Dado que Sergio Pastormerlo comienza su libro con el problema de la verdad (delimitar la crítica borgeana es una cuestión de verdad, dice en la primer línea del primer capítulo, y luego considera el relajamiento de la “voluntad de verdad” en los textos críticos de Borges(1)), yo comenzaré con una anécdota, esa modalidad narrativa de cuyo carácter ficcional y mentiroso nadie duda. Menos que nadie, Sergio, quien a propósito de una anécdota sobre Borges nos alerta sobre la falsedad de todas ellas. No la cuento para contradecirlo, sino muy por el contrario, para acentuar la zona equívoca y resbaladiza por la cual se ha deslizado, empuñando milimétricamente sus instrumentos de agrimensor.
La anécdota es esta: Un crítico, dispuesto a poner a prueba las réplicas de Borges, y sin dudas para azuzarlo, le comentó que había salido un libro de un tal Alberto Laiseca y que llevaba el título de Matando enanos a garrotazos (1982). La réplica no defraudó la demanda de agudeza: “Caramba –dijo Borges- parece una historia de la crítica argentina”. No dudo de la veracidad de esta anécdota, aunque quien me la contó, Enrique Pezzoni, como experimentado narrador de anécdotas, las aderezaba y estiraba a su gusto para encantar al auditorio. Quiero decir: el territorio de la anécdota supone una fe previa de los oyentes que no exigen la verdad, sino la confirmación de una creencia. Es casi la misma zona dificultosa y lábil que Sergio ha elegido para entrar en Borges, un Borges que en la anécdota se erige implícitamente como el gigante que supo poner de su lado a la crítica en el combate con los enanos. Un Borges pleno de autoconciencia sobre su papel en la literatura argentina, un papel algo devastador, por cierto, pero al mismo tiempo, consciente de la historia. Y sigo en el territorio de Sergio Pastormerlo, consciente como pocos de la historia textual de Borges, intricada como pocas, y consciente también de la historia de la crítica en Argentina.
Borges crítico indudablemente admitiría ser leído como una historia; sus recorridos son de cabo a rabo históricos, y el tiempo predominante de su narración es el pasado, un pasado casi absoluto. ¿Por qué Pastormerlo eligió el pasado como el tiempo privilegiado de la narración y de la descripción? Convengamos que la crítica tiende a acentuar los efectos de Borges en el presente, o hace de todo Borges un efecto de presente. Sergio procede al revés: no finge un tuteo con las aristas más lejanas de Borges que quedarían por la acción de esa confianzuda proximidad aplanadas en un presente engullidor, sino que, ateniéndose al vaivén de la historia, busca devolver la extrañeza a lo que las capas de familiaridad engañosa convirtieron en inercia e irreflexión. O dicho con las propias palabras de Sergio:
Intenté leer la crítica de Borges como un objeto dos veces extraño (por su distancia histórica y la alteridad de su lenguaje crítico...) no traducir lo extraño a lo familiar”(2)
El efecto de la narración en pasado es que cierra a Borges sobre su propia historia y permite ver la totalidad Borges debatiéndose consigo misma, de algún modo clausurada, pero haciendo visible en tanto clausura lo que es posible e imposible en el aparecer del presente. “Borges, un objeto histórico”, muy bien podría ser el subtítulo que Sergio no puso, pero que actúa como omnicomprensivo motor de todo su libro.
La lectura de Borges crítico está enmarcada fuertemente (al comienzo, en el Prólogo, en el primer capítulo, y al final, en el último, en la reflexión que lo cierra, y en las últimas palabras) por el análisis del primer libro publicado sobre Borges, Borges y la nueva generación de Adolfo Prieto, que es la historia de unos cuantos malentendidos y de un silencioso arrepentimiento de su autor. Más allá de las trifulcas generacionales que animan a Prieto en contra de Borges, Sergio reconstruye la emergencia y la justificación de un nuevo suelo histórico para la crítica académica, esa forma hegemónica de la crítica actual, que es a la vez un refugio y una custodia. “Las alarmas del Dr. Américo Castro” y la réplica de Prieto por primera vez se convierten, a través del análisis de Sergio, en lo que verdaderamente son: tensiones institucionales que tironean el discurso crítico argentino. Si Borges dio una vuelta de página irrecusable en la literatura argentina, la validación de la crítica académica de Prieto, leída perspicazmente en Borges crítico, nos señala también un punto de inflexión que convierte el modo crítico de leer del hombre de letras que era Borges en un lenguaje del pasado.
Pero no sin ciertas “curiosidades” que nuestro libro descubre con implacable transparencia: la crítica de Borges enfrenta e incorpora, con alarmadas reservas, la modalidad “sacerdotal” del comentario académico cuando examina uno de sus objetos fetiche, James Joyce. De una relación mano a mano con el lector, presente en sus ensayos de 1920, observa Sergio, se pasa a la que necesita de un comentador como obligado intermediario de los trabajosos goces que proporciona la lectura. La crítica de Borges atisbaría así, recelosa, la entronización de un tipo de crítica, la académica, que, según nos muestra el libro, tiene más de una semejanza con el modo de leer borgeano. La aparente paradoja (la influencia porosa y generalizada de la literatura de Borges sobre la crítica, y por su parte las opuestas posiciones antiacadémicas de un homme de lettres) surge de un análisis que no deja escurrir ningún matiz diferencial a través de sus mallas para retenerlos como base de conclusiones inesperadas. Conclusiones que enfrentan lugares comunes, supercherías resignadas que la crítica académica adoptó sin examinarlas, como la generalizada convicción de que las valoraciones de Borges eran “arbitrarias”, “caprichosas”, “antojadizas”. Donde la crítica adormecida lee el latigazo fulminante del capricho, Borges crítico sabe reconstruir un sistema, las razones y las variaciones históricas de ese sistema:
Me opuse en particular –dice Pastormerlo en su Prólogo- a una de las imágenes cristalizadas de Borges: la del ironista burlón y el polemista circunstancial. No es una imagen infundada, por supuesto, pero es demasiado eficaz para negarle una consistencia propia a la crítica borgeana –y hasta el derecho de ser tomada en serio(3).
Pero no deberíamos creer que la mentada seriedad, uno de los estandartes con que la crítica académica más estéril esconde sus imposibilidades, esteriliza o afea el discurso de Sergio Pastormerlo. Recordemos que hay también una suerte de crítica académica bufa o histriónica que suele querer la tranquila adhesión demagógica del lector en el afán de manipularlo más eficazmente con consignas dogmáticas. La seriedad de Sergio reside en aquello a lo cual la crítica universitaria no podría renunciar sin desdibujarse: los protocolos de lectura que aseguran la sutileza con la que lee, y una ética o estética del esfuerzo. En cuanto a los primeros, son simples y rotundos, pero también difíciles porque exigen una suerte de atención crítica permanente, sin descuidos:
No siempre conviene descuidar [los] textos más descuidados(4).
“Milimétrico” llamé antes a este método, agrego ahora que se trata de ir y volver una y otra vez por los textos y la cronología de la crítica borgeana, señalando sus puntos de anclaje (la década del veinte, el abandono de la poesía, el pasaje a la narración, la vuelta a la poesía, la conversión en escritor oficial…), y las internas disidencias entre esos pasajes. En cuanto a la ética o la estética, consiste en que tamaño esfuerzo milimétrico (se adivinan horas de lectura y relectura, la frecuentación del archivo, la postulación y refutación de hipótesis que caen, la corroboración paciente del cronograma), no pasa a su discurso ni incomoda con ostentación reivindicatoria la atención del lector.
Estética de la sobriedad, cabría llamarla, pero con la condición de insistir en que la suya jamás se confunde con la sequedad. Más aún, hay como una retenida ironía en su discurso que aflora sin estridencias, sin afán de atacar, polemizar o derruir, porque confía en los resultados del esfuerzo. Algunos ejemplos:
-Una lectura algo distraída de sus textos autobiográficos y de las biografías podría llegar a la conclusión de que Borges, que se casó dos veces, no se casó nunca(5).
-Para Borges, podría decirse, los ‘supersticiosos’ constituían la pequeño burguesía de la sociedad de lectores(6).
-¿Por qué Borges terminó por ser un crítico sin imagen de crítico?
-“Adolfo Prieto en su libro lo vio como crítico (un mal crítico) literario, lo que suponía una especie de consagración(7).
Es esa ironía en sordina la que le hace cambiar, a propósito de “El milagro secreto” la consabida pregunta “¿qué libro se llevaría a una isla desierta?”, por esta otra: “¿qué libro escribiría frente a un pelotón de fusilamiento?(8)”, o fijarse casi piadosamente en que tres idénticas interpretaciones de Emir Rodríguez Monegal sobre la crítica borgeana están basadas en una única errata(9).
Cuando se quiere desacreditar la producción académica suele decirse que emplea con actitud terrorista, sectaria y enrarecida la jerga en la que debate sus ideas teóricas o el “marco” que le sirve de sustento cognoscitivo. Esta prevención sería inútil e inaplicable a Borges crítico, que parece limitar al mínimo indispensable la jerga para ceñirse estrictamente al discurso de Borges, del cual extrae las categorías, las figuras, las imágenes: el escritor sacerdote, el ateo, el lector supersticioso… Por lo tanto, lo que Sergio encuentra en Borges es el propio protocolo de lectura que empleará con una estrictez ejemplar: “la mayoría de los comentarios ajenos citados proceden de los mismos escritores (allí) comentados”. Ese ceñimiento al objeto, sin embargo, no implica una subordinación obsecuente o celebratoria ni la pérdida de distancia ponderativa, muy por el contrario, es el sustento esclarecedor que permite poner en relación las figuras múltiples de Borges con el mismo Borges, con otras ideas cambiantes sobre la literatura que combatieron sus posiciones, con la variabilidad de la crítica literaria argentina, y con los cambios de valor que estuvieron en el centro de la crítica borgeana.
Quizá sea la actitud aristocrática y desenfadada de Borges la que le hace mantener un diálogo selectivo con la pesada masa crítica de comentarios y exégesis de todo tipo que suelen enrarecer hasta la exasperación las notas al pie de los schollars, abrumados por el “estado de la cuestión”. Creo que este alivio para el lector, además de ser una cortesía invalorable, se debe a que Sergio ha elegido dialogar con los pocos que han considerado a Borges como crítico literario, pero sobre todo, con quienes han marcado definitoriamente la historia de la crítica argentina (Borges entre ellos). La ética o la estética de su exposición reúne así lo mejor de ambos lados de la crítica: la elegancia del estilo y la economía del razonamiento, patrimonio atribuido a los caballeros de las letras, y la rendición de pruebas, el desarrollo objetivo de hipótesis, la ponderación de todas las faces de un problema, que deberían ser la arena corriente de la crítica académica.
No podría imaginarse un objeto más controvertido, escurridizo y de dificultosa aprensión como el que se propuso construir Sergio Pastormerlo. Su objeto son las imágenes. Tanto las que ha diseñado Borges cuidadosamente, cuanto las que se le impusieron o las que lo modificaron. Y no se trata del mero reflejo especular de una subjetividad de escritor que se pierde y se encuentra a la vez en la reverberación cómplice o esquiva de su lector, sino, como se demuestra en este libro, de las determinaciones no menos cambiantes y huidizas que una cultura literaria (o la cultura argentina en una más vasta determinación) proponía o escamoteaba. Leer a la letra la letra de Borges, como hace Sergio, empleando a su favor la tiranía de las fechas, los subrayados o los arrepentimientos de las tachaduras, significa entender el porqué de un espectáculo de creencias. La literatura como el espacio en el que creer en la imagen propuesta es tan necesario como ejercer la desconfianza redoblada de esa misma imagen. Es lo que propone Borges y lo que devela Borges crítico. Sería un error no tomar en serio a Borges cuando monta sus imágenes o considerarlas una mera ficción estratégica en el combate literario: se trata más bien, como afirma Sergio, de una “mentira verdadera”, y es al crítico a quien corresponde tender la red que atrapará esa verdad. Porque de la literatura, territorio de creencias, fanatismos, supersticiones y ateísmos, podría decirse lo que dice un refrán de Borges sobre el amor (Sergio piensa que las ideas de Borges, en vez de ser pensadas sistemáticamente por la crítica, circulan a modo de citas o de refranes ocurrentes): “La literatura es una religión cuyo dios es falible”.
Por lo tanto, no se encontrará en este libro una imagen unívoca de Borges, sino más bien una “nadería de la personalidad” que consiste o “inconsiste” en unas cuantas imágenes que porfían, varían y se entrechocan al paso de la cronología y que escapan o van más allá de la letra, como cuando Sergio nos hace descubrir que Borges ha literaturizado los hechos de su biografía para montar una necesaria imagen de “sacerdote literario”, y que ha continuado persistiendo en este montaje en su última etapa y a través de las entrevistas, ese otro género borgeano inclasificable.
Si Borges ha cedido así a la vanagloria y a la grisura de ser un escritor oficial, Sergio, que no deja de consignar esta mutación de la imagen, nos recuerda lo que verdaderamente interesa y lo que interesaba a Borges: “no le interesaba la relación entre imágenes y autores empíricos, sino la relación entre imágenes y lecturas”.(10) Así como lo que verdaderamente interesa en este libro es el papel que juegan las imágenes en la construcción de un sistema explicativo que permite leer no sólo la crítica de Borges, sino su literatura, en los detalles y en el conjunto (como ocurre con el análisis de “Pierre Menard”, autor del Quijote”, una especie de corroboración o de puesta a prueba del sistema). O como ocurre con una imagen que todos tenemos de Borges, la de un niño lector ferviente: esta imagen que sustenta al reivindicado lector hedónico deja de ser, en el sistema de Borges crítico, una curiosidad biográfica para convertirse en una faceta a explicar o interrogar, o en una emergencia de posteriores imágenes, la del sacerdote desinteresado, la del asceta, y la de sus posibles traiciones.
Si el libro se detuviera en la constitución de este sistema de lectura, se habría explicado mucho sobre las imágenes de Borges, pero quizá no se habrían dado las razones por las cuales sus intervenciones críticas han pesado tanto en la historia de la crítica argentina. Sergio, previsiblemente, no se detiene aquí. Borges ha practicado siempre una crítica de gusto, lo que implica, además de una obvia dimensión sociológica, otra de índole indirectamente política. Tampoco esta crítica de gusto explicaría en qué ha consistido la existencia de Borges tanto en la literatura como en la crítica argentinas. La solución parece legible en el último capítulo, “Una crítica del gusto”. El problema es ahora el del valor literario, y bajo esta luz, el libro parece releerse a sí mismo, volver a revisar las desplegadas y explicadas imágenes y hacerlas comparecer para que adquieran una explicación suplementaria. El ateísmo literario de Borges en sus extremos más radicales ha sido no sólo –dice Sergio- una crítica “de” gusto, sino una crítica “del” gusto. Una crítica acerca de la formación de los valores, las creencias y los gustos literarios. Esta voz marginal, interior a su crítica de gusto, es según Sergio, la “peor escuchada”. Hasta la publicación de este libro, agregaremos nosotros.
No sé si la crítica debe proporcionarnos una imagen de un escritor, u otra imagen que se agregaría a las ya existentes (sería conceder demasiado a una teoría expresiva y representativa del lenguaje), además no era éste el propósito de Sergio; lo que sí creo es que la buena crítica obliga. Obliga a leer con el vocabulario y el sistema que construyó para entregarnos su objeto. La crítica es útil: nos obliga a plantearnos un giro. Ante ciertos libros estamos obligados a girar, a volver sobre lo que creíamos haber leído. Y los lectores de Borges, gracias al libro de Sergio Pastormerlo, intuyo que se verán convencidos por la certeza del análisis a girar o a incorporar como verdad la potencia de una lectura que ha dado vuelta, como si fuese un guante, un objeto al que le devolvió su extrañeza, su cualidad disruptiva, pero también sus flaquezas, sus aporías, sus puntos muertos, sus interrogantes. La crítica, como buena costurera, es la que siempre sabe mostrar las costuras. El buen lector no se desilusiona ni pierde su fe, al contrario, como ateo convencido, lo celebra.
Jorge Panesi
NOTAS
(1) Sergio Pastormerlo, Borges crítico, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2007, pág. 17 , y pág. 20.
(2) Sergio Pastormerlo, Borges crítico, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2007, pág. 15.
(3) Sergio Pastormerlo, Op.cit., pág. 15-16.
(4)Borges crítico, cit., pág. 59.
(5)Borges crítico, cit., pág. 48.
(6)Borges crítico, cit., pág. 85.
(7)Borges crítico, cit., pág. 21.
(8)Borges crítico, cit., pág. 48.
(10)Borges crítico, op. Cit., pág. 32.