Sr. Director de La Intemperie:
En todo relato de un pasado que se ha experimentado, hay un recorte, una selección: cada relato aparece como el dibujo de un mapa con su mayor o menor valor, tanto para aludir al territorio real que describe, como para orientar alguna acción presente. El testimonio de Héctor Jouvé sobre la guerrilla en Salta (La Intemperie, 15 y 16) es un relato descarnado, en el que resulta evidente su voluntad de ser útil.
Mi primera afirmación ante este texto fue un gesto íntimo de gratitud. Había leído antes el libro de Daniel Ábalos, Ideología y mito del EGP, que consiste en una larga -a mi entender muy buena- y contextualizada entrevista a Jouvé. Ambos textos, el libro y el artículo, son versiones cartográficas. No deseo extenderme en el análisis comparativo, sino en el hecho de que el relato de la revista es posterior y más sucinto, por lo que es posible, conociendo ambos, comprender más fácilmente qué clase de alquimia aún ocurre en Jouvé.
El relato de “La guerrilla del Che en Salta” es el relato de un gran fracaso presentado sin eufemismos. Mucho del análisis que aún debemos sobre el foquismo en América Latina, está ahí: que la candidez y la emoción sincera no alcanzan a cubrir -y no es bueno que pretendieran seguir cubriendo- el desastre y la derrota, no debida sólo al accionar de los enemigos.
Luis Rodeiro ha hecho una impresionante constatación: “...la ‘inversión’ de nuestras luchas, de nuestros muertos, de nuestros torturados, de nuestros mutilados, de nuestros desaparecidos, tiene resultados demasiado módicos, en cuanto a ensanchar la justicia, en ampliar la libertad, en forjar una cultura solidaria. Demasiada sangre para tan poca revolución.” y se pregunta luego “¿Sólo en nuestras debilidades humanas, está el fracaso? ¿Los desvíos permanentes al autoritarismo, al totalitarismo, son sólo consecuencia de líderes perversos? ¿O hay algo en nuestras concepciones (en un nosotros histórico), en nuestros dogmas, en nuestra propia estructura organizativa que conlleva a la asfixia de nuestras ‘revoluciones’?” (La Intemperie, 2)
Pero la entrega total de ayer es recuperada en el relato de Jouvé en cuanto tuvo de gesto amoroso. En efecto, sin aquella honda sinceridad habría vinagre y comparaciones enojosas en vez de tanto deseo de seguir construyendo...
La alquimia es valiente, serena, esperanzada, y aún -40 años después- dolida. No reclama nada para sí, no es moralista en ninguna atribución a terceros: el mapa presenta las marchas en la montaña, hacia arriba y hacia abajo, acercándose o alejándose de la gente; las contradicciones sobre la elección del sendero; y lo que resulta más visible: los dos fusilados, los muertos de hambre y el amigo que se le escapa de las manos dejándole la correa y cayendo 30 metros al vacío. También está su propia caída al agua y su inmersión en un mundo ingrávido, que parece ser, sin embargo, poderoso como una bisagra. Es una alquimia dolida para quien su muerte no es ya un problema, sino su sobrevida a las muertes absurdas que l de alguna manera intenta convertir en muertes con sentido.
¿Cómo reconocer hoy las voces que sostienen el espíritu fraterno sin repicar idénticas al momento en que fuimos derrotados? Creo que son aquellas que no sólo afirman, o dudan, sino aquellas que -con respeto y generosidad, pero nítidamente- niegan. No basta con afirmar el socialismo, no basta con afirmar nada; hay que señalar concretamente las formas de sometimiento que desean superarse.
¿Cuáles son ahora las voces que pronuncian más certeramente que antes la negación del capitalismo y abominan con mayor eficacia toda dominación? Las de los náufragos y los que están en las fronteras, y hacen de su cuerpo el territorio de sus victorias.
“En la intemperie están los que dudan de viejas certezas...” - decía Rodeiro en el artículo citado. Y también: “Los nombres ya no nos alcanzan, si no somos capaces de redefinir sus significados [...]Estamos a la intemperie, y quizá sea bueno para recuperar la templanza, para recuperar la historia y nuestra historia, sin techos que nos aprisionen”
“Nos hemos convertido en monos recolectores” dice Jouvé y describe los límites eventualmente permitidos haciéndole decir al poder: “hacé lo que quieras con los derechos humanos, pero no te metás a cuestionar al sistema, porque ahí te cortamos las manos”. Pero él quiere cuestionarlo todo, y “construir nuevas redes de conversaciones”, grupos de amigos hoy, no después de la toma del poder, sino ahora, en medio de la derrota formulando nuevas y más hondas preguntas, y construyendo una nueva cultura... No es un ingenuo, y sin embargo, propone algo simple.
Pareciera desear que la sociedad se contamine de ácratas y que la libertad sea contagiosa. Quiere una nueva cultura. ¿No es esta una desmesura, a tenor de la intemperie? Puede que lo sea; pero seguramente sería un despropósito si no fuese, precisamente, planteado desde allí. Bajo techo, ‘nueva cultura’, sería una más o menos seductora vuelta de tuerca de la modernización; es decir, una actualización, no un cambio.
La conciencia de la condición humana se parece bastante a la del exilio radical. Es la intemperie. Pero también el lugar donde aparece -o no- la dignidad de la cual la vida se hace subsidiaria.
Reflexionando el testimonio de Jouvé, recordé la Oración por la dignidad del hombre, de Pico della Mirandola (s.XV): “... Te puse en el centro del mundo con el fin de que pudieras observar desde allí todo lo que existe en el mundo. No te hice ni celestial ni terrenal, ni mortal ni inmortal, a fin de que -casi libre y soberano artífice de ti mismo- te plasmaras y te esculpieras en la forma en que te hubieras elegido...”
¿Será posible reiterarnos después de las derrotas? Sí, “... podrás degenerar hacia las cosas inferiores que son los brutos...” . No existe ninguna garantía. En el centro del hombre hay sólo indeterminación. No es posible apelar a ningún mandato último-genético. Ni siquiera el ‘no matarás’ que pretende Oscar del Barco como central (La Intemperie, 17). Si así fuera, habría un punto de apoyo seguro, final y originario a la vez, que daría el poder de contemplar y juzgarlo todo ahistóricamente. “... La naturaleza limitada de los otros se halla determinada por leyes que yo he dictado. La tuya, tú mismo la determinarás sin estar limitado por barrera ninguna...’
En efecto, es posible reiterarnos históricamente. Pero también es posible la utopía. Por fin hemos dado la vuelta al mundo. En la época globalizada, sabemos que el único territorio solidario que existe es el que inventemos. Nunca la vigencia de la utopía ha sido tan absoluta como hoy.
Ricardo Panzetta
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Publicado originalmente en
Revista mensual La Intemperie Córdoba Política Cultura
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