SUBTERRANEOS
Volver es asistir al espectáculo furioso de las ruedas
que arden en el acero de la oscuridad. Los pasajeros
se inclinan lejos de la lluvia y caen
en las curvas del tornado.
En los ojos del motorman: las curvas de la oscuridad,
las curvas del estampido de la luz cuando aparece.
Luz del agua que cae en la fría belleza del amanecer.
En los bares beben los que abrigan su tristeza
en la penumbra.
Los pasajeros duermen, arrullados por las sacudidas
del vagón. Sueñan con sus ropas arrugadas.
Un hombre, no le importa mojarse, mira como cae la lluvia
sobre los alambrados de una dependencia municipal:
agua que cae por los rombos de los altos alambrados.
Del agua se filtra el silencio:
agendas anillos relojes valijas
pertenencias, objetos que servirían de pista a un detective,
cosas que los pasajeros consideran importantes. El agua
se filtra por el pavimento roto y cae sobre los vagones
detenidos en las vías muertas.
Los rieles, la creciente temperatura del tedio. La inmovilidad
es el destino del agua que se filtra en la ciudad rota.
Una ciudad en donde un hombre contempla, como esperando una
respuesta, los alambrados chorreantes de una dependencia
municipal donde se arrumban máquinas y sobras de máquinas,
escombros del sueño de las ruedas.
TIEMPO
Atado a este día:
hoy
como si todas las monedas del horizonte
fueran una sospecha tenue
a tus espaldas,
un latido
que se desliza en tus dedos:
hoy
el veneno transparente
de esos ojos
temblando
en la superficie
del dia
blo
que de luz
o la muerte ordenada:
una clasificación para entendidos
fuego para adivinar
hoy,
la palidez de un latido atado
a este día.
Sabemos: fuego en las manos
es solo eso
y no riqueza,
un latido atado,
un bloque de luz que funciona
con la desesperación
del silencio
del recuerdo.
Hoy:
bruma de la inteligencia,
dedos transparentes
como el veneno
esperado
que vibra en la superficie
ahora quieta
del agua.
Porque en esa danza
está
no la verdad
sino la hermosura triste
del silencio del recuerdo,
bloque de luz
funcionando como bala
en la cabeza del amor.
ALTAS
Las horas más deshabitadas: con nervio eléctrico
las alarmas esperan al sofisticado ladrón
de ojos que se deslizan en la oscuridad
como agua que se expande en una superficie llana
mojando todo lo que está a su nivel.
De la mueca del ladrón salen chispas
cuando burla los sistemas de alta seguridad
que abren, como perros, sus bocas negras.
Uno de esos ladrones que uno ve en películas,
pasada la trasnoche, para no sentir el tiempo.
La conciencia de saber donde uno está: una casa
alquilada en los suburbios, la luz gris de la pantalla,
la película para borrachos en la que el ladrón
camina de cabeza, vamos a decirlo: como una mosca
sobre los tesoros custodiados, confabulación
de una minoría: el equilibrio de la injusticia.
En la televisión: un bodrio: un ladrón
que se presenta como un super hombre, su alma
vendida desde siempre, acostumbrado a viajar
al fuego y a la música de delitos increíbles.
Si nos conociera
pensaría que somos idiotas,
incapaces de realizar su acto de acróbata.
No me preocupa su juicio. Me alcanza con saber
que soy un hombre solo en los suburbios
de fábricas ruinosas y frigoríficos azules
en donde la carne congelada se conserva
como si fuera el tesoro que el ladrón de la película
intenta robar.
Las cárceles del mundo
Esperan al más diestro de sus posibles huéspedes.
Marcos Herrera