1.
¡Oh pluma modestísima (…) me pareces
mucho más bella que la orgullosa pluma de
águila que recogieron para Víctor Hugo en
una cima de los Alpes! Yo quiero morir sin
haberte obligado a manchar el papel con
una mentira, y sin que te haya en mi mano
retroceder el miedo.
Rafael Barrett, “La pluma”. (1)
En el envés de la crisis del modelo de desarrollo del ‘80 latinoamericano, basado en la inserción, en tanto países productores y exportadores de materias primas, de las economías nacionales al mercado capitalista mundial, que había devenido en un proceso de expansión económica, es posible ver el surgimiento y el fortalecimiento del movimiento anarquista en los distintos países que componen este complejo continente.
Aquel proyecto de la oligarquía, si bien estaba apoyado en tres pilares: la expansión territorial, la creciente construcción de obras de infraestructura y la política inmigratoria, no previó consecuencias inexorables. Una, que el crecimiento y el progreso de unos, las clases altas, era en detrimento de otros, las clases populares; otra, que, si bien rápidamente se crea una clase trabajadora moderna a partir del crecimiento de la industria y de la afluencia inmigratoria, también rápidamente los obreros comienzan a organizarse y a acercarse a nuevas ideologías, como el socialismo y el anarquismo, para defender sus intereses. Es así como se difunde el ideario anarquista en todo el continente latinoamericano casi de forma unísona, proceso que “va acompañado desde un principio por una intensa labor educativa, cultural, literaria, periodística y propagandística desarrollada desde los centros y los círculos ácratas y difundida a través de folletos, periódicos y publicaciones”(2). Dentro de esa “intensa labor” es posible distinguir ciertos rasgos distintivos. En cuanto a la literatura libertaria el distingo está dado por ser una “literatura de urgencia que no busca más que la eficacia del instante”(3) en su intención de denuncia de la miseria de los sectores dominados y, a un tiempo, de educación de éstos.
Pero, si bien éste es el rasgo característico del corpus mayoritario de la literatura anarquista latinoamericana, el presente trabajo se propone rastrear en la escritura de Rafael Barrett algunas peculiaridades que, sin apartarse de la denuncia y de lo pedagógico, resuelven distintivamente las tensiones que plantea una literatura signada por la inmediatez.
2.
¡Trabajador! Al declarar la huelga mina
la máquina para volarla junto a la fábrica.
Carmelo Freda, “Dinamita a las máquinas”(4)
Si, como se dijo, la denuncia y la educación son las características principales de la literatura libertaria de comienzo de siglo en Latinoamérica, la dicotomía y la polarización, la explicitación directa, no mediada del enemigo, son los recursos más utilizados por la retórica anarquista. Así, la escritura anarquista optará por lo ético en detrimento de lo estético, y sus funciones serán: denunciar, concientizar y movilizar.
Atendiendo a dichas funciones resultan evidentes las exhortaciones plagadas de imperativos, exclamaciones, interjecciones, superlativos y “la gama más exasperada que apunta a producir finales acumulativos: condenas, desquites, cierres de inmediatez ejecutiva, indignación o, eventualmente, llanto”(5).
Si es de esta índole el final de los textos de denuncia, el final de los que se definen por lo pedagógico tendrán un final moralizante, cercano a la moraleja.
El lenguaje utilizado, y más allá de la opinión de algunos críticos, termina instalando una interesante tensión en la literatura analizada(6). La idea de que el escritor anarquista usa un lenguaje llano y simple en atención al público al que va dirigido, desatiende la influencia que ejercen sobre dicho lenguaje las poéticas dominantes del ‘900, en especial, el modernismo.
3.
Y de pronto la calle, la calle lisa y que parecía destinada a ser una arteria
de tráfico con veredas para los hombres y calzada para las bestias y los carros,
se convierte en un escaparate, mejor dicho, en un escenario grotesco donde,
como en los cartones de Goya, los endemoniados, los ahorcados, los embrujados, los enloquecidos, danzan su zarabanda infernal.
Roberto Arlt, “El placer de vagabundear”(7)
Es posible entrever lo dicotómico, el anatema, en la experiencia urbana del intelectual libertario. En la ciudad latinoamericana del ‘900, siguiendo a Viñas, se produce una escisión insondable, y la urbe del XIX, caracterizada por una “homogeneidad tradicional –‘dinámica’ si se quiere– se cuartea, crispa y polariza”(8). Los barrios altos donde vive la oligarquía enfrentados con los suburbios donde habitan los marginados; ricos contra pobres, opulencia versus miseria, oposición que presagia una guerra civil latente en la ciudad y en la escritura, tanto de la prensa anarquista como de los periódicos oficiales. Pero oposición inevitablemente interdependiente, pues ambos forman parte, a comienzos del XX, del “drama esencial del espacio capitalista”(9). Así, el complejo entramado del Buenos Aires herido descrito por Viñas, donde se articulan las marchas anarquistas que avanzan desde el Sur y las procesiones de los señores que lo hacen desde el Norte.
Ese espacio del drama es el espacio del “Buenos Aires” de Rafael Barrett(10), español inmigrante, que recala en el Paraguay y tiene como eje de su prosa periodística la denuncia sobre los yerbatales y los mensúes. Su anarquismo surge más que nada en contacto con el mundo del marginado paraguayo, y es desde allí desde donde escribe este artículo, que trabaja sobre el límite difuso entre esos dos mundos, esas dos realidades enfrentadas.
El despertar de la Avenida de Mayo, “pegajoso y húmedo”, que comienza a plagarse de canillitas, obreros y mendigos, los miserables separados por los muros de los “palacios unidos los unos a los otros en larga perspectiva, gigantescos, mudos, cerrados de arriba abajo, inatacables, inaccesibles”. Detrás, “están guardados los restos del festín de anoche (…) allí se ocultan las delicias y los tesoros todos del mundo”(11). Pero la descripción cesa dejando lugar a la narración. Y el propio narrador, parado en una puerta de la Avenida de Mayo, arteria divisoria entre el arrabal sureño y el norte dominante, ve a un mendigo hambriento revolver un tacho de basura y extraer un pedazo de carne nauseabundo.
Y el párrafo final que transita tres verbos, sentir, comprender y admirar, relata la concientización del narrador provocada por la observación de la escena:
“¡También América! Sentí la infamia de la especie en mis entrañas. Sentí la ira implacable subir a mis sienes, morder mi brazo. Sentí que la única manera de ser bueno es ser feroz, que el incendio y la matanza son la verdad, que hay que mudar la sangre de los odres podridos. Comprendí, en aquel instante, la grandeza del gesto anarquista, y admiré el júbilo magnífico con que la dinamita atruena y raja el vil hormiguero humano”(12).
Barrett, como se dijo, no es anarquista en su tierra natal. Es un inmigrante, y no un exiliado, que se anarquiza en ese viaje producto de un desclasamiento. Era un dandy proveniente de la alta burguesía que debe dejar Madrid ante una acusación de alguien que quiere escapar de la intención de Barrett de batirse a duelo(13).
En esa condición de inmigrante-anarquista se recorta el no-reconocimiento de su figura de intelectual, como sí lo fueron otras figuras relevantes de la intelectualidad libertaria latinoamericana(14). Pero sobre esa condición de extranjero también se rectora otra inflexión, en este caso de su escritura, que resuelve una de las tensiones más marcadas de la literatura anarquista: la que navega entre el internacionalismo de la doctrina y el interés por ciertos elementos locales, como pueden ser el gaucho, el roto chileno, las escenas de costumbres, el uso del lunfardo, tangos y payadas. El Barrett paraguayo, preocupado por la condición de los obrajes y de los yerbatales, preocupado por la problemática del idioma guaraní, no recurre a esos localismos y permanece, en detrimento de la recepción de su obra, en un universalismo permanente que le permite hablar, sin apartarse de la denuncia sobre el lugar donde habita, de cualquier injusticia que se plantea en cualquier parte del mundo.
Así, en artículos como “Red Cocoa”(15), en referencia al cacao manchado de sangre que extrae la empresa Cadbury en Santo Tomé, Barrett parte de un recorrido por los distintos lugares en donde se ejerce la explotación esclavista, principalmente en América Latina, para, finalmente, centrar su atención en la cuestión a la que hace referencia el título del artículo. Barrett va de lo particular a lo universal, de lo local a lo internacional, porque en tanto universal, internacional, entiende la mecánica del imperialismo explotador.
Esto mismo puede verse en el artículo “Razas inferiores”, que sirve además para corroborar la utilización de un procedimiento extraño a la llaneza e inmediatez que, como se ha dicho, son características de la literatura anarquista. En dicho artículo Barrett denuncia la explotación de las distintas razas de color por la inefable raza blanca occidental, y haciendo hincapié en la actitud del gobierno Argentino para con los indígenas que subsisten en su territorio. Aunque un poco extenso, bien vale citar el último párrafo: “¡Pobres razas inferiores! La Argentina, para mostrar lo enorme de su territorio, debe hacer figurar en su próximo centenario, los onas de Tierra del Fuego que hayan resistido al frío y a la tuberculosis. Buenos Aires patentizará su ingreso a la categoría de gran capital civilizadora, ofreciendo a la curiosidad pública, una colección de habitantes de conventillo, ejemplares de la raza propia de las regiones del hambre, raza seguramente inferior, a pesar de su blancura, a pesar, ¡ay!, de su palidez de espectros”(16).
El manejo de la ironía, salvo en contados artículos –quizás los del Barrett más marcadamente paraguayo y, por ende, de denuncia más cercana– es una de las destacables y reconocibles características del estilo del escritor español. Tal vez por eso resulta contradictorio un artículo titulado “El estilo”, en el cual, para realizar un entendible descrédito de la literatura modernista y de su consecuente torre de marfil, desprestigia el estilo en todas sus formas, sin recaer en que él mismo posee, aunque más no sea dentro de la literatura libertaria, un estilo inconfundible. Sólo es comprensible “El estilo” como apuesta futura de una literatura colectiva, en oposición a una literatura individualista, de autor, que se da en el presente(17).
4.
¿Qué hacer? Educarnos y educar. Todo se resume en el libre
examen. ¡Que nuestros niños examinen la ley y la desprecien!
Rafael Barrett, “Mi anarquismo”(18)
Con la misma inconfundible ironía Barret se opone a la ley del Estado y a su brazo armado, la policía. La ley estatal aparece como antinatural, detenedora del progreso, la ley es causa de la miseria y de ella se valen los gobiernos para explotar a los trabajadores. Y esa ley es tan sin sentido que precisa del “gendarme”para funcionar.
La ley, entonces, en la obra de Barrett funciona como dadora de injusticia, por ende existe otra ley, no estatal, sobre la cual se recorta la justicia por la que lucha la causa anarquista. En el mismo sentido, la Constitución, la cual no sólo es ley de leyes, sino que define asimismo el territorio nacional, claramente debe ser desatendida. El marcado internacionalismo de Barrett se realza con las encendidas diatribas contra la patria y los límites, que la unión de los trabajadores torna difusos.
Inmerso en la primera década del siglo XX, caracterizada por un innegable avance de la ciencia criminalística que atraviesa la ciudad escindida de la crisis del modelo del ’80, Rafael Barrett, otra vez partiendo de la ironía, denuncia la represión policial al militante anarquista y la persecución celosa del delincuente o del asesino. Son paradigmáticos en este sentido dos textos: “Perros polizontes” y “Dactiloscopia”. Si el primero se encarga de denunciar la preparación de perros para la represión en la calle y para la caza de delincuentes, en el segundo se refiere la moderna aparición del sistema de clasificación de huellas digitales, vergonzosa creación de la policía argentina. Y si el primero culmina diciendo que la policía “tal vez encargue elefantes para disolver manifestaciones callejeras”(19); el segundo lo hace con referencia a la religión: “Temo que las finísimas curvas papilares no sean una estratagema de Dios, jefe supremo de la policía, para identificar a sus criaturas el día del juicio final”(20).
Apartarse, entonces, de la ley estatal, basándose, entonces, en una ley natural, primaria, en u código otro, más humano, con todo lo que lo humano conlleva. De ahí, la justificación de la violencia, dinamita, ante la injusticia del Estado.
5.
Las casillas de un tablero de ajedrez se pintan
alternativamente de negro y de blanco,
para comodidad de los adversarios.
Rafael Barrett, “Johnson”(21)
Y en el revés de esta oposición se encuentra el duelo, justicia otra que entabla Barrett en su juventud española y que le vale su pronto viaje a América. Queriéndose batir a duelo con un abogado madrileño, éste nombra un tribunal de honor que declara a Barrett “deshonrado por pederasta y por tanto sin calidad social para batirse con nadie”(22). Esta injusticia lo leva a agredir a unos de los miembros del tribunal en un teatro de Madrid. Tras el escándalo, Barret viaja por Europa y recala finalmente en Buenos Aires. Es en esta ciudad donde nuevamente intenta batirse a duelo, pero un nuevo tribunal lo descalifica haciendo referencia a lo que había decidido el tribunal español.
El duelo, entonces, signa su viaje, su migración y, por ende, su elección ideológica por el anarquismo. En el duelo la ley troca de sentido, como en un ajedrez en que el destino y el honor encarnan esa ley otra, que en la Buenos Aires del ‘900 puede leerse en el compadrito, en el código barrial y en la recuperación anarquista del Moreira.
Dialéctica del duelo que luego se trasladará a la escritura, mediante el reconocimiento y la conciencia de la injusticia explotadora. Allí en enfrentamiento con el nuevo enemigo volverá a ser claro, y en el complejo entramado de dualismos de la obra de Barrett será posible entrever el efecto de la denuncia mediante la ironía. Y Barrett en su escritura se permite jugar con los dos términos de esta figura retórica de lo dual, figura de la ambivalencia y el sentido doble, que le permite decir a partir de lo ambiguo, partir del otro para denostarlo, denunciar al enemigo desde su propia voz. Y así, atravesando esa dualidad, continuar batiéndose a duelo.
Diego Manzano
NOTAS
(1)Barrett, Rafael. “La pluma”, en Mirando vivir. Buenos Aires, La protesta, S/F. Pág. 7.
(2)Andreu, Jean, Fraysse, Maurice y Golluscio de Montoya, Eva. Anarkos. Literaturas libertarias de América del Sur 1900. Buenos Aires, Corregidor, 1990. Pág. 9.
(3)Ibidem. Pág. 11.
(4)Freda, Carmelo. “Dinamita a las máquinas”, Fulgor. Buenos Aires, nº 1, 8 de marzo de 1906, en Andreu, Jean, y otros. Op. Cit. Pág. 183.
(5)Viñas, David. Anarquistas en América Latina. México, Katún, 1983. Págs. 17-18.
(6)Me refiero a lo expuesto en la Introducción de los autores en: Andreu, Jean, y otros. Op. Cit. Págs. 12 a 20.
(7)El Mundo, 20 de septiembre de 1928, en Arlt, Roberto. Aguafuertes porteñas. Buenos Aires, vida cotidiana. Buenos Aires, Alianza, 1993. Pág. 3.
(8)Viñas, David. Anarquistas en América Latina. México, Katún, 1983. Pág. 21.
(9)Viñas, David. Op. Cit. Pág. 22.
(10)Barrett, Rafael. “Buenos Aires”, en Los sucesos, Asunción, 27 de noviembre de 1906. Recogido en Obras completas, RP-ICI, Asunción, vol. II. Edición digital para Proyecto Ensayo Hispánico de Francisco Corral Sánchez-Cabezudo.
(11)Ibidem.
(12)Ibidem.
(13)El duelo como eje de su vida intelectual y de su escritura será retomado más adelante.
(14)Me refiero a las figuras de Flores Magón en México y de González Prada en Perú a las que hace referencia Viñas en Op. Cit. Págs. 28 a 39.
(15)Barrett, Rafael. “Red Cocoa”, en Mirando vivir. Buenos Aires, La protesta, S/F. Pág. 128 a 130.
(16)Barrett, Rafael. “Razas inferiores”, en Mirando vivir. Buenos Aires, La protesta, S/F. Pág. 176.
(17)Barrett. “El estilo”, en Al margen. Montevideo, Bertani editor, 1912, en Andreu, Jean, y otros. Op. Cit. Pág. 25-26.
(18)Barrett, Rafael. “Mi anarquismo”, en Mirando vivir. Buenos Aires, La protesta, S/F. Pág. 167.
(19)Barrett, Rafael. “Perros polizontes”, en Mirando vivir. Buenos Aires, La protesta, S/F. Pág. 203.
(20)Barrett, Rafael. “Dactiloscopia”, en Mirando vivir. Buenos Aires, La protesta, S/F. Pág. 206.
(21)Barrett, Rafael. “Johnson”, en Mirando vivir. Buenos Aires, La protesta, S/F. Pág. 159.
(22)Fernández Vázquez, José María. “El periodista Rafael Barrett y El dolor paraguayo”, en Cuadernos Hispanoamericanos. 547 (1996). Pág. 93.
BIBLIOGRAFÍA
Andreu, Jean, Fraysse, Maurice y Golluscio de Montoya, Eva. Anarkos. Literaturas libertarias de América del Sur 1900. Buenos Aires, Corregidor, 1990.
Arlt, Roberto. Aguafuertes porteñas. Buenos Aires, vida cotidiana. Buenos Aires, Alianza, 1993.
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Barret, Rafael. Mirando vivir. Buenos Aires, La Protesta, S/F.
De Maeztu, Ramiro. “En Madrid”, en Barret, Rafael. Lo que son los yerbales paraguayos. Montevideo, Claudio García, 1926. Publicado originalmente en El Sol. Madrid, 8 de diciembre de 1925. Edición digital para Proyecto Ensayo Hispánico de Francisco Corral Sánchez-Cabezudo.
Fernández Vázquez, José María. “El periodista Rafael Barrett y El dolor paraguayo”, en Cuadernos Hispanoamericanos. 547 (1996).
Suriano, Juan. Anarquistas. Cultura y política libertaria en Buenos Aires 1890-1910. Buenos Aires, Manantial, 2001.
Viñas, David. Anarquistas en América Latina. México, Katún, 1983.
Viñas, David. Literatura argentina y política I. De los jacobinos a la bohemia anarquista. Buenos Aires, Sudamericana, 1995.