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De bulbos, política y maquinaria erótica: notas sobre “Trento” de Leónidas Lamborghini

Gonzalo Basualdo

 

 

 

 

Gozar y ser bulbo; placer que recorre los cuerpos y que permite la libertad del ser. Gozar como forma de llegar a las fisuras en donde se debate la posibilidad de libertad y predestinación. La geografía de “Trento” invita a recorrer este mapa a partir de la posibilidad de transformarse en bulbo, calidad rizomática que inquiere el placer individual, al mismo tiempo que el goce de la escritura se deshace en el aliento descentrante del texto.

“Trento” trabaja con una cartogafría que permite recorrer el territorio escriturario de su cuerpo con la mirada “subversiva” del recorte genérico. En el texto de Lamborghini existe una estructura de la anécdota, un régimen de lectura (y escritura) que “centra” la especifidad del texto, pero también existe otro régimen que se sitúa en los intersticios de la linealidad, provocando fisuras, bulbos, líneas que se pierden y se encuentran en la significancia total del texto; fisuras y fugas, goces y placeres: “Ahora eres un bulbo de anciana vida que brota de debajo de la tierra, y sientes el dolor y el goce de una resurrección”. Ser bulbo, ser fisura textual: resurrección del “ser” en un nuevo ser. La primavera, capítulo del cual es epígrafe la cita anterior, es la metáfora pre-renacentista de la juventud, de la vida, de aquella posibilidad sin fin de volver a lo mismo, sin ya serlo. La primavera configura dos series en el pensamiento renacentista; por un lado está inmersa en el cumplimiento del ciclo anual, en el mito de los ciclos; por otro lado, es un tropo que sustituye a La Juventud.

El deseo de Procopius por Gitona abre la posibilidad de goce, de una inestabilidad en su propio ser que lo lleva a la posibilidad de ser “otros”: “...soy el caballo...el caballo violador y asesino”; “Yo era hijo de Alá ardiendo en deseo”. Es esa la posibilidad del deseo: vivir “la fascinación del derrumbe”, del derrumbe de todas las seguridades, y cambiarlas a todas ellas por una nueva forma incómoda y paradójica. En “Trento” la seguridad del género es trocada por la inestabilidad del deseo: “deseo ser otro texto”, afirma “Trento”.

“Trento” es el derrumbe de la posibilidad del Ser, el Ser como sentido: “Trento” des-coloca constantemente destruyendo toda posibilidad de sentido; el único sentido posible es que el Sentido se destruya a cada paso. “Trento” es la destrucción de la novela como régimen de la anécdota.

En cualquier lectura solemos recorrer varios itinerarios. Un texto como “Trento” puede justificar una política de lo actual, trazar líneas: una actualidad política dentro de los regímenes de las posibilidades, de la prudencia textual. “Trento” puede ser cualquier cosa porque elige la ruptura como condición de posibilidad de su goce y porque el sentido es construido a lo largo del texto. “Trento” elige, entre algunas de sus líneas y fracturas, reacomodarse en la geografía política pampeana, reescribir de alguna manera, de otra manera, el mito violento que dio origen a la nacionalidad: Rosas y El Matadero existen como ámbitos trazados por la política, por un régimen de dominio sobre los cuerpos: violencia originaria que está presente en toda la literatura argentina, desde “El matadero” a “El niño proletario”, pasando por “Operación masacre” y “Cadáveres”. Trento aparece como un espacio imaginario más parecido a la Pampa sarmientina, que a una ciudad renacentista: “Soñé que Gitona corría por una pampa húmeda perseguida por un monstruo bestial que se parecía en un todo a Abraxas; o tal vez era yo mismo: en los sueños todo se confunde”. Teoría del sueño, o teoría política sobre el ser nacional, Lamborghini, en todo caso, elige la inestabilidad del borde, la imposibilidad de representación de las fisuras. Echeverría, Sarmiento, Walsh, Borges, Lamborghini (ambos), Perlongher, entre otros, cuando no todos, son absorbidos por la violencia nacional. “Trento” absorbe la violencia constitutiva de la Argentina, y la violencia contemporánea: “Siguen apareciendo en el Adigio cadáveres de niños a los que se les ha hecho el mal”.

“Trento” habla de la argentina justamente porque calla todo lo que tenga que ver con su representación anecdótica. En los silencios del texto aparece el sonido ensordecedor de la grieta que abre todo el cuerpo textual; de ella escapa la Argentina desgarrada como sonido de una profunda dis-locación violenta: Agrio es el país violentado.

En el texto, Lamborghini explora las posibilidades de la escritura; la literatura es aquel resto que no puede dar cuenta de la realidad sino a partir de sus silencios, al mismo tiempo que lo literario se reconoce en la desviación de la norma. Lamborghini crea una lengua que se desparrama inquietante sobre el mapa textual. La cartografìa de “Trento” desarma las posibilidades totalizantes del lenguaje, juega con textos que al ubicarse en los límites del mapa escriturario se transforman en restos: varios lenguajes puestos a orillar el mapeo del texto. Lamborghini parece sugerir, en esa babel intertextual, que ya no hay posibilidades para la novela: esos restos componen un nuevo texto, así como las posibilidades búlbicas de “Trento” facilitarían otros nuevos des-armando el “original”.

En la constante búsqueda de sentido, “Trento” se compone como una serie alegórica: la alegoría política, la alegoría de los ciclos del año, la alegoría de la literatura misma. Pero como todo sentido, se propone a cada paso abandonar un término por otro; de eso se trata el sentido, y la alegoría: un continuo en la serie de los significantes que se relacionan con un significado, para luego estar sometiéndose a una nueva deriva. Someterse es un sentido figurado aplicado aquí por una necesidad representativa; “Trento” se justifica por su combate continuo al sentido sincrónico, combate el sometimiento: Agrio es el escritor en “Trento”, la metáfora de la escritura; paradójicamente, el que no escribe. Pero Procopius también es la figura del escritor sólo cuando logra en la segunda parte del texto deslizarse en una lengua psicótica. Trasciende el espacio anecdótico a partir de una lengua paradójica.

El juego de los intertextos (aunque todo es un intertexto en “Trento”), permite la des-ubicación en la lectura anecdótita, dóxica: “como el que/en círculos/-atento-/trota y da vueltas/en la pista//como el que/-atento-/alrededor/ de ese centro/da vueltas/y trota//como el que/trota y da vueltas/en la pista/ atento://olfateando su hocico/el terror del tormento”. El juego significante permite que cada verso se asocie a la ciudad por calidad fonética: una alegoría que teje su sentido res-balando por la cadena de sonidos.

El lenguaje se comporta como fuente de sabiduría, y la tradición como una institución digna de respeto. En “Trento” la creación de un nuevo lenguaje tiene sus condición de ser en la violencia del dogma cristiano: crear un nuevo lenguaje, una nueva ortografía, es el imperativo ante el avance inquisidor. Dios hilvana las palabras, dios es el tejedor por excelencia; el lenguaje es un tejido divino: Trento es la ciudad que inaugura la contrarreforma católica, aquel grito desesperante del dogma cristiano: el grito cristiano queda abolido a partir de los gritos de Agrio (a quien “su pecado de herejía le ha dislocado el habla”, según Procopius). Agrio es quien se atreve a romper con el lenguaje dogmático: “A la verdad: en. mas os. mas considerad: y mas. pero. y testimonio”. Verdad y testimonio son las búsquedas del regimen inquisidor (el testimonio es la fuente de la maquinaria inquisidora para encontrar la verdad: sin confesión no hay verdad ni herejía). La Inquisición es el régimen que pugna por un lenguaje coherente, mientras que “Trento” se convierte a lo largo de todo el texto en una máquina incoherente, finalizando su recorrido lingüístico por un des-enfreno en la lengua de Procopius: el rubro 59 de clarín es la base de ese dislocamiento, dislocamiento que tiene su correlato en el orden temporal del texto: el tiempo de lo enunciado es igual al tiempo de la recepción (una enunciación a contrapelo). De esta forma demuestra, o denosta, cualquier tipo de literatura que se impone desde un régimen de verdad-realidad: lo verídico no está dado por la anécdota, sino por las posibilidades que desde el lenguaje tiene la literatura para abrir nuevas fisuras sobre el cuerpo textual, nuevos sentidos en la búsqueda sobre el texto. La literatura habla lo que la “realidad” calla; la literatura calla y, desde ese silencio, abre nuevas fisuras, crea nuevos mapeos; la ruptura con la norma del lenguaje, con la serie lingüística, prepara el camino para la serie literaria: “Trento” se convierte en literatura justamente porque construye su lengua desde la desviación constante.

 

 

©Gonzalo Basualdo

 

 
 
 
 
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Imágenes de ilustración:

Margen inferior: Eduard Munch, The Dance of Life (detalle).