el interpretador narrativa

1810

-anticipo Emec�-

Washington Cucurto

(La revoluci�n vivida por los negros, mestizos y mulatos)

Querido General San Mart�n,

200 a�os despu�s te escribo encerrado en una pieza del barrio de Constituci�n, te escribo como si fueras un hermano que no conozco. Te escribo desde mi condici�n de escritor cumbiantero contempor�neo que no acepta la historia como se la contaron otros. Desde mi coraz�n de admirador y enamorado tuyo, ahora que te descubr� 200 a�os despu�s, desde un rinc�n del R�o de la Plata que supo ser terreno de todas tus haza�as y amor�os tales. Hoy sos ?el faro, el gu�a, el Libertador y pr�cer de Am�rica?, en los libros de historia y en la boca de los pol�ticos revolucionarios de izquierda.

Yo te quiero como el hombre sencillo que fuiste y que ocult� su imagen de luchador de grandes gestas. Te quiero, como un muchacho porte�o m�s, que barde� todo lo que pudo, que ?pol�ticamente fue el m�s incorrecto y rom�ntico de los h�roes de la Am�rica mestiza?. Poco me importa tu cruce de la Cordillera (hoy es un tr�mite intrascendente y lo hago en dos horas por Lan Chile) o tu encuentro en Guayaquil con ese otro maric�n como sos vos y como lo ser� siempre yo, ni un pelo me mueve.

Me mueven, me sensorizan tus aventuras con negras y negros esclavos del �frica, con mujeres casadas; que te hayas atrevido a liberar 1600 esclavos en medio del Oc�ano y en las narices del Rey de la Corona.

Me conmueve que hayas sido el padre del verdadero h�roe negro de la revoluci�n de Mayo y de nuestra historia argentina, negado por las plumas de historiadores blancos, que no pod�an aceptar el liderazgo de la negritud en nuestra historia. Me conmueve, oh dulce amado m�o, tu ?libertinaje a la hora de vivir?, y por eso sos para m�, Mi Libertador.

Oh, hermano, me importan un pito tus laureles, Libertadorcito de Argentina, Chile y Per�, te recuerdo como la primera vez que te vi en un cuadro del colegio, al lado de un cuadro de Per�n, los dos montados en caballos blancos.

Querido San Mart�n, ahora que me hallo, 200 a�os despu�s, enamorado de vos, mucho m�s all� y m�s alto que las Cordilleras de Chile e incluso todo el cielo de Chile (que es un blef), te quiero decir, ya para concluir esta carta carmes� de ni�a enamorada atemporal, que la revoluci�n sigue en pie. Y sobretodo sigue en m�, nuevo Libertador de Am�rica, de la m�sica y del lenguaje. Sigue en m� a trav�s de ti, que has reencarnado dulcemente en mi esp�ritu.

Yo s� muy dentro de m�, que si vivieras en esta �poca ser�as cucurtiano. Por ahora te traigo a la realidad a trav�s del velo m�gico y comercial de la empresa editorial argentina, el libro.

Para todos los mequetrefes, sotretas y zoquetes que no saben un pito de historia ni te aceptan por puto, ni menos que hayas puesto el cuerpo en la Revoluci�n de Mayo (esto no consta en ni un libro de historia). Los intelectuales referencistas de nuestro pasado, los grandes escritores de best sellers te niegan rotundamente. Se ciegan a la liberaci�n que signific� tu vida y tu lucha. Contra ellos es este libro. Y tambi�n contra la ignorancia existente en torno a ti, tanto la del agreste maestro rural con barba guevariana o la del Presidente de la Rep�blica Bolivariana de Venezuela, se�or Hugo Ch�vez (le he escuchado decir aut�nticas bestialidades acerca de vos).

Por �ltimo, me despido con una sonrisa de tr�nsfugas picard�as de puta�ero que descubri� su hombre; te mando un beso con saliva de guitarrero infame de sambas berretas, de gavil�n de tierras malas.

?La ciudad de 1810, libre, entusi�stica, efervescente en el ideal de la redenci�n humana y anhelante de un gran porvenir; la ciudad de los pr�ceres, la �nica ciudad nuestra?.

Ezequiel Mart�nez Estrada

1. �frica

A las doce de la noche, en el centro del coraz�n p�rpura del �frica naci� un pendejito. Un d�a d�ficil de estipular y clasificar del a�o 1890, en un chocer�o de esclavos �fricanos se escuch� el llanto escandaloso de una guagua, un nenito, un gurisito, un guainito infame y bochinchero. Patale� en el vientre de su madre, qui�n profiri� terribles alaridos, arranc�ndose el pelo a manotazos y d�ndole al atigrado altar de paja furibundos conchazos. Cambi�se de lugar como si fuese a ser en el futuro un pr�digo bailar�n de balet y no un simple esclavo m�s. P�sose, la infame criaturita, boca abajo y de un cabezazo rompi� la placenta del �tero hogare�o y sali� del cuerpo de su madre, pegando unos gritos como si la estuvieran matando. El ni�o no tiene padre, ni se sabe bien de d�nde viene, �qui�n sabe!, tiene ojos de carb�n, es el primer mulato de la tierra bendecida por Dios que treinta a�os despu�s la Corona espa�ola bautizar�a como Virreinato del R�o de La Plata, o en tiempos actuales Argentina, a secas. �Es el primer mulato de la Rep�blica Argentina!

La negra Coral, su abuela materna de 70 a�os, lo alza en sus brazos y lo pone a la luz de la luna para constatar que no estuviese amarillo por la bilirrubina ni tuviera patas de mosquito. Afuera, en el inh�spito monte africano, los mosquitos invad�an el manglar.

En esta choza de tirantes de mamb� y ramas de palmeras comienza, por as� decirlo, la verdadera y tr�gica historia de una naci�n pr�xima a cumplir 200 a�os.

Con el nacimiento de este angelito se inici� el peregrinar hist�rico de un gran pa�s no pa�s.�

?Caramba, �qu� poronga tiene este ni�o! ?grita la vieja, al verle el miembro bajo los haces de aluminio de la luna.

Lejos de asustarse, se lo entrega a la bendici�n de la luna africana.

Alocada como un hurac�n, despu�s de una cabalgata subida a un le�n de tres horas, entra al cuarto la hermana de la parturienta y t�a de la criatura. Ignora a la abuela y se dirige a la cama de lapacho y quebracho donde reposa la madre que acaba de dar a luz.

?�Olga, Olga! �Vestite, ten�s que escapar!

Se da cuenta que su hermana ha dado a luz:

?�Puta de los mil demonios, c�mo hiciste para parir tan r�pido!

Olga, la madre del mulatito, es una mulata de incre�ble belleza natural de 13 a�os de edad.

Y enseguida la felicita con l�grimas en los ojos:

?Che, pero si es un pendejito. �Felicidades, hermana querida!

Y la mulata de impecable falda corta de cuero de bisonte y unos aros de barro barnizado con sangre de mosquitos, alz� a su sobrino, le peg� dos mordiscones en los cachetes del culo y le dijo, ?pobrecito de vos, bienvenido a �frica. Bienvenido a la esclavitud total.? Y ah�, constat� horrorizada que el chico calzaba entre sus piernas un gigantesco instrumento germinativo. ?Epa, g�ey qu� poronga. Este se la va a pasar cogiendo...? Le dijo, muerta de risa, a su hermana, semiconvalesciente.

Y ac� voy a traicionar o buchonear a la negra, mi personaje, dada mis capacidades de narrador atolondrado y dir� que estaba un poco tomadita, pasadita de copas, completamente en pedo, y que su vestimenta dejaba mucho que desear, pero se ve que volv�a de parrandear.

Sin dudas, hab�a un baile en el barsucho de adelante de la choza que se cae a pedazos. Un barsucho de borrachos y prostitutas que bailan un extra�o ritmo de tambores y arpas que llaman Cumb. Y, supongo, es la precursora del, 200 a�os adelante, famoso ritmo tropical Cumbia.

Y aunque no sonara Karicia ni Los Mirlos aquello era realmente supersensual para bailar, una artima�a del tiempo, pues ver tantas negras meneando las caderas y el culo, dando dosmilquinientos meneos para levantar un vaso, mover un pie, mover una pesta�a, hasta para hablar las negras mov�an las caderas, y sus parteneires hac�an lo mismo pero con sus braguetas. Cu�nto olor habanero hay en este sitio.

�Pero si la Habana, ni Cuba, ni Argentina existen, bestia iletrada ahist�rica!

2. Lorena Cucumb�, la africana con pelo de virulana

Caracoleando en su melena de luche aceituno; de docea�era de piel de cebra portuaria, burbujeando en el ojal de su blusa, el alcohol flota formando una cervecera aura angelical alrededor de la figura de clandestina errancia de Lorena Cucumbu. Su coraz�n late como el de una paloma de ala meada, palpita como el culo de una gallina violada por un granjero entrerriano.

En dope, mamada de lo lindo, tropezando con los pelda�os que suben al cuarto de su hermana embarazada. Lorena Cucumb�, hermana de Olga Cucumb� y t�a de la criatura, propietaria de unos pechos jugosos como los dos melones m�s dulces del Paraguay (cuna de melones) y una boca en forma de flor carn�vora para morfarte o mofarse, seg�n las circunstancias. Un culo, unos cachos de cachetes que, puestos boca arriba, semejar�an los tambores de una bater�a. Esta negra oriunda del Cabo Verde, ven�a de cumbeantear, chancleteando con unos tacos que retintineaban en su acanelado perfume saliente de sus piernas morrudas; parapimponeaba su figura de paloma de ala meada cada vez que levantaba un pie. Donde fuese la negra generaba m�sica a su paso, misma m�sica que la delataba a la hora de singar. Y por culpa del musical singe catresco la descubr�an las esposas de los vecinos de las chozas a medianoche y la sacaban a los coscorrones limpios de las camas ajenas.

Irreverente hasta el carac� Lorena Cucumb�, no se privaba de vivir la vida y cada que sal�a a la calle, su gran pasi�n, dizque era para erotizar pijas de negros. Ya desde los cinco a�itos, andaba en la falda de los conquistadores holandeses y espa�oles. Y recib�a regalos de todo tipo, collares, rub�es del Golfo P�rsico, huesitos de bacalao, karamizov ba�ados en oro, perfumes del Nilo, alfombras voladoras, botas de estornino de la pampa h�meda.

La negra armaba gran alboroto entre los extranjeros colonizadores que se la quer�an llevar de esclava y se mataban entre ellos. Mas ella, siempre indemne zafaba de las peores situaciones de muerte, saltando por un balc�n, o escondi�ndose debajo de una mesa de una talabarter�a de aguardientes africanas.

Sobre ella se cuenta una historia tr�gica de amor con un fraile espa�ol, poeta y precursor de Garc�a Lorca, que lo pescaron en la Santa Iglesia haci�ndose mamar la penca por la ni�a de cinco a�os de edad, que parec�a alimentarse m�s de leche de vergas que de la leche materna de su Santa Madre, que cada vez que le ven�an con el chisme de las travesuras de su hijita se agarraba la cabeza en un s�nico grito gutural: ?A qui�n habr� salido tan puta?.

Tal vez, Lorena Cucumb� de nuestro coraz�n, sea la primer prostituta consciente del �frica ?porque aqu� todas abren las piernas r�pido y gratis, sea de la mano de un se�or casado, un soltero o un indeciso rufi�n. Yo no mijito, a m� me dan billetes?.

3. En el cuarto del parimento, una noticia que despierta el amor: llega el General

?�Olga, despertate Olga, ten�s que rajar ya! ?le dijo Lorena a su hermana muerta en la cama, agotad�sima, despu�s de pujar y pujar para parir un muchachito de 7 kilos.

?�Diabla, moca de mierda, ni parir tranquila me dej�s! �Qu� te sucede?

Lorena se arrodill� junto a su cama, rez� un padrenuestro y baj� la cabeza temblando de miedo.

Olga, enojada por el silencio rid�culo de su hermana menor le grit�.

?Bueno ya, co�a del orto, �qu� te hizo mal, el aguardiente o todav�a no encontraste una penca que te clave de parada?

?�Qu� aguardiente ni ocho cuartos! Cervecita, cervecita, Condorina, que ha venido a reemplazar al agua en mi vida.

Dijo haciendo helicear en el aire sus altas plumas de avestruz y sus bordados de pelo de le�n resistente a los fuertes vientos de la regi�n. ?Ni�a, no me tomes de avestruz, que no soy como esas huecas tontas que se traen un aro puesto haciendo las monjitas y son mas putas que canastas andantes. Que yo soy trola, pero por pol�tica, como t� hermanita, as� que ojo al trompo de carne.

?Ya, ya, deja de alaraquear como una gallina que nadie te va a degollar y suelta el rollo, que tengo que darle de mamar al cr�o.

?Adem�s de atorranta, sos atrevida y maleducada, presta atenci�n porque esta gallina viene a salvarte el pellejo, mamerta...

La negra quiso hablar pero le fue imposible, se volvi� tartamuda del miedo, o tal vez le cay� el peso de la historia encima. �Qui�n sabe?

Lo �nico que dijo es:

?All�, all�, por el manglar, a la orilla de las carboneras... viene el General.

Olga salt� de la cama visti�ndose, todav�a sangrante y agarr� el fusil m�s grande que ten�a abajo de la cama. Le orden� a su madre que saliera por la puerta de atr�s ocultando al cr�o con ramas de eucaliptos. Y se parapet� al lado de la ventana, apuntando a lo que se apareciera en el horizonte.

Lorena Cucumb� baj� corriendo las escaleras y sali� al centro del sal�n del bar donde los negros bailaban, se besaban y franeleaban a granel.

?�El General viene con sus hombres a robar esclavos!, grit� al fest�n musical y sexual que se estaban haciendo en el bar. Pero la m�sica y la calentura de los negros era imposible de parar.

4. Besame de nuevo, forastero

El General ingres� al bar encima de su caballo blanco, con su ej�rcito invencible de granaderos sigui�ndole el paso firme. Sacaron cadenas y grilletes de bronce para sujetar a los negros que corr�an, saltaban por las ventanas, gritaban de p�nico ante la presencia imperial del hombre blanco y su bestia. Algunos no tuvieron tiempo ni de levantarse los pantalones y el General levant� el sable y de un fuzz que ray� el aire y la historia humana cercior� los gigantescos penes desnudos que cayeron como pedazos de algarrobo al piso y comenzaron a saltar y a chocarse contra las paredes llenos de sangre. El ruido de aquellos penes al chocarse, ciegos contra las ventanas, asustaba a los perros y horrorizaba a las negras que se subieron encima de las mesas y del mostrador del barsucho. El temblor porongil alborot� a medio mundo, hasta que las pijas se perdieron saltando por la ventana al monte africano...

Pero Olga, adem�s de puta, era valiente y por lo tanto testaruda como los mosquitos y no iba a dejarse amedrentar por un par de porte�os vagos y uniformados. Salt� las escaleras y con otro salto m�s fuerte se le fue encima al General a caballo, y lo tir� al piso. Se le subi� encima en el forcejeo y lo abofete� dos veces en el piso. Los granaderos, esclavos criollizados en su mayor�a, sonre�an por la intrepidez sexual de la mulata.

?�Maldito, criollo colonizado, est�s en el coraz�n de �frica! ?le grit� y le ensart� dos severos cachetazos m�s.

Aquello fue para filmar o alquilar balcones realmente. Algo hist�rico no escrito por la mano blanca, de linda caligraf�a, que ha inventado la historia a lo largo de todos estos a�os. �Pegarle al Libertador de Am�rica, m�ximo pr�cer del continente, qui�n lo dir�a! Pero, cr�anme, no es una infamia del Sr. Cucurto, as� sucedi� y lo atestiguan los documentos de los pocos negros que quedan en el R�o de la Plata, en la Isla Maciel, detr�s del Puente de La Boca.

Volvamos a la acci�n.

?�Epa, mu�eca as� recib�s a este forastero!, le dice el General agarr�ndola de las mu�ecas y d�ndole dos besos secos de lengua que marearon y le hicieron flipar el cl�toris a la mulata, que se entreg� de amor total.

?�Besame de nuevo, forastero! ?Le inquiri� ella, con la boca sedienta de amor.

Y la boca del general se despeg� de �l como un p�jaro salvaje que se pos� en sus labios. El beso cay� con la fuerza de un ancla en el coraz�n y el alma de Lorena haci�ndola mil pedazos. Y fue el beso m�s intenso que le dieron en su vida, un piedrazo de piquetero que agujere� el toldito del puesto de panchos de su ser. �El beso, luna masoca que ara�� tu mar!

Beso de helic�ptero, beso multiprocesadora molinex, beso de molino de viento del Ingenioso Hidalgo, beso con sabor a hierba, a lo Serrate, el beso de lengua del General, le hizo ver todos los colores del horizonte, en ese beso la transport� vaya a saber qu� extra�o lugar de su futuro, donde la negra se so�� vestida de dama espa�ola, de la mano del Libertador de Am�rica. Llen�sima de hijos mulatos color caf� con leche y una casa patricia con un aljibe en medio, tres costureras que confeccionar�an sus vestimentas de ella y sus hijos que usar�an los s�bados para ir a misa. El beso del General, era m�s fuerte y decisivo que cualquiera de sus armas y su ej�rcito completo. �Lorena se enamor� al instante, como cualquier negra, del hombre blanco, de patillas, guap�simo! Mas todo eran puros colores mezclados que se evaporaron al instante, cuando el General le peg� dos firmes cachetazos en la mejilla y tir� de su sue�o de dama espa�ola. Le dijo, sac�ndosela de encima y haci�ndola rodar.

?�Nadie le pega al General del Virreinato del R�o de la Plata! �Decap�tenla ahora mismo!

Antes de eso, la negra se incorpor� de un salto de tigra y qued� parada encima del mostrador del bar y grit�:

?�Besame de nuevo, villano y virreynesco general!

Y se le abalanz� sobre su boca d�ndole un beso intenso que lo dej� sin aire y casi lo mata. Entre ocho granaderos fornidos tuvieron que arrancarla de la anatom�a del General como si fuera una garrapata.

5. Comienzan los problemas de San Mart�n con su hijo

Desde lo alto de un altillo se alz� la voz rebelde de Olga, la hermana de Lorena, quien hab�a presenciado el beso de amor:

?�General San Mart�n, hijoeput�sima, mejor que reconozcas a tu hijo que acaba de nacer, aqu� mismito en el coraz�n de �frica! �Aqu� no nos colonizan ni con besos ni con armas! �Y dej� de seducir a mi hermana que es m�s trola que puta dominicana!

Dicho esto dispar� varias veces apuntando a la cabeza del general, pero s�lo consigui� moverle un poco el gorro frigio que esa noche llevaba puesto nuestro h�roe.

Los soldados de San Mart�n le respondieron bayonete�ndola al instante. Lorena se tir� encima del cuerpo de su hermana y se deshizo en llantos. En medio del monte africano se escuch� un alarido de dolor. Cabalgando en una leona, en brazos de su abuela, el hijito ileg�timo de San Mart�n reci�n venido al mundo, llor� l�grimas rojas de sangre y la leona lo amamant� como una madre.

6. Los soldados marihuanos del General San Martin

Los soldados del Libertador de Am�rica, en su mayor�a esclavos africanos que hab�an sido educados y tra�dos al Virreinato del R�o de la Plata, por el propio San Mart�n en persona. El general dec�a, ?un ej�rcito de negros analfabetos no servir�a de nada, necesitamos alimentar el esp�ritu de las personas, despertar su alma revolucionaria reprimida por la esclavitud, el poder espa�ol o el miedo que impone Napole�n o todas las fuerzas conquistadoras. El general, como un padre, se ocup� personalmente de la educaci�n de cada uno de sus valientes soldados. Incluso los visti� con la mejor ropa, ?un ej�rcito debe dar buena imagen, pues qui�n adherir�a a un ej�rcito de pordioseros, de borrachos mamertos o de negros hambrientos. �Pues, ni mi t�a! El ej�rcito debe exhalar poder?.

Los visti� como si fuesen a desfilar, mas que a la guerra, cada granadero de San Mart�n, vest�a un sayal color azul marino intenso ?para que nos confundan con el cielo de la Cordillera?, con unos sombreros contra la nieve y zaja de lino africana color punz�, ?la sangre de nuestros enemigos siempre cruz�ndonos el pecho?. Completaba la vestimenta un sable de plata, pantalones blancos de lino elastizado al cuerpo y botas de cuero negras hasta las pantorrillas con espuelas de plata en el tal�n. Imag�nense, con tales vestimentas, la pinta que tendr�an esos esclavos negros acriollados.

7. Frente al cad�ver de Olga Cucumb�. El llanto del General

El General orden� la retirada de sus soldados y la ejecuci�n inmediata de todos los que estaban en el bar. Clodoaldo Maripili, un africano culto y bello, lugarteniente del general, arranc� del cuerpo de su hermana, a Lorena Cucumb�.

?�A ella tambi�n la limpiamos, general?

San Mart�n mir� los ojitos de quincea�era de Lorena. Y exclam�:

?�Maldici�n, es casi una ni�a!

Hubo silencio, Clodoaldo esperaba la respuesta del l�der. Los tres se cruzaron las miradas.

?Es joven, tendr� sed de venganza. Sea la primera en ser ejecutada.

Dos soldados enormes de incre�bles ojos celestes se la llevaron arrastrada entre gritos.

Clodoaldo se qued� parado junto al general.

?And�, Clodoaldo dejame un minuto solo.

El General se acerc� al cad�ver y se quebr� en llantos. Se arrodill� y bes� la mejilla de Olga, la esclava con la cual hab�a concebido un varoncito. El general pensaba para sus adentros. �Qu� habr� pensado esta negra? Que iba a reconocer el cr�o tenido con una esclava. Un hombre blanco y distinguido, un general del ej�rcito revolucionario no puede tener cr�os con una negra. En el R�o de la Plata iban a pensar que me ando garchando a las esclavas. Adem�s qu� mina podr�a darme bola despu�s de conocer mi relaci�n ilegal con Olga. Aunque es cierto que Olga era una mujer muy especial.

El general se par� y extrajo de un bolso una bandera celeste y blanca y la envolvi�. Cuando sali�, les dio una orden clara a sus soldados.

?Quiero que este bulto vaya directo a las tripas de las bestias. Es la forma m�s pura de llegar a la tierra...

En esa entr� Clodoaldo Maripili con una noticia.

?Mi general, la negra se nos escap� subida a unos leones... Otra noticia: los negros ya recolectaron 3500 fardos de la mejor hierba m�gica.

?�Marihuana?

?La mejor de todas, mi general.

?Muy bien, Clodoaldo, olvid� a la negra y cuiden la hierba como oro.

Dicho esto el general se retir� a su cuarto a prepararse para el regreso a Am�rica. Clodoaldo Maripili intercept� a los soldados con el cad�ver de Olga y dio una contraorden.

?A nadie se le ocurra tirar ese bello cad�ver a la boca de las bestias. Lo esconden y lo embalsaman hasta llegar al Virreinato.

8. La hierba maravillosa

El General no s�lo viajaba tres meses en barco hacia el �frica para ?traer sacos de carb�n?, sino para traficar especias deseadas y afrodis�acas. Una hierba de moda en tiempos de la revoluci�n se la conoc�a con el mote de ?Mar�a?. Serv�a para acompa�ar pensamientos solitarios, distraer penas, entretener ocios, se la fumaba en cigarro, mezclado con el tabaco en cigarrillo o pipa, se mascaba o se aspiraba por la nariz en polvo. Su extraordinaria difusi�n, su sentido narc�tico, su circulaci�n en el mercado negro y en cualquier verduler�a de vecino la hizo popular en el consumo de la poblaci�n. Se cre�a que esta hierba excitaba a las mujeres en los bailes y hasta era milagrosa en amores o a la hora de curar enfermedades ven�reas. Ya que esos a�os revolucionarios provocaban gran excitaci�n en la poblaci�n que se la pasaba garchando el santo d�a.

El lucro de esta hierba era controlado por la Real Hacienda, y daba dividendos astron�micos al gobierno Real. Pronto el Virrey se dio cuenta que ?la negrada proleta? estaba el santo d�a volada de fumar la hierba y no pod�an servir a la Corona. La prohibieron de inmediato y la fabricaron para las personas ?elegantes y distinguidas que dan el honor a su Majestad? en polvo y a precios desorbitados.

�Qu� aspirar la hierba de la tierra sea un rasgo inconfundible de distinci�n y fineza entre los patricios y las damas espa�olas!

Fue el gran error de la Corona, quitarle al pueblo su placer; sacarles a mestizos, mulatas, esclavas, negras casadas con un blanco y vueltas se�oras de su distinci�n, ind�genas, criollos y soldados de los ej�rcitos revolucionarios el placer de sentir la vida en su alto esplendor a la hora del acto sexual, del baile y del amor.

Comenzaron los problemas, los robos, los hurtos, los asesinatos violentos y sin sentido para poder conseguir el polvo m�gico de la vida.

Se la comenz� a traficar, en las periferias del Virreinato, se la mezcl� con tabaco, vino, aguardiente, aceite, vinagre, grasa, espliego, �regano y dem�s ingredientes utilizados para ?el despertar org�nico?. La hierba ense�� a aspirar con elegancia ?yo conoc� a Manuela, que soplaba mientras me la mamaba y Cornelia que la aspiraba cuando se la sacaba?. Todo era un mercado negro de tr�fico alarmante. Se arm� tal bolonqui que tuvo que intervenir el Rey de Espa�a, otro furioso aspirador de la hierba, quien dispuso su legalizaci�n en 1809.

El �dolo de esas �pocas, y gran estornudador era sin dudas, nuestro antih�roe el General San Mart�n, que le daba a la hierba todo el d�a y gracias a ella cruz� la Cordillera y liber� a Am�rica. Cada tres meses salvaba al Virreinato de morir de abstinencia. Ven�a del �frica (la hierba solo crec�a en �frica) con 1000 esclavas de cuerpos exuberantes y 1500 fardos de la mejor hierba. El barco era una humareda al ser avistado desde las orillas del R�o de la Plata.

El general llegaba dando ca�onazos de alegr�a con sus granaderos.

�Un h�roe del Buenos Aires y la �poca virreinal dieciochesca!

9. Regreso a Sudam�rica

Al amanecer del d�a siguiente el General se levant� vestido de forma impecable. Hab�a recibido una noticia del R�o de la Plata: Buenos Aires ten�a aires independencistas, hab�a ordenado la sucesi�n del jefe de estado nombrando a Santiago de Liniers.

El �frica misma con su belleza, sus animales, sus cocoteros, sus planicies y �rboles gigantescos se vio eclipsada de golpe cuando el General sali� de su cuarto, vestido como un rey. Ol�a a despedida. La chaquetilla o casaca que le cubr�a las rodillas era de terciopelo azul con flores colorinches bordadas en plata. M�s de dos mil ojales de tela de oro la cruzaban de arriba abajo y formaban unos arabescos sicod�licos que mareaban. La chupa que llevaba encima ten�a unos bolsillos llenos de rosas negras reci�n cortadas del R�o de Mozambique. Tres rosas estaban atadas al cabo de su sable. Los calzoncillos de seda con rayas de terciopelo carmes� muy ajustados que dejaban ver lo exuberante de su sexo, estos calzoncillos largos terminaban sobre las rodillas atados con una cinta punz�, ah� mismo comenzaban sus botas de combate de cuero del mejor bisonte y tacos de algarrobo. Su sable colgaba impecable, brillante, finamente lustrado por uno de sus antigachupines. Pese a las pilchas, una tristeza cubr�a el alma del General, sab�a que dejaba �frica para siempre.

Y a su hijo reci�n nacido no hab�a podido conocer. ?Sea tenido con una negra esclava, una mulata o una espa�ola, igual es mi hijo?. Se repet�a todas las noches.

A las 8 de la ma�ana, sali� a tomar aire, respir� hondo el perfume de madreselvas que se avecinaba sobre las chozas. Orden� a sus granaderos llevar bolsones de negros a los vagones de los trenes que los transportar�an desde el centro del �frica hasta una de las costas del Mar Egeo. El trayecto de este tren era una odisea, pues deb�a cruzar r�os, selvas, dunas de arena inundadas de serpientes de arena, pozos de barros, baches y todo tipo de accidentes geogr�ficos.

El tren, que ten�a la velocidad m�xima de 60 kil�metros por hora, iba tan despacio que permit�a ver todo el h�bitat que atravesaba. Por eso, era una odisea que duraba las seis horas de noche, cruzar la selva a oscuras, sintiendo como las bestias se lanzaban encima de los vagones. Al amanecer ya estaba entre la zona de las dunas donde s�lo se ve�an cabezas de serpientes decapitadas por los parantes del tren.

En pocos minutos, el tren se enrojec�a, encolorec�a por los chapuzones de la sangre de las v�boras. Los vagones de los esclavos, completamente desprotegidos, eran picados por las cabezas de las v�boras que todav�a aleteaban. El tren iba echando humos, colmado de esclavos, que al llegar a las costas del Mar Egeo, quedaban menos de la mitad como consecuencia del viaje. Sub�an al barco que los esperaba lleno de marinos y granaderos. El General era custodiado por dos granaderos antigachupines, que lo cuidaban a sol y sombra.

Cuando los esclavos estaban embarcados se oy� un grito venido de la selva. Era Lorena, montada en una cebra.

?�Oye, sinverg�enza, no me dej�s en esta tierra de hambre, llevame a Sudam�rica!

Y peg� un salto y se subi� al barco.

Cuando el barco se alejaba ya a 20 leguas de la costa del �frica, se oyeron dos tiros de salva. Desde la orilla se vio a una vieja subida a un caballo, con un pendejito en los brazos.

El General fue advertido por sus lugartenientes de la extra�a presencia. Y orden� que se detuviera el barco. Sus segundos le dijeron que era imposible, pues el barco ya hab�a tomado impulso y no era un motor moderno que se detuviera con un freno. Hab�a que tirar anclas y pod�a quedar encallado.

Lorena Cucumb� se asom� a la baranda del barco y grit�.

?�Es abuela y mi sobrino!

El General constat� que el chico en brazos de la vieja, era su hijo. Y se tir� al agua gritando:

?�Es mi hijo!

Y es as� como la pilcha del General qued� arrugada y se encogi� de golpe por el agua fr�a de la costa africana. Pero lleg� indemne y sac�ndole el ni�o de los brazos de la vieja. Lo abraz� con el amor m�s grande del mundo, el de un padre.

Tiritando de fr�o y con mocos en la nariz le agradeci�.

?�Gracias, abuela!

La vieja, le peg� un coscorr�n al libertador de Am�rica y le reproch�.

?�Sinverg�enza de mierda, hacete cargo de tu hijo!

El General en la arena, arrodillado, abraz� y bes� a su hijo, llorando. Alguien le peg� un palazo en la cabeza que lo dej� inconsciente y si no fuera por sus soldados africanos, excelentes nadadores que lo volvieron al barco, hubiera muerto en la orilla.

10. En el barco de la revoluci�n

Desde el centro del r�o, sobre el gran barco ?carbonero?, lleno de esclavos, la ciudad apenas se disimulaba detr�s de una bruma negra de humo, que de seguro ser�a producto del traj�n de las carretas y carros que no dejaban de levantar polvo con sus ruedas bartoleras de maderas y el patalear de sus caballos criollos. Hab�a llovido unos d�as antes, as� que se hab�an formado grandes baches de barro y agua en las calles, lo que armaba un quilombo b�rbaro en el tr�nsito carretil, incluso hasta algunos caballos se ahogaban al hundirse con carreta en estos pozos profundos. La ciudad prontamente se convert�a en un lugar intransitable de barro y mierda.

De seguro tal masa asfixiante de polvo proven�a del conchet�simo barrio del Retiro, en el puerto, gran zona comercial, m�s precisamente en la calle Real, que conecta el puerto con la plaza Buenos Aires. Pese a la inmensa nube de polvo se divisaba desde el centro del r�o, los faros de la South Sea Company.

El General se asom� a la escotilla del barco, fum�ndose un cigarr�n de tabaco y algo m�s...

?�Estos garcas, est�n vendiendo sacos de carb�n de cuarta categor�a! �Son unos chantas totales estos inglesitos de poca monta!

Reflexionaba para sus adentros el General�smo gal�n y mujeriego incurable del R�o de la Plata.

?�Solo a ellos se los ocurre vender esclavos de 25 a�os para arriba, sin dientes, llenos de escorbuto y sarna! Por suerte yo me traje 1600 lolitas y lolitos oscuros de 14 a�os, merca de Primera A total! �Sobre ellos construiremos la base de la Revoluci�n del R�o de la Plata!

Acomod�ndose el sajal, nuestro pr�cer segu�a reflexionando en voz alta, Olga Cucumb�, la negrita, lo escuchaba.

?�Sos un t�trico, est�s decadente, libertadorcito de Am�rica!

Mas el General no respondi�, segu�a absorto en sus pensamientos mirando el r�o cristalino, lleno de peces que se pescaban a red y caballo y luego se vend�an en la Feria gigantesca del Retiro. Un �ltimo, ef�mero y snob pensamiento se le col�: ?que hubiera sido de Am�rica sin la sangre del �frica?. Pregunta sin duda irrespondible a esta altura de la existencia humana...

El General sab�a m�s que nadie, que esos negros eran la base del ej�rcito, la carne de ca��n que ir�a al frente ante el poder�o guerril de la Corona de Espa�a. No quedaba otra, a cualquier sangre hab�a que liberarse.

El General dej� de pensar, peg� una ultima pitada a su cigarr�n de tabaco y algo m�s... y se meti� a las bodegas del barco a contar los esclavos, no vaya a ser que en los bolonquis que armaron se le haya piantado alguno. Faltaba media hora para que desembarcaran en el Puerto de la gran Capital del Sud, conocida por todos como Buenos Aires, en tiempos actuales, locura de los turistas.

La negrada en la bodega del barco era un descontrol. A pesar de venir encadenados ten�an un gran entusiasmo por conocer una nueva ciudad.

Las morochas estaban en conchas, mostraban sus culos incre�bles, sus pechos de martillo, sus caderas hechas para el parimiento y el gire del nabo. Los negros, por su lado, exhib�an sus grandes huevos, sus pijas asombrosas, sus piernas perfectas, sus barcas salom�nicas. De la bodega sub�a hacia el exterior un tufito, una baranda imbancable, que s�lo los negros agrupados de a miles pueden largar. Sonaba un tambor y los negros agitaban todo, encarcelados y llenos de cadenas, pero todos sabemos que no hay cadenas que encadenen a los esp�ritus libertinos, a las almas tiradas a la joda, no hay barrotes, no hay rejas, no hay celdas ni ataduras, no hay matrimonios, que los separen de su realidad, de su manera de ser tan alegre y desmesurada, ?y si no hay vino nos emborrachamos igual?. Por lo cual estos negros eran unos genios, y, �c�mo no iban a hacer la revoluci�n con muchachos tan pilas!

Al General, aunque fing�a que todo era un cumplimiento del deber, le encantaba bajar a la bodega con los negros, que lo piropeban de lo lindo y el general se excitaba como un chancho. Unas veces se calentaba con una morocha, otras veces se ruborizaba con un morocho...

Por eso, Olga Cucumb�, siempre le dec�a ?milico y puto?. Sobretodo puto, porque al general, lo que realmente le molestaba era que lo tildaran con el mote violento y represivo de milico.

?Soy un soldado de Am�rica, negra olor a patas, berenjenera de cuarta ?le dec�a en joda, sigui�ndole el juego nuestro h�roe.

?S�, pero al fin y al cabo, no sos m�s que un milico sudamericano, golpista, represivo, dictador y chorro como todos...

?C�mo se equivoca la gente. Los militares estamos para servir al pueblo y el pueblo tiene que dejar de leer tanto los diarios opositores.

Esta conversaci�n la vamos a escuchar a lo largo de todo el libro, as� que volvamos a la bodega llena de esclavos.

11. En la bodega del barco revolucionario

Hab�a una negra de labios perfectos, trencitas de uno o dos nudos. Acord�monos que la raza negra es lampi��sima. Esta morocha era un poquito m�s clara que el resto. Tendr�a unos diez, doce a�os, pero m�s empujones que molinete de subte, m�s ca�das que la Garza Sosa, m�s empomadas que Alfons�n, m�s baches que la Avenida Rivadavia. Pese a todas estas sacudidas, era asombroso el culo que manten�a. Se lo mostr� al general, lo apoy� sobre los barrotes de su celda liberadora. (Aquel culo lleno de sensaciones, ocupaba el ancho de la distancia que hay entre dos barrotes, cada cachete marr�n claro, lleno de hermosas pecas rosas, calentaban hasta al m�s trolo).

Uno de los gruesos barrotes negros se le perdi� entre los cachetes del culo y la negra se lo retorc�a, se lo morfaba sin miedo. El fierr�n se perd�a en el orto catedralicio de la negra, que haci�ndole gestos bien de atorranta (cualidad n�mero uno de todas las esclavas de esta historia), se lo segu�a mostrando al pobre San Mart�n para que se calentara al m�ximo.

?�Generalcito, haceme tu esclava, mir� c�mo me lo como todo! (haciendo alusi�n al barrote, por supuesto).

El bochincher�o, el jungler�o, ?el pajarer�o de estrellas?, como dijo un gran cronista de la �poca, era incesante, el roce y el pongue no paraba nunca, por lo cual, esta negrita se val�a de un real ingenio para hacerse escuchar. Apenas se aproximaba un silencio,� soltaba sus frases lapidarias.

?�Ay, Generalcito, ven� que te lamo la bota de piel blanquita, la deb�s tener! �Si te agarro no sab�s c�mo te orde�o! �Arrimate que te tiro el fideo!

Por esos d�as, el r�o, al igual que la ciudad,� estaba lleno de pozos y el barco hizo bum para abajo y todas las celdas se chocaron entre ellas. El General tropez� y cay� de cara sobre el culo carnoso de la negra. Era un disparate rid�culo, un desplante atolondrado, ver al libertador de Am�rica de jeta en el culo de la negra, que aprovech� para agarrarlo del cuello con fuerza y hacerle sacar la lengua. Lo agarr� del cogote y lo hizo subir dos o tres veces con la lengua afuera por el agujero del orto.

?Generalcito ?le dijo?, prob� el sabor de la inmigraci�n.

(Contin�a)

Washington Cucurto

el interpretador acerca del autor

Washington Cucurto

El lugar y la fecha de nacimiento de Washington Cucurto ha dado origen a numerosas controversias, pero una mayor�a de los estudiosos de su obra acuerdan en darle al partido bonaerense de Quilmes (Argentina) y el a�o m�tico de 1973 esos dudosos privilegios. Durante los a�os de la llamada d�cada maldita, trabaj� como repositor en distintos supermecados, y comenz� a tejer sus mitos de autor como miembro destacado de la generaci�n de poetas de los a�os noventa ( Zelaray�n, 1998; La m�quina de hacer paraguayitos, 1999; 20 pungas contra un pasajero, 2003; Hatuchay, 2005). Pero fueron los relatos de Cosas de negros (2003), Las aventuras de Se�or ma�z (2005) y El curandero del amor (2006) los que lo llevaron a la fama latinoamericana y mundial. Cucurto es el escritor joven m�s le�do, m�s celebrado y m�s injuriado. En 2002 fund� Elo�sa Cartonera, un sello de trabajadores cartoneros que difunde literatura latinoamericana contempor�nea, en cuya p�gina web pueden leerse algunos cuentos de su autor�a. Textos suyos fueron inevitablemente recogidos en numerosas antolog�as y traducidos al alem�n y al ingl�s.

Publicaciones en el interpretador:

N�mero 17: agosto 2005 - El curandero del amor (narrativa)

N�mero 32: diciembre 2007 - 1810 (narrativa)

N�mero 32: diciembre 2007 - Mis amigos peronistas... (poema)

Direcci�n y dise�o: Juan Diego Incardona
Consejo editorial: In�s de Mendon�a, Camila Flynn, Marina Kogan, Juan Pablo Lafosse, Juan Leotta, Juan Pablo Liefeld
Control de calidad: Sebasti�n Hernaiz