el interpretador el trabajo

Poes�a y Trabajo

por Mart�n Rodr�guez y Diego S�nchez

+ Antolog�a (Elvio Romero, Jorge Le�nidas Escudero, Manuel Castilla, Joaqu�n Giannuzzi, Arnaldo Calveyra, Mart�n Gambarotta y Ricardo Zelaray�n)

Alg�n envalentonado poeta an�nimo, o alg�n l�rico propagandista del trabajo, leg� para las generaciones futuras los siguientes versos: El trabajo es una obra, / el trabajador su creador, / el trabajo dignifica, / y nos da satisfacci�n. Esta simple cuarteta, que bien pudo haber sido material de estudio en las aulas de alg�n gobierno corporativista, es eso: simple, f�cil de memorizar y de transferir, m�s que una f�rrea tesis de sue�o foucaultiano, una bola de nieve que permite depositar, de �poca en �poca, el recurso m�s sutil de los trabajadores del aforismo: la posibilidad de citar el ?saber popular?... Y que hoy, adem�s, se consigue en

Pero el trabajador, se sabe, resiste. Condenado a ser un objeto de la enunciaci�n, pocos actores han resistido los vaivenes del discurso hist�rico de manera tan intransigente y, por supuesto, inevitable como el ?trabajador?. Desde el b�blico ?Ganar�s el pan con el sudor de tu frente?, la figura del trabajador es la de un horizonte de dignidad, un modelo a seguir pero que, a la vez, relegado por la maquinaria econ�mica y cultural del desarrollo capitalista, ha vivido condenado a la invisibilidad, suscitado en frases, eleg�as, reivindicado pero nunca invitado al teatro social, en pocas palabras, descontextualizado. El trabajador pensado como construcci�n ret�rica de los que manejan las palabras, pocas veces como Creador y Obra del trabajo.

Ahora bien, �puede un hombre dar testimonio de la dignidad que le brind� el trabajo defini�ndose a s� mismo como un an�nimo? �Hoy s�lo es posible leer esto como un inocente souvenir del pasado? �Es el an�nimo la voz po�tica del trabajador? �Hay dignidad sin organizaci�n?

Muchas preguntas. Y dif�ciles de responder. El trabajador, como es sabido, ocupa en la Historia pol�tico-econ�mica un lugar inconmensurable, un sitio que excede a estas l�neas. Lo mismo corresponde para la Ret�rica del Trabajo: una referencia que abarca todas las vertientes del discurso y de la organizaci�n pol�tica, tanto como de las especulaciones filos�ficas y los apuntes de sociolog�a, am�n de no pocos enunciados art�sticos, m�s all� de cu�l haya sido la corriente que los alberg�. Sin embargo, si existe algo claro que esa multiplicidad de matices ha justificado o ayudado, a veces de manera inconsciente, por lo general de manera program�tica, a justificar es precisamente a la inviabilidad de estas preguntas. A su anulaci�n. Si hay algo que el dictamen mortuorio de los Grandes Relatos permiti� sembrar fue nada m�s ni nada menos que el terreno propicio para la reducci�n de costos, un lugar com�n en cierta cr�tica liberal seg�n la cual toda pol�tica o discurso susceptible de entenderse como corporativista est� asociado de manera indisoluble a ciertas pr�cticas fascistas, condenables o, en el m�s liviano de los casos, antiguas, pasadas de moda, inconsistentes. La desaparici�n del hombre en la Masa o la distancia anuladora de sentido entre la doctrina y la realidad -distancia que cancela oportunamente toda mediaci�n hist�rica- son apenas algunos de los recursos t�picos a los que se suele recurrir para dar entidad a estas afirmaciones. As�, quien haya vivido como mano de obra activa durante la pacificadora d�cada del noventa, entre trabajos precarizados y tasas ascendentes de desocupaci�n, pero con un Estado que provee la dulce sintaxis del t�rmino flexibilizaci�n como ep�tome de libertad, termina por guardar como un chiste amargo el axioma que el peronismo supo retrotraer a las enc�clicas movilizadoras de San Pablo: ?el trabajo dignifica?. La Historia, cualquiera haya sido el poeta an�nimo que la escribi�, supo mantenerse en pie fosilizando frases que arrancan muecas de cinismo menos por una lectura de las condiciones objetivas en las que una sociedad se desarrolla que por un an�lisis est�tico y superficial de las viejas formas de organizaci�n.

En contraste, versos como ?Trabajadores del mundo, un�os? o ?Queremos una sola raza de hombres, los que trabajan? son poemas an�nimos que la Historia -la Historia del Trabajador, la Historia del Trabajo- ha sabido poner en boca de autores para reivindicar como propias, como elementos de una Literatura colectiva. Calificativos como ?El primer trabajador? son conquistas ret�ricas, la puesta en funcionamiento de un derecho a nombrar y a construir un Relato que no s�lo permita edificar o iluminar la figura de un Gran Jefe Sindical dispuesto a velar y pelear por los intereses de los asalariados, sino que tambi�n -en un teatro pol�tico que los condena a operar detr�s de escena- habilite su entrada como un nuevo actor social dispuesto a marcar fuertemente el terreno de las reivindicaciones. El trabajador ya no s�lo como aqu�l individuo sobre el cual se posan los ojos rom�nticos ungidos en el ardor de la denuncia o de cierta pr�dica naturalista sino un sujeto que usa la fuerza de su trabajo para recortarse en el collage social, aqu�l que irrumpe y reclama por sus derechos, por el derecho a trabajar, a construir ?obra?. Ah� la dignidad del Trabajador.

Trabajar y nombrar: fue Arlt, en el caso argentino, uno de los primeros escritores en marcar de manera m�s notable ese lugar inh�spito en el que el trabajo se construye, para decirlo de alguna manera, bajo condiciones desfavorables de producci�n pero que, a la vez, le permite imprimir a la mano de obra, al Trabajador, el cr�dito de la dignidad, llevado al terreno de la pr�ctica literaria y pol�tica. Arlt, en esas Palabras del Autor a ?Los Lanzallamas?, pone sobre la mesa todas las herramientas de una fuerte y muy consciente �tica del trabajo: la oposici�n entre los autores que viven de rentas y aqu�llos que siguen escribiendo, movilizados por un deseo y una urgencia tan emotiva como social, en el tr�fago de una redacci�n; aquellos que, no pudiendo guarecerse bajo el silencio de un sal�n, escriben con el ritmo de las m�quinas, haciendo de su entorno obra, de su trabajo estilo, de su lugar una Voz. ?Para hacer estilo -escribe- son necesarias comodidades, rentas, vida holgada. Pero, por lo general, la gente que disfruta de tales beneficios se evita siempre la molestia de la literatura. O la encara como un excelente procedimiento para singularizarse en los salones de la sociedad.?. El trabajo, en resumidas cuentas, ingresa a la Literatura y a su manera novedosa, r�tmica y agitada, tambi�n singulariza. Escribe.

Se trata ac� de la dignidad como posicionamiento. El trabajo es el filo que recorta a una clase social mientras bordea el contorno del ojo po�tico. La dignidad del trabajo es el poder reivindicarse como tal, con pr�cticas que le son propias e inherentes, un ars po�tica nueva, la posibilidad de definirse como sujeto. Una herramienta: el trabajo en la poes�a define, nombra. La poes�a nomina -recorta, y por eso es justa- la pertenencia social del que ejerce el acto verbal, el programa eleg�aco del verso, la �tica y la est�tica de sus herramientas. En ese sentido, es una figura -la del trabajador- que como Obra o como Creador, as� como el oficio aplicado a la consumaci�n de la Literatura, permite encuadrar la Palabra en un ciclo hist�rico y po�tico que acompa�a el movimiento social. Del naturalismo al realismo, de la oda al objetivismo de quien narra ese mundo del trabajo que lo rodea, trabajo propio o ajeno, todo se vuelve consecuencia de estas nuevas significaciones sociales. El trabajador, en autores como Neruda, aparece convertido en tema, all� donde la necesidad de retratarlo se vuelve una reivindicaci�n ideol�gica para dar cuenta de sus condiciones de existencia tanto como de su lugar en el Nuevo Orden pol�tico: el trabajador como Obra. Pero tambi�n el trabajador como Creador: aqu�l que escribe desde su tradici�n, desde la visi�n del mundo que el trabajo le permiti� construir. El trabajador entrando a la literatura como autor y volcando en ella los saberes de su oficio.

Por todo esto, el corpus que acompa�a a estos apuntes no trata de otra cosa que de brindar un pantallazo amplio, recortado del lugar que el trabajo, el trabajador supo ocupar en la poes�a como fuerza nominal, como herramienta de sentido. Recuperar un trabajo, el de la palabra como arma y posici�n. El trabajador como figura de la reivindicaci�n: reivindicaci�n ideol�gica, program�tica pero tambi�n, siguiendo los diferentes contextos que la pol�tica y la literatura supo tener en Am�rica Latina, como reivindicaci�n no s�lo de clase sino tambi�n de registro, de procedimientos, de una �tica de la Literatura en sistema con todo un aparato de vida. El trabajador como motivo, all� donde sus condiciones de existencia, su espacio, la importancia ideol�gica que conlleva su figura asisten a la funci�n social de la poes�a. Pero tambi�n el trabajo como motivo: la sintaxis de su rutina, la fuerza de su trabajo, la propia reivindicaci�n del verso vuelto Poeta construyendo Obra y Trabajo, es la mano de obra de esta breve selecci�n.

Addenda: en los d�as de crisis los autores de esta nota se dedicaron irregularmente a constatar una imprecisa tesis acerca de los altos niveles de aceptaci�n y reivindicaci�n del lock out patronal por parte de hombres de 40 a 70 a�os, no sindicalizados, que viven en el cord�n post-industrial de Buenos Aires, y que pertenecen a la clase trabajadora. La respuesta ?Yo s� lo que es levantarse a las 5 de la ma�ana y orde�ar una vaca, etc.?, simplemente, arras� con nuestro jard�n primitivo.

Mart�n Rodr�guez y Diego S�nchez

Poemas:

Trapiche

Gira la siesta en la rueda
del guayac�n con que gira
el eje de guayac�n
con que gira en la siesta.

Los bueyes gimen debajo?
La ca�a gime en el giro
del eje de guayac�n
debajo del yugo uncido.

Y el hombre en la siesta gira
-guayac�n uncido al yugo-
gimiendo, barcino, al giro
del eje de guayac�n
al que un yugo gime uncido.

El hombre gimiendo uncido?

�Trapiche de guayac�n,
girando en el yugo uncido!

(Elvio Romero, Paraguay)

Tiempos bravos

Otra vez fue esa vez cuando ven�amos de Chile.
Oscura estaba la Cordillera.
Tuvimos que atropellar
disparando de la muerte sonsa
que a veces traen los temporales.

Rumbo a Barreal
bajamos de las Pichireguas y a gatas
subimos por La Fortuna. Los animales
con la nieve hasta las verijas.

�ramos el G�ilo Varas, el Ma�ungo Rojo
y quien esto dice. Llegamos
a la orilla del r�o. Tra�a miedo el agua
y en medio de la oscurid� cruzarlo �era chiste?

Yo en una mula flaquita �caramba!
�iba a quedarme atr�s? �si se cagan!
apret� las espuelas a ver qu� el destino
dec�a de m�. Dijo
tirarme a l? otra orilla y dejarme vivo
pa contarles a ustedes que esa vez
tragu� tanta agua que ahora
al verla me da asco y tomo vino.

(Jorge Le�nidas Escudero, San Juan, Argentina)

Noche
A Do�a Cristina Sainz de Estrada

Cu�ntale al ni�o la leyenda, madre,
porque no sea minero.
Esa del diablo que en las noches viene
desde remotos cerros,
trayendo sobre llamas asombradas
esta�o, plata y hierro,
para llenar el socav�n vac�o
de minerales nuevos.

Para que el ni�o nunca
se te vuelva minero,
mi�ntele que las luces
que brillan en el cerro
son los ojos del diablo
que le secan el sue�o.

Que la niebla que flota
en la monta�a, es velo
que se mete en la boca
de los ni�os mineros.

�Mi�ntele mucho, madre,
porque no sea minero!
�Mi�ntele mucho, madre,
hasta en el sue�o!

Madre: tu ni�o no sue�a
porque ya es ni�o minero.
T�jele unos escarpines
con el hilo m�s risue�o
para que si viene el fr�o
no se te haga m�s peque�o.

Madre: tu ni�o ya es hombre
y no quiere que lo veles.
Tu ni�o juega una ronda
de plomo y andariveles.

(Manuel Castilla, Salta, Argentina)

No m�s trabajo, abuelo

Supongo que de una vez por todas
debe estar descansando
el esqueleto del abuelo hecho un revoltijo en la urna.
Cruzado de cicatrices de alba�il
y la condecoraci�n de un clavo
hundido en el h�mero derecho.
Pero no estoy totalmente seguro de que la osamenta
no sufra sacudidas de vez en cuando:
cincuenta a�os de levantar paredes
quiz�s no hayan agotado su impulso y el abuelo no quiere
que oscurezca un resto de energ�a en el acumulador.
Pero todo est� bien, abuelo.
Su largo sudor se ha evaporado, form� nubes
y retorn� en la lluvia. Ning�n asunto suyo
fue desperdicio. Por su causa
la obra contin�a en construcci�n.
Por gente como usted, la mejor sustancia del planeta,
sali� el sol todos los d�as. Por usted
vali� la pena estar de pie y agradecido.
No haga ning�n esfuerzo por resucitar, abuelo:
ya basta de trabajo.
Y que no se le ocurra
poner en orden sus propios escombros
ni ocupar sus vacaciones arrancando
el clavo de su hueso m�s heroico y personal.

(Joaqu�n Giannuzzi, Buenos Aires, Argentina)

Canci�n del fumigador de guardia

A�os de ning�n poema.
Para m� la l�nea tachada del verso,
arco�ris en blanco y negro de las comas,
la plaza castellana de la palabra,
solitaria plaza.

Para otros las veredas que se alargan
a medida que las veredas del cielo se despliegan,

vamos entrando en el Decanato de la Rata
��� y de nuestro oscuro origen
subsistir�n algunos nombres
empotrados en los muros.

�Y d�nde qued� el paisaje
que la ma�ana vuelve sin tan siquiera?

Lo que usted est� mirando
es una bandera amarilla.

Para m� la l�nea fr�gil del verso,
la alegr�a oscilante de la p�gina.

Aqu� empieza mi canci�n.

(Arnaldo Calveyra, Entre R�os, Argentina)

Un himno nacional cantado desde 95, 65, 85, 1975
un himno cantado en un templo no es lo mismo que un himno cantado en un frigor�fico que un himno cantado por una cuadrilla de compa��a el�ctrica camino a revisar medidores no es lo mismo que un himno cantado por una patrulla. Una cuadrilla puede ser patrulla pero una patrulla no puede ser cuadrilla. Cuadrilla = prot�n de patrulla.

(Mart�n Gambarotta, Buenos Aires, Argentina)

����������������
Una madrugada

Las trizas no se ven.
�Oh gran sorda al viento!
El viento hace trizas el tiempo.
El d�a se ha vuelto oscuro
para volverse a aclarar,
para ser otro d�a.
Mi larga espera no puede ser siempre.
El amor tiene que estar aqu�...
no a cien leguas a la redonda.
El gallo despierta,
el p�jaro dom�stico del canto de la
�������� {madrugada.
Mis ojos comienzan a licuarse en contacto
��������� {con la luz.
Pero la llamarada sin estr�pito del coraz�n
no despierta a los vecinos.
Ella (es decir vos) ya duerme
pero yo sigo despierto.
Ella dej� todo para ma�ana.
Es hora, me dijo.
Yo me he quedado como pez fuera del agua
de su mirada...
Feliz de vos (de ella),
por Dios te (me) oiga,
porque yo no estoy tan seguro
de hasta ma�ana.
Hay una gran diferencia
entre el so�ador y el dormido/a
Entre los p�jaros que duermen
y el gallo, cantor del alba.
Entre sus ojos cerrados
y mis ojos abiertos.
Todos est�n afuera (aunque duerman),
todos se han ido
hasta ma�ana.
Los que duermen han cerrado su sue�o
con siete llaves
hasta ma�ana.
Los insomnes de amor y los otros
se quedan,
esperan.
Y yo visito una f�brica de encendedores
������� ��{perdidos.
(Hoy no s�lo se fabrican objetos para tener
���������� {sino tambi�n
objetos para perder.)
Pero los encendedores perdidos
no hablan con los paraguas perdidos.
Y yo me voy, p�jaro negro,
con el paraguas infinito de la noche
acribillado por tus miradas,
por el recuerdo de tus miradas.
La madrugada es dura
como el pan del olvido.
Tu mirada es s�lo un recuerdo
hasta ma�ana.

(Ricardo Zelaray�n, Entre R�os, Argentina)

el interpretador acerca del autor

Mart�n Rodr�guez y Diego S�nchez

Publicaciones en el interpretador:

N�mero 29: diciembre 2006 - El efecto 19 y 20 (de �poca)

N�mero 30: marzo 2007 - Antolog�a de Poes�a de Izquierda

Direcci�n y dise�o: Juan Diego Incardona
Consejo editorial: Diego Cousido, In�s de Mendon�a, Cecilia Eraso, Juan Pablo Lafosse, Malena Rey
Control de calidad: Sebasti�n Hernaiz

Im�genes de ilustraci�n:

Margen inferior: Daniel Santoro, Lucha de clases.