Dos fragmentos (o dos estados) de correspondencia

Francisco Javier Cubero

 

 

 

 

Hay textos que proceden de una idea, otros de una vivencia que pudo ser tangible o dibujada por los pinceles imprecisos de alguna percepción tan extraña como interna; y todo texto puede ser un fragmento "dilettante" que acaso no pretenda (o con el que acaso no se pretenda) un entretenimiento sino un encuentro. El fuego acaba en cenizas y engrandece los posibles restos, el tiempo nos deja ruinas y vestigios. Así el fragmento, fragmentado, pierde entidad, pero adquiere la fuerza de lo oculto, la evocación del secreto. Alguien o algo se esconde en ti o en él. Todo pronombre acaba siendo un resto, especialmente cuando la anáfora ha quedado truncada, cuando la "realidad" ya es otra y en la memoria se funde y se confunde lo vivido o lo soñado con lo sentido o lo inventado. Continuamente nos transformamos en un "otro" que apenas lograremos reconocer o descubrir, pero que siempre podremos reinventar.

 

Primero
(fechado en un impreciso junio, de principios del siglo XXI, posiblemente)


"Algunos días una cuerda del violín se rompe y ahorca nubes".


Sé algo de cosas muy variadas, y no puedo estar seguro de que escribir me favorezca, pero en mi tozudez me empeño en seguir pensando que no puedo hacer otra cosa, cuando, posiblemente, sea sólo mi escritura una tabla de náufrago, otra nube confusa [...ilegible].

[...]

Me preguntas si estoy cabreado, más como afirmación que como duda, y te digo que no, y se me agolpan palabras, sentimientos, pensamientos, memorias; y empuja todo por salir y al mismo tiempo se retienen, pero escapan en fricción de una lucha, y no pueden ser fieles y traicionan el impulso porque no quisieran herir, pero fácilmente acabarán lastimando.

Por eso decido escribir y lo hago tomando una imagen que ya cumplió y pasó los veinte años, ¿cómo podría uno aspirar al más discreto espacio del Parnaso si no puede superar sus frases de juventud?, pero escribo, sin dirección concreta, sin rumbo conocido.

Las nubes y las ilusiones caminan juntas, no sirve la sustitución, no se trata tampoco de una simple metáfora, sin embargo, es curioso ver como unas pasan, otras se desvanecen y las más acaban deshojándose en gotas ¿saladas?

Uno no sabe, tal vez nadie lo sepa, con qué frágiles materiales se construyen los mundos del sueño, del deseo, de la necesidad, del afecto. ¿Qué diferencia existe entre el hilo de seda, la cuerda del instrumento, la soga del suicida? ¿Es el grosor o la oportunidad? ¿Está, acaso, en la mano del artesano o en la de quien espera?

¿Qué me duele? Pensar en el dolor no es fácil, porque el dolor se siente.

Es preciso agitar el saco de palabras, buscar entre los huecos, tejerlas como un guante, como el zapato único que a un solo pie responde; aunque, como bien se sabe, las princesas son esquivas y los zapateros no gozan de sangre real.

Si la acción no es voluntaria, no existe la culpa, a pesar de que exista la consecuencia, por eso quien se duele del daño involuntario no puede odiar y en el dolor se encierra corriendo el riesgo de la satisfacción oscura que puede producirse en los destierros. Onanismo mental y masoquista de quien en el rechazo encuentra identidad. La recurrencia nos modifica, las rutinas se acaban haciendo necesarias, nos domestican. La medida repetición se convierte en música, pero el silencio nos devuelve nuestra condición irracional.

Hablo de la necesidad. Del afecto como un hilo de seda o como cuerda de violín. De la música extraña entre dos seres y no entre dos cuerpos; aunque el amor se parezca y el sexo se parezca, no hablo de ellos, sino de la amistad.

Y hay palabras que son tan arrogantes que enturbian los poemas, sirven para otras cosas o sirvieron, ¿quiénes somos ahora?

Si te digo lo que espero rompo tu libertad, el río canalizado ya no es río sino artificio sin sorpresa. Uno se duele no por la acción sino por la omisión y, entonces, está perdido en su propia fragilidad, en el quebradizo armazón del propio sentimiento. Por eso no puedo estar cabreado contigo y mi dolor, personal e independiente, tiene raíces ajenas a ti, el desencadenante no es la causa, el detonador no es el explosivo.

Ahora sólo pretendo que comprendas que necesito espacio, reconstruir las nubes y reparar la cuerda, eso requiere un tiempo que, increíble doctor, según se dice, todo lo cura.


Segundo
(julio ¿del mismo año?)

[...] y ahora me sirvo un vaso de tu whisky, miro las vetas ambarinas creadas por el hielo, las contemplo en tu mirada, cuando te sorprendían, allí donde las cifras engañaban a la suerte o aliviaban el ansia del olvido.

Recuperar el tiempo, abrirse a la memoria en un color o en un aroma, volver a los sentidos en las vetas, como betas de cáñamo, bramante, cuerda otra vez para trenzar los sueños.

Y en el whisky me dejo adormecer mientras escribo palabras que deshagan las palabras, sonidos que no son sino en la mente, o que serán sólo en la voz de lo callado para volver a ser en su sonido.


Nota del transcriptor:
La grafía, que sin duda es una firma, al final de los dos manuscritos parece una "X" seguida de un punto, aunque también puede tratarse de una "J".

 

©Francisco Javier Cubero

 
el interpretador acerca del autor
 
         

Francisco Javier Cubero

Poeta español contemporáneo.

Realiza las excelentes páginas de lengua, literatura y artes gráficas Eldígoras y la revista con arte y literatura El otro mensual

Publicaciones en el interpretador:

Número 1: abril 2004 - Cuaderno de viaje (Poesía)

Número 2: mayo 2004 - Morir soñando (Poesía)

           
 
 
 
 
     
   
 
Idea, realización, dirección, edición y diseño: Juan Diego Incardona
 

 

       
 
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