-El chico tiene una escoba en la espalda-
El rincón se los dijo con gratitud, como si fuera la única manera de no morir calcinado.
-Está todo lleno de barro; tiene el pantalón gastado-
Lo repitió de nuevo, ahora como si le creciera un odio entre las aristas.
-Total nadie va a parar esta máquina de ruido, nadie va a querer ver las bufandas vacías, llenas de ahogos estrangulados-
Calmó sus planos recapitulando tantas frases sin estragos, sin escamas, tan llenas de polvo ahuyentado. Quería comprar la especie ahumada-humana y llenarla de las oraciones, recaudadas como cobre.
-Esta maquinaria que lo espanta como si estuviera loco, porque en realidad está bastante irrazonado; espantado con brillos de agua, en los que ve ojos de la escoba de la espalda-
Se llenaba la boca de burbujas con saliva mientras decretaba cuál era la manera de no caer en los carbones que le iban bronceando las uñas pedicuras de yeso.
-El ruido está todo roto, te lo dice fácilmente cualquiera, sin pensar en el grano salado más mínimo que le chupa el líquido-
El chico, sin embargo, seguía con la escoba, que seguía en su espalda. Sólo que ambos se desplazaron hacia la parte más oscura del rincón que, hasta entonces, no los contenía tanto.
-Un día como cualquiera, hay un hueco como cualquiera. Y al día siguiente, cuando te levantás, hay una sola arruga en la sábana, una sola que la recorre como un río, como un tajo, como una grieta, llena de una sangre que se hizo a sí misma a lo largo de la noche-
El rincón ya estaba bastante lleno del chico y de la escoba, que escuchaban los dictámenes, cada uno por su lado, creyendo que era el otro el que los producía.
-Hablame como si fuera un café, apretame como a un estómago vacío de anorexia, acumulame entre la arruga única que se forma sin estímulos-
El chico quería callar a la escoba.
La escoba nunca había limpiado nada en su puta vida.
Las manos sudaban entre la madera, pero el chico no iba a darse vuelta nunca. La escoba seguía paralela a la espalda del chico.
-Agonizó el día después, cuando ya estaba muerto. Luego te llamó por teléfono pero vos no estabas para decir tu hola más agrio que una mascota escupida y deletreada-
La escoba quería callar al chico.
El chico nunca había jugado en su puta vida.
Las mechas escobadas y secas se despeinaban y estaban a punto de quebrarse, todas, quizá todas juntas. Pero la escoba no iba a desaliñarse.
-La espera llena de caracoles te va a hacer pronunciar una puteada llena de vocales abiertas que no vas a poder reponer nunca, que se va a perder en la tierra tierna porque yo me voy a encargar de enterrarla ¿me entendés, hijo de puta?-
La escoba destacó sus astillas cuando el chico empezaba a ahorcarla.
-Si están todos tan llenos de diccionarios deshojados; la mayoría de las paginitas no sirven y escomulgan sus grafías pecaminosas dentro de la cabina membranosa de una frase lista, como un deliveri de glosa. A mí siempre me mirás como a un té con leche.-
El rincón, como una cama mullida, como una bañera llena, terminó de oscurecerlos a los dos.
©Yamila Bêgné