quilombo de gritos, de bronca, de euforia, la encontré: el pelo suelto, largo, los pechos chiquitos, esa boca. Se puso contenta cuando me vió. Nos abrazamos. Ella estaba con la mami. Enseguida se apretó contra mí, pegándose a mi brazo. La madre, en un rato, se rajó: se fue con un tipo. Era ese modelo de cuarentona progresista, clase media, psiconálisis, profesional o casi (por lo menos, seguro, anduvo vagando por las facultades, cojiendo con futuros sociólogos), fanática de Serrat, bienpensante. Había muchos especímenes así, por aquella época.
-Y ahora también.
-Menos. Mucho menos. La recuerdo bien, a ella, a Angelita: así, agarrándome del brazo, apoyando la cabeza en mi hombro. A veces me vuelve ese olor, ese aroma de mujercita fresca, recién salida al mundo...
-A la guerra...
-A la guerra. Sí. A la guerra. Nos dimos unos besos antes que terminara la marcha. Después volvimos juntos. A Mármol. Me acuerdo el nombre de la calle. Es extraña la memoria, es una máquina rarísima. Tengo presente el nombre de una calle, Piedrabuena, pero no puedo saber el nombre de ella. Yo le puse Angelita, aunque nadie la llamó nunca de esa manera.
-Le hubieras puesto Piedrabuena, poeta.
-Vivía en una calle arbolada, de casas altas (familias con perros de raza, coches de raza, doméstica con habitación propia), veredas bien cuidadas, el pasto en su justa medida; ningún grito, ningún ruido: la paz absoluta de los que viven con una cuenta bancaria abultada.
-Noto cierto...
-Con preocupaciones tan...
-...rencor.
-...tan...
-Envidioso.
-Para nada.
-¿Entonces?
-Me encantan las chicas burguesas. Siempre bien vestidas, bien habladas...
-Bien histéricas.
-Llegamos a la casa y más besos, en la puerta. Yo quería entrar, imaginate. Pero éramos tan pendejos. Uno no sabe cómo manejarse, viste, cuando es chico.
- Y después tampoco.
-Igual llegué a mi rancho completamente felíz, levitando como un místico, como un monje.
-Y te pajeaste como un monje. Alguna vez, si no me de fiaca, voy a escribir un ensayo a favor de la paja.
-Masturbarse está bien, pero cojiendo se conoce gente.
-Y se la embaraza.
-Volvimos al tema de la chica que no menstrúa.
-No, por favor.
- Bueno, es así.
-¿Y Angelita?
-Claro, ahí estábamos. Al día siguiente la llamé. ¿Y sabés que le dije?
-No.
-Le pregunté si me seguía queriendo. Una boludez. Se enojó.
-No es para menos.
-Bueno, fuimos al cine.
-¿Te acordás qué vieron?
-Por supuesto. Hombre mirando al sudeste. A ella le fascinaba esa película. La había visto cuatro veces, en un mes. Una vez por semana.
-¿Y a vos te gustó?
-En ese momento me gustó. Una película para adolescentes. Ahora la odio, por las mismas razones que antes me fascinaba.
-No te entiendo.
-Hace diez años, doce años, esa idea de los artistas locos que enseñan a pensar me parecía transgresora, viste. Ahora me parece francamente estúpida, infantil. Angelita moría por esa imagen de Ramsés parado en el patio del loquero, con la vista fija en un punto, inmóvil. Pensando. En el cine Gran Adrogué, la vimos (un cine que, por supuesto, ya no existe). Agarraditos de las manos, ella y yo, diciéndonos palabras de amor en voz muy baja...
-¿El cine Gran Adrogué?
-Así es.
-Yo estuve ahí, alguna vez.
-Era un cine grandísimo, tipo el Gaumont.
-Sí, estuve, pero no era tan grande.
-Grandísimo. O, por lo menos, yo lo recuerdo...
-No sé cuándo mierda fuí pero...
-Eh.
-Hay ruidos.
-Qué.
-¿Se habrá levantado alguien?
-¿Qué hora será?
-No tengo idea. Esta pieza sin ventanas parece...
-Deben ser como las seis o más.
-Más.
-O las siete, siete y media.
-Mi vieja, debe ser. ¡Mamá!, ¡mamá!
-No grités.
-¡Mamá!
-Se me durmieron los pies, carajo.
-¡Mamá! Es sorda. Hay que gritarle al lado para que oiga.
-Tengo los pies dormidos.
-Sacate las zapatillas y mové los dedos. Así la sangre circula.
-Ay.
-Vení, estirá la pata.
-Duele.
-No seas maricón.
-Mové. Así.
-Dejá. Me duele.
-Hay ruidos. Mamá.
-No grités.
-Es sorda.
-¿Seguro que es tu vieja?
-¿A qué te referís?
-Digo, ¿no serán chorros?
-¿Chorros? ¿A esta hora?
-¿Eso qué tiene que ver? No hay una hora para el afano.
-Mamá.
-Andá. Fijáte.
-Andá vos.
-Es tu casa.
-Y qué. Yo te autorizo.
-Doña Gládys.
-Gloria, se llama.
-Doña Gloria.
-Mamá.
-Doña Gládys.
-Mamá.
-Doña Gládys.
-Gloria.
-Doña Gloria.
-Vení. Acompañame.
-Dame la mano. Ayudame que me levanto. Agarrame bien.
-No.
-¿Qué pasa? ¿Por qué me soltás?
-Sí, es mi vieja.
-Cómo sabés que es tu vieja.
-Por la tele. ¿Oís? Ella es medio sorda, viste, y cuando pone la tele la sube...
-Pedile las birras.
-...tanto que te parte la cabeza.
-Las birras, decile.
-Pobre vieja. No le queda mucho tiempo.
-Doña Gládys.
-Se va a morir.
-Ya se habrán enfriado.
-No sé cuánto más resistirá pero...
-Qué.
-En unos meses (o, como mucho, en unos años) se va a morir.
-¿Por qué?
-Tiene casi setenta.
-Y qué. Hay personas que...
-Está...
-Se bancan un...
-...hecha mierda.
-...un...
-Todo le funciona mal. Los oídos, las piernas, los ojos, la espalda.
-No seas jodido, Caballo, es tu vieja.
-Ya sé que es mi vieja. Justamente por eso me pongo tan sentimental cuando hablo de ella.
-Pero, ¿está enferma?
-La vejez es la peor de todas las enfermedades.
-¿Tiene alguna cosa grave?
-Ser viejo es estar grave.
-No exageres.
-Es así.
-No es para tanto.
-Yo, antes de llegar a viejo choto, me mato. Me vuelo la cabeza.
-No te creo.
-Qué no. Lo tengo pensado. Tipo a los sesenta, sesenta y pico, cuando no me responda el petiso, crác, se acabó.
-¿De verdad te matarías?
-Sí.
-Yo ni a palos. Aunque me corten las patas. Nunca se me pasaría por la cabeza...
-Me mataría.
-...nunca se me pasaría por...
-Está pensado. El día que no pueda caminar tres cuadras sin agitarme, sin...
-Estás loco, Caballo.
-¿Vos tenés idea de la vida que llevan los viejos?, ¿tenés, por lo menos, una vaga idea?, ¿la tenés?, ¿la tenés?
-Yo quiero vivir aunque sea encerrado, solo y cagadísimo de hambre. Igual.
-¿Para qué?
-Para saber qué pasa conmigo un día después, o tres meses después. Si seguís, bueno, algo puede llegar a pasar. Que una hembra de veinte se enamore de vos; que te encuentres una valija de cartón con montones de billetes apiladitos, cara sobre cara...
-O que la Academia gane un campeonato...
-...te la llevás por delante en la calle, una noche, y queda abierta a tus pies, con los billetes brillando, apretados...
-¿Y?, no te olvidés que sos viejo, en qué vas a gastar. Si chupás demasiado, o si te encamás con una pendeja o...
-...te arrodillás y cerrás la valija sin pensarlo, te la ponés abajo del sobaco y...
-¿Corrés?
-Caminás, como un ganador, sin apurarte, sin mirar para atrás. Entrás en un hotel. Cualquier hotel. Hay que pasar la noche, hacer planes...
-Me parece más sencillo que Racing gane un campeonato.
-No me cortes.
-Voy a buscar las cervezas.
-Ahora esperá. Oíme. Pedís comida. Dormís en el hotel. Salís fresco, a media mañana, recién bañado, tomás un taxi. A dónde lo llevo, dice el chofer. A un shopping, decís vos, abrazando la valija. A cualquier shopping.
-Y te morís de un infarto, tantas emociones fuertes...
-A gastar.
-El taxista se queda con toda la guita y deja tu cadáver sentado en un banco de plaza.
-Gasto. Me paso varios días así: hotel, taxi, shopping, cine, cancha de Racing, minas...
-¿Para qué lo de Racing?, dejá de lado las preocupaciones...
-Compro los mejores jugadores y...
-¿Cuánta guita encontrás, viejo?
-Miles de billetes, Caballo.
-Claro.
-Mi chofer me lleva por todos lados, yo voy metiendo la plata en distintos bancos, para que nadie se ponga cargoso con preguntas, uso distintos nombres (le pago a los mejores falsificadores de documentos) y ando por ahí con tarjetas, doy de baja a la valija de cartón, y bueno, cambio de hotel todos los días, o día por medio...
-Es una vida un poco nómade.
-Sí, me gusta, un amor en cada hotel, una identidad distinta en cada ciudad. Tengo mi propio avión, recorro el mundo.
-La valija te cambió la vida.
-Soy otro tipo.
-Sos un viejo. Choto. Rengo. Hecho pelota.
-De eso vivimos, Caballo. De sueños.
-A veces me gustaría creer en Dios o en algo.
-¿Por?
-No sé, para no estar tan desamparado. La tengo a la vieja, pero es otra cosa. Aparte, ella se va a morir.
-Y la tenés a La Yegua.
-Sí, pero hablo de sentir esa confianza, esa devoción casi infantil. Saber que, pase lo que pase...
-Alguien te está cuidando.
-Eso.
-Alguien superior.
-Fuerte.
-Sí, te entiendo.
-Creo que nunca tuve una sensación así.
-¿Ni cuando eras chico?
-Menos. Cuando era chico estaba mas abandonado que ahora. ¿Sabés qué?, no tengo recuerdos, ¿cómo decirlo?, amables, de mis viejos.
-No te querían.
-No, es otra cosa. No me cuidaban. O, por lo menos, siempre lo sentí así.
-No te daban de comer.
-No seas bestia.
-No te mandaban a la escuela.
-No me estimulaban. Yo buscaba cosas, no cosas materiales, cosas: atención, que me escucharan, que me dejaran hablar.
-¿Y?
-Boludeces. Parezco un pelotudo.
-Estás muy sensible.
-No.
-Te quería decir que...
-No soy un maricón que llora porque los papis...
-...el otro día...
-...no lo...
-...salgo del trabajo y me cruzo...
-Con quién.
-Con esa mina.
-Qué mina.
-La que te gusta a vos. Esa. Cómo se llama.
-Cuál.
-Winona.
-¿Winona?
-La Ryder.
-¿Me estás diciendo que te cruzaste con Winona Ryder?
-En el subte. Ella subió en Lima, vendría de Constitución, no sé. Y se bajó en Once.
-No me boludeés, pibe. Me estás metiendo un bolazo grande como...
-Era ella, la Winona. Tenía una pollera tableada, medias negras y una remera que le marcaba las tetas, una remera de La Renga.
-Y te la devoraste ahí nomás, en el vagón del subte.
-Vos te pensás que yo miento y no es así. Obvio que ni siquiera la toqué. No daba. Estuve mirándola nomás. Y la seguí.
-A dónde la seguiste.
-Quería saber, viste, a donde iba. Primero le estuve mirando las patas en...
-Pero cómo va a ser ella. Estás en pedo. Si la mina nunca vino a...
-Era.
-Tengo sed.
-Ni bola me daba, hasta que le tocaron el culo.
-¿Le tocaste el culo?
-Yo no, alguien, no sé quién. Pero la mina me clavó la vista, envenenada. Es lógico, a nadie le gusta que...
-¿Y?
-Nada, yo no hablo inglés, viste. Por eso le hacía así con la cabeza. Estaba de los pelos, la pendeja.
-Ya no es tan pendeja.
-Pero lo parece.
-Debe tener como treinta años.
-La chica que enloqueció al joven manos de tijera, a Jerry Lee Lewis y a mi amigo Caballo.
-Siempre con esa carita.
-Tiene cara de veinte, de dieciocho. Igual, te diré que enloquecida, te aseguro, se le marcan arrugas, y unas leves bolsitas debajo de los ojos.
-Mentime que me gusta.
-Emputeció por lo del zarpado que le tocó el culo. Igual, yo entiendo, tener una mina así, tan cerca...dan ganas.
-Tengo sed, hay que decirle a la vieja...
-Después, medio que se cansó de chillar y dijo algo así como animals y se bajó. Yo la seguí. Al principio, cuando no me veía, iba bien, apurada pero bien, hasta que giró la cabeza, en el medio de la plaza, cerca de los parlantes de los evangelistas y ahí se pudrió todo. Tan menudita y con esos pulmones, la muy perra.
-Terminaste en cana.
-Casi, me salvó uno de los predicadores. Pasa que yo me saqué. Ella insultaba, en su idioma y yo en el mío, viste. Pero para putear, nada mejor que un argentino: treinta y cinco puteadas por minuto.
Vinieron algunas dominicanas, algunos ratis, la congregación completa de evangelistas. Se me prendió uno y empezó a rezar tan fuerte que te partía los oídos: fuera demonio, era lo que rezaba, déjalo demonio.
-¿Y ella?
-Ella nada. Estaba durita y solamente, de a ratos, decia animals. Ponía una cara de asco...
-Voy a buscar las cervezas...
-Después todo se normalizó. Los ratis me pidieron documentos, las dominicanas se fueron a caminar la plaza, los evangelista a rezar...
-¿Y ella?
-Desapareció. Con tanta gente alrededor se me fue. La estuve buscando pero ya no estaba. Seguro que se la ganó un negro...
-¿Fin de la historia?
-Sí.
-Mirá que mentís lindo.
-Caballo, yo...
-Me hacés acordar al gordo Jopia.
-Nunca miento.
-Ese tipo pude afirmar o negar cualquier cosa. Puede discutirte que está lloviendo terriblemente en un día con cielo despejado y un sol que te parte el...
-¿Me estás tratando de mentiroso, Caballo?
-No exactamente. Digamos que tenés una imaginación que te lleva a recorrer el mundo.
-Eso sí, imagino cada cosa. La cagada es que siempre me veo perdiendo. Me cuesta imaginar que gano minas, guita o algo.
-El paladar gris de los pobres.
-Sí.
-Aha.
-Qué.
-Nada.
-Bueno.
-Ya.
-Sí.
-Aha.
-Qué.
-Nada.
©Ariel Bermani