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Poesía en Bahía Blanca

Planaltos

Respuestas del día después

por Cristian de Nápoli

 

 

 

Gertrude Stein dijo de Oakland: There's no there there. Lo que más se espera de una ciudad es que tenga mucho (para dar o no). Después, uno decide dónde deja caer la mochila: si en un lugar como São Paulo, que tiene mucho porque tiene un poco de todo, o un lugar como Medellín, que tiene mucho porque al menos en tres ítems –cuerpos hermosos, drogas, oyentes de poesía– ningún lugar tiene tanto. En la imaginación metropolitana la abundancia suele representarse como un bazar, pero hay excesos específicos, concentrados. La segunda opción también vale para lo que no es ciudad: todo campo tiene mucho de alguna cosa (tranquilidad, paisaje). Los que eligen el campo no tienen por qué dejar de ser materialistas.

 

¿Y Stein, hoy, en Bahía Blanca? Saldría corriendo detrás de Oakland. La Bahía sin ahí, sin poco de todo ni mucho de algo, le haría pasar un mal trago. A decir verdad, la ciudad tiene su abundancia con toda precisión: es el complejo químico (agro-y petro-) más importante del país, y un semillero para todo tipo de experimentos con cereales. Tiene además una particularidad: a diferencia de otras ciudades de la red ferroviaria nacional, a Bahía, si se va en tren, se accede por Europa. Lo que se ve es un club de golf, un barrio de chalets parejitos, asfalto y well-tendered lawn. (Hay dos accesos, según se venga por Pringles o por Lamadrid; no sé por cuál llegué ni cómo es el otro). Ese campo de golf tiene más guiños al pasado que una peña folclórica. Sus habitués heredaron la impronta ferroindustrial. Y ahí, al lado de la vía, se quedaron. En esta ciudad estar en la vía es sinónimo de lucro no de lumpenaje.

 

Claro que estas cosas no despiertan amor a una ciudad. Tampoco sirven, en contra de lo que sostienen muchos, para mejorar la educación ni la salud ni la agenda de fin de semana de una ciudad. Porque Bahía Blanca es una de las ciudades más aburridas del mundo y, sobre todo, porque son pocos los bahienses que viven bien, tan pocos como en otros puntos del país. La diferencia es que quizás éstos, los de Bahía, y en particular los habitantes de Ingeniero White, son más concientes de que el actual modelo económico fracasa en todas partes, también en los llamados centros neurálgicos.

 

Gertrude Stein saldría espantada. De tal manera que no se haría un tiempo para enterarse de algunas cosas. Como que en un aula de la UNS un centenar de estudiantes lee su Autobiografía de A. Toklas, movidos por un grupo de docentes. Algunos de esos profesores pintaban, diez años atrás, graffitismateístas” en los paredones de la ciudad. Otros, más jóvenes, también mezclan la actividad de hacer poesía con la docencia. La universidad local todavía permite, como la UBA, una alternativa a la nueva medievalización de la enseñanza tal como se la entiende en los monasterios del primer mundo; y a diferencia de la UBA, por su condición de universidad periférica, la UNS no habilita en los estudiantes tanta ilusión de hacer un doctorado afuera, que es lo que termina creando un monje de un experto. A veces uno lee en los diarios la expresiónintelectual de provincia” (generalmente acompañada de un comentario sobre susuerte” o sudestino”), como si todo intelectual verdadero no fuera de provincia.

 

Dicho esto, ya tenemos un primer “mucho” para Bahía: lectores de Gertrude Stein –un mucho en comparación con las poblaciones lectoras de otras ciudades. El segundomucho” se deja intuir en el párrafo anterior: poetas. O docentes-poetas.

 

Los mateístas a los que aludí fueron un grupo de poetas que se hicieron visibles a fines de los ‘80 y comienzos de los '90 a través de intervenciones callejeras en la ciudad: graffitis, lecturas al aire libre. Es legendaria la frasela poesía es como el tren: de todos”, que yo en lo personal leí antes de dedicarme a esto, en un viaje a la Patagonia en el  '93, estaba graffiteada cerca de la estación. Y es real la dedicación que algunos mateístas como Sergio Raimondi y Mario Ortiz le ponían y le siguen poniendo a la premisa de la transmisión. Ellos, junto con Marina Yuszczuk, hacen que Gertude Stein y tantos otros sean hoy más leídos en Bahía que, por ejemplo, en Buenos Aires.

 

Muchos de ellos, después de un tiempo de maduración de proyectos, dieron a conocer sus poemas en libros, esto en forma paralela a la consolidación de una revista que hoy es una editorial, Vox, la cual, si bien era editada por un bahiense no mateísta, abrió un espacio para que todos ellos participasen. Y yo diría que tanto el espacio generado por esa revista como la claridad de proyecto de dos o tres viejos mateístas propiciaron, en el terreno institucional y en el del entusiasmo puro, la actual sensación de que en Bahía ya no sólo pasan cosas sino que las cosas que pasan tienen una base estable o, al menos, una continuidad.

 

En efecto, hay una continuidad posmateísta tal que no dejan de aparecer nuevos poetas con propuestas que merecen atención. En Bahía hay tantas ediciones de poesía al año como pensadores porteños que se refieren a la obra de Sergio Raimondi. Algunos son objetos pequeños que irritarían a los ortodoxos -como los libros de El Calamar o las autoediciones de Helen Turpaud-; otros son libros impresos y encuadernados: los de Vox. A ojo, se producen en Bahía unos veinte libros o plaquetas de poesía al año, eso en cuanto a autores locales. A ellos se suma, cada año, una decena de libros de poetas no bahienses, además de los tomos de la Biblioteca Universal Cucurto que Vox edita al ritmo de uno por semestre.

 

Vox es probablemente la editorial de poesía más sólida en cuanto a catálogo desde hace años, a escala nacional. Se hizo fuerte a partir de una intervención muy inteligente a fines de 2001. Una acción concreta a la que podemos llamar, usando la jerga diplomática del Mercosur, operación cuatro más uno: la publicación conjunta de cinco libros muy bien editados, muy bien impresos y muy muy bien escritos: cuatro de poetas bahienses (Raimondi, Iannamico, Ortiz y Díaz) y uno de poeta porteña (Wittner). Del 2002 en adelante quintuplicó su catálogo y pasó a ser la editorial de referencia para la poesía del primer lustro 2K tal como Del Diego y Siesta lo fueron para el último lustro del XX. Incluso gran parte de los libros que Vox anuncia como publicados tienen la particularidad de estar publicados. Pero no todo es offset la de los libros abiertos, y así es como esta editorial más de una vez acabó redondeando en treinta o cincuenta ejemplares la tirada de algunos de sus mejores títulos.

 

Primero fueron las intervenciones y las revistas-mural mateístas, luego la formación de la revista Vox, luego hacia el 2000 el Espacio Vox –una casa que durante años alojó muestras y muchas lecturas de poesía, y donde los locales se acostumbraron a la experiencia antes inédita de escuchar a poetas de todo el país–, luego los talleres anuales de poesía dictados por García Helder, Arturo Carrera, Delfina Muschietti y Daniel Link –que el lector ponga sic donde corresponda–, luego los distanciamientos productivos y el surgimiento de otras editoriales como Cooperativa El Calamar, hasta llegar a hoy donde Vox sigue editando buenos libros y donde nuevos espacios de lectura ya no se conforman con traer a poetas argentinos sino que se las ingenian para tener de invitados a poetas de Chile o Brasil. En suma, si digola base está” sé que al menos una poeta de aquellos pagos me va a retrucar que la base siempre estuvo –refiriéndose a Puerto Belgrano– pero en cierto sentido es eso.

 

Varios poetas bahienses, entre ellos Sergio Raimondi, Lucía Bianco, Mario Ortiz. Raimondi publicó un libro, Poesía civil, que se puede leer como una de las formas posibles de producir un discurso político desde la literatura. Hay otras formas, más coloquiales, más “al día con los diarios”, de hacer poesía política. Formas menos doctrinarias, si se quiere. Menos coherentes en su interior. Más amigas del significante político, sobre todo del nombre propio. Más reducibles, en tanto poema, a una especie de manifestación críptica de un sueño de cuadro. Mientras que la poesía de Raimondi es política, pero además es ideológica. En su libro están Sarmiento y Martínez Estrada, y están los procesos históricos encarnados en empresas, instituciones, prácticas y mercancías. Son las mismas entidades que Martín Prieto destaca en una reseña del libro: Solvay-Indupa, Petroquímica Bahía Blanca, cangrejal, rieles, vagón, cereal, electrodos, Arturo Marasso, gasoducto, merluza, pilotes, tolva, operarios, etano, poliducto, fraccionadora, Polisur, raya, pescadilla. Se van entretejiendo de una manera clara, donde la sintaxis “difícil” pareciera ser, paradójicamente, el pilar sobre el que se sostiene la claridad. Lo que hace histórico al libro es la manera de poner en relación cosas con cosas. Lo civil es la disposición, que es tan gramática como ética. Siendo que su poesía es política e ideológica, y siendo que eso es bastante atípico hoy, es lógico que se la llame civil –en otro contexto ese libro tendría un título asquerosamente arrogante.

 

En tándem con Raimondi está la poesía de Lucía Bianco, igual de cerca y de lejos, sólo que respecto de otro tipo de poesía. Los chicos que aprendieron elipsis con Arturo Carrera (y que, a diferencia de éste, no pueden decidirse entre los motivos de la primera infancia o los del último sábado a la noche para ‘eso que hay que dejar que el lector descubra’) ahora tienen ante sus ojos una poesía habitualmente elíptica que no deja de ser un trabajo creíble con la experiencia. Es muy difícil todavía hablar de esa poesía sin quedarse en dos o tres sintagmas que propone: los fósiles, el experimento, el terrario. O al menos es muy difícil para mí. Sí es evidente que opera con prohibiciones: no deja que entre, en su trabajo con la experiencia cotidiana, ningún hit de reconocimiento generacional. No hay marcas de ropa ni descripciones que las tejan por sí mismas; no hay tráfico de historicidades más o menos bolicheras; faltan el canto a la feria americana y el asombro de encontrar lo mismo en Sudamérica y en Berlín. Los objetos de su arqueología tienen un pasado –cosa rara, parece.

 

Y está también la poesía de Mario Ortiz, un proyecto de esos que Borges ridiculizaba a conciencia de sus limitaciones para un proyecto ridículo. Mario Ortiz hace el mapa del sur de la provincia de Buenos Aires: la historia de un hotel de Villa Ventana, la historia de un hotel de Monte Hermoso, y frente a ellos la historia, parafraseándolo, de las “criaturas resistentes al plan canje”: mónadas federales, ciclistas en bicis fuera de serie, que no tienen paridad. Y está también la poesía de Marcelo Díaz, de Marina Yuszczuk, de muchos otros que viven y trabajan en Bahía; son poetas y docentes. Gente que transmite. Lo que hay para ver en Bahía es eso: mucha gente que puede transmitir.

 

 

Septiembre de 2006

 

 

Cristian de Nápoli

 

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Relacionado: Ver en este número: Sergio Raimondi - Para un diccionario crítico de la lengua - extracto

 

 

 
el interpretador acerca del autor
 

 

               

Cristian De Nápoli

(1972)

Nació y vive en Buenos Aires. Publicó Límite bailable (1999) y El ring (2005). Es el editor de Black & Vermelho, sello donde publica poetas de distintas partes del mundo. Organiza Salida al Mar/Festival Latinoamericano de Poesía de Buenos Aires.

Publicaciones en el interpretador:

Número 29: diciembre 2006 - Planaltos - Respuestas del día después (Blogs) (ensayos/artículos)

Número 30: marzo 2007 - Planaltos - Respuestas del día después (Poesía en Bahía Blanca) (ensayos/artículos)

Número 30: marzo 2007 - La sensación de trabajo (Poesía)


   
   
   
   
   
 
 
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