En su paseo de hora y media, y tras haber conversado
            con decenas de vecinos que le salieron al paso,
            el presidente Kirchner hasta se hizo un tiempo
            para sentarse en un banco de Plaza Flores y observar
            la pintoresca performance de un imitador de Michael Jackson.
            Carlín, gran diario argentino, october 2003.
             
            PLAZA FLORES
            Una vez más nos encontramos todos juntos
            con esa fuerza.
            El viento sopla, la tarde se desinfla. En el centro
            de un cuadrilátero de tipas
            un mandiyú se tuerce, el tronco hinchado de polen
            que cinco plátanos vecinos le traen.
            El indigente, apenas drogado,
            con el envión del despertar hace otra siesta.
            En la parte de los juegos hay más madres
            mirando un tobogán que embarazadas
            en toda Bélgica. Ninguna se conoce.
            Continuidad de las facturas, el fulbito:
            “una docena se van a comer”.
            Cinco plátanos, algunos monumentos.
            Un arco a arco transversal.
            Del ángulo cristiano alguien devuelve
            la pelota que la virgen rechazara.
            Las tipas
            conservan la raíz, a la corona
            la cambian al ritmo de los pasacalles.
            Enfrente el cine brilla
            por efecto de la pizzería.
            De moto en moto pasan
            paquetitos con mensajes
            de la esposa del futbolista
            para la esposa del entrenador.
            Audio, iglesia, pañalera
            y, de este lado, arriba, el nene gutural
            poniendo el disco del año. En la vereda
            el hombre que está solo
            es peras lo que vende, fruta argentina
            a la cabeza en el mundo en cuanto a exportación.
            Calcomanía del lujo, el cocodrilo
            sobre la chomba roja. Tres policías pasan volando.
            El dentista sigue desde su ventana
            el movimiento de las chicas desde que un entrañable bigban
            esparció acá y allá lo que era el “centro del barrio”.
            El movimiento y sus raíces: los juegos, la plaza.
            El dentista sabe que Evita
            cambió los dientes de leche
            recién después de los quince, y sabe que eso pasa
            pero le intriga el hilo
            entre esa obstinación del todo física
            y la otra.
            Cadencia y enojo: en una hamaca
            a uno que comía pizza
            se le cae la caja.
            Sutura. El doble de Michael Jackson
            acaba de llegar. Tiene los pasos contados
            mejor que el otro, y además nunca envejece,
            no pasa gorra salvo en verano, en Gesell,
            acá lo hace por el arte y por la amistad.
            Si vienen a felicitarlo se escapa.
            Derrocha actitud pero no se hace cargo
            y si alguien le tira una foto la esquiva.
            Es demasiado inmaduro se diría
            o se diría es lo más en inmadurez.
            Pasa el polaco de Bacacay y Artigas, el escritor del Diario
            de un anarquista unitario.
            Con él hemos hablado, informa el dentista.
            El tipo está encantado de vivir en un país
            con gente así, tan poco dada para el ocio,
            tan obstinada en la raíz entre una experiencia y otra
            que hasta el saludo es parte de la Historia
            y cualquier kilo de papas se Conecta.
            Para el dentista
            es ese funcionalismo lo que no nos deja progresar.
            Es demasiado vivencial. El dentista sueña
            con gente aislable y lo suficientemente ociosa
            como para hincarle el diente a la técnica.
            Transcribo:
            Polaco:     –Mire la plaza. Esto está lleno de vida.
Dentista:  –Haga el favor. Lo suyo es pura teoría. 
Polaco:     –Sólo en los juegos hay más embarazadas
                    que dioses argentinos fuera de las alturas.
Dentista:  –Fíjese usted todas esas criaturas:
                     apenas tengan dientes y no tengan comida
                     el padre derrotado y la madre medio ida
                    en vez de reclamarla van a ir a la iglesia.
Polaco:     –Dentista, usted parece ser de los que aprecian
                    el cambio por el reclamo, dele tiempo a la inmadurez.
Dentista:  –Dar tiempo es una utopía.
Polaco:     –No darlo es de policía. Él es el único juez.
Dentista:  –¿El tiempo, juez? ¡Por favor! Usted se rinde al elogio
                    de la vida inmadura y enemiga del ocio
                    pero debe haber un modo de incorporar lo técnico
                    a medias con lo inmaduro, aunque suene esquizofrénico.
Polaco:     –Mírelo a Michael Jackson, en la esquina:
                    la técnica la vive como cosa ajena, de otro,
                    no la incorpora, por eso la domina;
                    decirle ¡che, qué técnica! sería el peor insulto.
Dentista:  –Polaco, yo no le hablo de andar rindiendo culto
                     a la abstracción y la técnica, a ver si nos entendemos:
                    le hablo de amar la técnica un par de horas al menos
                    mientras el resto del día la inmadurez persiste.
Polaco:     –Esa mezcla no existe;
                    la división del día en trabajo y en opio
                    les comió el coco a todos, además del tiempo propio.
Dentista:  –Sin embargo este Michael, volviendo a lo de antes,
                     incorporó una técnica, ya sea por un lapso
                     determinado de horas, ya sea una constante:
                     lo cierto es que no imita, supera a Michael Jackson.
Polaco:     –La técnica de Michael, permítame que insista
                    no es algo incorporado, es algo a la vista
                    y si hoy este muchacho supera al violador 
                    es porque subordina la técnica al amor.
Dentista:  –¿Y cuál es la diferencia?
                    Yo hablo de incorporarla, usted de subordinación.
Polaco:     –La técnica en un caso realza la sensación,
                    en otro es disciplina que mata las vivencias.
Dentista:  –Ahora veo a dónde apunta:
                    por técnica usted piensa en tecnología de punta
                    al servicio de un grupo y el resto que se muera.
Polaco:     –¿Y no es así? Pregúntele a un técnico cualquiera.
Dentista:  –¡Cuántas pavadas que dice!
                    ¿Desde cuándo hace falta que uno se mimetice
                    con la tecnología para cagar al resto?
Polaco:     –Desde siempre. Se lo apuesto.
Dentista:  –Paremos un poco, dejemos al margen
                    a todos los tecnócratas y volvamos a Michael:
                    usted decía que el pibe es pura sensación técnica,
                    ¿no sería bueno entonces que esa sapiencia escénica
                    la inmaduremos todos, que todos laburemos
                    la técnica al servicio de las propias vivencias
                    y sin incorporarla, o sólo en apariencia?
Polaco:     –Se me hace que en eso siempre estuvimos todos,
                    Michael a la cabeza y el resto codo a codo
                    o el resto igual que Michael, siendo muchos tapados
                    y un único que muestra excelentes resultados.
Dentista:  –Largá la Bols, polaco, para eso es necesario
                    un movimiento brusco, un cambio de raíz.
Polaco:     –Para eso hace falta que el país
                    simplemente prosiga su movimiento diario
                    hacia la plena vivencia, que no es ocio ni es recuerdo.
Dentista:  –No sé, polaco, no estoy de acuerdo.
        
            LA ARISTÍADA
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            De moto en moto pasan
            paquetitos con mensajes.
            Te escribe Adriana, acá estoy, recién se fue Arístides,
            viste que, después que, las vacaciones,
            ¿viste algo? ¡no vi nada! ¡la pretemporada!
            sí, va a ser un crack, no, no tiene tiempo,
            me movió la estantería el muy zaguero, me la hizo
            difícil la graduación pero acá estamos
            yo licenciada y él lanzado
            a la ruta de la fama
            ¿a la familia la rota el tuyo?
            ¡cómo!
            ¿cómo?
            ¡hijo de Cúper! y vos, ¿no decís nada?
            ¡miralo al tipo! ¡quién lo hubiera bi!
            sí, ¡bi-game over!, se acabó decí,
            ¿se va al Toluca nomás? ¡mejor! dejalo
            y que se lleve a esa arrastrada, ¡si será!
            no te hagas drama, vos quedate con los pibes
            y con la casa, no hay problema, no te olvides
            que la mitad de lo que gane viene acá,
            si le va bien salís ganando, ah, y decile
            que Ari está medio parado
            que el técnico éste puto no lo mueve
            nunca del banco, y fijate no seas bo
            la cuenta antes de irse, en lo que gas
            el gasolero del cacique, un tapadito
            alguna joya habrá comprado vos decile
            que a Ari lo tienen tapado
            y que Toluca suena bien, divertido.
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            Adriana Flores mira desde su ventana
            el movimiento de su hijo detrás de su cuñada
            que hacia él avanza. Radar de medialunas,
            Houston grasa, infalible, que nos salva
            de ir al cielo como en Salta. Sí, la hambruna.
            Adriana es otra tapada.
            Donó de todo, empezando por su tiempo.
            No es de esas yeguas de maridos futbolistas
            que dicen “sí, es terrible, tengo un tío
            en Jujuy que una vez estuvo en Salta”.
            Sí, Labruna, las que se atajan todo
            poniendo un tío en los hechos.
            Antes del patriarcado estaban los tíos
            que ayudaban con la crianza.
            Ahora el tío es la madre de unas cuantas ficciones.
            Adriana está caliente, sabe
            que todo el fútbol tiene un tío en Salta
            y está dispuesta a mentárselo a unas cuantas.
            Piensa en el cómo, la agenda no está al día,
            hay algunas del ciclón que sólo ve
            en los partidos, pero estarán en la guía
            pero ¿y los apellidos?, ¡pero claro!
            Si yo me llamo Adriana Flores de Aira
            y es por Aira que figuro, ellas también
            entrarán por el marido, o sea que aplico
            la formación completa del equipo
            tal como está en El Gráfico, a la guía de teléfonos.
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            Las tardecitas en la cancha de tu tío tienen ese
            yo que sé, ¿bi?
            Bajás a Salta, subís sólo en geografía,
            te espera abajo una sobrina, ya de entrada
            le decís qué tarada
            no te reconocí y con el apuro
            no pude traerte nada. ¿O no es así?
            Toman un bondi. Nel mezzo del camino
            salen a saludarte otros sobrinos,
            son treintaitrés, como orientales actualmente
            hay en el fútbol argentino y, como tales,
            llegan a vos cruzando un río, un río más feo
            y más mental, una especie de Leteo
            que te separa de Salta. Pero un tío,
            te hablan del tío, o sea del padre de esos críos
            y esas dos sílabas jodidas se te plantan
            en el Leteo y te gritan “más que río
            esto es un charco” y el olvido mismo hace agua
            por todos lados. Más que río es una cancha
            donde volvés a jugar aquel partido
            con la familia, el campeonato suspendido
            y que no acaba, la misión según la biblia,
            la sensación de trabajo para Adriana
            que hoy flashea en el entorno deportivo
            una bigamia rara, edificada
            por un costado, por el otro tapada,
            negado el tío sobre todo en pensamiento,
            en la memoria que si escucha norte salta,
            resuelto el lío pero no por mucho tiempo
            porque por hache o por be el fútbol te manda
            de vuelta al ruedo, conste que ahora los torneos
            de verano ya no son en Mar del Plata
            solamente y de repente está la hambruna
            que practican todos en el multiestadio
            de la Puna, y ése que le tira un caño
            a un destino con las piernas bien cerradas
            es tu tío y esa inerte barrabrava
            es la selección muletta de sobrinos
            que no importa si son tuyos, son tu vida
            tal como la suspendiste, son la entraña
            que se niega a ser game over, la bigamia
            en su rama original, son la otra vida,
            la destreza reprimida, o sea la vida,
            el pliegue aquel en la pollera
            prenupcial
            * * *
            El desperteiror.
No puede ser que algo así pase, dice Adriana.
Flasheo yo que son así pero en el fondo
volverían todas con ganas.
                                 Por las dudas
voy a apurarlas, a mentarles el tío
o, mejor, menos genética, el gentío.
         
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            Fue así, Ari: estaba por llamar
            a la banda del Ciclón, a Diega, a Juana,
            a la Pipa, a Doña Alberta, a Johnatana
            y a Ezequiela, a todas las de Flores,
            no, tarado, no dije las De Flores,
            si fueran mujeres mías ni las llamaba.
            Bueno, ya las tenía marcadas cuando de repente
            te aparecés vos
            mezcla rara
            de apellido que salta a primera vista
            y personalidad tapada,
            te aparecés en la guía
            vos y todos los Aira
            ahí nomás, de entrada.
            Y no es que colgué a las chicas, no, tapado,
            pero hice la conexión
            entre una cosa
            y la otra, y te digo no fue al pedo,
            llamé a las chicas primero
            después a todos los Aira.
            
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            Y resultó que este otro Aira es un tapado
            igual que el mío, aunque en lo suyo no es difícil
            ser tapado de por vida aunque te escriba
            los versos más no sé y aunque habrá gente
            que tenga cierta fama en el ambiente
            aunque escriban cualquiera me parece
            digo por los poemas que aparecen
            cada tanto en los diarios, de pendejos
            que nunca agarraron un diccionario
            ni una guía telefónica, no sé.
            Lo cierto es que este Aira, y no es casual,
            de todos los que hablé fue el más atento
            y el que vive más cerca; digo, vino
            porque se dan dos cosas: es cordial
            y vive más de cerca el ser vecino.
            Vive a unas siete cuadras. Cayó el martes
            al otro día que hablamos; cuando hablamos
            parecía muy centrado pero en casa
            habló de cualquier cosa, nos cagamos
            de risa su buen rato, finalmente
            bajamos a la plaza
            y armamos la movida, y cuando se iba
            fue muy lindo, me dio su último libro,
            se llama “El tilo” y es un homenaje
            al hijo de un poeta que me dijo
            el apellido, ahora me lo olvidé,
            seguro es un tapado como él
            y como el Aira mío, en fin, “El tilo”
            que entre paréntesis también es mío
            ahora que lo leí, es alucinante,
            el tipo tiene técnica y se nota
            pero la técnica no va adelante
            del juego que da gusto, la gambeta
            aplicada a las letras, al recuerdo,
            sobre todo al recuerdo porque es
            la historia de un nenito que tal vez
            es él mismo de chico en un pueblito
            del sur de Buenos Aires, me imagino
            la sensación que da el trabajo de
            contar la vida de uno; debe ser algo divino.
            Claro, tenemos tiempo.
            Recién el martes que viene hay disponible
            un colectivo del club. Vos hacé esto,
            porque tenés que venir, mirá: llamalo,
            de paso hablale de Ari, y apuralo,
            estás en tu derecho, que haga un giro,
            que aporte lo que gasta en un regalo,
            la cuenta la abrió este Aira que te digo.
            Es súper de confianza. Vos decile
            que ponga la bigamia en la balanza
            a ver qué pesa más, él no es tarado
            y sí, que haga la de él afuera
            pero a la hora de los gastos
            no puede hacer la que quiera.
            Igual si se abre el cacique vos venís,
            traés lo básico, leche en polvo y ganas,
            ya somos Ari, que no juega contra River,
            somos las chicas y somos este otro Aira.
            Confirmé a Alberta, que es un poco la capanga
            de todas las más nuevas. Ahora al club
            voy a pedirle dos micros me parece
            porque seguro somos más, ya anoté a un pibe,
            un tal Cristian, del barrio, otro que escribe,
            me llamó hoy, dijo que era
            amigo de Aira, le dije cuál de los dos
            y el muy pendejo me dice “el que quieras vos”.
             
            EL DOBLE DE ARTIGAS
             
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            Circunstancia nacional: circo y estancia,
            la masa en el trapecio, mamá en cama
            con fiebre y digichanel, papá recio
            lotea en ajedrez y gana en damas.
            Mi novia y su perfil greco-culona
            por no decir romano-boliviana.
            Vivimos juntos en la Triple Zona,
            Iguazú no era un pueblo, era una aduana.
            Volví porque extrañaba los congresos,
            el trabajo de campo me agotaba.
            Papá ya era ministro y en exceso:
            pueblo que no servía lo loteaba.
            Su lema era cerrar si no recauda.
            Mi suegro no aguantó y se fue a Asunción.
            El campo se secó como un paraguas
            sobre otra mesa más de disección.
            A mi novia la traje. En Buenos Aires
            papá no dijo nada, en “La Nación”
            una columna suya escrita en clave
            me sugería que cambie de pasión.
            Entonces lo encaré y casi lo estampo.
            Al mes largué la facu porque sí.
            Un día que papá estaba en el campo
            tomé prestado el auto y fui a Brasil.
            En Río conocí una poeta beatnika
            y con un marginal fundé un fanzín;
            ahí publiqué una carta, era la réplica
            a su nota en “Nación” (¿o fue en “Clarín”?):
            “Nos, los representantes de la primera novia
            reunidos en ocasión de una nota malvada
            exigimos a papá que gobierne su fobia
            y devuelva a la empleada”.
            Me colgué en esperar. Pasaron días.
            Hice un viaje al sertón, como Rimbaud.
            La carta era re-unión; fue un viaje de ida:
            papá, que la leyó, no respondió.
            La carta era para que todos firmen.
            El público lector no respondió.
            Sentí la soledad. Antes de irme
            publiqué en el Brasil Floripon/Dios.
            Ahora vivo en la calle, a mi familia
            jamás la volví a ver, sólo a un amigo
            que estudia bilingüismo y psicodelia
            le paso cada tanto lo que escribo.
            Agora sou eu mesmo, o que também
            significa ser-não, perder o trilho.
            Meu día en Praça Flores é um réquiem
            para o cara que eu fui cuando era filho.
             
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            Michael Jackson mira desde la sombra de una tipa
            el andamiaje de Artigas, todo coquetería del abandono y técnicas
            para permanecer vestido no habiendo un solo botón.
            Una droga, decime una sola droga que no provoque
            o no enfatice el deseo de poseer un estilo,
            una forma de mostrarse, un detalle a conciencia. Aguanten
            las percepciones, el pestañeo en balde y toda manufactura imaginaria
            porque están acosadas por este mundo de drogas estilistas.
            La droga, cualquier droga, es el colmo de la eficiencia,
            un destino SS no podría ser tan vigilante de sí como una mirada
            complicada, por una droga X, en postura.
            Y digo complicada en su sentido uniformemente cómplice:
            la droga, que también puede ser alguien amado,
            obtura el paso del amor abasteciendo en el amante
            la ilusión de un estilo.
             
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            Artigas busca en la memoria
            aquel botón de aquel peyote de aquel libro
            que se lo comió y vio todo claro.
            Piensa sentado
            en un banco de la plaza, pasa un pájaro,
            piensa acostado. Se acuerda de un pantalón
            que usó de chico. Lo había comprado roto
            pero nuevo, o sea roto y el mejor
            en una época, justo antes de los noventa,
            donde la moda, esa vieja papa que se anticipa
            a las que queman, impuso la demanda
            de lo que antes era condena: pantalones rotos
            en las rodillas, todo un gesto homenaje
            a la potencia del dinero para crear la sensación
            de una vida de suburbio, una unidad con lo básico.
            Artigas busca en la memoria el vuelo, aquel botón
            después de leer a Castañeda, pero se acuerda
            del suelo raso, sembrado de hábitos, aquel pantalón
            deshilachado adrede por la Historia.
            Já falei disso. Ahora el tema es el presente.
            estoy sentado en un banco, pasa una droga, estoy acostado.
            Mi lectura de Castañeda es ahora. Alzo vuelo.
            Algo me aferra. Caigo en Paulo Coelho,
            caigo en mamá que lo lee en el digichanel,
            caigo en papá que me compró aquel pantalón.
            El tiempo es un juicio al revés: el presente es la demanda
            y el pasado la condena.
            ¿Falei disso? El futuro no es.
            Castañeda es leer, Paulo Coelho es un tema
            que viene de antes. No. No puede ser.
            Basta. El presente manda solo.
            En una banco. Una droga. Estoy sacado
            del pasado. En un pantalón.
            Soy lo que uso, soy estos tiradores
            que alguien tiró en Plaza Flores
            y que sostienen
            no aquel pantalón sino uno nuevo
            viejo
            que recién veo.
            El presente es la onda particular
            de la ropa que acabo de encontrar.
            El presente no es un botón
            que va y canta en la comisaría del pasado.
            Pasa un pájaro. ¿Canta colgado
            de la misma vieja rama
            o es mientras vuela
            que canta?
            Si vive en el presente, se adelanta
            a esa rama deprimente.
            Si tiene estilo no canta
            colgado del tilo.
            Veremos veremos
            después venceremos.
             
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Michael saluda al drogo, y en sus ojos ve el dilema
que explica en gran parte la insatisfacción de chicos y chicas
como Artigas: para sobrevivir al estilo impuesto
buscan un estilo propio, lo que los obliga
a ser constantes, cosa que para un joven
no puede ser sino aberrante.
Es la paradoja del estilo: nada se ha escrito
que valga la pena sobre una línea de conducta;
pensemos que la constancia es una forma de la dignidad
y entonces el estilo, propio o ajeno, cae en lo digno
lo cual no tiene que ser patético si el estilista
en este caso Artigas en su ajedrez generacional
goza sus armas, su línea, su postura,
y las opone a otras armas igual de nítidas y definidas.
Ninguna de las dos cosas se dan, y  ahí entra el patetismo:
ni Artigas, por naturaleza de joven, aspira a una dignidad
ni su padre, por Historia, acarrea una estampa definida,
todo lo contrario, es un padre de película, de documental
sobre los tiempos que él funda como miembro de una trova política
sinigual en displicencia, en rebeldía, en desfasaje mutante,
toda una promoción negada a optar entre el poncho y el frac,
un vendaval combinesco que incluye choriceadas 
                                        en las más abstraccionistas piscinas,
un perfil que ora es gótico, ora campechano, ora neoindustrial.
Si hasta la tierra, bajo el signo de esta promoción
se vuelve dandy, seduce por su inconstancia;
es el caso de algunas zonas de la llanura donde se cultiva
en la misma hectárea hasta tres especies distintas al año
(soja, girasol y maíz, por ejemplo).
Y es que la mezcla, que algunos esgrimen como virtud particular,
en sí no define nada porque todo lo define:
lo que somos, el espacio que habitamos
y el otro que no podemos o no queremos ser.
        
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Um presente para voçé: uma garrafa de detergente
onde eu destilo a minha fórmula letal,
o meu estilo, o meu modo de deter o pessoal
que vem do pasado: poxi-ran e aguardente.
Pasa un pájaro. Es un zorzal. En su penacho
lleva levita marrón, indiferente
a su pechera rosada. No me cabe.
Verde la frente, azul las anteojeras,
qué poco criterio esta ave,
así se viste cualquiera.
Es increíble.
El presente es un pájaro transero.
Estoy solo contra el mundo
yo y mi estilo verdadero.
Pará un poco. No puede ser que llames así
al pájaro del presente.
¡Ponete los pantalones todos del hoy!
El presente es la mezcla particular de objetos en mi entorno.
Estoy acostado, la ropa aquella no puede tocarme.
No me afectan tus hábitos, los corto
como jirones de una talla mucho más grande,
un extra-large del pasado,
del papá sado, lo holgado que asfixia.
El presente es la medida ni muy ni muy poco,
es la palabra justa, no sé, liberen a Willy,
no quiero usar cinturón, no quiero
que el pájaro que vea sea emblema de nada,
un lienzo de mi viejo no tira más que una yunta de tiradores
máxime si me los encuentro en la sensación de esta plaza
donde estoy acostado, pasa un bicho, está cantado:
soy el presente, lo que buscan los animales
                                        cuando se descuelgan de las ramas
y vos sos el pasado, el campo loteado y pelado,
soy la mezcla que yo decido en cada lugar donde me siento
y vos sos el banco donde tu culo invierte en dejadez de acciones,
soy lo que se evapora de esta astuta garrafa
y vos sos lo que se pudre en un cóctel de ventajeras proteínas,
soy puro presente, soy un tema leído en un poema sobre nada
y vos sos un vacío servido en bandeja de plata.
        
            SE LLAMA JULIO SEGÚN CELINA
            Nos conocimos en afro, él ya enseñaba
            en el Centro Cultural Roberto Arlt
            pero empezó este año a dar un curso
            muy parecido en El Aleph. Julio se llama.
            Tenía un affaire con la profesora de afro
            faltaban hombres que bailaran le había dicho
            la mina ésta fijate si podés
            después del curso que él dictaba en el Roberto
            venirte un rato al Aleph, “a poner huevos”
            le decía en joda dijo él. Así es que fue
            primero a afro y enseguida se hizo amigo
            de Jorge el presidente del Aleph
            y montó un curso el mismo curso del Ruperto.
            Yo había notado que él bailaba con distancia
            este jovato pensé qué va a aprender
            con ese tupper que tiene por cintura
            pero no era la cintura yo sabía
            y me engañaba, era la actitud de él
            se notaba te decía esa distancia.
            Ni trajo toalla. Ahora si te soy sincera
            el chabón de alguna forma se movía
            no te digo que talento pero gracia
            le sobraba y eso que no seguía
            ni la técnica ni el ritmo de la profe
            si ni el culo le miraba y una espera
            que de tanto mirar culos por lo menos
            se muevan con disciplina pero no
            disciplina
            ni para moverse. Ahora éste
            lo que no tenía de atento lo tenía
            de gracioso en el mejor de los sentidos
            y era por esa distancia que te digo:
            paso que no aprendía paso que dominaba.
            En el descanso, que en realidad fue el final
            porque nadie daba más, viene y me pide la toalla.
            Cuando termines me dice el caradura
            si se la tiro, yo digo este salame
            qué se piensa que esto es una propaganda
            de philip morris? Avisen, dice la profe
            ni bien sientan un tirón que esto no es
            gimnasia aeróbica una está más expuesta
            a las lesiones. Le digo usala vos
            que yo me ducho ahora en mi casa estoy a un toque
            y el tipo no, por favor. Después la usamos,
            conversamos, al final me pidió el fono.
            Al otro día me llamó y me contó todo.
            Da un curso en los dos centros que se llama
            la globalización y el desarrollo
            de microemprendimientos. ¿Te dije, no? Julio se llama.
            Me dice no es un curso para expertos
            más bien es para gente sin recursos
            pero con pilas de sobra
            y yo me digo es para vos, Déborah,
            o sea para vos o para una
            que tenga tus pilas
            y un poco tu locura.
            Él sólo les enseña a contactarse
            con las entidades de desarrollo
            de Europa y Canadá, son unos turros
            dice
            pero otra forma no hay si uno no tiene
            recursos disponibles. Por ejemplo
            él dice que antes no tenía nada
            más que una casa en Flores, la cambió
            por un departamento de un ambiente
            el resto lo invirtió con otra gente
            en tierras en Neuquén. Le fue tan bien
            que al año estaba solo en el Río Negro.
            Hoy sigue solo y es peras lo que vende
            a un cliente en Suecia que es parte de un programa
            de los Países Bajos que al principio
            después te cuento medio que lo cagó un español.
            A todo esto seguíamos por teléfono
            al final me propone tomar algo
            y quedamos a las ocho en Clapton, pará,
            yo fui temprano, ahí es que me contó todo
            lo de Cancún.
            Toda la producción la vende a Europa
            pero le cuesta, según dice no te compran
            en buena ley siquiera la mitad
            de lo que venden con legalidad.
            Produce poco pero premium, lo coloca
            en el mercado de frutas ecológicas
            o sea en Europa, ahora me dice ¿vos te creés
            que compito con un Julio escandinavo,
            con un Julio vasco, un Julio holandés?
            No, flaca, yo voy solo con mis peras
            pero a ellos el estado los subsidia
            y no hablo de envidia, coches, peras,
            yo también fui peronista, está muy bien
            que el estado dé una mano, más si pasa
            como pasó este verano
            que fue terrible en Europa: si tenías
            un par de hectáreas, te las cagó la sequía.
            Lo que pasa es que andá vos a subsidiarle,
            como argentino, al tipo que produce
            no sé, memorias, maquinaria agrícola,
            cualquier cosa que los europeos vendan:
            te viene Europa y te suelta la película
            de que el comercio es libre y vos estás
            protegiendo de más.
            Ésa es la paradoja, dice Julio,
            librecomercio cuando se me antoja,
            así fue desde siempre y hoy es peor
            me dice, antes
            para vender textiles
            tenías que esperar un milagro,
            ahora pasa lo mismo hasta con el agro.
            La única, dice
            es colarse por el hueco del apoyo
            a productores de países en desarrollo,
            requiere tiempo, mucha internet, mucho trámite virtual
            y mucha –¡mucha!– inversión mental
            y eso es lo que en el curso les enseño
            a mis alumnos; la otra que te queda
            me dice Julio, y escuchá esto, Déborah,
            acá es que el tipo me contó todo
            lo de Cancún.
            Dice yo me iría a Cancún, no, ¡qué a la playa,
            si ni un minuto tengo para el ocio!
            no es para mí, a mí el ocio me supera,
            de poder ir mirá la agenda que me espera:
            es la reunión anual de productores
            y exportadores de alimentos, y agarrate
            porque este año van a dar combate
            los países pobres, combate de posturas,
            ya están podridos de ver cómo maduran
            los subsidios en el norte cuando acá
            no hay quien exporte.
            Resulta que hubo un foro en Porto Alegre
            hace un par de años, y entraron en contacto
            el Mercosur y la India. Hubo un idilio
            y al toque un pacto, todos contra el subsidio.
            Después se fueron sumando otros países
            entre ellos China. Terminó siendo un grupo
            de unos veinte países. Julio supo
            por internet que habían organizado
            ir todos juntos a Cancún pero el tarado
            me dice yo no sé me encantaría,
            o sea no es tarado, le faltan las pilas
            que a una le sobran.
            En fin, gordita, mi propuesta es ésta:
            vamos las dos a Cancún, vemos cómo es,
            pasarla bien seguro, con tanto trabajo
            y tanta gente que va de todo el mundo
            ojo que algunos van superjugados
            no digo los sin tierra, ahí hay aguante
            te digo por ejemplo hay un coreano
            que va dispuesto a hacerse el harakiri
            si no cortan los subsidios pero bueno
            van tipas de la India, de Colombia
            ni hablar los campesinos mexicanos
            va el planeta con más pila y bueno vamos
            después lo estudiamos
            y quién te dice nos compramos esa finca
            que viste en Puente del Inca cuando ibas a Chile
            a visitar a la loca esa.
             
            MUSEO DEL LUNES
            Tiembla el clima templado, en occidente
            paralízase el taller, también la laptop,
            muere en tour el puente aéreo y lo presienten
            Pelé, el cóndor y el rally a la par del cactus.
            Entramos en la era del museo:
            los milenios de montañas que se confiaban de la física
            y, más cerca, el cuarto de hora social de la dinámica,
            todo, los ballenatos, los petisos orejudos,
            amenazados ahora por el pacifismo
            del lunes sin nada que hacer.
            Yo, Facundo Rolandga, miro desde mi ventana
            el movimiento de los policías detrás de las tres tiras
            que ellos presumen robadas.
            ¡Zapatillas! Si hay algo. Si me obligan a rescatar algo.
            Si mi maestro viene a que le aplique el yinyán a un policía
            diría que es su optimismo, su confianza en el acto
            y en sí mismo como dealer de decisiones que él toma
            en un happening sin broma, puro teatro el respaldo
            de una fuerza –mal llamada “federal”–
            que sin ese mero impulso apolicial
            de devolver a un dueño sus zapatos
            no podría siquiera registrar la noción de trabajo.
            Así le diría, y mi maestro me putearía.
            Y así era también la policía en París, hace unos años,
            el panadero, todo, cuando yo vivía
            en el exilio más neutro, el menos condecorado
            por la familia argentina cien por ciento escapista y vueltera.
            Por ese entonces, en Europa todavía
            era la Era de las Marcas: la sociedad
            a todo éxito de ventas le suponía un esfuerzo,
            cualquier modo del esfuerzo, incluso la picardía;
            lo exitoso, así, adquiría la licencia de “logrado”
            no porque uno lo insertara en el Gran Cuadro Laboral
            pero sí en alguna épica menor del desempeño
            que a la escasez de trabajo colmaba con jerarquía.
            Así, a la empresa cuyo mérito era crear un teatro de la calidad
            le imaginábamos un fondo, toda una serie de movidas
            que equivalían a esfuerzo, a delegaciones de actores
            en una trampa ritmada, profesional;
            pienso en todo, por ejemplo, ya que lo mencioné, una panadería
            se volvía objeto de culto porque en el kilo de pan
            siempre algo mandaba más que el bulto,
            ya no un saber artesanal
            ni un cuerpo técnico, pero al menos la confianza
            en que el panadero ejecutaba toda una bijoutería
            de intervenciones gestuales, marquetineras, contables
            y que eso ya era desgaste, hiperactividad.
            Entonces uno veía a la brigada correr
            detrás de ciertos zapatos y en el fondo entendía,
            quiero decir, sentía que cierto par de zapatos
            en una hipótesis de robo daba sentido a la corrida;
            salir de ese apuro sería negar que el prestigio
            de una marca es el indicio de un esfuerzo superior
            cosa que la policía, el transeúnte, el ladrón,
            todo, la izquierda, el centro, la derecha,
            jamás habrían negado. Y yo también, tentado
            por exiliados con ponchos igual de bólidos y envolventes,
            juntaba mis chombas, mis cocodrilos, adquiría de manera franca
            un vestuarito a la medida de un sueño así, chiquitito.
            No me acuerdo cuándo, en qué punto del trayecto
            entre los diez y los veinte pares de medias de marca
            me abrí del juego. Volví a Flores. No es que un día
            me despertara sintiendo una intimidad amenazada
            por paridades de medias que tenía todo París.
            No es que la cosa de repente ya no me interesara.
            Es que cuando entré en el juego
            ya era la Era del Museo.
            * * *
            El bibliorato da vueltas como una caja de bombones
            antes de navidad, pero una navidad que no llega
            o, mejor, considerando que no trae nada,
            una navidad que no acaba. Eso es la era
            en la que entramos: la de la oficina al pedo
            en Copenhague, la de la fundación para
            la gran cruzada de brazos en Bruselas,
            la de los cómodos plazos
            para una nueva cruzada:
            mirar la telenovela
            sin parecer desempleada;
            la de Helsinki que con cinco
            gestores locos te cubre
            medio millón de alquileres
            de videos porno en octubre;
            la de los diez promotores
            para colmar la demanda
            de tecnopop en Manchester
            y de estrellato en las bandas;
            la del obrero
            que estaba solo en el museo
            y ahora le caen los gerentes, los vicepresidentes,
            los autónomos, las pasantes, los mediajornada;
            la del avión que viaja
            a pura clase turista
            de Charles de Gaulle a Barajas.
            Ahí tenés a la masa: intelectuales
            que ni aun queriendo
            podrían ser serviciales,
            artistas forzados a usar expresiones
            del tipo “trabajar con la mirada”,
            estudiantes compitiendo en certámenes sangrientos
            por cubrir los cinco asientos en un proyecto ambiental
            de desarrollo europeo
            vía Nigeria o Nepal,
            diseñadores gráficos que se lanzan a ocupar casas
            por la necesidad de sentirse heridos por concretudes,
            especialistas en máquinas que solas crean virtudes
            o bien solas crean fallas que todo el mundo anhelaba,
            publicitarios que se retiran sin antes comprarse un barco
            y una entrada al festival de cine que los absolvería,
            arquitectos de viviendas autodestructivas
            para inquilinos enérgicos que no se andan con hobbies,
            abogados que hacen lobby para al menos ser jurados
            y asistir a ese momento en que algún juez se desmaya
            tras una sesión en La Haya sobre el nuevo presupuesto
            que se alargara semanas aprovechando el contexto
            –no hay delitos, no hay demandas, no hay nada que hacer mañana.
            Ésta es la era en la que entramos, donde la producción
            ya no es ni material ni inmaterial ni nada,
            lo que quedó con valor se llevó al viento,
            la gestión es una rama de la masturbación forzada,
            los Estados se ejercitan en superar a la física
            simulando dinamismo hasta en lo más rutinario
            y contratan multitudes para tareas específicas
            tales como asegurarse de que el metro pasa a horario.
            Y esas multitudes…
            Hacen de cuenta que trabajan, van a horario
            no por educación, van porque enferma
            llegar tarde a donde no hay para hacer nada;
            es como el cine: la única condición
            para que nos traguemos la cruzada
            y absolvamos del ocio a Indiana Jones
            es que entremos todos juntos a la sala.
            El bibliorato da vueltas como una caja de bombones
            o como una copa de vino brasileño, pentacampeón:
            sólo da para mirarla, el interior no provoca.
            Yo, cuando vivía en Le Cocodrilé, saqué esta conclusión:
            Europa es un complejo de empresarios
            con un solo emprendimiento: irse de boca.
            Hoy saco otra: Europa es un complejo de inacción
            en el mejor de los casos retardada
            o careteada con un puesto en una organización.
            * * *
            Yo, Facundo Rolandga, escucho desde mi ventana
            discutir al dentista y al polaco anarquista
            y me acuerdo
            de mi maestro, y pienso en los tiburones
            que Greenpeace pone a dieta, y en el semen
            que el presidente de Nokia, otrora jipón,
            arroja al Báltico en paz, donde para lástima
            del yinyán no hay tiburones, sólo barcos de excursiones,
            cruceros enormes como la mano de un dios masturbado.
            En esos barcos todos los días son lunes,
            la multitud observa desde la baranda
            a la mente de la naturaleza, nublada.
            Yo, decía,
            escucho y observo desde mi ventana
            discutir al dentista y al polaco anarquista
            sobre lo bueno del trabajo como sensación actuada
            y digo se equivocan, o peor, no inventan nada,
            cometen la imprudencia de creer que en la argentina
            el “teatro del trabajo” marca la diferencia
            cuando la idea en cuestión, fingirse técnicamente,
            es la misma que Volkswagen le transmite a sus pacientes
            –y acá digo pacientes por no decir postrados,
            está claro que hoy por hoy nadie piensa en empleados.
            El polaco se cree un genio pero en realidad su idea
            de propia no tiene nada, y mucho menos de nueva:
            esa idea está en la base de nuestra literatura
            en el tema de la simulación, que vendría a ser la locura
            en sentido social. ¿Qué quiénes son los pioneros?
            Un siglo antes de Arlt, de Borges, del esquizo de Ingenieros
            y de tantos que escribieron sobre la simulación
            Sarmiento ya hacía un teatro de la civilización.
            Es curioso. Porque, bueno, ahora mismo que lo pienso
            si nuestras maquinaciones siempre fueron puro cuento
            y si es cierto que en Europa alguna vez la maquinaria
            fue realmente más concreta, mucho menos literaria
            entonces podría pensarse que en la historia/ la historieta
            de dos siglos de discurso de esta tierra/ esta maqueta
            se desarrolló un modelo que hoy es internacional
            y es el único modelo de producción: el labial.
            De ese modo uno diría que, con ciertas salvedades
            (es decir, sin las ventajas que en otras modernidades
            reporta un pasado activo, pero con los ingredientes
            que en nosotros son sustancia y en los demás son presente),
            puede verse en nuestros hombres de inacción, nuestros gobiernos,
            nuestra inmensa burocracia, nuestro periodismo tierno,
            nuestros parlamentos fieles a la palabra parlantes,
            nuestros gauchos malos buenos pero siempre inoperantes
            el comienzo de esta Era que yo llamo del Museo
            a falta de un buen concepto para “ir al trabajo al pedo”.
            Porque, en fin, aunque los nuestros tenían mucho por delante
            y elegían no hacer nada –quizás hoy no hay más variante–
            fueron los que introdujeron su maquinación sin peso
            a este mundo actual de redes, congresitos y congresos,
            este mundo de energías que en la boca se demoran,
            este boom de asociaciones medio gubernamentales
            cuyo único desempeño, más allá de cumplir hora,
            es colgar sus paginitas fóbicas pero globales
            de satélites lanzados y operados a destajo
            para que los ovnis crean que en la tierra aún hay trabajo.
             
            AL AGUA PATRICIO
            Las raíces de mi departamentitis
            no hay que buscarlas en la guerra fría
            ni en el rechazo que siento, más inmediato,
            por la vida en planta baja. No es ahí
            entre satélites rasos, fundiciones
            de sudor minorista, entrador, medicamentos
            vagos como un consejo
            y esas injustas reposeras
            que ahora ponen en los kioskos. No,
            no es la grasada freática, la napa
            fiestera y sin objetivos, no es la medusa
            que mea y suda grasa; es algo menos innato,
            nada innato mejor dicho, no es Michael Jackson
            haciendo lo que puede como tratador de agua
            ni es el diariero con su nota sin color
            ni el taxista con su verso sin relato.
            Ahí, en el mar territorial
            sobre el que se alza mi departamento
            no están las raíces
            de mi angustia y mi neoprene,
            de mi inflamación adrede
            y mi encierro en causa justa. “Pato”,
            dice mi hermana, “es Agustín, te llama
            de un locutorio”. Decile que no estoy.
            No es en la plaza
            ni en la vereda
            ni en lo que abajo cupiera
            como sinónimo grasa.
            Inmotivado, Agustín se hundió en el lodo;
            con él la escuela, el club, la época.
            Con él el pub ahora pasa
            música grasa.
            Se cierra el círculo. Mi departamentitis
se eleva a alturas defensivas. Hay un mundo
con un sentido que a éste se le escapa.
Y es que el infierno son los otros
novenos pisos. El círculo se arma
con la traición de Sebas, de Martín
y ahora la de Agustín.
                                     Pasión villera,
quién lo diría, emociones maceradas,
puesta en remojo, en estanque, en charco de agua
de lo mejor juvenil, de la quimera
hecha en el aire pero en serio, la tarea
de hacer un mundo más sutil.
         
            La nueva ola
            de música freática, ¿dónde aprendieron esa ola?
            ¿en qué instituto de oceanografía?
            Porque está claro que ninguno se formó
            en comedores con agua hasta las rodillas
            ni en el vapor de un padre ebrio, ni en el mípalo en formol
            de un tío transvestida. Hubo otros medios
            nada fatales. Hubo una elección.
            Por eso mismo es que, en el fondo, ningún hombre
            de sufrimiento grasa auténtico
            los incluiría.
            Porque ese hombre sabe que Agustín,
            que hoy pone cumbia en las reuniones de Greenpeace
            y se menea como un galápago a punto
            de extinguirse por capricho y pone cara
            de pelo en pecho y corazón nunca tarado
            y se molesta apenas alguien dice algo
            medianamente etéreo o complicado
            y dice cosas que él flashea son anfibias
            dignas del locutor de América Tevé
            que él adoptó como biblia,
            sigue usando la palabra “grasa” todavía.
            A ese hombre, igual,
            no me dirijo ni por putas.
            Si busco salvar a las ballenas de esos nuevos grasas
            que no quieren ser ni son reconocidos como tales
            es por sus crías. Ésa era nuestra labor,
            ésa es la sensación que tengo yo
            de un trabajo que se dejó inconcluso.
            La gratitud es inasible
            pero qué fácil se la manipula,
            cómo se aprieta la idea de lo grasa
            pero que salpique a unos y a otros no!
            Me dirijo a esos mutantes, que no surgen justamente
            de la masa oceánica grasa sino de un ángulo superior
            de educación y de viajes, y con eso de obligaciones
            y sin embargo ese proceso, ese hacerse agua el cerebro,
            ese agotamiento zombie, más barato que cualquier otra forma
            de liquidación.
            Y el cuiqui que deben tener
            mis amigos de ayer,
            de otro modo no lo entiendo.
            Mi departamentitis es una teta en medio del nuevo nivel del mar,
            de ella voy a alimentarme, seré grasa en mi encierro
            a ojos de mis amigos, pero si me llaman grasa
            estaré certificando que aún existe una posición,
            una entrega del tiempo propio que no sea histéricamente
            tributaria de una época, una moda o una terror.
            No voy a hablar de los discos que escuchábamos,
            baste decir que en algunas bandas de tecno y de rock
            encontramos un glamour que era en gran medida cívico
            y apuntaba a mejorarnos, a generar comprensión
            con riesgo a veces de caer en la anarquía pero nunca en el remojo.
            El auténtico hombre-grasa es en el fondo un ingeniero
            hidráulico de sí mismo y vislumbra a su alrededor
            esas represa geniales, los monumentos-canciones
            que son placer de la cabeza al igual que del corazón.
            Y sabe que eso es una masa. La auténtica masa.
            Pero a ese tipo no me uno ni por putas
            ni por Patos que hagan agua dentro de mi superyó.
            Qué dé un paso adelante, que haga puerto,
            que se ponga ciego de ansia y ahí complotamos.
            Mi departamentitis tiene algo de dulce espera
            pero el mundo de parto no tiene un soto.
             
            Shhh.
            “Agustín otra vez”, dice mi hermana.
            “Que si se dejó un bucito, el del club, el otro día
            antes de ir a la cortada”.
            Y claro, él sabe perfectamente
            que está acá, en casa. Lo que pasa es que pensó
            que si llevaba el traje de buzo se delataba.
            Las raíces de mi departamentitis
            son siniestras como una moneda cuya cara
            sonríe limpia mientras se engrasa el plus
            de valor que hay en la cruz.
             
            * * *
            Hoy hay viento, abro las dos ventanas
            y siento un fresco celeste, superamigo,
            que a los árboles de Flores va peinando
            primero onda punk, después raya al medio, después raya al este.
            Sólo los pinos, con su pátina de aceite,
            se desentienden del fresco. La multitud es un pinar;
            yo soy ese plátano y este departamento.
            No hay grasada rescatable, sólo hay viento por soplar
            sobre la capa de grasa que impide el movimiento.
            Mío es el encierro,
            la inflamación en mi costado departamental.
            De otros será la fobia al aire fresco.
            Por eso si ahora bajo y me sumerjo en la resina
            y compro ese disco de mierda, ése que es el mejor
            porque menos arte emplea y porque más alucina
            su mix de pseudo-denuncia, carpe diem y pedorrea
            y machismo y trajecitos todos de un solo color
            de preferencia purpúreo, el color menos carcelario
            para sus sueños de transa con el nuevo productor
            de la vieja discográfica o con algún empresario
            de un sector más encumbrado, la policía, la cámara
            de diputados armados que se acaban de dar cuenta
            que la cumbia les otorga el pasaporte a un estado
            donde curtir la cosecha sin que peligre la renta
            ++++++++++++++++++++++++++++++++
            –por eso, digo, si bajo en este mismo momento
            y hundo mis manos cansadas en el fatídico ungüento
            de la música villera y compro el disco del año
            es porque el viento resopla sobre el innúmero baño
            de bar de andén que es el barrio de San José de las Flores
            y el viento trae un recado: “olvida a aquellos traidores
            y acércate a quienes hoy
            los sufren del mismo lado”.
            La traición, la gran base de toda
forma freática del arte, ya sea
una canción de amor quejoso, de amorrea
o un novelón lagrimoso nacido para película,
no cuenta más;
                          esta tarde
de viento sobre los árboles
 
yo estudiaré las partículas
de grasa que a los pinares
mantiene erguidos quitándoles
la gracia, el aire, el sentido
que honra a la biología:
modificarse a medida
que cambia el clima o la historia.
        
             
            EL PAÍS DE MICHAEL
            1
            ¡Sombra impermeable de los plátanos, te invoco!
            Hacé del día
            esa ilusión. Que la amistad pendiente
            se agolpe bajo tu mirar todo tenencia,
            todo bárbara protección
            también para mi estilo, para el que muestro y para el que relego
            bajo mi paso lunar. No soy de acá.
            No soy sólo de acá; soy, era
            de cualquier insinuación de antipaisaje,
            fui costumbrista hasta el exceso, poseí
            de cada metro cuadrado a la argentina
            su magia estante, no sé si llamarla magia
            porque sería darle entidad de cosa
            a algo, la magia, que no sé si existe.
            Poseí, sí, el baile mismo en lo estante,
            la poesía, que es la única causa
            de cualquier efecto capaz de ser interpretado
            más o menos como, digamos, mágico.
            Suele llover en esta época. Te topás
            con mil caras conocidas; pocas te dicen cómo estás.
            El dentista tiene esa prisa inadecuada
            al terror que se descuelga de su profesión.
            El polaco, con dos bares se conforma.
            Adriana viaja por rutas
            que van perdiendo en asfalto
            ganando en ella, pirata de frescura.
            Artigas duerme el sueño de los que no adeudan nada,
            un sueño como un imán adentro de una botella.
            Pato me mira, un poco menos suplicante,
            un poco más acá de la plebeya
            tendencia a entretenerse con su ira.
            Julio se traba en una charla con Facundo,
            cada vez que uno habla
            el otro saca un tema.
            Celina viene y me dice
            estuve en México
            tenés que venir a casa
            y te cuento
            la amo, le entrego todo lo que siento,
            me saluda, o sea me deja pero no solo,
            y antes de ponerme a bailar
            pienso en ese “tenés que”
            seguido de “venir a casa”. Es el reverso
            del tenés que, es lo que hace
            que una orden
            se mueva.
            Es la poesía.
             
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            Técnica es viajar, saberlo todo
            acerca de lo estante, lo que aguarda
            montado en siglos, en pasajes, en lecturas,
            en costumbres del lugar, en bajas de zapateras.
            Claro que con eso no vamos a ningún lado.
            “Tenés que venir a casa”, ahí es donde la técnica se entrega
            a un mundo nuevo, el baile; de otra forma
            muere en la cara, que es el núcleo del estar
            y muere fea, como un miedo pretencioso
            que en la puerta de los ojos se nos queda.
            Los que adoran la técnica dicen mucho “tenés que”
            y mucho “venir a casa”, ordenan y alardean,
            pero jamás se les oye la cosa toda junta, empática.
             
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            Ordenan, alardean, van de caza,
            extrañan, vuelven pronto, desordenan,
            apilan, comisionan, guardan pruebas,
            Celina en cambio invita.
            Resumen, explicitan, dejan claro,
            exigen, corretean, implementan,
            piden prestado, dan, ponen prestado,
            Celina en cambio ofrece.
            Instauran, se preguntan, recolocan,
            desmienten, corroboran, movilizan,
            alojan, alardean, traen, ordenan,
            Celina en cambio viene.
             
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            No existe la lealtad, no hay lo que haga
            que el plátano dé solo y siempre sombra
            al mismo sectorcito. Lo que existe
            es la magia del viento, y a otra cosa.
            Celina da una orden que es hermosa
            porque mueve a la orden, la desviste
            de lo que el “tenés que” usualmente nombra:
            apatía o rencor. Por eso es maga
            mientras que otro que ordena ya la caga
            a menos que dé órdenes con comba,
            mandatos sin peón que el viento embiste
            de modo que el que ordena haga la cosa.
            Otro que ordena esconde en la ampulosa
            alfombra de su voz un polvo triste.
            La orden de Celina es una alfombra
            que en vez de polvo es magia lo que traga.
             
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            Íbamos juntos, con el sabor ése
            que endultrece, que deja peor la vista
            y de la isla de los muslos nos llegaban
            noticias de todo menos del cansancio.
            Nos paró un auto. Una mujer iba al volante.
            Rubia y morena, miti y miti misionera
            tenía unas cáscaras de manda en la guantera
            y nos pidió que las cortemos para el mate.
            En un momento se rió, “algo habrán hecho
            para querer llegar tan rápido a Asunción”.
            Vos le cebaste un mate y retrucaste
            “lo que queremos no es llegar, es ir con vos”.
            Entonces ella metió un dedo en el mate
            y, como quien se guarda el as, sacó y mostró
            dos cascaritas, “con pedazos tan chiquitos
            se tapa el filtro, no tira, un papelón”.
            Y todo dicho, que al final es la que manda
            porque conduce y porque sabe más que vos
            y yo juntitos, de espaldas en el puente
            uno acabando en Posadas, el otro en Encarnación.
             
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            Cuando bailé
            para el gobernador de Santa Cruz
            era un día
            el tour cerraba,
            era un día
            nadie se iba,
            era un día
            todos pedían una más,
            era un día raro,
            ahí entendí
            que no pertenecía a ningún lado
            porque en cada población que conocí
            me sentí amado y, diferente en mí,
            amado de los modos más variados.
            Amar la técnica sería igual que amar
            un lugar en el mundo, un punto exacto
            donde uno es más extraño o popular.
            Yo amo todos los mundos sin embargo.
            Amar la técnica sería igual que amar
            un modo en especial de ser amado;
            igual que otros que escapan de un estilo
            soy el amante de cada paso dado.
             
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            Tenés que venir a superar la técnica,
            parar los ojos, desengolosinarte,
            tenés que ir a una casa humildemente,
            tenés que asesinarte, ¡hacé sin arte!
            y el trabajo seguro te revive
            te rehace el que ibas siendo más el otro
            que ni te imaginaste: el que ahora escucha
            una canción de amor más que de lucha.
             
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            No hay dos sin test, pasarlas todas, entenderse,
            ponerse en el, bailar el otro, recordar,
            llegar temprano, suspender la de consorcio
            y confirmar la de mortal.
            Mover los pies, mandar correo, vivir juntos,
            no hay dos sin ser uno en el otro, congeniar,
            proponer más, ir más a ver, soltar más globos
            y capturar menos mal.
            Eh, amiga, ciudadana de saliva.
            carpa en el polo, polo norte, norte en paz,
            la de emoción que me das,
            la de sentido y de vida.
            Eh, ladera opuesta, cálida
            amada mía, besos de parque japonés,
            pasarlas todas, viajar a fin de mes
            escribirte la orálida.
             
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            Celina, voy
            y me pregunto
            ¿nos conocimos bailando
            hace una década
            cada uno frente a su placard?
            Celina, estoy caminando
            rumbo a tu casa
            y me pregunto
            ¿nos conocimos separados
            y con el corazón lleno de trabajo?
            Celina, camino
            y recuerdo los pasos
            que di hacia vos.
            Me acuerdo de cuando
            me interrumpía la ciudad
            y tanto no la escuchaba
            porque ya te conocía.
            Por lentitudes siderales,
            por magia sobre el estar,
            por el ojo entre muchas economías
            una oda
            algunas veces
            con soda
            pero casi siempre pura, natural.
            ¿Nos conocimos
            copiando el paso de buscarnos?
            ¿en el hall de ver si aparecíamos?
            ¿con el corazón cuando escuchó a Michael Jackson?
            ¿con el aeropuerto cuando sonó Charly García?
            Voy caminando
            y pienso en tu orden.
            Alrededor las plazas
            estrenan verjas metalizadas,
            cambian los juegos,
            vuelven los bebederos,
            un pelotazo da en la virgen
            y la pone a jugar a la escondida.
            Voy caminando
            con mi bolsita de tela blanca.
            La gente engordó mucho
            en estos últimos tres años.
            Se come menos verdura y más factura.
            “Tenés que venir”,
            ésa es la zanahoria
            más entrañable que elegí en toda mi vida.
            Opté así hasta con el sentido de la indecisión.
            Me acuerdo de cuando
            empecé a acercarme a la ciudad
            porque ya te conocía
            y nada me interrumpía.
             
            Helsinki, septiembre 2003 – marzo 2004
            Cristian De Nápoli