Estas son unas líneas respondiendo a algunos planteos de la carta enviada por un lector de el interpretador. En cuanto a Sarlo particularmente, adjunto una nota de mi autoría recientemente publicada en Lucha de Clases Nº4, donde se amplía la discusión con las posiciones y ubicaciones tomadas por ésta y un sector de la intelectualidad argentina. En cuanto a los que estamos “bajo el mismo techo”, como dice Diego en su carta, algunas cuestiones que no comparto.
Mi discusión con Sarlo la tenía como objetivo porque no considero tales cuestiones como un mero “clásico” de los pasillos de Puán o de la calle Corrientes, sino que, siendo una intelectual que influencia ideológica y políticamente a través de periódicos, revistas, TV, etc., es decir, impregna un conjunto de sectores sociales y funciona, por decirle de alguna manera, como “ideóloga de los ideólogos”, considero útil tomarla para la lucha de ideas, tarea tan central y necesaria como otras para quienes, como dice Diego, “queremos cambiar la realidad” (porque es cierto que no basta “sólo” ir a una marcha, aunque ponerle el cuerpo a las ideas no es tampoco menor).
Por otro lado, no creo que la discusión de problemas digamos “internos” de Filosofía y Letras sea incorrecto en sí mismo, depende con qué amplitud de perspectivas, en todo caso, se los discute. Al contrario de lo que ves Diego, “clásicos” no veo muchos, más bien opino de conjunto que poco es lo que se discute política, social e ideológicamente en nuestra honorable Academia, salvo que cuentes como discusiones las peleas entre camarillas por los cargos y los prestigios; mientras, lo que persiste es un status quo sólo de vez en cuando cuestionado, cuestionamiento que muchos corren apresuradamente a cerrar antes de que pueda profundizarse.
A pesar de ello, y de criticar el internismo, sos vos el que en tu carta reduce la discusión a Filosofía y Letras, criticando a “sus críticos” (papel que ocuparía yo con mi nota en este caso) sin decir nada de la institución (aunque la Academia no era el eje de mi nota, a su manera en ciertos aspectos la toca), siendo que, como el conjunto de la Universidad, hace rato ésta se cocina en su propia salsa. Claro que podría no ser tu eje la institución y sí sus críticos. Tu planteo comienza pareciendo apuntar a criticar las posibles “oposiciones a su majestad” (esto es, oposiciones que a su manera son los mejores servidores del status quo en tanto lo legitiman como pata opositora), pero si tal fuera el caso de las dos notas que criticás, creo que finalmente te molesta en ellas más la crítica a la institución que su posible “insuficiencia” como críticas. Al mejor estilo posmoderno, tu crítica “radical” que se ubica más allá de todo desde un altar relativista donde todas las ubicaciones son las mismas, ni bien se rasga un poco no es más que la defensa de lo establecido. Para ello, ¿por qué no empezaste defendiendo la institución y chau?
En muchas situaciones gente “bajo un mismo techo” puede estar violentamente enfrentada a pesar de ello(1). Así que, ser todos parte de alguna u otra forma de Filo no quiere decir por sí mismo tener los mismos intereses, responsabilidades ni, por lo visto, opiniones. Diferencias que no marco yo sino que todos conocen y muchos defienden en esta institución. Es fácil de ver si se ojea apenas el órgano de gobierno de esta Facultad: ¿cuántos docentes, estudiantes, no docentes, participan? ¿Igualitariamente acaso? No, y es sólo un ejemplo aunque significativo. ¿Cuántas cátedras paralelas conocés vos en todas las carreras que se dan acá? ¿Cuántas visiones y perspectivas distintas conocés que existan inter / intra cátedras? Hablás de cátedras dogmáticas que quieren imponerse, ¿no son así todas (o casi todas) las que conocés, impuestas hace años? Ahí está el caso de Romero, que de la mano de Alfonsín desde los ’80 maneja la carrera de Historia y que pone el grito en el cielo, usa diarios y amistades políticas (porque si hubo gente que “comió” con la democracia alfonsinista) para impedir... una mísera cátedra paralela a su materia (no lo digo por la materia lo de mísera, cuya evaluación no viene al caso, mísero es que los debates de nuestra intelectualidad sean éstos, mísero es que se arme semejante revuelo por una sola cátedra cuando debería ser lo normal que existan para todas las materias, mientras que el país vivió una de sus crisis más grandes que estos intelectuales ni vieron, no previeron, ni pudieron explicar luego, pero eso parece no cuestionarlos como intelectuales). La realidad (en un sentido amplio, no sólo político), su riqueza y sus desafíos, al parecer hace mucho han dejado de ser una medida para la Academia. Y en este mapa no estoy contando la participación de los estudiantes, ni siquiera a los docentes ad-honorem ni a los adscriptos y demás formas de trabajo semi gratuito tan habituales, cuya participación es casi nula. “Al menos” Romero fue elitista desde siempre, “honestidad” no puede negársele a quien abiertamente acusa a los alumnos y demás colegas de cuasi-barbarie e incapacidad intrínseca y que no rehuye aceptar sus vínculos estrechos con el poder estatal burgués. Para otros, parece que eso de que todas las interpretaciones son válidas y ninguna debe tener jerarquía sobre otra es linda para pronunciar pero no para aplicar cuando de cargos se trata.
Más allá de las opiniones sobre estas cuestiones, para alguien que se tira contra el pensamiento único como vos, pasar por alto que existen tales fenómenos donde aparecen diferencias y contradicciones, no debería ser un peligro; sin embargo, simplificaciones así atiborran tu carta que dá vueltas alrededor del mismo recurso. Otra simplificación, donde todos los gatos son pardos, ya que citás a Hegel: es ya demasiado gastado el recurso de equiparar izquierda y derecha buscando similitudes formales como por ejemplo “ambos quieren imponer su dictadura”(2), etc. ¿Eso es lo novedoso que señalabas en Sarlo? Pensé que era del más viejo y rancio liberalismo... Cuando la generalización oscurece tanto el contenido al final no se dice nada (esto, claro, para los “dogmáticos” como yo que opinamos no que la forma no importa y sólo es importante el contenido, pero que nos negamos a considerar la riqueza concreta de la realidad como mera apariencia y significantes y a las discusiones como juegos de palabras). Así que por ejemplo cuando decís que los escribimos somos tan parte de la institución como los criticados, ¿podrías especificar cómo y de qué manera? Quizá encuentres un núcleo común y podamos debatirlo, ¿pero no sería entonces lo interesante desarrollarlo y demostrarlo? Suena bastante althusseriano (personaje que creo no debe simpatizarte) eso de que todos tenemos un casillero, aún los que están en contra, decir que somos todos parte de la institución porque estudiamos en ella, por ejemplo. Un Althusser medio “post” por los agregados barthesianos, pero aún más determinista, en última instancia, eso que achacás al marxismo.
Me suena bastante irreal, por otro lado, eso de que el marxismo o la crítica marxista son parte de la institución. No dudo que la Universidad pueda tomar y toma en muchos casos aspectos de la teoría marxista para incorporarla en la misma, por lo general, quitándole con ella su lado filoso en cuanto guía para la acción (para mí marxismo supone que no es divisible un lado teórico del práctico), pero ¿de verdad opinás que en las Academias argentinas, en la UBA en particular, incluso en Filo donde más abunda, el marxismo tiene mucho lugar? Mi impresión es que esta academia está degradada a tal punto que salvo excepciones, ni aún “teóricamente” se tienen en cuenta aspectos fundamentales del marxismo que son ineludibles para cualquier análisis por ejemplo histórico. ¿Cuánto de marxismo concocés vos se da en la carrera de Filosofía? ¿Y en Historia? En Letras, carrera que estudio, para la gran mayoría “marxismo” en el arte es sinónimo de “realismo socialista”, lo cual representa una absoluta barrabasada histórica fácilmente disipable con sólo ojear algunos clásicos ni siquiera marxistas. Si se da algo de marxismo, se lo hace alrededor de los comúnmente llamados “marxistas occidentales” (definición discutible pero en el contexto operativa), puestos en directa relación con el postestructuralismo, por ejemplo, sin mucha discusión de tal cambio abrupto (y desde ya sin discusión de las distintas lecturas del marxismo que tales autores hacían y debatían entre sí, etc.). Después de años, quizá, algo de eso parece moverse, pero eso quiere decir que después de los estudios poscoloniales, su crítica, el movimiento anticapitalista, el 19 y 20 de diciembre de acá, la conversión al capitalismo de Rusia, etc., etc., etc., la academia se digna a considerar “algunos” elementos.
No entiendo tampoco qué sedimentación tomás en Marx. Yo conozco visiones positivistas que se reivindican marxistas (con las que no acuerdo), pero no conozco la verdad las bases positivistas que encontrás en Marx, y la verdad su procedencia y desarrollo proviene más bien de las antípodas. Y si de no repetir dogmas se trata, la apelación al “fascismo del lenguaje” barthesiano requiere su explicación (si lo crees así, ¿qué voluntad morbosa te lleva a autoflagelarte escribiendo?). Desde ya pido disculpas si malinterpreté o no tengo el nivel suficiente para los sutiles giros poéticos “a lo post” de rebuscadas construcciones gramaticales y palabras ambiguas cuando no contradictorias, que una dogmática como yo disfruta mucho en literatura pero que para las discusiones le parecen como mínimo poco claras, cuando no maniobras teóricas, aunque estén muy de moda hace años en los “pasillos” de Filo.
No creo que nos conozcamos bien, como vos decís: para empezar, porque la “disculpa” que condescendiente nos otorgás de que no crees que seamos tan brutales como otras figuras de la izquierda. Debo decirte que no merezco tal disculpa si de lo que se queja tu crítica es de las opiniones enemigas a la democracia burguesa que tenemos los marxistas, o la reivindicación y defensa de los intereses de la clase obrera. Porque si de ser militante de izquierda se trata, debo admitirlo, soy culpable. Me asombra, además, que vos que parecés saber tanto de la izquierda des datos tan imprecisos: ¿cuál es el apoyo material que lo partidos les proveemos a ciertos autores? ¿Estás hablando de plata, apoyo moral....? Te agradecería que lo aclares.
Para terminar, y un poco enganchar con la nota de Sarlo a continuación, ya que hablás de la post-dictadura: creo que justamente tu discurso, dogmáticamente relativista (donde todos los gatos son pardos y se simplifican las diferencias más que se las resalta), ecléctico en cuanto a corrientes y referencias, cuando no desinformado, y escéptico, conformista, sobre todo, es propio del clima post dictadura, de la vuelta de la democracia alfonsinista y sus continuadores a la actualidad, una democracia para ricos y asentada sobre la desaparición de toda una generación. Resistente, además, a aceptar que esos años lenta pero firmemente se acabaron aunque aún estemos buscando el hacia dónde y el cómo, que sólo para hablar de Argentina existió diciembre del 2001, que ésta y otras instituciones están en crisis de difícil recomposición por más que tanta tinta y papel se gaste y desgaste (y dinero, discursos, maniobras políticas, tranzas, corruptelas varias, etc.) para defenderlas y mantenerlas tal cual son, o a lo sumo con algunos cambios cosméticos acordes al “espíritu de época”, por seguir citando a Hegel.
Quizá algunas afirmaciones te parezcan algo duras. Espero no lo tomes como una cuestión personal sino como un intento de aclarar algunas diferencias y provocar una polémica de las que tanto hacen falta bajo estos “techos”. Eso me parece más respetuoso (e interesante) que la habitual diplomacia académica que esconde “maniobritas” de todo tipo y superficiales discusiones para no hacer un debate abierto de las diferencias.
Con saludos y en espera de respuesta,
Ariane Díaz
NOTAS
(1)Quizá la fábrica sea el ejemplo más claro, al menos para una marxista como yo.
(2)Sarlo es especialista en este recurso y políticamente su mejor expresión ha sido defender la teoría de los dos demonios.
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Nota de los editores
(Consideramos pertinente reproducir a continuación el ensayo La utopía de un social-liberalismo argentino, publicado en la revista Lucha de clases - número 4, y escrito por la autora del texto anterior)
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La utopía de un social-liberalismo argentino.
por Ariane Díaz
Punto de Vista, “revista de cultura”, ha llegado a nuclear un sector importante de la intelectualidad argentina. Definida por su actualmente única directora como una revista de “élite y minoritaria”(1), comenzó a editarse en el año ’78 y ha constituido un colectivo que no sólo se identifica alrededor de temas culturales, en los que por definición se centra, sino también por posicionamientos políticos. A diferencia de otros sectores, la cultura no es una excusa para arrellanarse en un registro apartado de la política, sino más bien una forma específica de ganar terreno y prestigio para intervenir en la escena política nacional. Tal prestigio en buena medida viene de haberse comenzado a editar durante la dictadura como parte de los distintos proyectos de izquierda de la época, y por haber mantenido continuidad después de la caída de la misma, aunque no sin importantes cambios: de ser financiada por un partido autodefinido “marxista- leninista”(2) a ubicarse como paladines del “paradigma democrático” instaurado a principios de los ’80, apoyo al alfonsinismo incluido. En estos años ha logrado mucho prestigio en la Academia nacional, incluso con alguna referencia internacional y, sobre todo, en el mapa de la intelectualidad centroizquierdista. Pero es sin duda también donde la crisis hace epicentro: han quedado desdibujados en la escena política actual con la asunción del gobierno de Kirchner y un discurso (sólo un discurso) “nacional y popular”, más aprovechable para otra porción de intelectuales histórica e ideológicamente ligados a la izquierda peronista que para estos devenidos social-liberales republicanos, reconocidos soportes de los que se han planteado como “proyectos alternativos”, desde el alfonsinismo hasta el Frepaso y la Alianza.
Sus dos mayores referentes y fundadores fueron, hasta hace muy poco, Beatriz Sarlo y Carlos Altamirano, en cuyos planteos nos centraremos en esta nota. Pero la dupla intelectual de más de 25 años acaba de divorciarse. Altamirano, seguido de Hilda Sábato y María Teresa Gramuglio, abandonan el “Consejo editor” no en muy buenos términos. De los motivos se nos dice poco, pero significativamente las renuncias están fechadas cerca del aniversario del 24 de marzo y la cesión de Kirchner del terreno de la ESMA para la construcción de un Museo de la Memoria. Todo un dato en un colectivo intelectual que ha querido fundarse en un “justo medio” en varias discusiones políticas candentes, como ha sido Cuba(3) o los años ’70.
La caída de De la Rúa mediante la acción directa de masas, la crisis del régimen de dominio burgués o, como lo tilda este sector, la “crisis de representatividad”, han puesto en el tapete el significado y funcionamiento de la “democracia a secas” y sus instituciones, que “felizmente” habían puesto término al proceso de abierta lucha de clases de los ’70, que estos intelectuales prefieren remembrar como años “de violencia”, definición que no usan para caracterizar solamente a la dictadura militar sino también al auge revolucionario previo. Si ya preocupaba a estos intelectuales que desde fines de los ’90 comenzara a surgir un “tercer relato” sobre los ’70 que reivindicaba la actividad militante de los desaparecidos por la dictadura(4) (distinto al de algunos “excesos” en la “lucha anti-subversiva” reconocidos por los militares y al de “los dos demonios”)(5), ha tensionado y explicitado aún más sus posiciones que el presidente haya “pedido disculpas” en nombre del Estado, ubicándose a la izquierda de sus predecesores atacando a sectores emblemáticos de la dictadura, aunque actualmente con poco poder real, como gesto hacia los sectores más progresistas de las clases medias(6).
Al calor de la crisis del 2001, el significado de los ‘70, sus continuidades al día de hoy y el balance de lo actuado por los distintos actores sociales, son reactualizados para sectores más amplios en la discusión política y cultural. Una nueva erupción de libros, películas y artículos sobre el tema da cuenta de que el intento estatal de relato “unificado” de este nudo central de la historia nacional está en crisis, y que no pueden soldarse en la simple juricidad los intereses de clase abiertamente enfrentados en los ‘70. La “teoría de los dos demonios”, que se había constituido como la “versión oficial” del Estado, está en duda, y en un acto demagógico Kirchner da cuenta de ese ánimo popular con la cesión del terreno de la ESMA para un Museo de la Memoria. Los intelectuales reunidos en la revista parecen no acordar en hasta qué punto debe aceptarse que es necesario buscar otros mecanismos de “conciliación”, o si debe mantenerse a toda costa tal teoría (si es posible con sesudas apelaciones a la necesaria neutralidad “estatal”, pero si es menester, con encendidas bravatas que la expliciten)(7).
Presentaremos algunos de los presupuestos centrales que ha manejado este colectivo intelectual para analizar qué rasgos de la crisis de la intelectualidad centroizquierdista se expresan en este proyecto, a través de dos ejes: su ubicación frente a los fenómenos sociales acontecidos en esta trayectoria y su visión del lugar, la función y conceptualización del “intelectual”.
Una institucionalidad esquiva
Varias preocupaciones comunes reúnen al staff de la revista. En cuanto a lo cultural, lo predominante ha sido el debate estético con sus pares, pero también, y como rasgo distintivo, el análisis de tópicos y problemáticas de la vida cotidiana ciudadana: el espacio en la ciudad, los medios de comunicación, las expresiones de la cultura popular. Las intervenciones que con “un lenguaje distinto”, según nos aclara la directora, aparecen en diarios y revistas masivas, en Punto de Vista son tratados haciendo referencia a tradiciones teóricas internacionales que en muchos casos la revista reivindica para sí por haberlas introducido en Argentina, como es el caso de Raymond Williams, Richard Hoggart y otros; incluso se presentan referencias que juegan con una particular interpretación de Walter Benjamin o Antonio Gramsci. Entre los artículos de la revista y los libros publicados por sus editores se teje una red de referencias mutuas que en muchos casos parecen responder más a las amistades propias del referato académico que permiten construir un perfil y por qué no, una estrategia de venta adecuada.
Pero no los unen sólo los prestigios y negocios sino también una ubicación política e ideológica por la cual la revista se define (que sin embargo no es por ello, como se verá, menos espuria). Es significativo, por ejemplo, la inclusión de un análisis de Huyssen(8) en el número de ruptura: éste relata el “otro lado” alemán en la guerra, el bombardeo de sus ciudades, como muestra de que “hay otra historia que contar” además de aquella identificada con las víctimas aliadas, artículo que más allá de las razones y posiciones de este colaborador extranjero, empalma muy bien con negarse a tomar parte por una “lado” particular de los hechos de los ’70 argentinos, lo que significaría una aceptación del “tercer relato” que Sarlo a modo de provocación ha descripto como una forma de “discurso único”: “Fui una militante de esos años y sé que no sólo tuve sueños humanitarios y generosos sino autoritarios y violentos [...] no habrá construcción de una verdad si la idea misma de construcción, es decir de aportes diferenciados que se ensamblen, es jaqueada por la intolerancia, un sentimiento comprensible en las víctimas directas, pero injustificable en los intelectuales, el Estado y el Gobierno”(9).
La memoria de la sociedad argentina debe mantenerse al margen de los discursos únicos del terrorismo de la dictadura militar, pero también del “terrorismo insurgente” de los militantes de los ’70, de allí que el Estado, representante de esa sociedad neutral y unitaria, debe ser también neutral y unitario, construyendo una memoria “integradora” que prevenga a esa sociedad de los males que la aguijonearon por aquellos años. Cualquier similitud con lo expuesto en el Nunca Más, donde aparece enunciada la teoría de los dos demonios, según la cual la sociedad argentina en los ’70 quedó entrampada por un terror proveniente tanto de la extrema izquierda como de la extrema derecha, no es mérito de esta investigación sino de la adopción explícita de Sarlo de esta perspectiva, sólo que mientras el Nunca Más refiere como fuente para demostrar el “terrorismo de extrema izquierda” un libro publicado por el mismo gobierno militar(10), Sarlo nos da su propia “confesión”, arrepintiéndose de sus anti-institucionales errores de juventud.
Reparando esta falla, una obsesión de los escribientes de la revista sería desde entonces hasta la actualidad la institucionalidad del régimen democrático burgués argentino.
El mencionado debate sobre los ’70 y el caliente diciembre de 2001 han despertado como pocos las alarmas de esta élite que en dichos momentos ha desbordado notas y espacios para hacer oír sus recomendaciones, aunque es cierto que siempre han estado alertas señalando cada fallo de la Corte, decisión parlamentaria o presidencial, que haga sospechar de la idea de un funcionamiento “republicano” serio (más preocupado en que esto “avive giles” que en lo antidemocrático que pudiera ser). Han sabido mostrar verdadera dedicación, aunque con escasos resultados a la vista, en defender ante todo la “necesaria” norma institucional que nunca debería perderse por más evidente y extendido sea su desprestigio, incluso fraguando “diálogos” con el sentimiento popular para convencernos de que la defensa de las instituciones no es conservadurismo sino la referencia que nos permite un cuestionamiento paulatino a los problemas sociales que nos aquejan, porque “es el conflicto entre instituciones lo que hace dinámicas a las sociedades. [...] Incluso para una mirada caracterizada por la positividad de la transgresión, la existencia de instituciones está en la base de las posibilidades transgresoras”(11). Dinamismo que debemos dejar a “los de arriba” y que quizá arroje algún beneficio a “los de abajo”, un miserable conformismo “dinámico” que nos ofrece en el mejor de los casos alguna “reforma política” si prometemos no cuestionar dichas instituciones, aunque ellas mismas sean parte intrínseca del problema. Olvidando, por otro lado, que históricamente ninguna leve reforma fue obtenida sino como prenda concedida por la burguesía para no perder todo, cuando se vio amenazada de conjunto en sus ganancias y en sus instituciones de dominio.
Una comparación traída a cuenta por el Nunca Más es apropiada para demostrar esto. El modelo que allí se contrapone a lo actuado en Argentina es el de Italia, que “durante largos años debió sufrir la despiadada acción de las formaciones fascistas, de las Brigadas Rojas y de grupos similares. Pero esa nación no abandonó en ningún momento los principios del derecho para combatirlo, y lo hizo con absoluta eficacia, mediante los tribunales ordinarios, ofreciendo a los acusados todas las garantías de la defensa en juicio”(12). Sin embargo, el Estado italiano modelo, sostenido hasta el día de hoy en sus múltiples relaciones con la “mafia”, no se privó de acomodar las normas “republicanas” a la represión de la izquierda social y política con medidas “de excepción” que caracterizaron los llamados “años de plomo” italianos (los mismos años en los cuales Sarlo y Altamirano viajaron a Europa y quedaron encantados con el “paradigma democrático”): elevación de la detención preventiva de 5 a 11 años, interrogatorios sin abogado defensor, potestad gubernativa de clausura de sedes políticas, militarización de las cárceles y utilización, como única y suficiente prueba en juicio, de declaraciones de “arrepentidos” que negociaban con el Estado las acusaciones a otros necesarias para sortear el propio juicio. La misma Amnistía Internacional llegó a denunciar las irregularidades de los “juicios justos” que en el Nunca Más se reivindican. El espacio mismo donde se juzgaba a los acusados era muy “republicano”: se mandó a construir en Rebibbia un bunker donde los acusados permanecían frente al tribunal enjaulados.
Ya que nos estamos ocupando en esta nota de las ubicaciones de un sector intelectual, mencionemos sólo el caso de Toni Negri: después de 4 años detenido, las causas abiertas por su participación directa en diversos atentados comienzan a desestimarse, pero es enjuiciado entonces en base a sus escritos, considerándolo responsable “moral y objetivo” de los mismos, es decir, condenándolo finalmente por su papel de “intelectual”(13). Importante lección que los social-liberales viajeros comprendieron a fondo: nunca más se debería ser ni moral ni intelectualmente desafiante con las instituciones burguesas.
Sarlo no parece cuestionar los hechos represivos de los ’70 sino que el Estado argentino tenga problemas antaño y hoy día para “mantener las formas” republicanas. Pero ello proviene justamente de que en los ’70 argentinos, la situación social distaba de ser una unidad aguijoneada por un “terrorismo insurgente” que le era ajeno, y mucho menos eran éstos los únicos actores insurgentes. El “terrorismo de Estado”, brutal y explícito, fue necesario porque lo que en la Argentina se había iniciado era un verdadero proceso revolucionario cuyo principal protagonista era un movimiento obrero insumiso que desde el Cordobazo venía rompiendo con sus direcciones tradicionales y avanzando en su independencia de clase, imponiendo la centralidad obrera y sus métodos en los distintos levantamientos insurreccionales que le siguieron, y construyendo embrionariamente organismos de poder obrero, como las “coordinadoras interfabriles” en los momentos previos al golpe del ‘76. Fue la falta de un partido revolucionario con una estrategia de poder que permitiera al movimiento obrero hegemonizar al conjunto de las clases subalternas para establecer su propia democracia de clase basada en Consejos(14) lo que impidió la victoria de esta enorme fuerza social puesta en juego, y permitió a la burguesía armarse para derrotarla con el golpe del ’76, desechando momentáneamente el régimen democrático burgués por su insuficiente eficacia para un enfrentamiento de clase tan abierto.
Este “cuarto relato” es aquel que se hace necesario hoy día profundizar y poner en juego para un balance cabal de los ’70 que aún no está saldado. Pero lo que para aquellos que no renegamos de la militancia y de la voluntad revolucionaria que movió a esa generación es búsqueda de lecciones históricas y discusión de estrategias para alcanzar finalmente esos objetivos, para estos intelectuales “desapasionados” es voluntaria miopía histórica, que gusta representar los ’70 a través de “atentados” aislados y no en los grandes hechos de masas, a la vez que minimizar los sectores militantes de aquellos años como, en el mejor de los casos, ingenuas vanguardias imbuidas de referencias revolucionarias lejanas(15). Desde tal perspectiva es sin duda inexplicable la ferocidad de la dictadura instaurada en el ’76, la cual sólo puede entenderse si, tomando la verdadera situación social de esos años como marco, se ve la necesidad de la burguesía argentina de “institucionalizar” en el Estado justamente un disciplinamiento a la altura del desafío en que los trabajadores y las masas avanzaban y para el cual la Triple A y las formas de contención tradicionales no eran ya suficientes.
Pero volvamos en todo caso al “modelo institucional” que nos viene a ofrecer Sarlo y que en los ’70 no supimos comprender. Después de dos guerras mundiales es realmente un “voluntarioso” trabajo de optimismo burgués (en el que se ha trastocado la “voluntad” revolucionaria reivindicada por el populismo con el que Sarlo estuvo ligada) sostener que la institucionalidad burguesa es garantía de tratamiento igualitario y de progreso social(16), aún más difícil de defender en un país semicolonial como Argentina, que desde su constitución (amén de sucesivos golpes militares) aun cuando formalmente rigió, incluyó episodios verdaderamente desafiantes a una idea más o menos aceptable de república: “fraude patriótico”, proscripciones, presidentes que huyen de sus cargos y que, durante los ’90, tuvo como más conocido “juego” entre las instituciones, el aceitado y publicitado mecanismo “Banelco”. Por otro lado, tal institucionalidad burguesa no ha evitado sino profundizado las diferencias en el reparto de la riqueza social: las mismas estadísticas oficiales dan cuenta que el país hoy día tiene la peor distribución de los últimos 30 años(17). En este marco, Sarlo por momentos reconoce que han existido históricamente en Argentina tendencias al bonapartismo a veces necesarias o, en sus palabras, al “decisionismo”. Característica que ve encarnada en especial en el peronismo por cuyas filas, aunque desde la vuelta de la democracia se hayan mantenido en las antípodas, Altamirano pasó acompañado brevemente por Sarlo (antes de formar ambos en una tendencia de orientación maoísta). Peronismo por el cual Sarlo actualmente no disimula cierto desprecio y sobre el cual Altamirano guarda prudente silencio.
Como ya analizamos en un artículo anterior de la revista(18), la tendencia al bonapartismo encuentra su fuente en la condición semicolonial argentina donde, como en toda semicolonia dirigida por el imperialismo, la burguesía local es relativamente débil en proporción a un proletariado relativamente fuerte, obligando al régimen burgués local en mayor medida que en los países centrales, a cobrar mayor protagonismo como “árbitro” en la pelea de intereses sociales en juego, apelando a la coerción y a la cooptación en diversos grados. El sistema fuertemente presidencialista argentino, en comparación con otras “repúblicas” de países centrales, es una manifestación de este fenómeno. Pero como buenos liberales, aún aquellos que pasaron por una militancia populista como Sarlo y Altamirano, la categoría de imperialismo no entra en sus análisis, siendo reemplazada por un ideal republicano abstracto de democracia donde las fallas deben ser entendidas psicológica y antropológicamente, o bien simples deficiencias intelectuales de la clase política argentina, que ellos generosamente vienen a saldar iluminando el camino con su insistencia en la formación de una “definitiva república” como desafío para un verdadero reformismo(19). Sin embargo, en análisis particulares Sarlo parece reconocer algunas de estas características definitorias del régimen argentino y lo dudoso de su propuesta al agregar que en Argentina toda “república” debe incluir cierta “redistribución social” o, en términos de Altamirano, de “populismo” tranquilizador, para palear una existente y conflictiva “injusticia social”(20). De allí que hayamos denominado a este sector como social-liberales.
Decepcionados por los fracasos de sus sucesivas apuestas políticas (estrepitosas huidas como las del alfonsinismo y la Alianza o verdaderos fiascos como la ascensión y caída en tiempo récord de la señora Fernández Meijide, proyectos todos que los contaron como legionarios), después de diciembre de 2001, convencidos de que la “clase política” argentina había llegado a un punto sin retorno poniendo en peligro la idea misma de institucionalidad, Punto de Vista lanzó una campaña que ha sido la más radical que ellos mismos pudieran imaginarse: el llamado a una Asamblea Constituyente. Claro que no buscaban con ello fundar sobre nuevas bases tales instituciones, ni siquiera eliminar a sus personeros, sino cubrirlas con un manto de legitimidad dado por un gesto de “renunciamiento” republicano a los intereses y negociados habituales. La misma editorial de Bazar Americano (sitio web de la revista) llamando a esta campaña explicaba que sus fundamentos no eran una respuesta a las masas movilizadas sino una necesidad del propio régimen para evitar un mayor y definitivo deterioro(21). Finalmente tal “radical” medida no le fue necesaria a la burguesía argentina para salir del paso. Kirchner pudo con ciertas condiciones económicas favorables y una dosis importante de demagogia, lograr cierta estabilización y pasivización a una crisis que no se ha cerrado pero que por el momento no muestra su lado más agudo. Una vez más, desdiciendo las predicciones de Punto de Vista aunque no conviniendo menos a sus deseos, el peronismo ha sido el mejor conservador de las instituciones burguesas, aún con sus formas poco “republicanas”(22).
El peronismo es una vez más, como ha sido en toda la trayectoria de este sector, piedra de toque constante con el cual, ellos mismos admiten, mantienen una deuda de “interpretación” social y política. Deuda que por otro lado nunca les impidió apoyar y adornar proyectos alfonsinistas, el Frepaso, la Alianza y el ARI, aunque siempre reservándose cierto escepticismo respecto a las posibilidades y capacidades de sus integrantes para lograr una base social sólida sobre la cual maniobrar (única forma en que consideran a las masas), que sí tiene el peronismo. Habiendo cumplido éste bastante satisfactoriamente su rol histórico una vez más, las diatribas pueden entonces dosificarse y, por qué no, el kirchnerismo puede encontrar algún aliado en el colectivo social-liberal, aunque ello signifique por el momento una ruptura en el mismo.
Una sombra amenazante
En este marco, Altamirano titula sintomáticamente el primer capítulo del libro de Sarlo La batalla de las ideas(23) con otra de sus preocupaciones centrales que aparece como la contracara del régimen institucional burgués: “¿qué hacer con las masas?”. Si la salida es siempre “por arriba”, las masas serán siempre un problema, consideradas condescendientemente en tiempos de paz, pero peligrosas y amenazantes cuando éstas deciden irrumpir en escena.
Durante los ’90, en los análisis culturales de Sarlo previos al 2001, las “masas pobres” argentinas son un dato que como sombra aparece de trasfondo problemático en las descripciones de los supuestos elementos del “primer mundo” introducidos en la vida nacional. Por ejemplo, el análisis sobre la proliferación de shoppings, a la moda intelectual de los ’90, culmina describiendo cómo en sus patios de comidas se sientan a comer las sobras los excluidos del boom consumista. El uso de algunas formas y temas propios de la moda posmoderna tiene sin embargo como eje una crítica a tales posiciones, denominadas como “neopopulistas”, aquellas que cínicamente vienen a encubrir que las condiciones reales de vida de los sectores populares están lejos de ser tan “pluralistas” y “democráticas” como se las quiere hacer ver. Pero la solución propuesta por Sarlo no es nunca, claro, una alternativa que signifique un protagonismo de las mismas masas, sino un mecanismo de regulación y provisión estatal que equilibre las diferencias, tales como la escuela o un espectro de políticas culturales que hagan accesible a mayor cantidad de ciudadanos los beneficios de la alta cultura, herramientas para unas masas que, como reiteradamente plantea Sarlo, “hacen lo que pueden” con la cultura, la educación y las instituciones, en los márgenes estrechos de su situación cotidiana de exclusión(24). Pero la condescendencia y el consejo se transforma en desdén y grito de alarma cuando las masas deciden actuar por su cuenta para reivindicar lo que es suyo y demuestran que pueden hacer mucho más.
Sarlo y su colectivo intelectual no aconsejan ni advierten desde cualquier lado. Tal como la revista, el promontorio desde el que hablan está dado por la autoridad de haber pasado ellos mismos en los ’70 por ese estadío “pre-político” o “anti-político” (como caracterizarían al “que se vayan todos”(25)), siendo militantes de la izquierda “marxista-leninista”. Han aprendido de sus “errores” de juventud y comprendido que la verdadera política no es otra que aquella dada dentro del paradigma de la democracia burguesa. Altamirano relata sin empacho en una entrevista su “viraje de expectativas políticas” en un viaje a Europa compartido por ambos en 1979, donde adoptaron la “cuestión democrática” como estrategia y rompieron con su pasado marxista (maoísta)(26). Así se prepararon para recibir con los brazos abiertos a la democracia alfonsinista(27). Sin embargo Sarlo, cuando se la cuestiona, contesta haciendo uso de sus viejas visas de militante: sus referentes fueron no intelectuales sino hombres de acción, dirá, y por ser parte de esa generación, saben mucho porque “actuaron mucho”(28). A alguien que utiliza la literatura borgeana asiduamente para conceptualizar sus posiciones políticas, no es injusto trazarle un paralelo con el personaje de un relato de Borges. En “El otro” se relata el encuentro entre un joven entusiasta Borges, que se identifica con los oprimidos, y un viejo conservador Borges que responde a estas proposiciones reivindicando el individuo y desconfiando de la posibilidad de esa identificación. Después de relatar otras diferencias entre el mismo hombre en dos momentos de vida distintos, el viejo Borges condescendiente cavila: “Medio siglo no pasa en vano. Bajo nuestra conversación de personas de miscelánea lectura y gustos diversos, comprendí que no podíamos entendernos. Éramos demasiado distintos y demasiado parecidos. [...] Aconsejar o discutir era inútil, porque su inevitable destino era ser el que soy”(29). A diferencia del viejo Borges, Sarlo sí piensa que debe aconsejar, pero retruca, cada vez que es demandada por izquierda, que no se insista tanto con ello si en definitiva, tales críticos van a terminar adaptados como ella.
Los ’70 han sido a su manera para este sector un punto en el cual referenciarse, pero a la vez el máximo ejemplo de lo que no debe repetirse, y no se refieren solamente con ello al golpe militar del ’76. Para ellos representan un momento donde el enfrentamiento más abierto entre las clases hace de la acción por fuera de las instituciones (políticas, militares y sindicales, tanto de la izquierda como de la derecha), una marca. Para los marxistas ello es resultado de una exacerbación de las contradicciones sociales que ponen en evidencia la cobertura del régimen democrático burgués como forma de mantener su hegemonía. En tales momentos, la burguesía está dispuesta a concederla si ya con ella no es posible sostenerse, y por su lado, los trabajadores y el pueblo comprenden que deben enfrentarla y derrotarla si quieren lograr sus objetivos. Para un liberal, tales fenómenos son la irrupción de la barbarie pre-política no bien contenida por la política civilizada moderna, de lo cual tanto izquierda como derecha son responsables. Esta es la base de la teoría de los dos demonios puesta en juego el último aniversario del 24 de marzo. Altamirano parece haber aceptado que, después de todo, cierta demagogia es necesaria en el marco de la crisis y que no es productivo resentir aún más la relación entre masas y régimen. Sarlo en cambio se niega a ceder este punto. Además de las conservadoras opiniones vertidas en esa oportunidad, en La pasión y la excepción había tratado de fundamentarlas teórica y culturalmente: especie de balance personal, realizará un relato de los ’70 en paralelo a un análisis semiológico de imágenes y discursos que configuran para ella la época, en los cuales busca la problemática de la “civilización” intentando contener a una “barbarie” que, aparentemente, siempre reemerge en la historia nacional, pero que Sarlo se empecina en hacer ver como momentos fuera de la norma y de la racionalidad (excepcionales y pasionales), cuyos peligros deberían conjurarse.
Ahora bien, las diferencias respecto a este tipo de accionar del gobierno de Kirchner parecen ser diferencias de caracterización sobre las formas de contener el conflicto más que de proyecto: el mismo Altamirano ha sabido definir el suyo como un “reformismo democrático”, aclarando que no significa ya una discusión sobre los métodos (reformistas o revolucionarios) de lograr a un cambio social profundo, sino el reformismo como único horizonte posible(30), es decir, un ramplón progresismo más de centro que de izquierda. En este panorama, las masas, vistas las pocas posibilidades que tienen de sacar algún provecho de ello en la situación dependiente de Argentina que Sarlo y Altamirano en raptos de honestidad reconocen (aún más lúcidamente que la “izquierda” peronista), deben tenerse en cuenta y ser contenidas por promesas de alguna redistribución y reivindicación histórica si no se quiere que esa sombra amenazante decida tomar cartas en el asunto. Hasta qué punto el peronismo de rostro centroizquierdista de Kirchner puede ser un buen representante de esta política es lo que está en discusión más que sus intenciones mismas. Por lo demás, han mantenido unificado silencio frente a la creciente explicitación de este dudoso centroizquierdismo que paga abultadas cifras de la deuda, envía tropas a Haití y aplica la agenda derechista que Blumberg viene proponiendo.
Para terminar este punto, remontémonos a una tradición cultural y política argentina que a muchos literatos ha enamorado: la generación de 1837 y la idea de un grupo de intelectuales con ideas modernizadoras y liberales en lucha contra la “barbarie rosista”. La Argentina de los siglos XX y XXI ya no es la misma que la proyectada República de las Letras del siglo XIX. Los intelectuales, por otro lado, ya no son un sector de la clase dominante con preocupaciones literarias, como lo eran los de la generación del ’37. Pero si la “clase política” es incapaz de ponerse a la altura de las circunstancias históricas, en un dejo de continuidad histórica aunque de menor vuelo, allí están ellos, los actuales intelectuales social-liberales, para dar apoyo ideológico y moral aconsejando “críticamente” a las distintas alternativas burguesas. Aunque no todas ellas estén dispuestas a reconocerles este lugar... No dejan de añorar proyectos como el alfonsinismo, el Frepaso y la Alianza, que tuvieron la “virtud” de dar un espacio cercano a los intelectuales en el cual manifestarse. La situación se presenta más conflictiva para los social-liberales en el peronismo, que en la visión de este grupo, históricamente tuvo menos voluntad de “rodearse” de esta corte, aunque Kirchner parece estar intentando revertir tal “injusticia” con nombramientos que algunos están más renuentes a aceptar aun que otros.
Cual generación del ‘37, reivindican su función letrada para imponer un legado de “civilización” contra las actuales masas de las “montoneras”. Si éstas sólo “hacen lo que pueden”, necesitan de la aristarquía, el gobierno de los que saben, al decir de Rodó (continuador a su manera arielista de esa vieja idea), capaz de educarla en los modos políticos y culturales de la sociedad moderna. Pero, queriendo retomar esta tradición, la trayectoria y las crisis de Punto de Vista desde los ’80 a la actualidad puede resumirse como “las contradicciones de ser un liberal en el siglo XX y en un país semicolonial”. Era de esperar, 2001 mediante, que cuando tales contradicciones fueran puestas en el tapete por las masas, desoyendo a estos visionarios, una postura liberal abstracta quedara pisando en el vacío.
“El intelectual debe hacer política” (burguesa)
Los ’90 con su proliferación de expertos y asesores en los medios dejaban poco margen en la escena política a estos intelectuales “humanistas”. Pero mientras otros sectores se pertrechaban como “reserva moral” en la Academia(31), Sarlo y los suyos insistieron en la necesidad de que los intelectuales “hagan política”, se posicionen en la escena nacional, participen de las discusiones cotidianas, intervengan tanto en la “alta” como en la “baja” cultura (con lenguajes distintos al utilizado entre pares, por supuesto(32)), y aprovechen el espacio mediático, aún para criticarlo(33). El intelectual debe ser un crítico, entendido como aquel que “desordena” y genera nuevos “objetos” de discusión, esto es, según ella: ni demasiado separado del horizonte de las masas, concibiéndose a sí mismos como vanguardia (como lo hacía el viejo “intelectual comprometido”), ni demasiado adaptado a los vaivenes políticos culturales circunstanciales (los manejos mediáticos o las exigencias de utilidad, como sucede con los contemporáneos “asesores”)(34).
El “hacer política” debe entenderse según su particular punto de vista. No se trata, para nada, de algún tipo de militancia relacionada a algún movimiento social. Ello no significaría sino el retorno a una vieja “pesadilla” vivida en sus jóvenes años ’70, al decir de Sarlo y de casi toda la plana intelectual más reconocida(35), según la cual la “disciplina” de una organización política evitaba el desarrollo de un pensamiento “crítico independiente” y obligaba a seguir la “línea de los dirigentes”. Podría aclarársele a Sarlo y Altamirano que, si su idea era el desarrollo de la crítica y un funcionamiento organizativo democrático, haber elegido sucesivamente el peronismo y el maoísmo de la “revolución cultural” fueron sí, elecciones erradas, pero en todo caso no atribuibles al marxismo y la militancia sino a su mal olfato para evaluar estrategias políticas en la izquierda. Pero veamos cómo lo plantean en la actualidad, lejos ya de sus “desvaríos” de juventud.
La batalla de las ideas (1943-73) antes citado contiene todo un programa: “La línea narrativa de este libro podría sintetizarse en el pasaje de las soluciones reformistas a las propuestas revolucionarias. [...] Otra forma de definir esa línea narrativa sería la de subrayar la progresiva pérdida de especificidad de los discursos intelectuales en relación con ciertos grandes temas: ciencia y técnica (de la investigación a la denuncia de las condiciones dependientes del saber); la literatura y artes (del compromiso al arte político, de la modernidad y la vanguardia a la revolución), universidad (el fin de la cuestión universitaria propiamente dicha, que se disuelve en la revolución en la universidad y una universidad para la revolución); catolicismo y socialcristianismo (de las encíclicas a la teología de la liberación)”(36). El avance de la revolución es para Sarlo una forma de cercenamiento de sus propias posibilidades de consejera.
Por si quedara alguna duda, Sarlo se ocupará de separarse de cualquier planteo izquierdista posible. En la competencia ya añeja que mantiene dentro de la Academia y en algunos medios sobre la interpretación de la cultura argentina con David Viñas, parte del colectivo que constituía la revista Contorno, enunciadora local de la idea del “intelectual comprometido”, Sarlo se separará de esta tradición sobre todo por seguir planteando, si no una “organicidad”, al menos una relación con un sector de la sociedad frente a otro, una toma de partido inadmisible para quienes no están de ningún lado sino con el árbitro: las instituciones(37).
Por otro lado, existe un balance común para Punto de Vista sobre las ideas del marxismo. Su ascendencia política, dirán, debe desestimarse en tanto está cancelada la idea misma de revolución, y aquí Sarlo y Altamirano además de hacer gala de su mezquino horizonte, también recurren a viejos prejuicios según los cuales tal falla provenía de una “visión teleológica” intrínseca al marxismo donde el socialismo aparecía asegurado(38). A ello le contraponen una idea de “justicia social” que aunque nunca sea alcanzable, sirva como el señuelo que se utiliza en las carreras de galgos para que los perros avancen. Como en las carreras también, los beneficios parecen ser más para el dueño del galgo que para él mismo. El marxismo guardaría, sin embargo, importancia en tanto “cuerpo teórico”. Esto aparece sin embargo poco explicado y es potencialmente contradictorio. Si lo que deja de importante el marxismo es justamente el cuerpo teórico, ¿cómo es que la militancia marxista significaba la imposibilidad del desarrollo teórico? Sarlo y amigos deberían especificar e historizar en todo caso la noción de marxismo e intelectual que utilizan. Respecto al marxismo, comparten la trayectoria de muchos otros intelectuales europeos que, provenientes del maoísmo y frente a la decepción con la “revolución cultural”, luego del ’68 francés transformaron su propia versión mecánica y osificada del marxismo en un fantoche difundido por ellos mismos con el cual se hacía fácil discutir, como forma de justificar su rápido paso al liberalismo(39).
Son deudores, también, como buena parte de los sectores a los que a veces se enfrentan, de una visión del intelectual construida a la salida de la segunda guerra mundial, cuando la alternativa era capitalismo o socialismo... stalinista. La idea del “intelectual crítico” como especificidad surgió, aunque en diversas formulaciones y en distintas peleas políticas(40), como tercera posición para mantenerse fuera de ambos campos. Además de la base política, puede agregarse posteriormente como base social del fenómeno la aparición de la universidad de masas, la amplificación y especialización en el terreno cultural y científico, que cimentan la idea de que existe un amplio sector que puede tener como función social unívoca el ser “intelectual” a secas, por fuera (y por arriba en muchos casos) de los condicionamientos de clase. Pero antes de ello, para los dirigentes políticos e intelectuales de las internacionales, por ejemplo, estas actividades nunca fueron contradictorias. La III° Internacional previa a la stalinización es uno de los centros de desarrollos políticos pero también intelectuales más amplios y profundos del siglo XX, donde se discutieron apasionadamente teorías políticas, económicas, filosóficas, culturales, como pocas veces. Si uno se pone en aras de cuestionar su pasado marxista y los “prejuicios” que cargaba, éste debería ser uno de los primeros prejuicios a analizarse.
Por otro lado, la fanfarronería respecto a las peleas y divisiones de la izquierda bien deberían evitarse si no quiere uno verse grotescamente reflejado: las peleas de las camarillas académicas en torno a cargos, las pretensiones de monopolio ideológico (como el caso Romero en Filosofía y Letras al cual Sarlo y amigos no dudaron en defender(41)), las habladurías que circundan los portazos dados al retirarse de una institución, como recientemente Sarlo azuzó en Filosofía y Letras(42), los desplantes como levantarse ofendido de los programas televisivos ante una discusión(43), o las rupturas con acusaciones por “escarnios” pero “buenos deseos” a futuro vertidas en las cartas de renuncia del último número de la revista, hacen palidecer, ciertamente, cualquier discusión política o ruptura dada en el campo de la izquierda.
Las cinco diferencias entre avisar del incendio y ser bombero.
Sarlo crecientemente ha utilizado la figura de Benjamin no sólo queriendo emular por momentos su estilo de análisis cultural y algunos de sus tópicos. Incluso ha editado un libro sobre este importante teórico marxista, bastante de moda en el mundillo académico literario. Pero la referencia a tal figura, ¿le es adecuada a alguien como Sarlo?
Benjamin vivió y escribió en la Alemania nazi, momento ciertamente conflictivo de las relaciones entre las masas y un régimen que había llegado con un discurso que apeló a la pequeña burguesía y a los sectores más marginales de la sociedad para aniquilar la oposición obrera y popular (y su creciente horizonte revolucionario), para finalmente utilizar a esas masas en el frente de la carnicería mundial que la burguesía alemana necesitaba para reubicarse en el mapa imperialista. Sin embargo, Benjamin nunca vio la barbarie en las masas sino en el sistema capitalista mismo como forma de organización social.
Benjamin discutió agriamente contra visiones marxistas teleológicas según las cuales el futuro socialista estaría asegurado, pero nunca dejó de apostar a que las acciones de los hombres efectivamente vuelen por los aires las fuerzas sociales, instituciones e ideologías que mantenían atadas sus manos para la decisión de su propio destino: esto es, a la revolución.
Benjamin trató al pasado como documento simultáneo de cultura y de barbarie, y consideró que los sufrimientos de las masas silenciados por la burguesía serían releídos en el presente y redimidos en una futura sociedad definitivamente liberada pero, consecuentemente, identificaría en esa historia a quién le correspondía la barbarie y a quién la cultura, y nunca lo leería como un error compartido por “dos demonios” extremistas.
Benjamin dio suma importancia a la cultura, pero nunca se conformó con una cultura limitada a unos pocos dentro de los márgenes del sistema burgués, bregando por un desarrollo cultural realmente amplio y productivo en el socialismo.
Finalmente, por varias de estas discusiones, Benjamin fue recientemente tratado por Michael Löwy como aquel que había dado el “aviso de incendio” de la sociedad capitalista(44). Pero ese era su legado para que las masas fueran capaces de utilizarlo en su favor, y no para que la burguesía y sus instituciones fueran capaces de aplacarlo.
Mientras que la historia del siglo XX ha demostrado la reaccionaria utopía de todo liberalismo burgués, un tratamiento cabal de la figura benjaminiana no haría más que evidenciar los elementos más reaccionarios de la ideología de estos social-liberales argentinos: la complicidad con la teoría que mantuvo un manto de impunidad para los genocidas argentinos, la defensa de la institucionalidad burguesa que ha demostrado en estos últimos más de 20 años ser continuadora de ese proyecto, y su profundo desprecio por las masas. Su trayectoria y prácticas intelectuales explicitan también el papel funcional y por momentos grotesco que la burguesía deja en sus estrechos marcos a sus consejeros centroizquierdistas.
El campo de batalla sobre la historia reciente está abierto, y para un balance que permita retomar lo mejor de los hilos de continuidad dejados por esa generación, criticar sus debilidades y plantear una nueva perspectiva en que los trabajadores y el pueblo “tomen su destino en sus propias manos”, una nueva generación de jóvenes intelectuales debe adoptar como propio el desafío de combatir la complicidad ideológica de nuestra progresista intelectualidad y sacarse definitivamente de encima el aplastante conformismo escéptico acompañado de mediocridad y eclecticismo intelectual difundidos en los últimos posmodernos años. Para que sea el capitalismo definitivamente cosa del pasado, los jóvenes intelectuales que escribimos esta revista nos proponemos afilar las armas de la crítica profundizando y desarrollando la teoría marxista que ha surgido de esta lucha y que ha demostrado en sus mejores representantes ser una insustituible guía para la acción revolucionaria, ligando nuestra práctica al sujeto con la fuerza suficiente para llevar a término el proyecto revolucionario que generaciones anteriores dejaron inconcluso: la clase obrera.
Notas
(1) Beatriz Sarlo, “La hacíamos más por nosotros que por los lectores” en Página/12, 30/03/04.
(2) Vanguardia Comunista, de tendencia maoísta.
(3) Ver por ejemplo “Cuba y los derechos humanos” en Punto de Vista Nº 79, agosto de 2004, declaración firmada por todos (y algunos más) intelectuales de este sector.
(4) La revista ya había alertado sobre la peligrosidad, como síntoma social, de que fuera la izquierda política y los organismos de derechos humanos los que tuvieran mayor peso en el balance de los ’70, hecho que crecientemente se verificaba en las marchas aniversario del golpe. Ver por ejemplo el artículo de Vezzetti “Lecciones de la memoria” en Punto de Vista N°70, agosto de 2001.
(5) Para un desarrollo de los “relatos” sobre los ’70 ver en este mismo número la nota de Christian Castillo al respecto.
(6) Los objetivos de Kirchner no fueron sólo una respuesta a este síntoma social y una forma de encubrir la enorme continuidad en el terreno económico, sino que escondía dos objetivos: a corto plazo servía para poner a la defensiva a los adversarios en la interna peronista; a largo plazo, para replantear sobre una nueva base la “reconciliación” con las FF.AA. frente al fracaso de la estrategia previa con la que radicales y peronistas habían logrado evitar la cárcel a los genocidas pero a costa de una profunda deslegitimación de una institución que en última instancia debe poder funcionar de garante del poder estatal. Para un análisis de las distintas medidas tomadas por Kirchner ver “Realineamientos de clases y debates de estrategias” en el número anterior de esta revista.
(7) Para ver los planteos más o menos calmos de quienes no renuncian a la teoría de los dos demonios, ver Hugo Vezzetti, “Políticas de la memoria: el Museo de la ESMA” en Punto de Vista N°79, agosto 2004, o Beatriz Sarlo, “Nunca más el discurso único” en Página/12, 28/03/04. Es significativo que en ambos casos los propios autores, que no eran identificados con esta teoría ya que nunca antes se habían postulado como sus voceros, son los que la traen a cuenta, quizá descubriendo sorpresivamente su intrínseca pertenencia a dicha visión. Un conocido argumento jurídico, que a estos intelectuales tanto gusta ensalzar, dice “a confesión de partes, relevo de pruebas”. En forma de dicho popular podríamos decir que eso es “tener cola de paja”.
(8) Andreas Huyssen, “W.G. Sebald: la memoria alemana y la guerra aérea” en Punto de Vista N° 79, agosto 2004.
(9) Beatriz Sarlo, “Nunca más el discurso único” en Página/12, 28/03/04.
(10) “Prólogo” al Informe de la CONADEP Nunca Más, Buenos Aires, Eudeba, 1984.
(11) Beatriz Sarlo, Tiempo Presente, Buenos Aires, Siglo XXI, 2001, pág. 224.
(12) Prólogo al Nunca Más, op.cit.
(13) Sobre las medidas de excepción de los “años de plomo” italianos puede consultarse abundante material en Internet en los sitios La Fogata o www.autsoc.com, de donde fueron tomados estos datos.
(14) Soviets fue el nombre que históricamente adquirió este tipo de organismos en la revolución rusa y por ello los marxistas nos referimos a la democracia obrera como “soviética”.
(15) Sarlo ha sistematizado tales análisis en el reciente La pasión y la excepción, al cual volveremos a referirnos más adelante pero sobre el cual puede consultarse “La cifra de un arrepentimiento” en el número anterior de la revista. Una muestra más de este tipo de razonamiento que minimiza el protagonismo de las masas y su incidencia en los movimientos “por arriba” del régimen burgués es el balance de la guerra de Malvinas, compartido por otros intelectuales del núcleo de Punto de Vista. La posición adoptaba fue el “derrotismo” para Argentina a manos del imperialismo inglés, como única forma de desgastar y terminar con la dictadura militar. Dado que este sector no quiere ver las luchas de resistencia que aún en duras condiciones la clase obrera llevó a cabo durante la dictadura, y que fueron socavando al régimen, considera actualmente loable haber adoptado esta “corajuda” y solitaria perspectiva que según su particular lectura fue corroborada por la historia. Sin duda la derrota de Malvinas fue un elemento importante de desgaste del régimen militar, pero visto así, la tan mentada democracia lograda no sería más que un favor que debemos a la tan poco republicana Margareth Thatcher.
(16) La democracia norteamericana “modelo”, si nos referimos solamente a la última década, no sólo ha actuado como cobertura de la contraofensiva neoliberal y la justificación ideológica de las guerras imperialistas, sino que internamente ha presentado desde escándalos tipo Enron hasta “Actas patrióticas” que lisa y llanamente restringen los derechos democráticos más básicos de los “ciudadanos” del propio EE. UU.
(17) Fenómeno que se agudizó con la devaluación. De acuerdo a los últimos datos del INDEC (que pueden encontrarse en su página web), el 10% más rico posee el 38,6% del ingreso nacional y gana 31 veces más que el 10% más pobre. En Capital y Gran Buenos Aires, donde se concentra la mayoría de la población, la diferencia es aún mayor: el porcentaje de la riqueza que obtiene el sector más rico es del 44,5% y gana 50 veces más que el sector más pobre. Palmaria demostración “oficial” de la continuidad de objetivos e intereses de la dictadura y la democracia burguesa: cuando el INDEC comenzó hace 30 años con estos estudios, la distribución de la riqueza era similar a la de algunos países europeos de desarrollo medio; hoy es uno de los de mayor inequidad de toda Latinoamérica.
(18) Juan Dal Maso, “Doctores y matreros: dos ideologías de la pasivización” en Lucha de Clases N°2/3, abril de 2004.
(19) Ver las entrevistas a Beatriz Sarlo y Carlos Altamirano en Javier Trímboli (entrevistador y compilador), La izquierda en Argentina, Buenos Aires, Manantial, 1998.
(20) Ídem. En esto se ubican a la derecha aún del postmarxista a la moda europea Ernesto Laclau, el cual recordando su pasado latinoamericano señala que la perspectiva democrática en América Latina fue aportada, en tanto permitió la integración de sectores más amplios de la población, por el populismo. En una entrevista reciente diría: “sin una dosis de populismo no habría política [....] La política adviene cuando las demandas sociales chocan con un sistema que las niega, y aparecen distintos proyectos que disputan por articularlas. Por otra parte, una sociedad que fuera totalmente reglamentada, donde no hubiera política, sería una sociedad donde el pueblo o “los de abajo” no tendrían ninguna forma de expresión” (Clarín, 27/07/02). A pesar de que su evaluación del “que se vayan todos” es similar a la de Sarlo, y claramente sus reflexiones no apuntan a una alternativa política surgida de las masas (los de abajo deben poder “expresarse” en la política, no llevarla a cabo), en su visión de la “dinámica social” (para estos intelectuales hace tiempo la lucha de clases dejó de ser el motor de la historia), Laclau admite un lugar allí a las demandas sociales que deben “articularse” en las instituciones, y no el mero “juego de instituciones” que nos ofrecía Sarlo.
(21) Ver “Asamblea constituyente: por un nuevo pacto” en www.bazaramericano.com
(22) Para aquellos que, reticentes a aceptar el peronismo, prefieren hasta el momento mantener esta larga trayectoria de viudez política coqueteando con el ARI, la estadística, sino no quiere apelarse al azar, no parece augurarles mayor suerte en hacer digerible este nuevo “sapo” centroizquierdista, que en sus críticas de oposición oscila entre apelar a Dios o acercarse a López Murphy.
(23) Beatriz Sarlo, La batalla de las ideas (1943-73), Buenos Aires, Ariel, 2001.
(24) Ver, sobre todo, Beatriz Sarlo, Escenas de la vida posmoderna, Buenos Aires, Seix Barral, 2004. La edición original es de 1994.
(25) Ver “Por una convención constituyente” en Bazar Americano.
(26) Javier Trímboli, op.cit., pág. 18.
(27) No fueron los únicos que tuvieron su viaje iniciático en los “temas democráticos” en su paso por el primer mundo. Ernesto Laclau será otro que por los mismos años llegaría a sus tesis pos-marxistas que no son sino otro nombre para un desenterrado reformismo liberal. Tales pasajes del marxismo al liberalismo se sustancian en una tendencia general en la teoría política contemporánea, dominada por la falsa antinomia entre “democracia y totalitarismo”, cuya base fue la caída de los regímenes stalinistas, retomando “el fundamento liberal de la autonomización absoluta de la política con respecto a toda determinación social, introduciendo nuevamente un antagonismo insalvable entre la democracia política y la emancipación económica”. Ver, para un desarrollo de esta tendencia internacional y sus diversas expresiones actuales, Claudia Cinatti y Emilio Albamonte, “Más allá de la democracia liberal y el totalitarismo” en Estrategia Internacional N° 21, septiembre de 2004.
(28) Beatriz Sarlo, Tiempo presente, op.cit., pág. 225/6.
(29) Jorge Luis Borges, “El otro” en El libro de arena, Madrid, Alianza, 2000. Esta comparación fue usada respecto a otro intelectual argentino, Emilio de Ípola, por Octavio Crivaro en una nota debate sobre el balance del proceso de elección directa del director de Carrera en Ciencias Sociales de la UBA. Por lo visto, no sólo Sarlo y Altamirano pretenden achacar a las presentes generaciones los conflictos con su propio pasado político.
(30) Altamirano entrevistado por Trímboli en La izquierda en Argentina, op.cit., págs. 32/33/39.
(31) Una definición representativa de esto se encontrará en la serie de entrevistas a Nicolás Casullo publicadas como Sobre la Marcha, Buenos Aires, Colihue, 2004.
(32) Ver “La hacíamos...”, entrevista en Página/12 antes citada.
(33) Lo cual tienen sus distintos relieves de integralidad y prestigio. Además del encumbrado colectivo de Punto de Vista, Sarlo actualmente es parte de otro grupo de opinión en la Viva de Clarín, con Jorge Bucay y Valeria Maza.
(34) Ver Beatriz Sarlo, “Intelectuales” en Escenas de la vida..., op.cit., el apartado del mismo nombre en Tiempo presente, op.cit., “Ya nada será igual” en Bazar Americano, entre otras entrevistas e intervenciones de la autora.
(35) El libro de entrevistas de Trímboli antes citado contiene este dato en cada uno de los intelectuales tomados y es también un presupuesto del propio entrevistador que, como aclara en su introducción, para hablar de la izquierda convoca justamente a intelectuales que ya no estén relacionados con ninguna organización de izquierda.
(36) Beatriz Sarlo, La batalla de las ideas (1943-1973), op.cit, págs. 14/5.
(37) Ver por ejemplo Beatriz Sarlo, Tiempo presente, op.cit. La conceptualización del propio Viñas no deja de ser problemática en otro sentido. Si bien suele criticar, con ciertas remembranzas gramscianas, a los que considera “intelectuales orgánicos” de la burguesía, donde entrarían no sólo los asesores ministeriales sino también estos social-liberales como ideólogos, el gramscismo se termina cuando se llega a la definición de un intelectual orgánico al proletariado, que en Gramsci era justamente el partido revolucionario que Viñas no está dispuesto, no digamos ya a aceptar, pero al menos a discutir. La alternativa, dado que el proletariado no podría tener, por sus condiciones de existencia, intelectuales surgidos de su propio seno, sería la de “intelectuales críticos” que por tanto están, en este marco conceptual, “entre clases”.
(38) Ver entrevistas a ambos en Javier Trímboli, op.cit.
(39) Para un resumen de esta misma operación realizada, por ejemplo, por la revista europea Tel Quel, ver Perry Anderson, Tras las huellas del materialismo histórico, México, Siglo XXI, 1988.
(40) No puede considerarse igual, por supuesto, a un Sartre crítico del stalinismo que mantendría por tanto una relación distante al PC francés pero que nunca abandonó la idea de revolución, con los intelectuales argentinos que en los ’80 decidieron “independizarse” de la militancia para abrazar la “democracia a secas”, sin incomodarles demasiado en cambio las constricciones/ cooptaciones que la política social, cultural, económica e ideológica que la burguesía les impone.
(41) Frente a la apertura de una cátedra paralela a la materia dictada por Romero en la UBA, éste y su camarilla adicta pusieron el grito en el cielo ante la posibilidad cierta de perder su monopolio ideológico (y el consiguiente peso político y también, peso en las ventas de sus publicaciones), utilizando todos los recursos ganados por sus leales servicios prestados al radicalismo, desde la apelación a diputados nacionales hasta encendidos discursos en La Nación. Sarlo y, feliz coincidencia, sectores de la intelectualidad kirchnerista como González, lo acompañaron desde Página/12 con tono moderado.
(42) Sarlo ha renunciado a la cátedra que dirigía en la carrera de Letras de la UBA. Los motivos nunca fueron del todo conocidos, aunque un viaje hacia nuevos rumbos alemanes daban una pista. Pero al partir denunció la formación de una nueva camarilla ideológicamente “intolerante” (se refería a la nueva gestión de la Facultad que hacía lugar a los aires kirchneristas), legitimando de hecho los dichos de Guariglia, nefasto docente de Ética en la misma casa de estudios, famoso por haber proveído una justificación filosófica a las leyes de impunidad para los genocidas de la dictadura, al cual se le había negado recientemente los honores de un nombramiento vitalicio.
(43) Es famosa la acalorada discusión entre Sarlo y Viñas en un programa de Canal á que terminó con un ofendido “portazo” televisivo de Sarlo (abandonando el programa a la mitad de su emisión).
(44) Michael Löwy, Walter Benjamin: Aviso de incendio, Buenos Aires, FCE, 2002.