Los itinerarios permiten pensar un recorrido, establecer mapas y configuraciones; armar cartografías y obedecer así a la configuración de una travesía. Al igual que la literatura, que juega sus mejores augurios en la imaginación viajera, la política se desenvuelve en las cartografías guiadas por la influencia del acto enunciador: la política se mueve siempre con el recurso del mapa, al que ésta, como la literatura, tienden a armar en un período posterior al de la praxis vital. Así, la configuración de los mapas previos aparece tanto para el escritor como para el político como algo que superar: la superación de los mapas pre constituidos es la premisa de toda literatura, y de toda política revolucionaria.
El viaje se realiza bajo la concepción de la superación de un estado actual, como por el valor que le confiere toda posible aventura, sea ésta de signo estético, experimental-personal, como por las formas de las desviaciones que pueden producir ciertos pensamientos: la aventura se configura por la desviación en el recorrido del viajero. El destino de estos pensamientos del desvío en el territorio latinoamericano siempre supusieron el esquema dialéctico y reduccionista de la falsa antinomia entre, lo propio y lo ajeno; entre lo nacional y lo extranjerizante; entre lo americano y lo europeo. Se pensó que la producción teórica no es patrimonio de nuestra localía, triste destino que se debe enfrentar, ya que por nuestra ubicación en el mapa mundial, por nuestra excentricidad, debemos ser meros acopiadores de teorías y sistemas de pensamiento, teorías y sistemas que solamente se pueden aplicar, mientras que nuestra posibilidad productora se ve alejada por nuestra posición en la cartografía intelectual. La recepción de tales teorías suele estar enmarcada en esta tragedia intelectual, ya que en la producción local sólo se puede ser mero repetidor. Sería injusto que tales aproximaciones al problema no sean matizadas por la respuesta borgeana: nuestra tradición es toda la tradición universal, para de esta manera comprender mejor esa tragedia que es insalvable, pero, por lo menos, disminuidora del sentimiento de inferioridad latinoamericano.
En esta misma línea se puede pensar el recorrido de las llamadas teorías disruptivas que desde fines del siglo XIX se apresuraron a darle un contenido ideológico a las luchas por mejores condiciones de vida que las nuevas clases sociales, productos de la modernidad, encabezaban por esos años. Pero no sólo la simple búsqueda de mejores condiciones de vida permitieron la llegada de tales teorías, sino también, el acercamiento al mito revolucionario (la huelga general) que permitiría el acceso a una sociedad sin explotados. El encono que produjo en las clases que detentaban el poder propició una respuesta práctica, y otra teórica, que buscaban el mismo fin: destruir esas capacidades disruptivas que se encontraban en las clases subalternas. La respuesta práctica fue la persecución física de tales elementos; la teórica, el enfrentamiento a las teorías foráneas, que nada tenían que ver con lo nacional y tradicional. Ese esquema teórico siempre trató de aniquilar cualquier indicio de búsqueda intelectual de modelos que permitieran la descripción y posterior establecimiento de nuevas prácticas favorables a un nuevo orden político. Es claro que la cultura marxista del siglo XX (de su primera mitad) se viera encorsetada en esa polémica. La adopción por parte del PCA de la tradición liberal, de forma acrítica, fue la condición de posibilidad del estancamiento de la lucha revolucionaria. La cartografía de este sector, por muchos años, estuvo frecuentada por dos puntos principales en el mapa intelectual, herencia de otro marxista, compañero de ruta del PCA: Aníbal Ponce. Éste manifestaba el sincretismo de la tradición liberal, y la tradición bolchevique, a partir de dos ciudades paradigmáticas: París y Moscú.
El itinerario teórico utilizó las marcas cartográficas del mapa mundial moderno, lo que permitió la mundialización de toda teoría y sistema de pensamiento. En el caso de Gramsci, el itinerario fijado en su paso por latinoamérica es cartografiado por uno de los herederos de la tradición antes mencionada: José María Aricó, quien en su libro "La cola del diablo", marca los detalles del viaje gramsciano. Si bien heredero de la tradición liberal del PCA, el acercamiento con el pensamiento de Gramsci le permitió, como a Héctor Pedro Agosti, primer animador de la experiencia gramsciana, pensar la conformación de la sociedad argentina desde una postura más novedosa y crítica. La importancia de tal mapeo está dada por la irrupción de un pensamiento creativo y novedoso como el propuesto por el político y teórico italiano: Gramsci, responde al esquema marxista-leninista, de una forma nueva, pensando la vía revolucionaria en un país en donde las condiciones de posibilidad de un nuevo orden era diferentes a las dadas en el caso de la Rusia zarista; de ahí la importancia que, entre otras grandes contribuciones, tiene para Gramsci el suelo cultural, la producción de consenso en la sociedad civil, y de ahí, la importancia de relevancia que le cabe a los intelectuales como productores de dicho consenso. Es esta consideración la que se presenta como inicio de la actividad teórica y militante de José Aricó. Desde ese lugar de preponderancia del intelectual es que se coloca la afirmación de Aricó, de que "Gramsci parecía hablarnos a nosotros", en donde esa pluralidad no es otra, claro está, que los intelectuales "orgánicos" del PCA.
La cartografía de Aricó recorta 30 años del pensamiento gramsciano en estas latitudes, desde la publicación de "Las cartas desde la cárcel" en 1947, hasta fines de los setenta. En ese recorte temporal se dan cita los itinerarios de este pensamiento en la cartografía guiada por la militancia política y cultural de Aricó, y sus compañeros de viaje en la aventura gramsciana, principalmente el núcleo fundador de "Pasado y Presente". No es extraño, entonces, que uno de los animadores del pensador italiano en América Latina (y quizá, el principal) piense el recorrido de Gramsci, a la vez que el recorrido propio: del Gramsci pensador de la cultura, y del rol del intelectual, al Gramsci socialdemócrata de los ochenta; pasando por el Gramsci consejista, en los años del cordobazo, al Gramsci nacional y popular de la experiencia de Montoneros. Por otro lado, el viaje intelectual y teórico permitió la apertura del pensamiento de Aricó desde la Argentina (y las tareas políticas necesarias en el país), a la preocupación latinoamericana en general. Dicha preocupación permitiría al teórico argentino su paso por el otro genial pensador marxista excéntrico a la ortodoxia de los años 20 y 30 del siglo pasado: José Carlos Mariátegui.
Gonzalo Basualdo