Producto de una afiebrada lectura de la revista de cable (que no va al principio para que Ud. no tenga que leer más estupideces, ya fue demasiado por este mes) titulada: “El cine no es parte del mundo del Espectáculo o la vindicación de Lucho Avilés”, dedicada a la prestigiosa (y ahora popular) colaboradora de esta revista, Elsa Kalish.
Catalina Dlugi, por sus anodinos comentarios sobre cine, por el marco en el que los inscribe (el fast food televisivo), por el tipo de entrevistas que realiza, es una de las tantas personas (y si me centro en ella es sencillamente porque se me da la gana, porque la tomé de punto no porque sea quien, en solitario, lleve esto que voy a decir al paroxismo) que consideran al cine no ya como un arte, sino como uno de los hipnóticos (para ellos entretenidos) productos que integran eso que, en otros tiempos, hombres de ceño fruncido catalogaban con la denigrante amonestación de “tétricos elementos de la Industria cultural”, y que hoy, con un eufemismo de manifiesta autoconsciencia de la estupidización reinante, otros llaman “mundo del Espectáculo”.
Estos son tiempos de apoteosis del espectáculo: de tinellización de la pantalla, de pettinalización (o peor aún, de aripaluchización) de la noticia radial, de cultura en formato ñ (en formato breve, rápidamente digerible por lectores negados más que iniciados), de majulización del análisis político o de la recomendación cinematográfica (todo un arte del que mi columna es un fiel exponente) reducida a las pobres palabras de una tía zonza embobada por las luces del show. En la argentina de hoy todo se degrada y, con suerte (de lo contrario desaparece), se transforma en espectáculo: desde una catástrofe “en directo” (sea ésta el tsunami o Cromañón), o el secuestro del hijo de un empresario a la muerte del Papa. Los responsables de Multicanal –y eso se deja entrever en la revista que entregan a sus desdichados abonados- están ciertos de la espectacularización de la realidad y es por ello que su fanzine se transforma en un inefable Aleph que se esmera en no quedarse atrás en este proceso irreversible. Entre publicidades varias (las cuales cada vez ocupan más espacio y reducen la grilla de películas a un tamaño de letras ilegible), entrevistas a personajes de TV (realizadas por la mismísima Catalina, adalid de la estupidez; hoy le toca a ella) y “críticas” de películas de Axel Kuschevatzky (maestro mayor de la crítica que, gracias a la transa desvergonzada con todas las productoras de Hollywood, ahora es Axel Kuschevatzky), aparece, en esta maraña, la recomendación de un esperado regreso, ni el de Tinelli ni el de Susana: el de Lucho Avilés.
Este escriba, adaptándose a esta galopante espectacularización (yo también algún día quiero ser Hernán Sassi), para no quedarse atrás debe meterse en esa candente arena del espectáculo y hacer algunos comentarios. (Aunque, debo ser sincero, siendo consciente de mis limitaciones, por mi pereza mental y no por deseo personal y profesional, aspiro más a permanecer en el vuelo gallináceo de una Catalina –es por eso que hago comentarios pelotudos o “de manual” para cada película- que a ascender a las alturas de un David Oubiña, Alejandro Ricagno o un Sergio Wolf, críticos serios de estas tierras. Y en ese camino, luego de haber hecho las primeras armas con mis comentarios banales sobre cine –que mezclan un poco de falsa erudición, chistes efectistas de primero inferior, con el saqueo desfachatado de críticas ajenas-, corono este camino, recomendando a los incautos lectores de esta revista virtual el programa Convicciones de Lucho Avilés.)
Se dice –cosa que es cierta- que Rial cometió un pecado: convirtió al arte del chimento en un puterío. Digamos además, que si Rial es aquel que está a gusto en la orgía mediática (la cual, debemos decirlo, fogonea con maestría), Lucho es quien pone Orden, Dignidad, Altura (por lo menos, si no es así, se esfuerza en que nosotros lo creamos de ese modo). Él es (y vos lo sabés Elsa –a quien está dedicada este plus-, sos la chimentera de las Letras) el Señor del chisme. Este señor es a la chismografía argentina lo que Chiche Gelblum al periodismo amarillo vernáculo (aquello que aspiraba ser en ese rubro, y que por poco no fue, el inefable Mauro Viale), es la creme de la creme. Para él (como para los ladrones de otros tiempos, como para los hombres del ambiente del fútbol), aunque se mueva en un ambiente procaz como el de los medios, todavía existen códigos, hay cosas que no se dicen y otras que no se hacen por más que el dinero nos tiente.
Ante estas consideraciones, me pregunto: ¿Será para combatir ese descenso al séptimo infierno (ese “bajón intelectual”) al que nos conduce el puterío de Rial que Multicanal recomienda el programa de Lucho? ¿Para levantar el nivel cultural de sus clientes? ¿O más bien es más popcorn y quien escribe estas páginas es un ingenuo que imagina que todavía existen estas diferencias en una tierra ganada por la necedad y por la rampante vulgaridad? Por ello, porque todavía creemos en que debemos luchar contra el Mal (encarnado en Rial en este caso), suscribimos a la recomendación de Multicanal, para que en un futuro, así como Majul reemplazó a Lanata, como su reverso, como una reivindicación de la inteligencia y la dignidad frente a la indecencia y el desparpajo que campea, Lucho reemplace a Rial. Desde aquí le damos un espaldarazo a Lucho, el señor del chisme.
Para que no crean que este excursus no era una recomendación cabal sino un mero pretexto para hablar de otra cosa, por ejemplo, de la decadencia de la cultura argentina, les informo que don Lucho va de lunes a viernes a las 14 horas (¡compitiendo con el Mal en su mismo horario!) y en repeticiones nocturnas (horario que, por supuesto, aprovecharemos los trasnochados defensores de la Cultura).
©Hernán Sassi