INTRODUCCIÓN
Pasé estos últimos cuatro meses en Asia, recorriendo los escenarios más fascinantes, conociendo las formas de vida de las culturas de esa zona y aprendiendo, absorbiendo y asombrándome. Con la curiosidad más despierta que nunca intenté documentar todo lo que entraba por mis sentidos, desde el olor de una vereda meada en Tailandia hasta los ejercicios de meditación de un monje tibetano en los Himalayas. Estas crónicas son los mails que fui mandando a mis amigos, una ligera aproximación a la experiencia que viví, absolutamente imposible de ser expresada con palabras.
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Lunes 15 de Noviembre de 2004 8:43
BANGKOK
Amigos, sawadi kah (hola).
Dejamos las soleadas costas del Mar de Andaman para introducirnos en la sofocante y mediterránea Bangkok. Llegamos a las 5 de la mañana a Khao San Road, la calle de los mochileros, que nos recibió con la resaca de la noche anterior: basura por todos lados, uno que otro ebrio echado en la vereda, fuerte olor a pipí y comida podrida y monjes vestidos de naranja descalzos con una olla en la mano golpeando las puertas de los negocios que todavía no habían cerrado.
Bangkok tiene más temperatura que Singapur, más gente, más mugre y más ruido, pero también mucho más allure que el Disney chino: es de las ciudades más pobladas del Sudeste Asiático y, claramente, centro de la región. Si tengo que pensar un concepto que englobe lo que expresa es "movimiento": todo es caótico, ruidoso e inestable. Los contrastes son radicales: se yuxtaponen los hedores de la basura calcinada y los puestitos de comida desparramados por todas las santas veredas con el perfume de las Azaleas, Santa Ritas y Orquídeas, que no sólo están plantadas en cada cantero y balcón, sino también en collares para las imágenes de Buda, everywhere. Lo mismo pasa con los colores: los edificios son grises, la polución es densa y el pavimento sucio, pero convive con esto el brillo de estas flores y la pulcritud de templos: azules y dorados, impecables como si estuviesen recién terminados.
Les hago un esquemático racconto de los elementos que se repiten acá:
1. Los templos (wat), por lo general en cruces de muchas calles, así que se pueden ver desde diferentes puntos de ciudad: visitamos el Grand Palace, que no sólo encarna el estilo de arquitectura budista tailandesa, sino que incluye estupas de los estilos de las zonas que trajeron el budismo a Tailandia, el de Sri Lanka y el de Camboya (http://www.21cep.com/thai/tp1.htm). Fue una experiencia copada haber ido con Alex y Natalie, nuestros amigos israelíes, porque cada uno trataba de poner en relación la parafernalia budista ante sus ojos con sus propias religiones: la suya, absolutamente carente de imágenes; la nuestra, una fiesta de íconos y colores.
2. La ciudad está forrada con imágenes de la reina porque es el mes de su cumpleaños, el próximo supuestamente pasará lo mismo con el retrato del príncipe. Los reyes no aportan mucho en la dirección del país ya que se trata de una monarquía constitucional pero la gente les tiene un afecto importante: todos los negocios tienen su cuadrito y se ven prendedores, estampitas en los autos y otras demostraciones más privadas de su reconocimiento. Las banderas también empapelan la ciudad.
3. Los chiringuitos de comida: carritos de metal con una garrafa, un wok y unos estantes de vidrio donde se prepara la comida (platos que no superan los 2 dólares). Tienen rueditas, así que se instalan un rato en un lugar y cuando te das vuelta desaparecieron. También están los que venden fruta y jugos, que se sirven en bolsitas de plástico con pajita.
4. Los tuc tuc, son unas motitos-triciclo con un carrito que sirven de taxi para los turistas; circulan como desaforados y en cada curva parece que van a volcar. Los choferes son unos delincuentes: para hacer diez cuadras te piden cien baht; para llevarte a su negocio en la otra punta de la ciudad y después hacer esas diez cuadras, te ofrecen cincuenta baht.
5. Los gatos (siameses por supuesto): de todos colores, con la cola cortada y a los gritos, ya presenciamos varios combates callejeros.
Los thai parecen orgullosos de no haber estado colonizados nunca por alguna potencia occidental: lo afirman en cada descripción de los lugares turísticos, o mismo en su nombre: Tailandia significa "tierra de los libres", a pesar de que fueron invadidos varias veces por sus vecinos birmanos y khmer. Esta ausencia de dominio europeo se nota si se compara la ciudad con Kuala Lumpur o Singapur, donde hay "distritos coloniales" con casitas del siglo XIX muy pintorescas. Los edificios acá son bastante más simples, cuadra-dos y bajos, con techo a cuatro aguas (?), sólo algunos edificios públicos son mas franceses (La fascina-cion por Paris parece algo universal...).
La gente que trata con los turistas no es muy amable como al sur, parecen agobiados y si miras algo en su puestito te cantan el precio y te gritan "give me more!" para que les ofrezcas un precio mejor, si no les seguís el juego se enojan y se ofenden. Pero también hay gente copada: ayer en un barquito por unos canales (una frase etnocentrica y cursi de la Lonely Planet llama a Bangkok "La Venecia de Asia") me quede charlando con una chica de acá, que estudiaba ingeniería y hablaba inglés perfecto. Cambiamos mails, nos despedimos y cuando nos vio en la parada de bondi frenó su mega camioneta con aire acondicionado y nos ofreció traernos al hostel... por supuesto aceptamos.
Un anectoda curiosa sobre el tema de la prostitución y lo asimilado que está en está sociedad. En Phi Phi nos hicimos amigas de un mozo y tuvimos una conversación muy simpática mediada por un librito de "English for Thai people", con dibujitos explicativos y frases armadas básicas para que los thai se expresen con los turistas, como "Please take off your shoes before entering the temple", "hello", "thank you" etc. Entre estos había uno de un tipo occidental hablando en secreto con un pimp thai preguntándole "Is she honest?"; otro de un tipo occidental y una thai saliendo de un cuarto que decía: "How much do I owe you?" y otro donde un tipo le acaba de tocar la cola a una chica thai y le dice "Sorry, I couldn't resist". Tremendo.
¿Qué más hay en Tailandia? Thai boxing, pelea de gallos, rastas (mucho reagge en la zona de playa) y mercados, mercados por toda la ciudad.
Por ahora Bangkok. Luego Camboya.
Cheers
Rhubert
Sábado, 20 de Noviembre de 2004 9:06
CAMBOYA
Gente,
La imagen de Camboya de Poipet, en la frontera con Tailandia, anticipa de alguna manera el país que se ofrece a los turistas: templos (en su versión maqueta), turísticos hoteles-casinos, inmensos y colorinches que se erigen del pavimento levantado, polvo, gente deambulando en moto, muchos niños y por supuesto, innumerables y ruidosos tuc-tucs.
El camino desde ahí hasta Siem Reap fue la travesía más aventurada de mi joven vida. Cientos de veces escuchamos en Bangkok "Don't take the bus; fly there, the road is shit" pero con un poco de arrogancia por haber aprendido a manejar en las bacheadas calles quequenenses jamás me tomé en serio los consejos alarmistas de nuestros amigos del Primer Mundo y con las muchachas sacamos el pasaje de 8 dólares (para un viaje de 12 horas). Pero finalmente la ruta era shit, asfaltada una sola vez hace más de cien años y librada a la violencia del clima tropical: no sólo ofrecía baches, sino hileras de pozos que sacudían la amortiguada y destartalada mini van cargada hasta el volante de mochileros, con quienes terminamos estrechamente fraternizados.
Vinimos tres días a Siem Reap por Angkor Wat, una serie de templos del siglo IX construidos en la época dorada del Imperio Khmer que se dieron a conocer a Occidente en 1850, cuando un naturalista francés los comentó en sus crónicas. Es impactante caminar por los eternos claustros de piedra con paredes talladas, columnas y estupas de todo tipo, subir escaleras empinadísimas que conducen a más pasillos y atrios y ver los monjes circular y frenar en los altares de Buda (en realidad Angkor es un templo hinduista, pero con la introducción del Budismo se le dio este uso). Cada tanto te topás con algún vivaracho que te hace un wai, te prende un sahumerio y te hace saludar a Buda; claro, después pela 1 dólar de su bolsillo, se lo entrega y te invita a hacer lo mismo. Hay muchas monjas, rapadas y descalzas; sorprende la disparidad entre la cantidad de mujeres y hombres monjes, arrasan los segundos.
Angkor es el orgullo nacional: aparece en la bandera del país, hay marcas de cigarrillos y cerveza con este nombre (la variante es Anchor).
No quiero hacer afirmaciones muy aventuradas de Camboya en general, porque estamos en un circuito bastante turista y poco representativo, pero creo que se puede discernir una sensación de desencaje acá. Los franceses dejaron varias marcas propias en sus cien años acá; algunas simpáticas como el café con leche condensada y el pan delicioso pero otras totalmente arbitrarias como manejar del lado derecho de la ruta, ya que los autos acá estaban pensados para el lado izquierdo como los British; ahora hay una mezcla de ambos regímenes. También se ven varios carteles en francés y la gente mayor (que sobrevivió el régimen de Pol Pot) habla este idioma. La generación siguiente sólo aprendió a hablar khmer y hoy se ven chiquitos que manejan perfecto el inglés: se lanzan a los turistas con un discurso armado y retrucan todas las respuestas a coro: "You say you'll buy later but you won't madame", "You say Ok, but ok for you, not for me madame".
Los camboyanos parecen lastimados, en todo sentido. Tienen un país muy pobre que vive de la exportación de arroz y de Angkor Wat, así que las condiciones de vida de la gente no son para nada pomposas: por todos lados hay chiquitos que se prenden de las piernas de los turistas pidiendo comida, plata o vendiendo algo. El daño al que me refiero viene en parte de las secuelas de la guerra de "Indochina", de las cantidades de minas que todavía existen sin activar y provocan constantes catástrofes (es increíble la cantidad de gente que se ve por la calle sin brazos o piernas: lo mas triste es que muchas de estas personas se dan cuenta de la impresión que genera su desgracia y se concentran a pedir plata en la calle de los restaurantes y bares de Siem Reap). Más tarde, las heridas las trajeron los sanguinarios Khmer Rouges y su positivista concepción de pueblo khmer que le costó la vida a millones de individuos y hoy le da ingresos a los puestitos de libros para turistas: inundan las estanterías textos sobre "Killing Fields", "War Crimes in Cambodia", "Cambodia's tragic history" etc. Esto ultimo me mata, porque al turista se le vende lo vernáculo envuelto en papel de seda... y esto es lo que parece que ellos tienen para dar (además de los templos, claro).
Pero bueno, algo sobre los monjes. En esta rama del budismo (Theravada, que es la que vino del sur de la India y se practica en esta región menos en Vietnam, donde hay Budismo Mahayana, como en China, Corea, Japón y Tibet), se espera que los hombres lleven vida monástica por lo menos dos meses, aunque mientras tanto pueden estudiar otras cosas para complementar su educación. Conocimos tres en Angkor que tenían nuestra edad y manejaban perfecto el inglés y el francés además del khmer. Uno estaba terminando la carrera de Relaciones Internacionales y no paraba de preguntarnos que opinábamos sobre la muerte de Arafat. Son increíblemente educados, super curiosos y pacientes ante las hordas de turistas que se acercan para sacarles fotos.
Ayer sí pudimos introducirnos un poco en la movida más local: nuestros amigos suecos pegaron buena onda con su conductor de tuc-tuc y éste nos llevo a todos a Martini Discotheque, el boliche local. Con instalaciones de bailanta pero con una oferta musical amplísima, en este lugar sirven coquetas toallas húmedas en las mesas que bordean la pista para usar entre baile y baile. Al principio los bailarines (y nosotros a la par) se juntan en el centro y hacen coreografías muy Tex Mex con tonos símil bolero camboyano de fondo, pero de repente prenden la luz y todos (jóvenes y señoras, hay de todo) vuelan a sus sillas y el DJ (desde sus bandejas instaladas en un auto como el de Arturo Puig en Grande Pa) dice unas palabras. Entonces vienen los lentos, pero enseguida ponen un trans japonés y después Shakira (en khmer!).
Ahora estamos en Phnom Phem, donde visitamos una prisión de Pol Pot (sin palabras) y ahora vamos a ver un show de danza.
Partimos mañana para Ho Chi Minh.
Saludos
Rhubert
Martes, 23 de Noviembre de 2004 11,03
HO CHI MINH
Amigos, les agradezco nuevamente sus respuestas y me alegro poder darles algo de todo esto que me resulta deslumbrante. Ahora les cuento de Ho Chi Minh.
Llegamos a esta ciudad desde Phnom Phem, capital de Camboya (para los que preguntaron: sí, es lo mismo que Cambodia y Kampuchea, dependiendo del idioma y de la denominación que cada gobierno le fue dando). La ruta hasta la frontera fue un poco más suave que la anterior, pero no escapamos del todo el calvario del transporte camboyano: durante todo el camino la tele del bondi pasó dvd's de karaoke, pero no de música camboyana (que hubiese sido un aporte interesante a nuestro aprendizaje de la cultura pop oriental) sino de canciones grasas de yanquis adolescentes que miran a la cámara con ojos risueños y entonan clichée tras clichée; eso sí, todo subtitulado en khmer. Los jóvenes de acá mueren por esta música y también por las coreografías: así como nuestras amigas de Pattong que bailaban "Asereje", se ven grupitos en la tele, en los mercados, en los boliches (al menos en el Caix de Phnom Phem), todos uniformados y con una coordinación admirable.
Por las edificaciones al costado de la ruta en Vietnam se notaba que estábamos entrando en un país un poco más rico: ya no se veían únicamente casas de caña sino de materiales más sólidos; en Camboya había inclusive varias aldeas flotantes; las cruzamos en el Tonle Sap, un lago gigante en el medio del país. Claramente, de todo lo que era Indochina, Vietnam quedó como centro de poder (unos camboyanos nos contaban que la recaudación de Angkor Wat se la guarda una mafia vietnamita y parece que el gobierno de Camboya se maneja desde Hanoi).
Y la gente es otra vez réquetecontra simpática. Al menos eso percibimos en un festival vietnamita-japonés que coincidió con nuestro arribo a la ex Saigón. Debemos haber sido las únicas no locales ahí, porque familias enteras nos sonreían y saludaban cuando nos veían pasar con nuestros sombreros con forma de cono (los regalaban en un puestito pero a ningún vietnamita le interesaba ponérselo) y la gente se agrupaba al lado nuestro mientras ofrecíamos con Dama un show de mimo a una niña de lo más simpática.
Esta ciudad tiene muchas cosas que vimos en otras desde que llegamos, pero todo en cantidades superlativas: de los 80 millones de habitantes de Vietnam, acá hay 10. ¿Qué cosas? Mangueras que se usan como bidet; gente cocinando y comiendo en la vereda en banquitos de plástico y mesas ratonas; mercados, motos y barbijos contra la polución. El hit: el tráfico. Estampidas de motitos corren al ras de los indefensos cuerpos de los peatones y se esquivan unas a otras en cuestión de microsegundos; el clímax de este espectáculo se da cuando las hordas se cruzan en las bocacalles sin semáforos y tejen una imagen digna de algún musical de Broadway; siempre al son de las obsoletas bocinas y de las parsimoniosas expresiones de los conductores. Al principio cruzar la calle prometía ser una odisea imposible, pero subyace una lógica a este desorden y es que lanzándose primero en las esquinas, los motores desaceleran (jamás frenan, sólo evitan encarar directamente) y se puede llegar al otro lado sin daño físico. Pero hay accidentes permanentes; un guía hoy hizo una irónica analogía entre los caídos en la guerra y las víctimas de accidentes de tránsito.
La moto no sólo es el medio de transporte más difundido sino que es el segundo hogar de muchos. Cuando están estacionados esperando algún cliente (hay moto-taxi, en Phnom Phem nos subimos 4 en una sola), los dueños se acuestan entre el asiento y el manubrio y duermen siestas o también hay una Villa Cariño de motos en un costado de la plaza, llena de parejitas acarameladas en silencio.
Vine con muchas ideas sobre Vietnam que de a poco iré corroborando y refutando. Por ejemplo, estaba convencida que la influencia de Francia sería más marcada en esta metrópolis que fue el centro de la vida colonial (tenía la imagen de Saigón de The Quiet American), pero no la encuentro más que en la arquitectura de los grandes edificios, en la variedad de quesos y panes que distingue a estos supermercados de los anteriores y en la calle "Pasteur". En parte porque mucho se destruyó con la guerra y porque los vencedores de Hanoi se dedicaron a homogeneizar el paisaje desde 1975 con el retrato de Ho Chi Minh y con pancartas coloradas y amarillas que me encantaría saber qué dicen, sólo distingo "Nam".
Hoy fuimos a unos túneles que el Viet Minh cavó en las afueras de Saigón, justo debajo de bases yanquis (ese era el lugar más seguro, jamás serían bombardeados ahí). Admirable la astucia de los vietnamitas que con sus armas de caña de bambú y sus palas hechas a mano despacharon (el best seller sobre la guerra en la calle de los turistas se llama "Dispatched") a los yanquis y su presupuesto militar de la Guerra Fría. Y para no dejar de admirar las tácticas bélicas de Estados Unidos visitamos el Museo de los Crímenes de Guerra, donde U. Sam no queda muy bien parado.
Bueno, mañana vamos a Dalat, que es un pueblo en las montañas al sur.
Tam bic! (chau)
Luli
continuará...
©Rosario Hubert