El primer día
del mes de mayo
filiales del supermercado peronista
acuden raudos al llamado
estrecho de su sangre.
(comienzo gorilón, hay más)
Ya en el colectivo
comienza la alegría:
¡Delfín!
¡Tiburón!
¡Mojarrita!
dicen al blandir sus penes en un juego
que se asemeja mucho al piedrapapelotijera.
-Ante la marcha me inclino
pero por un churrasco tacleo una vaca-
dice uno, evidente mojarrita.
La parrilla se dispone en el centro de un estadio olímpico que otrora fuera centro clandestino de operaciones. Las tribunas atiborradas entonan réquiems en tonada tropical. Desde el palco oficial una efigie de Perazzo con botines y todo, cincelada por manos hábiles sobre la superficie de un cubito de hielo, saluda impertérrita ante las evoluciones de la orgía feroz que a diestra y siniestra se desarrolla: Patrón, Obrero y Dirigente Sindical se empalan sin atender jerarquías en alto trencito circular.
Pero nubes de panza mugrosa amenazan la fiesta.
Y un aire entre apocalíptico y viciado inflama los pulmones
que a modo de alas baten, para sostenerse en el aire,
la media docena de angelitos que ahora defecan documentos
sobre un sector de la platea.
Algunos viejos se persignan.
Entonces, cuando el fuego ha dispuesto ya su vulva roja de mujer a la expectativa de la carne, sobre la parrilla de quinientos metros cuadrados que a lo lejos parece una grilla pandémica de PRODE, aparece magnánimo, envuelto en un traje blanco de cuerina, nacarado y esférico cual perla, el señor Humberto “Cacho” Castaña: actor cómico dramático, cumbiero, crooner, renovador del tango y cenit de su decadencia al convertir al género en tema exclusivo de sí mismo, autor de hitazos como “La reina de la bailanta”(donde hace homenaje –nombra- a su camarada Juan Ramón: víctima él también de la envidia de mediocres que lo tildaron de mufa), ocasional pai umbanda, Doctor Honoris Causa De La Universidad De La Calle y culeador inevitable de la Vedette de turno durante dos décadas entre tantas otras cosas que no viene al caso enumerar porque el poema se me iría de las manos, decía aparece Cacho Castaña para exigir, Cristo sin metáfora:
- Es mi cuerpo, vengan a comer.
En respuesta todos, pero todos, hasta Jorge Asís, descienden desde las tribunas como un alud para integrarse en comunión con Cacho, quien los espera con los brazos abiertos y una erección que te la voglio dire en el centro mismo del campo de juego y fuego para redimirlos, a todos, insisto, del pecado; y reconciliarlos así con el Altísimo que desde el cielo observa conmovido a su rebaño y a Cacho como una bolilla de ruleta antes de ser arrasada no por el azar, sino por Su designio atroz de tahúr perdido.
Perazzo llora de la emoción o se derrite, no se sabe.
El capitalismo contiene en sí mismo
el germen de su propio trigo.
Oscar Fariña