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El castigo y la �pica
Guillermo Facio H�bequer� (1889-1933)
L�mina n� IV
Serie: Tu historia compa�ero
?La puerta del dolor, del sudor, de la amargura y de la enfermedad??, el trabajo esclavizante, han borrado de este hombre la camarader�a y hasta la lejana luz que promete la ideolog�a.
Sus hijos no son hijos sino ?bocas para alimentar? y nacen marcados para una vida de explotaci�n.
El se ha separado de esa masa innominada del fondo para que, antes de volver a perderse en ella, los borrados de siempre tengan una cara. El �nico gesto contra el olvido que les es permitido.
La dura conciencia del anarquismo en su tinte m�s sombr�o.�
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Obrero
Tambi�n est� el orgullo de clase, la prepotencia del trabajo. El compa�ero se ha puesto de pie, muestra su cuerpo duro, la faja que lo sostiene para mantenerse erguido. En el fondo, su pasado est� vac�o. Pero esos zapatones impedir�n que lo muevan de su lugar.
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En los talleres
Serie: El Trabajo
Y llega la �pica. A�n en el infierno el obrero es due�o de su capacidad de creaci�n. Trata de dignificar la venta de su fuerza de trabajo. Se sabe constructor, para otros, s�, pero con unas manos que tal vez pueda usar para su propia clase.
Los obreros de Facio H�bequer no conocen momentos de felicidad. A lo sumo, de triunfo, erguidos sobre su propia obra con la herramienta de trabajo en la mano. Todav�a estaban all�
inmigrantes, mec�nicos, peones cargadores
mirando, conversando, callando? y esperando
que retorne Guillermo Facio H�bequer,
para contar su historia, dibujando.��
Ra�l Gonz�lez Tu��n
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Abraham Regino Vigo (1893-1957)
Fin de jornada (1936)
Cargan bolsas y chicos con el mismo esfuerzo. El paisaje y la hora les prestan color s�lo para ser el primer plano proletario y paralelo de la ciudad que se ve al fondo y de los edificios de una industria a la que a�n no han accedido, donde otros luchar�n por leyes de las que ellos siempre estar�n al margen, unidos a un ej�rcito errante de un trabajo primitivo. Las mujeres m�s j�venes a�n tienen ropa rosada, azulada mientras que la pareja mayor del primer plano ya ha entrado en la zona del gris, sacando el delantal de la mujer, como si ese s�mbolo mereciera atenci�n. Pero el cielo y los verdes pertenecen a esa ciudad ajena.
Ellos viven en un eterno crep�sculo, en un fin de jornada que Vigo muestra inmutable con la certeza de que se repetir� a trav�s de las d�cadas.
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El paisaje del trabajo
Eugenio Daneri (1881-1970)
Calle de la Boca (1936)
La espesura y la pastosidad de la materia como la que manejaban los obreros panaderos y las obreras devanadoras en las f�bricas, en los talleres y en las cuadras detr�s de la fachada invitante de la confiter�a-panader�a.
En este cuadro todo se mueve. Todo est� buscando su contorno, todo est� en formaci�n (calles, vecinos), todo se est� fundando ah�, a la vuelta, el teatro Verdi, la Agrupaci�n Impulso, los Bomberos Voluntarios. Hasta los bordes de las paredes, como la construcci�n del barrio, la nueva vida de sus habitantes, la formaci�n de una clase.
No hay estallido de color como no lo hay en los barrios obreros, hay tonos, pero estrictos. Hay un continuum del color, a lo sumo con un poco de luz al final de la calle y la mancha roja de un vestido. Son un todo y lo mismo hombres, casas y vida de obreros.
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V�ctor C�nsolo (1898-1937)
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El puerto (1930)
Aislar el paisaje, no desnaturalizarlo, eso hace el pintor. No degradarlo en el pintoresquismo. En los barrios obreros, lo pintoresco, s�lo lo ven y lo aman los ojos de la clase dominante. Su color es estricto, muy plano, a veces mon�tono como la vida de los que, aunque no se ven, viven en las casas y calles que �l pinta. Tambi�n color de la frialdad y de la permanencia. El barrio est� solo y descansando, ajeno a las angustias metaf�sicas pero cercano a una poes�a que en otros desencantados como Pacenza y March ser� vac�o y en �l es una primera despojada sobre esa soledad. �Qu� habita este paisaje? S�lo las chimeneas siguen marcando la actividad con su humo inmovilizado y esas tres siluetas lejanas dan contenido y explicaci�n al primer plano. El puerto y los barcos esperan en esa luz fr�a y fija que vuelvan los trabajadores y los dinamicen. Tambi�n har�n vibrar esos colores planos y sin espesura. Dir�a que la mayor fuente de luz es el espejo del agua donde el remolcador s�lo ha hecho un alto antes de volver al trabajo. Y el humo, el humo que nos impide olvidar que estamos mirando el paisaje del trabajo.
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La camarader�a del trabajo
P�o Collivadino (1869-1945)
La hora del almuerzo (1903)
P�o Collivadino pint� este alto en el trabajo para almorzar y dio a cada uno de sus protagonistas un papel o una clave para ver en la escena algo m�s que la celebraci�n de la camarader�a entre obreros de la construcci�n. Es un fresco del a�o en que transcurre y deja entrever la maneras diferentes en que lo viven por edad, situaci�n propia o desconocimiento, cada uno de los obreros. Es todav�a el sue�o de una Argentina hacia la opulencia del Centenario. La luz y los colores acent�an ese espejismo. S�lo una mirada ligera nos har�a quedarnos con esa impresi�n.
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Los tres obreros j�venes comen y r�en. El de la barba huele a barco y nostalgia. El que come en primer plano sosteniendo la comida con esas manos s�lidas y constructoras en las que conf�a es el que casi est� apoyado en los elementos del trabajo y mira la batea que pareciera acaba de abandonar. Hasta ah� la seguridad. Pero est�n los dos hombres del fondo. El de la pipa, el �nico que no come, habla, con la mano entreabierta que indica la explicaci�n. Le habla a un solo compa�ero como si todav�a quisiera dejar a los otros la libertad de entregarse a lo que sienten.
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Como si supiera que se empieza hablando de a uno. �Habla de una lucha que conoci� en otro continente?
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Lo cierto es que nunca nos responder� la pregunta que le hubi�ramos hecho. �Sab�a que el a�o anterior, 1902, se hab�a sancionado la Ley de residencia y su lucha se adensaba con otro golpe? ���
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El d�a a d�a del trabajo
P�o Collivadino
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Usina (h. 1914)
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En la luz imprecisa y rosada, como de primera infancia, que a�n matiza la dureza de la f�brica, los obreros caminan hacia su trabajo. Lejos hay dos, parados, sin prisa, (�capataces?) que entran un poco m�s tarde. El de la camisa blanca no lleva saco, lo que tal vez indica su juventud. No los asusta la imponencia del edificio, como si las cuatro chimeneas del final dieran seguridad. Caminan con su almuerzo en la mano �Pensar�n que caminan para asegurar la escuela del hijo, la dignidad de la comida diaria, la ropa del domingo? No hace demasiado fr�o ni es extremadamente temprano, por eso la luz del d�a no hiere. No ha cesado el resplandor de un ventanal: ha esperado que ellos durmieran algo para volver a alimentarlo.
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Tal vez a la vuelta de la esquina el guapo del barrio se iba a dormir, ignorante para siempre de la hora del trabajo, con ese mismo pa�uelo que �l llamaba lengue.�
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El cuerpo del trabajo
Eduardo S�vori (1847-1918)
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Le lever de la bonne (El despertar de la criada)
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(expuesta en 1887)
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Aunque las distintas formas del trabajo hab�an podido ser soslayadas por los due�os, no les provocaron pudor, inquietud y no les hicieron bajar los ojos, esta muchacha sentada en su cama los alter�. Cerraron los ojos en vano. Ya siempre ver�an debajo de las gorras, las blusas azules de los obreros, las pa�oletas que tapaban las formas y, en este caso, debajo del uniforme, el cuerpo de quien les serv�a la mesa. �Qu� les dec�an esas piernas fuertes y esas chinelas burdas? El interior despojado debi� tranquilizarlos; la muchacha no tiene m�s apoyo que el uniforme al pie de la cama, la vela y un remedo de mesa de luz. Hay un eco de desva�da suntuosidad en los arabescos de la alfombra desechada, con seguridad, de los pisos nobles de la casa. Y eso que S�vori transplant� una lecciones de pintura Europa ya pasadas de moda, pero a�n as� quebr� el espejo de los convencionalismos. Tambi�n se dice que pens� en poner un jarr�n pero puso el desamparo de la vela para que nadie apartara la vista de la muchacha que da rostro, por primera vez, a un oculto mundo del trabajo que d�cadas despu�s ocupar� el primer plano. ��
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Juana Bignozzi
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