INTRODUCCIÓN
por Elsa Kalish
"-(...) Pena que no fui campesino. Lamento no saber qué es la expectativa de levantarse cada mañana y ver el bosque. Sus sonidos y colores. Ya no podré hacerlo. Es una lástima.
-Si te sirve de consuelo te diré que el campesino tampoco puede. No tiene tiempo.
-No lo había pensado. El campesino es una de las cosas que nunca miré. - El Rey (o quizás Emperador) Nan se quedó meditando. Luego preguntó-: ¿Entonces nadie tiene tiempo de ver el bosque, en China?
- Solamente los poetas. Esos que algunos tontos llaman desocupados, ociosos e inservibles. Por eso siempre sostuve que el Estado debe protegerlos, para que alguien pueda ver y oír. Dicen que las montañas no cambian, pero es mentira. Sí que cambian. La montaña respira y su mole se mueve. Las aguas del Wei no son las mismas hoy que ayer. ¿Cómo van a saber, las personas de dentro de dos o tres mil años, la forma que tenía un árbol mientras vivían los Chou? La poesía es la historia secreta de nuestro país."
Alberto Laiseca
La mujer en la muralla.
Mariano era hermoso.
Ojitos claros, casi tan lindos como los míos. Pelo largo hasta la cintura, sobretodo negro, un poco sucio, siempre con un Marlboro en la boca, y un no sé qué femenino que me arrebataba. La primera impresión que una se llevaba era que se había escapado de un video de Poison, Bon jovi, o Guns & Roses.
Lo conocí en la placita Roca, un mediodía, haciendo huevo, a la salida del secundario. Al toque pegamos onda. Él no sólo era lindo, sino además curtía un perfil lumpen, tenía amigos raros, tomaba merca y fumaba faso.
Estoy hablando del neolítico, años 92, 93, por ahí, qué se yo.
Pero Mariano tenía –no tendría más de 15 años– un encanto extra: una biblioteca. Sabía de libros y de música. Leía a Dostoievski, Burroughs, Bukowski, Borges, ¡de su boca escuché por primera vez Tabaquería de Pessoa! Escuchaba a Vinicius, Caetano, Los Redondos, Zumo, Shuemberg, los Pistols.
En fin, tenía todo lo que una podía esperar de un chico y algo más, lo mejor, estaba loco por mí.
Fue por él que conocí a Enrique Symns. Tenía todas las Cerdos & Peces.
Claro que cuando yo conocí la revista de Enrique, ésta ya no salía más, era parte de un mito de los 80. Me vienen ahora a la memoria algunas de sus tapas: el pelado Cordera y el gordo Rubén de la Bersuit, uno vestido de nazi y el otro de árabe, manoseando a una chica; Batato Barea –en los 80 para ser travesti había que tener unas pelotas bien grandes y peludas y encima algunas escribían poesía-; alguien tomando una raya así de larga de merca; una nena de 3 años posando desnuda; una monja masturbándose o clavándose un cuchillo en la argolla o algo así.
Volví a saber algo de Enrique cuando en el 95 el gordo Lanata sacó una colección de libros, Fin de siglo, donde aparecía una antología de textos de él: Invitación al abismo.
Cuando terminé el secundario me rajé de mi casa y estuve viviendo casi dos años, primero en Mar del Plata, y luego en Veraza y Lanus –el barrio de Luisito Ventura. Al volver a casa –después de mandarme todas las cagadas habidas y por haber– mi vieja me puso entre la espada y la pared: trabajás o estudiás. Estuve un año como cajera del Carrefour de San Martín.
Trabajar en Carrefour era una cagada, en especial los domingos al mediodía, que antes de ir al trabajo almorzaba en la casa de la tía Marta. Estábamos todos sentados a la mesa comiendo y alguien me preguntaba, ¿y el trabajo qué tal?, entonces contaba cómo nos explotaban y todos movían la cabeza desaprobando a estos carneros, que seguro deberían ser judíos –porque como todo el mundo sabe la dupla comercio y explotación la inventaron los judíos. Y una vez que Elsita había contado a su familia su triste papel de empleada a sueldo estos preguntaban, che Elsa, ¿qué ofertas hay en Carrefour porque tengo la revista de Jumbo pero la de Carrefour no me llegó?
La cosa es que mis francos eran los lunes, así que ahorré algo de guita y un buen día dije, como la Bulrrich, mañana digo basta y los mandé a la puta que los parió.
Fue ahí que volvió a salir la Cerdos y entre sus páginas había una publicidad que anunciaba que Enrique Symns y Vera Land iban a dar un curso de periodismo. Fui a anotarme, la redacción estaba en la calle Estados Unidos, unas cuadras más arriba de Cemento y conocí a Vera Land.
Nunca me voy a olvidar el primer día de clases. Me abrió la puerta Enrique, con un Parliament en una mano y un vaso de whisky en la otra, descalzo, y con la camisa mal abrochada. Era la primera en llegar y nos quedamos los dos mudos sin saber de qué hablar. Yo estaba muda porque me fascinaba como escribía –siempre fui muy cholula y nunca supe qué hacer cuando la cholulés rendía sus frutos– y como todos los que fuimos a ese curso, nos podía interesar poco o nada el periodismo, en todo caso si pagábamos por estar ahí era sólo por una razón: para escucharlo a Enrique. Y ahí lo tenía a Enrique, mudo, supongo que porque él estaba tan espantado de mí como yo de él. Luego fueron llegando los demás y Vera empezó a contarnos de qué iba la cosa, y cuando ya todo parecía perdido, Enrique se puso a hablar y nos enamoró a todos. No es que Vera dijera estupideces ni nada, Vera es divina, lo que sucede, lo repito, es que habíamos ido ahí para conocer a Enrique y punto.
De ese curso salió una revista que tuvo cierta circulación, Vestite y Andate, y me dejó dos amigos a los que amo: Fernanda Simonetti y Santiago “el negro” Ferront.
Ya para cuando Vestite estaba a pleno empezaron los roces con Enrique; nosotros estábamos cebados y queríamos hacer parricidio ya, y Enrique que no es ningún boludo presentó batalla.
¿Qué decir de esa época?
Que a veces extraño los jueves en El Mirador. La redacción de la Cerdos estaba en el sótano del bar y nuestras reuniones –de Vestite– eran ahí mismo, los jueves a las 7 de la tarde, y después nos quedábamos a emborracharnos hasta la madrugada, Tom Lupo caía a eso de las once de la noche con su Cabaret poético, y cuando nos aburríamos íbamos a Ave Porco.
Fue por esa época que conseguí La banda de los chacales.
Yo hacía tiempo que la venía buscando, había leído los primeros capítulos en la Cerdos, y sabía que La banda se había editado en libro por publicidades de la revista. Pero nunca la vi en ninguna librería de viejo – y yo soy de revolver de arriba a abajo librerías de viejos por culpa de Juan Escobar – y cuando le pregunte a Enrique si él la tenía y me la prestaba para fotocopiar, me respondió, querida si alguna ves la conseguís haceme una copia.
Cuando ya había perdido todas las esperanzas, una tarde en El Mirador, charlando con Gastix –Gastón Pérsico, el diseñador de Vestite, que estoy convencida que fue él con su talento el que más aportó a la revista, y la prueba de eso es que al poco tiempo de salir Vestite empezamos a ver por todas partes que nos estaban robando el diseño de nuestra publicación –le habló de la Banda y me dice, yo la tengo, ¿querés que te la fotocopie?
Sé que todo lo que escribí acá es un mamarracho. Se suponía que tenía que hablar de Enrique y no hice otra cosa que hablar de mí. Podría contar anécdotas de Enrique que no aparecen en su autobiografía El señor de los venenos, con el Indio Solari, con el Gordo Pier, con Fito, del departamento de Once, de un montón de cosas, y mil más, pero sería violar una intimidad y un cariño que no deseo perder.
Lo que si puedo contar es que Enrique es una persona única. Una cuando va al almacén y vuelve, y le preguntan a dónde fuiste, sólo es capaz de decir, fui al almacén. Él no, él de esa minucia te arma un relato, un viaje. Vamos che, enrique es poeta y si durante todos estos años en vez de dedicarse al periodismo se hubiera dedicado a la literatura estaría ahora ahí arriba. Por suerte, según me cuenta, en un mail, hace poco, cuando le pedí permiso para publicar La banda, está escribiendo dos novelas, y mi prima Pame que hojeó El señor de los venenos me comentó que esas primera páginas le hicieron acordar al Diario del ladrón de Jean Genet.
Puta, Enrique, me hubiera gustado en estas líneas presentarte como corresponde, a vos y a tu Banda de chacales. Pero como la idea no es vender nada, sino simplemente decirte que hace años sos parte de mi vida y que tus monólogos y textos y las pocas charlas personales que tuvimos son restos de una amistad imposible que resplandece en el abismo, creo que lo que dije hasta acá alcanza para que los que no te conocen ni nunca te leyeron tengan una mínima idea de esos restos de vos que son tus textos y les pique la curiosidad de querer saber quién es ese duende-loco-extraterrestre-pirata que conoce el delicado y misterioso hilo invisible que engarza a las palabras y las cosas.
SEGUNDA PARTE
LA BANDA DE LOS CHACALES
por Enrique Symns
LA VENGANZA DE LOS CHACALES
La fuga.
Algún día siempre llega. Claro, si vos lo estás esperando.
Porque la gente vive la opereta de la vida como si fueran extras. Hacen número, van a la guerra o a la cancha conformándose con el pan y cebolla de la gloria. Les pagan poco: los dejan comer, cagar, dormir, echarse un mal polvo y en el medio les enseñan 200 palabras para que las usen para decir siempre que sí.-
Hay otra gente, que descubrió el curro, y se hace almacenero. Aprenden a ganar mosca, a ganar concha o pija o a tener un poco de suerte en el escenario jeropa de la fama. Un día cualquiera, por suerte, se mueren de un paro en el bobo o desaparecen en el chupadero del cáncer.-
A mi me gustan los que viven la vida como si fuera una cárcel y se la pasan durante toda la lunga historieta haciendo un agujero en el paredón de la vida para escaparse a la muerte.
Nosotros, los Chacales, somos de esos.
En Caseros, tratábamos de hacernos los boludos pero no lo creían ni las pulgas que en vez de picarnos nos daban besitos. Los demás sopres nos esquivaban como si fuéramos charcos de lepra.
Los pesutis, para no hacer papelón, se mudaron al polo norte de la tumba. Los covanis nos tenían tanto cagaso que si decíamos que queríamos mear, abrían la boca bien grande.
Nos habíamos mentalizado para bancarnos la reja. Si te hacés la cabeza podés vivir doce años adentro del sócalo. El que menos se lo bancaba el Pijo que te3nía terribles pesadillas y empezaba a confundir culo de sopre con concha de rubia. La única manera era alimentarlo a puré de lexotanil para enfriarle la calentura.
No podíamos ni hablar entre nosotros porque los quías nos vigilaban hasta cuando cagábamos y escuchaban el ruido de la soretada caer en el agujero. Esperábamos. Cualquier cosa: la tercera guerra mundial, la invasión extraterrestre, el retorno de la guerrilla o un descuido de cualquiera de los covanis. Pero la viigilancia no se relajaba, la orden era marcarnos de cerquita por toda la eternidad.
Estoy Muerto hizo un curso de sogas, limas, túneles pero yo sabía que era al dope, el único yeite era inventar una que nunca hubiera sido inventada y que al patentarlo te tomás el piro.
Y así fue, algún día un día llegó.
El juez nos mandó llamar por quincuagésima vez. El quía estaba enamorado de nuestro caso y entró en una de acostar jurisprudencia. Yo había dado la orden de hacer un silencio más impenetrable que el Matto Grosso. No declarar poronga ni una. Nos llevaban al palacio del simulacro dos o tres veces por semana. Ibamos custodiados igualito que Reagan.
Trescientos patrulleros y un carnaval de sirenas policiales que ponían sobre aviso a la gilada; “¡Ahí van los Chacales!- gritaba el boludaje cuando veía la murga azul enfilando para el centro.
Aquella última vez no fue un día como todos.
Hay veces que el día de pasado-mañana le hace un guiño al día de ayer y entonces vos sabés hoy lo que te va a pasar mañana. Y ese día, cuando nos subieron al bondi de la colectividad de los afanados del mundo y, vimos las caripelas, la alarma de fuga nos recorrió el espinel de la dorsal igualito que cuando una trucha se engancha en el anzuelo de un pescador.
Y así llegamos al laberinto de Tribunales, con la misma sensación que tiene un coquero cuando ve llegar al diller.
Nos cargaban de cadenas igual que a King Kong. Y nosotros íbamos llevando el bocho, que es la caja de la mirada, bien apuntado hacia el sopi cosa de que los ratis no vieran las ganas que teníamos de destriparles la vida.
En cuanto entramos al juzgado, vimos que la cosa había empezado. En lugar de la atorrantita frígida de la secretaria, estaba la Anarconda disfrazada lo mejor que pudo de persona normal. El pinche era Trolón y el secretario del juez era el mismísimo Peronito.
Toda la atorranteada de Lanús había participado del operativo rescate. Se habían caído (un ácido como corresponde para tales eventos) en el juzgado y después de encerrar al forraje leguleyo en los armario ocuparon sus lugares.
El problema fue que no pudieron representar una obra muy realista que digamos. Más que actores de una peli de Sandrini, parecían zafados de “The wall”; así que los ratis se avivaron al toque. No les sirvió de mucho porque en cuanto intentaron sacar sus pijas calibre 45, los sumergimos en las cálidas aguas del sueño eterno.
Fue darse un saque de un par de mogras por nariz, para que los Chacales entraran en ritmo: vestirlo al Itaka con su armadura de guerra, usarlo al Estoy Muerto como bolsa de pan para llenarlo de cuchillos, disfrazarlo al Pijo de naca y hacerles unas caricias en la nuca a los ratis que esperaban en la puerta; todo hecho en el mismo tiempo que vos tardás en decir la palabra Sorete.
Lo que fracasó fue el papel del Pijo. El quía no tenía pasta de actor y, en cuanto lo vieron bajar las escaleras asfixiado y asqueado en su disfraz de rati, hicieron sonar todas las alarmas.
Eramos una patota terrible así que ahí mismo decidimos separarnos. Peronito, Trolón y Anarconda se hicieron más que humo, pedo y se mezclaron con la gilada.
Y nosotros, la chacaleada, como una avalancha mortal, nos arrojamos por las escaleras que dan a la calle Talcahuano y enfilamos hacia Corrientes usando al Itaka como punta de lanza de nuestro ataque. El looque del Itaka era tan espeluznante que hasta los nacas se hacían cocó en los pantalones. Otra que Terminator o la pendejada de Allen, el loco era un misíl ambulante y le salían balas hasta del agujero del orto.
No fuimos bilardistas, más bien monottistas: todos al ataque y al arco que lo cuide magoya.
Tarde nos dimos cuenta que Peronito como estratega es lo mismo que haberlo puesto a Borges de centroforward. No hay nada que lo aburra tanto al Peronito que tener que unir siete ideas en su cabeza. Cuando juntó las siete se le escaparon las dos primeras y así todo el tiempo.
¿De qué hablo? De que se olvidó de poner un piróscafo en la tapuer de la justicia cosa de tener un modo de zafar rapidito.
Así que de repente nos encontramos corriendo por la calle Corrientes sin saber hacia donde joraca correr y rodeados de dos o tres mil giles desbandados que cacareaban como gallinas. La única que se nos ocurrió fue hacer quilombo.
Estoy Muerto aullaba igualito que un dinosaurio cojiendo; Itaka, que tenía la orden de no matar a nadie, disparaba sus cañones apuntando apenas arriba del terror de la gentuza. El Pijo aprovechaba la corrida para ir degenerando a las pendejas que pasaban.
No habríamos llegado muy lejos de no ser por la repentina aparición de la muchachada del MAS que venían protestando en contra de alguna de las ocho mil chotadas que se mandaba el radichaje. En cuanto los rebeldes con camiseta nos vieron y vieron a la yuta que por atrás, cobardemente, se preparaba para borrarnos de este valle de excrementos, se abrieron como un embudo y nos tragaron hasta el centro de la panza de su ejército protestador.
Y así nos fuimos derramando, como una dulce diarrea estival, sobre las calles de la ciudad, avanzando hacia el Congreso y aprovechando la caminata usábamos a la barra brava de los troskos como vestuario: al toque nos convertimos en ardientes bolches.
-“¡Juicio y castigo a los culpables!”- gritamos furiosamente cuando zafamos de la marcha y nos zampamos en el subterráneo Retiro-Constitución. El viaje por la cloaca fue tranqui y caretón. Para hacerla completa, sostuvimos a los gritos una discusión marxista, tema del que ninguno de nosotros tenía la más puta idea pero que como la mayoría de la gente tampoco, sirvió para empezar una polémica digna de ser televisada, en cadena, a todo el ispa. Como a la gilada les encanta el chamuyo al dope, nos bajamos en la estación San Juan y los dejamos entreverados en la parleta. Parecían catorce mil gatas peludas apiñadas en la corteza de un árbol de ciruelas.
Y nosotros, puteando bajito, nos hicimos humo hacia el escondrijo.
La venganza
El Papa, ese gran hijo de dios, nos salvó cuando ya nos tenían contra las cuerdas. Si bien el refugio del Peronito era bastante inexpugneta, en cuanto se pusieran a rastrillar en serio nos enganchaban.
La llegada del polaco errante distrajo la mirada del referí Troccoli y a pesar de que el botonaje televisivo nos siguió dando con un bazzoka, (comparado con nosotros, Charles Manson aparecía como un buen candidato al premio nobel de la paz), pronto dejamos de ser primera plana de las ganas de distraerse de la gente.
Así que con la mosca que nos quedó por reventar dos loquis de blanca nos compramos pilcha, un par de guitarras y nos fuimos a Mar del Plata disfrazados del grupo de rock “Cáncer & Sida”. Nos alojamos como bacanes en un hotel de cinco soles y la troupe estaba completa: Anarconda de groupi, Peronito de representante, Trolón I y II de plomos y Jeringa como ortiva de prensa. Nosotros éramos la banda y formábamos así:
Itaka en batería,
Estoy Muerto en guitarra;
El Pijo en bajo,
y el que esto te vende en voz.
Cuando la paranoia se tomó el buque me dí cuenta que la banda corría el riesgo de desintegrarse. Viste que no se puede vivir sin un plan. Te enganchás como una pantufla. Mucha frula, mucha conchita rockera moscardoneando, mucha pileta y morfi finoli de ese que no tiene gusto a nada. Se te empieza a engordar el cerebro, le sale zapán al alma y, sin darte cuenta, se te jubila la bronca.
Pero no había caso de inventar una. No se me ocurría como seguir con el plan de secuestrar al presidente sin caerse del primer peldaño. El boga fue muy claro:
-Quédense tranquilos un tiempo hasta que la ley vuelva a echarse una siestita. Si salen ahora, son boleta...
No hay nada peor que estar de vacaciones en medio de la guerra.
Hasta el Pijo se acostumbró a tener conchita fresca sin tener que recurrir a la violeta. Le salió barriga a la pija y coger se le puso aburrido. Itaka era un viejo tanque oxidado, un panzer atascado en el barro de champagne con frula.
No podíamos ni salir del hotel. Un día fuimos a la playa enfundados en un disfraz de turista careta (sombrilla, anteojos negros, silla plegable y todo el curro) y hasta las boludas de las gaviotas nos sacaron la onda.
Como líder yo me esforcé por conservar no te diría la imagen sanmartiniana pero si mengueliana de mi mismo. Me sentaba al borde de la pileta saboreando con cara de asco mi vodka con gancia, y ponía mi mirada fija en esa pajería infinita que es el cielo, con cara de estar gestando el mayo francés. La verdad: mi cabeza era un envase hermético y sellado al vacío de nada. Encima Estoy Muerto y Anarconda entraron en una de romancear y andaban enroscados dandose esos besuqueos pegajosos que no apuntan a que todo termine en cojinche sino en la chitrulez del cuchicheo. Así de podridas estaban las cosas cuando el Peronito que no sé si te dije que desayunaba, almorzaba, tomaba el té y cenaba con ácido y que ya no tenía lo que se dice una mente o un alma o lo que carajo sea lo que hay en la parte de adentro de las personas sino más bien un manicomio con todos los psiquiatras y enfermeros en huelga; te decía que así estaba la onda cuando el Peronito entró en una de tomarse en serio su papel y le consiguió un contrato a la banda “Cáncer & Sida” para tocar en un boliche rockero en el centro mismo de la Infeliz.
Como explicarte: los únicos instrumentos que cualquiera de los chacales sabían usar eran ametralladoras, pijas, navajas o camiones.
-No hay problem- dijo Peronito haciéndose el Grinbank- se suben ahí y sacuden las guitarras, a la pendejada le copa el ruido. Llevamos unos cuantos perros y los destripamos en escena, onda Kiss, viste...
No me pidas que te cuente como fue que entramos en ese delirio del Peronito. La cuestión fue que al otro día estábamos ensayando un tema que compuso Estoy Muerto y que se llamaba “El rock de los chacales” y que era así:
“EL ROCK DE LOS CHACALES” (Por Estoy Muerto, arreglos de Itaka)
Cuando los pájaros oscuros te vengan a buscar
no intentes escapar;
si encontraste aquello que tantos años perdiste en buscar
no creas que no te vamos a matar;
en el escenario, en la cama, en la ruta, en la tumba
igual te vamos a encontrar
Estribillo
En tu cielo, a volar
Te vamos a matar (2 veces)
En tu noche, a soñar
te vamos a matar (2 veces)
En tu lucha, a ganar
te vamos a matar (2 veces)
Cuando los pájaros oscuros te inviten a volar
no intentes imitar;
aun cuando parezcas un gran tipo dispuesto a delirar
igual te vamos a matar
te voy a enseñar que no vale la pena simular
te voy a destrozar
(se repite estribillo)
Cuando los pájaros oscuros te obliguen a cantar
sabrás que nunca supiste vibrar
que nunca me pudiste engañar
que te voy a asesinar
(Final con estribillo)
Improvisar aquel tema nos recontracopó y a pesar de que sacábamos que era una pajería subirse a la candileja para cantarle el arroró a la pendejada, nos mandamos al recital parecido a un aprendiz de torero que, en el debut, sale a torear un mamut. Andá a saber como mierda, pero el recital de los “Cáncer & Sida” fue un lleno completo. Más de mil jopendes se pusieron con los siete pinguinos de la entrada para ver a una banda que nunca había existido y que, además, después de esa noche, no iba a existir.
El boliche era un velorio moderno: esa onda epiléptica de las luces estroboscópicas que te convierten en una fotografía en negativo de vos mismo y todo ese clima de resaca que hace que la gente no tenga ganas de chamuyo ni de coger, ni bailar y ni siquiera de tirarse un buen pedo.
Pero eso es problema de la gilada, a mi lo que me jodió fue lo que le pasó a los Chacales: en el camarín, de entrada se pusieron en super-estrellas. Que decirte, imbancables. Entraron en una de esas troladas de creerse que salir al escenario a batir cualquiera, era una. El Pijo que cuando coje no está nervioso, Estoy Muerto que cuando deguella no siente un placer especial estaban histéricos como si les fuera la vida en la pajería que íbamos a hacer.
Cuando entró Charly García al camarín para desarnos suerte fue lo máximo. Casi se ponen a gritar como conchas groupies “¡Ay Charly, Charly...!”.
Ahí fui ejemplo. Puse sobre el vidrio una carrera tan larga que ni la liebre ni la tortuga ni el campeón mundial de las maratones y ni siquiera la nariz de Caputo podía llegar a aspirar sin respiro, sin parar y en 30 segundos. Y yo lo hice. Me dí un saque de un metro de largo, yo, nada menos que yo que no me gusta snifar. Porque la vieja puede ser puta, pero la nariz es sagrada porque por algo el aire eligió entrar y salir por ahí y no por el orto.
Y así, careta de alma pero reloco de bronca, empujé a la manada al escenario.
Viste que los buenos negocios los inventaron los yanquis, bueno, yo creo que la casualidad la inventaron los yanquis, porque no puede ser que pasara que justo cuando empezamos a tocar el único tema que sabíamos y que después andá a saber lo que le íbamos a tirar a la gilada para que se bancaran pagar 7 palos por ese bardo; no puede ser que justo entrara la yuta a pedir documentos al boliche. Eran los pesutis de civil, de los que no sabés a que vienen, si a robarte todo o a exigirte que devuelvas todo lo que vos robaste. Eran como siete y se desparramaron por el área penal buscando la falta. Tenían esa jeta mal parida de los canas de civil, pero había uno que otra que Itaka, era el recontraitaka. No tenía una cara, sino un tic, el tic de la muerte. Cancheros, se fueron desparramando po rla pista evitando el orsay. Y ahí se armó.
Yo lo tenía al lado al Estoy Muerto y le ví la transformación, otra que el tal doctor Jekyl. El quía dejó de tocar y al toque, como en una jugada pensada pero no, todos paramos. Se hizo un silencio choto. Estoy Muerto, más duro que la poronga del Pijo, le puso la mirilla telescópica de su mirada al recontraitaka. No se cuantos momentos pasaron en ese momento pero en lo que duró esa pijada de instante sé que el Itaka se levantó de su asiento, el Pijo se descolgó el bajo, yo tantié la granada que siempre llevo en mi bota y ahí el Estoy Muerto dió un paso adelante y dijo aquella frase gloriosa...
-Rata, que te pasa, rata...
El rati recontraitaka no lo pudo creer. La pendejada disfrazada de punkie no lo podía creer. Los demás ratis no lo podían creer.
Y un invisible pasillo se abrió entre ellos. Se cojieron, se destriparon, se mataron con los ojos. Estoy Muerto y el rati solos, mirándose en aquella. Y solamente ellos dos supieron antes de los demás quien había ganado la pelea. Estoy Muerto empezó a reírse, si podemos decir risa a ese carajudo escalofrío que le brotó de la cara y que rasgó el silencio como una navaja y mientras reía bajaba del escenario y caminaba hacia el rati. Y la risa fue el cuchillo que lo tajeó al naca. Y cuando estuvieron a la misma distancia que una estampilla pegada al sobre, el cana arrugó.
Yo sé lo que vió el rati en la mirada de Estoy Muerto. Vió que estaba muerto y que los muertos no tienen miedo y que a los muertos no los podés asustar con gilada. Y por eso me bajé del escenario y por eso bajaron también el Itaka y El Pijo que se dieron cuenta de lo mismo y dosos nos dimos cuenta que no teníamos nada que perder porque ya lo habíamos perdido todo y darse cuenta mató. Los Chacales volvieron, en un instante, a ser los Chacales.
Nos pusimos los cuatro a la par, como en las Farwes, y sin armas en la mano, sin decir nada, ametrallándolos con los ojos hicimos retroceder a los ratis hacia la puerta. Uno hizo ademán de desenfundar la 45 y su gesto quedó congelado cuando el Itaka, casi en un susurro, le dijo:
-“No”
Fue la última palabra. No dijmos ni nadie dijo más nada. Hasta las moscas se quedaron moscas pegadas a la pared. Solamente se escuchaba el ruido de los pasos, de nuestros pasos y los de toda la pendejada que, casi hipnotizados, comenzaron a seguirnos. En la calle, los canas comenzaron a llamar por las motorolas. Pero nosotros ni bola, seguíamos caminando enfilando hacia la calle San Martín. Eramos como mil, todos en silencio, caminando como zombies hacia ninguna parte. Yo no sabía adonde íbamos, ni el Itaka ni el Pijo ni Estoy Muerto ni ninguno de los que caminaban atrás nuestro. Caminar así, sin miedo, sin que importara un joraca lo que iba a pasar al llegar a la esquina era lo más, era el título mayor, el diploma.
A las tres cuadras éramos como tres mil que marchaban porque la gente se iba sumando. Nadie preguntaba nada, nadie sabía de que se trataba pero en cuanto veían la onda se prendían a la nave.
La barrera policial estaba a la altura de la Jockey Club.
Estaban con toda la parafernalia que se ven en las películas y también en la realidad: pistolas lanzagases, camiones hidrantes, palos y pistolas desenfundadas.
Nos dieron la voz de alto y un minuto para desconcentrarse en caso contrario, la de siempre.
Sin darnos vuelta, sentimos el escalofrío en la espalda. El miedo había despertado en la tripulación que se había colado en viaje. Allá ellos, me dije, que se jodan.
Observé atentamente la tropa enemiga. Eran como 30. Pero yo buscaba al capo. Y allí estaba el ofiche, fumando, enfundado en un jetra elegante pero recaretón, ortivando por la motorola. Y me dije, a por él.
Y comenzó a caminar.
Atrás mío y, casi al toque, el Itaka, el Estoy Muerto y el Pijo respetando los centímetros de diferencia que hacían que yo fuera el capo y no ellos, me hicieron de retaguardia.
El ofiche hizo apenas una seña y sentí que era como el “apunten” de los fusilamientos.
Cuando el boga trató de aparecer en mi mente para aconsejarme rendición, tregua o alguno de esos chamuyos, lo borré de una cachetada.
Recuerdo que pensé:
Capaz que no vale la pena, capaz que siempre hay una mejor para hacer la escena principal de la vida, pero una vez, al pedo nomás, hay que probar para darse cuenta.
Capaz que hasta no pueden con nostoros.
Andá a saber.
FINAL
REPORTAJE A “EL LACRA”
Este breve e histórico reportaje fue realizado en la alcaldía de Tribunales, pocas semanas antes de que se produjera la fuga de la feroz y peligrosa pandilla conocida con el nombre de “Los Chacales”. Curiosamente, el Lacra, el jefe de los pandilleros, accedió a esta entrevista y además narró algunas anécdotas de su vida que echan un poco de luz sobre la despiadada matanza que organizó. El cassette en que se grabó está a disposición de la justicia y de todos los estudiosos que quieran escucharlo.
¿Porqué aceptaste que te hiciera un reportaje?
Para decir un par de giladas, para aburrirme menos...
Pero no se lo diste a “La Semana” o a “Gente” que supongo te deben haber ofrecido mucha plata...
Vos sos medio ratón, mucha plata para mí es mucha plata... tu revista es una pajería como todas las otras. Yo leí algunos libros no te voy a negar, en este país no te queda otra que terminar leyendo. Estoy Muerto peor, se leyó todo. Pero leer no está con nada, uno lee cuando anda al dope... tu revista encima le hace el bocho a la pendejada...
Bueno, ustedes también pueden ser un ejemplo para los jóvenes, un ejemplo violento, en la onda “matar por matar”
¿Matar a quién? Cuando vos matás a alguien que es alguien es como echarse un polvo. Esos tipos que matamos nosotros no los matamos nosotros, ya estaban muertos, eran de cartulina. Es lo mismo que echarse un polvo sobre un cadáver, vos sabés que estás sólo. O me sentí solo mientras los mataba...
Pero no podían darse cuenta antes, por ahí mataban a alguien que “estaba vivo”...
Mirá, si vos no querías morir no ibas a estar ahí justo cuando la muerte te vino a procurar... el tipo que sube a un avión que se cae es un tipo que subió al avión a caerse...
Sabés que entre el centenar de muertos...
Fueron 185...
... que entre los 185 muertos había algunos niños...
¿Y qué? Cuando el terremoto llega a un pueblo, el terremoto no golpea la puerta de la casa para preguntar: “¿Aquí vive algún niño?”, el terremoto agarra y se carga a todos...
¿Cuál era la idea de secuestrar al presidente?
De eso no te digo ni mú.
Entonces me gustaría que me contaras tu historia...
De eso tampoco...
Pero es una manera de comprender...
Comprender un joraca, comprender es un verso de yuta, vos no querés comprender, vos queres que yo te dé mi palo para poder decir “Ahhh, fue por eso!”...
Creo que tenés razón, pero tengo la impresión que te dá temor hablar de vos...
Temor es una palabra de miedoso. O tenes miedo o no tenés nada. Vos tenés miedo, ahora. Se te vé. Estás haciéndote el bueno para que no me raye. Y hastá pensás si el yuta que vigila llegaría a tiempo. No, no llegaría. Pero no te calentés, no pasa nada.
Insisto con tu historia. Parte ya se conoce. “La Semana” prácticamente contó tu vida...
Contó lo que le contaron, la vida de uno no la sabe nadie. Bueno el día que alguien la sabe ya no es tu vida...
...reportearon a tu padre
Yo no tengo padre. Un señor se echó un polvo con una señora y después escupieron esa cosa que fue su hijo. ¿Pero viste, Alien? Bueno, de ese coso que era ese hijo del polvo de la señora y el señor, a esa cosa se le abrió el bocho y salí yo graznando (ríe)... yo soy el hijo de mi propio polvo...
Tu padre... o ese “señor” como vos lo llamás contó cosas de vos... contó, por ejemplo, que estuviste secuestrado en la Escuela de Mecánica de la Armada cuando tenías 14 años e inclusive el abogado que te defiende va a fundamentar en tu defensa las profundas alteraciones mentales que esa experiencia produjo...
Boludeos... ¿Sabés como fue? No fue como lo contaron en “La Semana”. Yo estaba laburando de cadetón en un estudio de abogacía. Sí, ese medio gil, todavía no era yo. Y bueno un día aparecieron los quías de la capucha. Venían por los bogas y de yapa me llevaron a mí. Pero no me podían soltar y tampoco se coparon en una de borrarme del pizarrón. Fue una gilada, tenían que haberme limpiado. Mirá el quilombo que tienen ahora...
Estuviste dos años encerrado...
Sí, pero no tanto de encerrado. De cadete de los bogas pasé a ser cadete de los milicos. Hacía de todo. Limpiaba los baños, limpiaba las celdas, cebaba mate. Entré en una de hacerles creer que me copaba. Morfaba con ellos, me reía como un ortiva de sus chistes boludazos. Y me dejaban andar por todos lados. Al principio no me animaba, pero después entre en una de ir a mirar las “sesiones”. Y ahí me fui dando cuenta de como era la cosa.
¿Y cómo es la cosa?
Que el único lugar donde te pueden agarrar es en el dolor, que tenés que estar muerto en vida para que nada te duela, tenés que ver lo que es ver a untipo mientras lo convierten en nada, le arrancan el libreto de la zabiola. Creo que matar te lleva al otro lado, pero torturar te manda al carajo, más allá de todo, no sé adonde mierda queda eso. Habría que hacer como con las arañas, no preguntarse si es venenosa o no, pisarla al toque...
¿Conociste al teniente Astiz?
Sí, era el chabón más pirado de ahí, el quía se creía Hoppalong Cassidy. Un día se me sentó enfrente y se mandó el filo de mirarme con esa mirada parecida al cubito de hielo que mandó al pique al Titanic. Y ahí hablamos la única vez.
¿Qué hablaron?
Me dijo: “Vos te hacés el boludo”. Y yo, al toque: “Si vos lo decís”. Ahí el quía se echó a reír con la carcajada de un hacha y me dice: “Vos estás más loco que todos nosotros”. Y ahí me di cuenta que sí, que todos los que estaban ahí estaban en alguna, los chupados y los chupadores. Vos tenías que verlos., hasta los que les gustaba solamente mirar, se copaban en mirar cómo se le hinchaban las tetas o la concha a una mina o cómo saltaba una poronga cuando la cableaban. Después iban a hacerse la paja. Pero yo miraba y no me pasaba nada. Lo veía como una obra de teatro. Un día se cojieron a una nena de 12 años delante del drepa y el quía mientras se al recogía lo miraba al padre y cuando se echó el polvo se lo echó al viejo. El padre aullaba, lloraba, la nena gritaba y a mi todo me parecía un trip, bueno como en un trip, todo es una película.
¿Te comunicabas con los prisioneras
No, me tenían desconfianza, para ellos yo estaba en el otro bando...
¿Hubieras hecho algo por ellos de tener una oportunidad?
A “hubiera” no se lo llevaron preso porque nunca estuvo, así que es pajería hablar de lo que hubiera hecho...
¿Y cuando saliste, cómo fue salir?
Un día me soltaron. Hasta comimos un asado de despedida. “Se va el pibe” decían todos. Fijate que cuando estaba adentro soñaba con matarlos a todos. Cuando salí se me cambió la cabeza, vi lo que pasaba con la gente...
¿Qué pasaba con la gente?
No son gente, son ratas. Ni ahí. Las ratas capaz que mueren defendiendo a sus crías. Pero acá estos roñosos se dejaron llevar todo. Y después nadie vio nada. Y encima se olvidaron. Y encima ni siquiera se vengaron, se mandaron el bardo del juicio. Pero te cuento, cuando una vez vos arrugaste en una pelea, te queda para siempre. Les va a quedar para siempre. Eo que pasó ahí es un cáncer. Todos tienen cáncer y se los va a comer despacito. Y nosotros, los chacales, no vamos a matar asesinos, vamos a matar giles, a esas malas ratas, y lo vamos a hacer de puro cáncer que somos...
Finalmente contaste tu historia...
¿Vos creés?.. Andá a saber.
(Contratapa del libro)
“No Future”, de The Partisans estalla en mi cabeza mientras escribo esto. Es la música apropiada para esta Banda de los Chacales, para los miles de Chacales que existen en esta ciudad. Para estos Chacales que son lo más de todo lo que se ha leído en los últimos tiempos. Serán suceso, no me cabe duda.
En una ciudad en la que por cada policía muerto, doce civiles son acribillados; en un país en el cual 23 capitanes sublevados de Campo de Mayo volverán a estudiar en la Escuela Superior de Guerra el año que viene; en un territorio en el cual la economía va de mal en peor a pesar de los técnicos y su palabrerío traidor; donde la moral y los ánimos andan para el Rejoraka; la aparición de esta Banda de los Chacales es un alivio, un llamado a la razón, un deseo multitudinario.
Para mí es un gran orgullo cubrirles las espaldas al Pijo, al Itaka, al Estoy Muerto y al Lacra. Para mí esto es la cúspide de mi notable ccarrera.
Y lo único que les puedo decir es que compren esto, no sólo porque es lo mejor de la literatura porteña, sino también porque de algo tenemos que vivir.
Larga vida al rock´n roll y buena muerte a los Chacales.
Helmostro Punk
©Enrique Symns