“El alma emana igual y eterna de los
cuerpos diversos en forma y color.”
José Martí, Nuestra América
“Hoy tenemos un ejército de marihuaneros, drogadictos,
melenudos, homosexuales y sindicalistas”
Augusto Pinochet
El libro de Pedro Lemebel, Loco Afán – Crónicas de sidario, se constituye, tanto en el plano de los contenidos como a nivel formal, en un discurso subversivo, opuesto al discurso dominante y al orden establecido. Subvirtiendo categorías y significados, focaliza en el travestismo prostibular sidoso, y desde allí se convierte en una mordaz crítica política, social e ideológica de la realidad chilena.
Como género, la crónica urbana posibilita un amplio registro discursivo que le permite a Lemebel desplazarse libremente y narrar de diferentes maneras. Él mismo ha dicho que su elección ha sido una elección estratégica pues considera a la crónica un entregénero: un género bastardo, de fronteras desdibujadas, ligado al borde, a lo marginal, un género que rehuye a la univocidad formal oficial. De esta manera conjuga en sus crónicas la parodia y la ironía con el testimonio, la burla descarada con lo trágico, con la muerte, la enfermedad y la miseria, conformando un grotesco espectáculo que en su diversidad le otorga sentido al todo. Su acercamiento a la estética del camp, como reproducción paródica del kitsch, le permite distanciarse del efecto tranquilizador de este último género, intensificando la dimensión perturbadora de lo narrado. Así, su escritura, es una escritura ambigua, desestabilizante, que se desvía, se trasviste, se transforma: es crónica, carta, discurso político, ensayo, poesía y manifiesto. Una “escritura rosa”(1), “una escritura vivencial del cuerpo deseante” (88) que se desprende de toda “cínica civilidad” (88), en la que el lenguaje cobra un valor significante oponiéndose al lenguaje objetivo, categórico y establecido: su registro poético elude toda unidireccionalidad pragmática entre palabra y referente, multiplicándose en asociaciones, metáforas, imágenes, impresiones subjetivas e individuales. Al mismo tiempo la utilización del argot de la calle, de la lengua vernácula que se resiste a homogeneizarse, instala a la periferia en el discurso. Desliza el margen al centro, dando voz a los desplazados y olvidados.
El travesti homosexual, protagonista de la narración, personifica esa misma ambigüedad provocativa. Desafía los roles genéricos aceptados. La superposición de identidades que lo conforman se alza contra una tradición esencialita y normativa que se niega a reconocerlo, discutiendo la relación cuerpo – identidad, al plantear que la identidad puede ser aprendida, o impuesta: “No sabe que la hombría / Nunca la aprendí en los cuarteles / Mi hombría me la enseñó la noche / Detrás de un poste / Esa hombría de la que usted se jacta / Se la metieron en el regimiento” (96). La cultura mariposa es subversiva, a su vez, porque es disfuncional al sistema. Persigue la belleza, el placer, el juego, la diversión: “Para eso es una loca, y tiene que vivir en carnaval y zambearse la vida” (20). No cumple con la función reproductiva ni se pone al servicio de un rendimiento productivo. Se instala como reverso del “oficinista estresado en el autito verde a crédito” (85), en oposición al sujeto útil, funcional al proyecto neoliberal. Rehuye de la familia, de la rutina, de la vida burguesa, cómoda y aburrida. Prefiere el espacio abierto, el deambular, la aventura: “Así, de falo en falo, la acrobacia de la loca salta de trapecio en trapecio.” (89)
La loca lleva inscripta en su nombre la locura, la enfermedad psíquica, poniendo en evidencia la operación histórica que asigna una contigüidad entre el “otro”, el distinto, y la enfermedad. Pero ese apelativo es reivindicado por ese sujeto colectivo, resignificándolo, quitándole dramaticidad al valor negativo de la enfermedad. Juego paródico que se repite en algunos de los sobrenombres utilizados, en los que se integra el estigma del sida: La Frun-Sida, la Sui-Sida, la Depre-Sida, la Ven-Sida, la Mosca Sida, la María Lui-Sida, etc. Movimiento de resistencia que revela una actitud lúdica ante la vida que busca borrar la conciencia del espacio marginal al cual ha sido condenado.
En esta oposición entre centro y periferia, Lemebel tematiza los modos de colonización cultural de los países centrales. Relativiza el discurso que asigna el origen del sida a la periferia, a África, un continente olvidado, y piensa a la enfermedad como “una nueva forma de colonización por el contagio” (9), “ la última moda fúnebre” (19) proveniente de Nueva York, del centro del centro. Epidemia que ingresa como “moda gay para morir” (19), junto al neoliberalismo, a las calles chilenas y latinoamericanas y junto al “molde de Superman, precisamente en la aséptica envoltura de esa piel blanca, tan higiénica, tan perfumada por el embrujo capitalista” (27). Al mismo tiempo, denuncia el modelo primermundista del estatus gay, del “hombre homosexual” potente y musculoso, funcional al poder, que en su carencia de brillos y lentejuelas, esconde su naturaleza prohibida, se confunde en un todo armónico. Modelo que tiende a homogeneizar, a ocultar las diferencias, que claudica ante la moral civilizadora. Un modelo “moderno”, burgués e igualitario que renuncia a su femeneidad, la antítesis de la “cultura mariposa”.
En el despliegue de sus crónicas, Lemebel, como narrador documentalista y testigo, va construyendo un espacio no-oficial, un espacio periférico en el que se vincula la carencia económica, los barrios pobres degradados con las prácticas sexuales marginales, con el mundo del travestismo prostibular. El espacio “enfermo”de los desclasados y los desposeídos. La mirada se posa sobre aquello que no se quiere ver, aquello que el Poder ha relegado a la categoría de desperdicio, que es percibido como amenaza, el reino de la “otredad”, de lo heterogéneo y discontinuo, otorgándole una dimensión humana. La escritura va refundando la ciudad, la reconfigura. Construye un mapa-otro destruyendo las barreras que las metrópolis latinoamericanas han construido a través de sus arquitectura (la General Paz en Buenos Aires, el Periférico en México DF, etc) y sus discursos (la oposición civilización-barbarie, centro-periferia, etc). El mapa de la ciudad moderna, espacio del orden y del progreso, se revela como un espacio del deseo, como un espacio de itinerancia sexual, como urbe corporizada que se emancipa de la moral dominante, y que se sustenta a partir de valores otros. Configuración que relativiza lo conocido e insta a la convivencia armónica de los distintos (no contrarios) a partir de la aceptación de las diferencias.
Juan Pablo Lafosse
NOTAS
(1)Lemebel, Pedro, Loco afán, Barcelona, Anagrama, 2000, Pág. 88.