el interpretador el trabajo

El arenado y Construcci�n del oasis

por An�bal Ford

Del orden de las con�feras, Norma, 2007

El arenado

Cuando a Kantor le pidieron que se encargara de la remodelaci�n de la fabrica supo que si no lo hac�a, se quedaba sin trabajo. La f�brica, una vieja forja, era como un agujero negro. Apenas se distingu�an los martinetes. Todo era negro. La observ� o estudi� con desgano mientras que con la punta del zapato raspaba el piso para ver si aparec�a algo claro, por lo menos gris, debajo de esa mugre negra y aceitosa. Aqu� hay que arenar hasta las vigas se dijo mientras miraba hacia arriba para ver si se filtraba alguna gota de sol por los vidrios altos. Y tambi�n mugrientos. Tiene que quedar un chiche, le hab�a dicho u ordenado el presidente que se hab�a molestado porque al lado de la f�brica hab�a un prost�bulo.

En la puerta estaba siempre recostado un viejo con aspecto de cafishio jubilado. Ten�a una larga cabellera gris y amarillenta, como los pocos dientes que asomaban bajo su barba de varios d�as. Estaba inm�vil. Cuando Kantor lo cruz� por la vereda, vio que en el fondo del patio se cruzaba una mujer desarreglada, casi una adolescente, con una palangana en la mano. Hura�a. S�, lo mir� hura�a. Y el viejo ah�, campaneando. Kantor registr� que estaba vivo porque adentro, o desde adentro, ven�a "Silueta Porte�a", en la grabaci�n de Pugliese, con Maciel y Montero, y el viejo segu�a el ritmo con un pie. Mov�a el pie de izquierda a derecha y viceversa, sin levantar el taco. Kantor, que record� que Maciel se hab�a muerto del coraz�n por temor a una operaci�n de apendicitis y que a Montero le hab�a dado un infarto durante el desayuno, pens�, mientras fichaba al viejo y segu�a hasta la puerta de la f�brica: "A vos tambi�n te falta un buen arenado". No hay cosa m�s dura que un cafishio en decadencia. Ni una vedette, en la misma situaci�n, produce un efecto existencial tan duro. Pinturita, que ten�a casi ochenta a�os y se paseaba por su barrio, Villa Urquiza, con sus tetas y su culo sostenidos como por un andamio, emanaba cierta alegr�a. El viejo, en cambio, que le contest� el saludo, el buenos d�as, s�lo abriendo m�s los ojos, como dici�ndole de d�nde saliste, emanaba una negrura sobre la vida m�s negra que la f�brica.

Kantor sigui�, se par� frente a la puerta de la f�brica -en su cabeza estaba ya la remodelaci�n, una f�brica no puede tener una puerta as�- y toc� el timbre. Sali� Jos� Luis que lo acompa�� para seguir estudiando la negrura. Estaba el hombre que se iba a encargar del arenado que comenz� a hablar, pero Kantor no lo escuch�. Que arene y listo. No era necesario hacer una teor�a sobre esto. Prefer�a ya imaginarse la f�brica limpia. Toda. El cemento, los revoques, las estructuras de hierro, los techos por donde revoloteaban las palomas y los gorriones, las puertas.

-�Qu� hago con los vidrios y el cabler�o?- pregunt� el tipo.

-Vuele todo. No me sirve. Creo que fui claro: simplifique. Ah� lo cort� Kantor y comenz� a caminar, separ�ndose, con Jos�. El otro se qued� parado, en medio del patio, rasc�ndose la cabeza. Kantor se dirigi� a Jos�:

-Medio ladrillo este tipo...que tire todo o que lo venda...Qu� pensaba �arenar los cables?... Mir�, prefiero que razones las cosas como si la f�brica ya estuviera limpia. Ten�s que pensar una buena parrilla para traer la electricidad, el aire comprimido, el gas...lo importante es que tengamos diversas posibilidades de lay out. Uno no sabe qu� carajo puede pasar ma�ana.

-Jogo de cintura- acot� Jos�

-S�. Hoy fabricamos selladores, pero ma�ana podemos estar fabricando forros o charangos ...vaya a saber...ya nadie construye algo para muchos a�os. Y si hay alguien que piensa o dice que lo va a hacer, miente descaradamente o es un ignorante.

-Y, son muchos...planificadores, marketineros, administradores de empresas, qu� s� yo... la gente quiere seguridad...no aguanta la incertidumbre, corregir sobre la marcha...-

- Por eso le van a romper el culo los taiwaneses, los coreanos, los japoneses...aunque lleven una vida fulera...Pero, par�, no nos desviemos ...vos empez� a hacer el crono, un pert, un gann...lo que quieras...- Mientras conversaban hab�an llegado al edificio de la caldera, que estaba aparte, a un costado del edificio central de la f�brica. En medio del polvo, las telara�as, los recortes de chapa, con los vac�os dejados por los diferentes troqueles, acumulados o mejor dicho tirados sin ning�n orden, Kantor percibi� algo extra�o. Mir� hacia abajo de la caldera, muerta y descascarada, que estaba apoyada en dos paredones, y se le vino primero un gru�ido y despu�s unos dientes brillosos, amenazantes en medio de la penumbra que poco a poco se iba haciendo legible.� Los vidrios del galp�n de la caldera ten�an d�cadas de mugre. Seguro que si lo somet�an a la prueba de carbono 14, ten�an mugre anterior a la revoluci�n del 43.

-Mir� d�nde vino a parir esta gata- dijo Jos�

-Ya se va a ir- dijo Kantor mientras le tiraba un recorte de chapa, con el mismo movimiento de mano con que se tiran figuritas o se hacen sapitos. La gata se irgui� y salt� al lomo de la caldera y de ah� a una ventana rota por donde se escurri� eludiendo los filos con sabidur�a mientras los gatitos se levantaban desorientados, caminando inseguros.

-Parece que no es muy buena madre- dijo Jos�.

-Che, �aqu� no hay luz?- le pregunt� Kantor mientras frunc�a los ojos para estudiar bien la caldera.

A los dos d�as Kantor se fue a caminar por el barrio. Compr� cigarrillos en un kiosco que ten�a una reja m�s gruesa que las de Villa Devoto. Detr�s del kiosquero se ve�a un comedor en la penumbra y un aparato de televisi�n prendido. Sigui� caminado. La calle ten�a un pedazo de asfalto precario, de esos que se hacen antes de una elecci�n y despu�s, tierra rojiza arcillosa. Si llueve hay que venir por aqu� con una 4 x 4, pens� Kantor mientras se cruzaba cada tanto con barras de muchachos que conversaban tirados en la calle, a la sombra, a veces con alg�n tetrabrick o una cerveza que iban rotando lentamente. Lo miraron con indiferencia. Era martes.

Cuando volvi� a la f�brica se sent� con Jos� en la vereda de enfrente de la f�brica. A sus espaldas ten�an un desarmadero de autom�viles, camiones, �mnibus, en parte amontonado y en parte ya clasificado por repuestos. Recostados en la vereda observaban y estudiaban el frente de la f�brica. Y estaban en esto cuando pas� un viejito, con pinta de coya o de boliviano y se par� frente a ellos.

-�Van a hacer una f�brica?- les pregunt�

-En eso estamos, don- le contest� Kantor

-Dios bendiga a los patroncitos...con la falta que hace tener trabajo- Mir� de nuevo la f�brica, atr�s se ve�a el polvo que levantaba el arenado, salud� y sigui� su camino.

-Mir� como ser� la mishiadura que estos extra�an a Adam Smith - le dijo Kantor a Jos�, que hab�a tenido sus a�os de sociolog�a.�

-Pero vos quer�s hacer la f�brica...-razon� Jos�.

-S�, de pura bronca ...no me resigno a que los milicos y Mart�nez de Hoz nos hagan de goma...no s�...por ah� me hago ilusiones... soy un industrialista, Jos�...dale vueltas a tus a�os de marxismo...pero vos sab�s que cuando la gente necesita trabajo, lo necesita...

Desde los techos de la f�brica, cuyas chapas hab�a que cambiar en m�s de un cincuenta por ciento porque el agua entraba a chorros, como los p�jaros, se divisaba la ruta , el desarmadero, y la villa que estaba al lado y que hab�a crecido en lo que antiguamente hab�a sido una calle de tierra. Despu�s de revisar los desag�es, carcomidos por el barro a�reo, Kantor se par� en la medianera que lindaba con la villa. Se ve�a que hab�a crecido en corredor, en forma de laberinto. Techos de chapas sostenidos con ladrillos o fierros tra�dos del desarmadero, maderas de embalaje, cartones prensados, alguna ventana que quer�a ser coqueta y patios de tierra- en uno de ellos dos chicos jugaban con un triciclo-, huertitas. Se abri� una puerta de una casilla que estaba cerca de la medianera y sali� una mujer desnuda que se tap� r�pidamente los senos con una toalla cortita, cruz� por debajo ropa tendida y se meti� en la casa de madera. M�s atr�s un viejo tomaba mate, se ve�a que viv�a solo, mirando fijamente el piso.

-El presidente quiere volar la villa- dijo Jos�

-Eso no es cosa m�a, si le tiene miedo a los negros, que se la banque- le contest� Kantor.

-Los odia- acot� Jos�.

-Es lo mismo... no hay odio m�s jodido que el que se apoya en el temor...de cualquier manera Jos�, no me importa ...por ah� quiere tambi�n volar el desarmadero y poner un Rosedal...o transformar el prost�bulo en la Escuela del Sol...Viejo, esto es una f�brica.-� Jos� se ri� y fij� su vista en el plano deste�ido, copiado con amon�aco. Abajo, entre la f�brica y la medianera, hab�a un largo pasillo no cubierto que en uno de sus costados ten�a una larga fila de casilleros de hierro, seguramente para guardar moldes o matrices que Kantor y Jos� hab�an resuelto mantener. No estaba claro para clasificar u ordenar qu�, pero siempre hay algo que clasificar. Adem�s, el presidente amaba el orden.

-Y si no sirve ponemos un gallinero- le hab�a dicho Kantor a Jos�

-Nunca va a faltar alguien que junte los huevos- agreg� Jos� mientras anotaba sobre el plano las indicaciones para cerrar el pasillo y dise�ar un sistema de seguridad para la medianera que daba con la villa.�����

Me apasionan los desarmaderos, pens� Kantor. Tal vez algunos lo vean como el destino final de los autos robados. O de los accidentes cruentos. Era evidente que ese Taunus que estaba sobre la plancha, esperando ser desarmado hab�a sufrido un choque terrible. Tal vez estuviera la sangre estampada en su butacas o en su parabrisas. Pero lo que ve�a Kantor no era eso. No era la mugre de la muerte. Era cierta historia. Qu� caminos hab�a recorrido ese cami�n International cuya trompa estaba ah�, todav�a presente.

Porque tambi�n hab�a en el desarmadero fragmentos de cosechadoras, calderas, m�quinas herramientas que tal vez hab�an sido no s�lo el trabajo sino el sost�n, la bronca y el laburo de la clase obrera cuando esta todav�a exist�a. Algo le llam� particularmente la atenci�n. Estaba oxidado, y arrinconado en una zona de materiales inclasificables. Era, lo reconoci�, un torno alem�n... Se imagin� la sutileza y el amor con que alg�n tipo lo manejaba y se dijo ah� mismo: me estoy poniendo nost�lgico, melanc�lico. Voy a hacer la f�brica.

Esto fue hasta cuando apareci� el asunto de los pliegos. Jos� los manejaba bien, pero cuando comenzaron a ser controlados por administraci�n, ya Kantor se sinti� totalmente molesto. A �l le gustaba hacer, no mirar c�mo los otros hacen. No ten�a pasta de auditor. Odiaba los papeles. El autismo administrativo. La vida no tiene nada de coincidencia de n�meros. Justo es lo contrario. Se alimenta del desorden.

-Jos�, encargate vos, haceme esa gauchada- le dijo- yo me voy al techo.

-Ya lo revisamos-

-S�, pero a m� me gusta andar por los techos...- Jos� se ri�. Le dijo:

-Est�s loco...me voy a ver c�mo va el arenado- El ruido o el polvo sal�an por las ventanas desmontadas de la antigua forja.

Kantor subi� a la terraza. Cruz� una azotea sin barandas y se trep� a las chapas de zinc inclinadas en dos aguas. Primero se rasp� las suelas contra el cemento. No era bueno patinar sobre las chapas cubiertas de musgo. Pod�a estrellarse o aterrizar en la villa o en el techo de la caldera. En el fondo ser�a una muerte digna. Mejor que volverse ciego analizando los pliegos de obra. Mientras pensaba esto, comenz� a caminar sobre las chapas que cruj�an bajo su peso. Busc� con cuidado pisar sobre los clavos que indicaban la ubicaci�n de las vigas. Es la mejor manera de caminar sobre un techo de zinc, no por el propio cuidado sino para no arruinar las chapas. Como todo, el zinc se corrompe con el tiempo. Se puede transformar en una cascarita filosa y mugrienta.

Kantor fue regulando su caminar- el cuerpo a veces aprende r�pido- por el techo hasta que lleg� a la parte de atr�s. Desde ah� se ve�a el caser�o pobre, el galp�n de materiales que estaba en la otra esquina. Hasta pudo divisar al tipo que sobre la ruta vend�a salamandras hechas con los recortes de chapa que ya hab�an sido troqueladas. Una prueba de como el descarte, la basura, el scrab, pueden terminar transform�ndose en calor de hogar. Volvi� sobre sus pasos mientras cantaba "dame un abrazo mi dulce esposa y al calorcito del dulce hogar..." y se par� en la punta, en el horc�n que daba sobre el patio central. Desde ah� lo vio a Jos� que estaba hablando con el especialista en arenado.

-Jos�- le grit�- El otro se sorprendi�

-�Qu� hac�s ah� arriba...? Te vas a reventar.

-Domino el mundo- desde esa altura se ve�a diferente a Jos� y al arenador. A este se le ve�a mejor la calvicie incipiente.

-No jodas, que ten�s que firmar los pliegos-

-�Los arenaste ya?

- No seas hinchapelotas, baj�?-

-Se me ocurri� una idea...-

-�Qu�?

-Pintar todo el techo de blanco y dibujarle una gran cruz roja.

-�Para qu� mierda?

-Para que no nos bombardeen...pedile al pelado ese que te haga un presupuesto- El arenador lo mir� sorprendido a Kantor. Se trag� la broca. Quer�a cobrar. Kantor s�lo se dirig�a a Jos� como si el otro no existiera. Y agreg�:

-Decile que no nos afane porque es para defender no s�lo la industria nacional sino la patria...-

-Kantor, no jod�s m�s que tenemos que trabajar sobre el lay out...-

-�Qu�?

-El lay out

-Se� acab� el lay out ... ya no hay m�s lay out...dedicate al scrab- Ah� Kantor se dej� resbalar por el zinc y salt� justo sobre la azotea cuando se ven�a encima el suelo de la villa. Corri� por la terraza, sigu�� por la escalera, sali� al patio y se junto con Jos� y con el arenador que lo miraba asombrado. Por primera vez se dirigi� a este:

-Hay en una revista , no s� si se llama Flash, donde hay buenas ofertas y m�todos para evitar la ca�da del cabello...ahora siga con sus cosas que tengo que hablar con Jos�- El tipo balbuce�:

-Perd�neme se�or, pero...

-Est� perdonado, pero ahora siga con lo suyo...estoy muy ocupado �me entiende?- El arenador se fue sacudiendo la cabeza.

-�Me dec�s qu� te pasa?- le pregunt� Jos� y agreg�: tenemos que terminar de resolver el lay-out, controlar los pliegos, nos van a tirar la bronca en administraci�n...

-Tranquilo Jos�...primero conseguime que este te pase el presupuesto de la pintura del techo. Y busc� otros. Quiero un techo muy blanco y con una buena cruz roja...bien grande...yo s� por qu� te lo digo.

-Mir�, me parece una locura lo que est�s diciendo...adem�s qui�n respeta hoy esas marcas o s�mbolos , muchos las consideran meros camouflages ... la guerra del 14 pas� hace muchos a�os...pero adem�s no s� por qu� estamos hablando de estas cosas...me volv�s loco, tenemos que controlar los pliegos...- Kantor lo escuch� en silencio, sin inmutarse. Esper� un rato. Vio una chapita en el suelo, hizo punter�a y la pate� de chanfle hacia la entrada de la f�brica. Despu�s lo volvi� a encarar a Jos� y le pregunt�:

-�Che, no viste si la gata volvi� a la caldera?-

-�Que quer�s ?�que cuide a la gata?...

- No te enchinches.. Voy a salir un rato

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Kantor sali� silbando y a la cuadra se par� frente viejo del prost�bulo.

-Buenas, don

-Buenas?

-�Cu�nto cobran?- lo encar� directamente. El viejo lo mir� de arriba abajo, y despu�s con un tono desganado le dijo:

- Las pibas de las dos primeras habitaciones 30, la Soraya que est� en la habitaci�n del fondo 90?es especial?

-�Y no tiene nada por 150?- pens� que el viejo se iba sentir descolocado pero le respondi� preciso, con oficio:

-S�, pero con dos. Soraya y otra se�orita que vive cerca?

-Est� bien - le dijo Kantor ?acepto.

�El viejo gir� la cabeza hacia la casa y grit�:

- Adela ?Adela ?llamala rajando a la Flori ?decile� que se la lave y venga r�pido que aqu� hay un caballero? Es para un servicio especial, decile- Y despu�s dirigi�ndose a Kantor, le� indic� con cortes�a:

-Pase, pase, es la habitaci�n del fondo?la de la puerta roja?ya llega la Flori?���

���� Kantor despu�s de mirar hacia la f�brica, viendo c�mo se levantaba con fuerza la polvadera del arenado, encar� el pasillo.

La construcci�n del oasis

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Del lloradero al campamento habr� unos trescientos metros y del campamento al puesto unos cien. La presencia de �ste se�alaba que ya alguien le hab�a ganado a la isohieta de los doscientos mil�metros aprovechando el agua que m�s arriba surg�a trabajosamente de la tierra. En zona de menos de un habitante cada diez kil�metros cuadrados Est�vez hab�a construido el puesto, la casa de piedra y adobe, hab�a plantado �lamos que crecieron doblados por el viento, hecho una huerta. Tambi�n se hab�a tra�do a esa zona de jabal�es y pumas un pavo real que sol�a contonearse entre los frutales.

Con los a�os su presencia hizo que le instalaran sobre una de las piezas que daba al patio, techado con una parra, un escudo nacional que abajo dec�a: Registro Civil.

La foto muestra a los ocho hombres en torno a la mesa, debajo de los sauces que dan sombra al campamento. Est�n: Cabrera, ge�logo, jefe del grupo; el capataz de la perforadora, Juan Mac�as, con sus dos ayudantes, Eusebio, el Cabez�n, y Ra�l. Junto a ellos est�n los tres hombres que ese d�a llegaron levantando polvo desde el oeste, cruzando el desierto que est� del otro lado del Nevado: Rodr�guez, cargado de c�maras y grabadores; Capurro, el hombre de la repartici�n provincial que le serv�a de gu�a y Hansen, vendedor de selladores que en el dique hab�a abandonado su itinerario para seguir con ellos. El octavo hombre es Sosa, un vecino que cruz� ese d�a el campamento rumbo al registro civil para anotar a su quinto hijo y al cual el Cabez�n hab�a invitado a participar del corderito para festejar el acontecimiento.

La foto la sac� Rodr�guez con el autom�tico. Ubic� la c�mara arriba de un tambor y se vino corriendo hacia la mesa. Ah� se quedaron los ocho, esperando el disparo. Rodr�guez se zambull� justo en el momento en que Ra�l dec�a che Cabez�n no te r�as que me vas a tapar con los dientes y no voy a salir en la foto, y a�n tuvo tiempo de levantar la copa para brindar por Sosa y su quinto hijo. Ah� la m�quina hizo tick. Todos salieron con las copas dirigidas hacia el vecino, en primer t�rmino el Cabez�n, sentado y haciendo equilibrio sobre una damajuana.

Como todos los cursos de agua que cruzan o cruzaban los desiertos de la Argentina mediterr�nea el hilito sobre el cual se hab�a instalado el campamento hab�a sido trajinado. Ven�a de las monta�as en forma subterr�nea, retenido y filtrado por la capa de basalto que lo comenzaba a devolver a la superficie trescientos metros m�s arriba. Ah� el lloradero formaba ese flaco arroyo que, con el curso de los siglos, hab�a generado una hilera de sauces en medio de las arenas y las piedras.

Paradero de ranqueles y aun de pueblos prearaucanos, cruzado por alg�n destacamento de la columna de Aldao en 1833 y con toda seguridad, por el Sargento Mayor Lucas C�rdoba, hombre de la divisi�n de Uriburu en la campa�a de 1879, el lloradero comenz� a aparecer en el mapa de Olascoaga con el nombre de Lagunita. Se dice que m�s tarde lo pobl� un capit�n de choiqueros, baqueano del general Ortega y que algunas familias lo transitaron hacia fines de siglo hasta que cay� ah� Est�vez y se propuso aprovechar sus escasas aguas. La pared de sauces y �lamos protegi� entonces la casa y la quinta, poblada ahora de frutales y verduras y en medio de la cual revoloteaba y abr�a su cola el pavo real.

Est�vez ya no estaba, aunque s� alguna memoria de su lucha contra el aislamiento y la erosi�n. Esa memoria era guardada por su hija, la se�orita Est�vez, do�a Matilde, en la penumbra de cuyo comedor estaba, la ma�ana del almuerzo que se menciona, el viejo Sa�l Far�as. Sentado, el sombrero entre las manos, su voz sonaba despaciosa y quebrada entre los almanaques, los banderines y los retratos de marco ovalado y resplandeciente.

El viejo, que hac�a cuatro meses que no ca�a por el registro civil, fue mostrando, entre los bien articulados lugares comunes que fueron d�ndole sustancia a esa conversaci�n, cierto fastidio, cierta irritaci�n por todo: la instalaci�n del campamento y de la perforadora que esa misma ma�ana hab�a descubierto, los doce hijos dispersos, el precio de la yerba o de las pilas para la radio de segunda que el a�o anterior le hab�a regalado Capurro en otra de sus giras.

Aqu� el agua se consigue a pico y pala ?dijo?. As� me hizo el pozo Mendiz�bal, sesenta y cinco metros a pico y pala, se aguant� tres derrumbes...

La se�orita Est�vez, do�a Matilde, lo acompa�aba con parsimonia, rest�ndole importancia a las protestas. Por debajo le preocupaba la soledad del viejo, sus cada vez m�s espaciadas visitas al registro. (El cad�ver de don Leopoldo lo hab�a descubierto un viajante cinco meses despu�s de su muerte.)

?Don Far�as, le voy a servir un vaso de vino ?dijo cuando se hizo una pausa.

El viejo se qued� en silencio mientras do�a Matilde cruzaba el comedor para buscar la botella. Despu�s se movi� en la silla como queriendo decir algo y cuando ella le dio la espalda para buscar el vaso en el armario, se anim�:

?�Do�a Matilde!

?�Qu�, don?

?�No me pondr�a el disco?

?�Cu�l?

?Ese, el de D'Arienzo.

?�Mandria?

Don Sa�l hizo un gesto afirmativo con la cabeza.

?Y qu� hiciste cuando escuchaste la m�sica ?le pregunt� el Cabez�n a Sosa ya sobre el final del almuerzo.

?Y... me qued� en el patio, esperando que terminara... despu�s, cuando termin�, golpe� las manos para que do�a Matilde me atendiera y me anotara al hijo en el registro... adentro estaba don Sa�l que me pregunt� por mi padre...

?�Su padre vive con usted?

?No, muri� hace ya doce a�os.

?No son tantos los que vienen a anotar los hijos ?acot� Mac�as, y agreg�: ?mucho camino...

?Yo s�. Mi finado padre me dec�a: hay que anotar los hijos, hay que tener los papeles... Sosa se pon�a colorado cuando hablaba. Se notaba f�cil que una conversaci�n no era cosa frecuente para �l y que gozaba la invitaci�n y el tratarse con la gente del campamento y con la que ven�a de gira.

Ra�l hizo correr otra vuelta de vino. Cabrera se estir�.

?Muchachos ?dijo? son las dos, hay que comenzar con el bombeo... a sacar el agua que ahora viene la hora de la verdad...

?�Vamos!... �Flor de dique le vamos a hacer a do�a Matilde!

?�Como el Nihuil!

?�No, m�s grande!

?Como esta cacerola...

?Pero sin manija...

?S�, si sale agua...

?Y va a salir, che...

?Y, �para qu� quer�s tanta agua?

?Pa que te ba�es, Cabez�n, ya no te aguanto el perfume.

?No jodai, che, qu� van a pensar los se�ores...

Los hombres se levantaron y comenzaron a caminar hacia la m�quina. A la ma�ana hab�an terminado la perforaci�n y antes de almorzar hab�an descamisado y limpiado la m�quina. A la tarde deb�a comenzar el ensayo de bombeo para ver si del subalveo ven�a la cantidad de agua suficiente como para retenerla con una pantalla, juntarla con la del arroyito y formar un peque�o embalse. De la cantidad de agua depend�a la construcci�n del oasis, la posibilidad de sumar algunas casas a la de la se�orita Est�vez y formar as� un peque�o centro donde se juntaran algunos servicios para la gente dispersa.

Despu�s del almuerzo, el pampero, que ten�a su origen ah� cerca, hacia el sudoeste, comenz� a soplar con fuerza. Barr�a las piedritas. Sosa se despidi� y mont�, dispuesto a encarar las cuatro leguas que lo separaban de su puesto. Los muchachos comenzaron a tratar de poner en funcionamiento la bomba mientras Rodr�guez les sacaba fotos.

?No se despeine don Mac�as que es para la tapa de una revista ?le grit� Ra�l al capataz en medio de los sacudones del viento.

Capurro y Hansen hab�an ido hasta el lloradero. Despu�s de recorrer el lecho de piedra de donde brotaban los hilos de agua, se internaron en un montecito de sauces crecidos a su margen. Capurro se puso a escarbar la tierra con cuidado, buscando alg�n vestigio de los antiguos asentamientos ind�genas.

?Por aqu� anduvieron los gununakune, los primeros pehuenches, los mapuches... tal vez haya sido tolder�a estable ?afirm� mientras remov�a la tierra.

?Me suena muy extra�o todo eso ?dijo Hansen.

?S�, no es tan claro como andar vendiendo selladores...

?No crea, tampoco s� a veces por qu� hago tantos kil�metros.

Capurro que segu�a escarbando de cuclillas, se dio vuelta y lo mir�:

?�Por qu�? �No le gusta lo que hace?

?No s�, cuando aprieto el acelerador, cuando voy de pueblo en pueblo recorriendo distribuidores y ferreter�as, recogiendo pedidos, controlando, viendo si me respetan los exhibidores, no me hago muchas preguntas.

?�Nada en el camino?

?Tal vez... alguna hembra tranquila en una confiter�a o en alg�n peringund�n, alguna que sepa tratar a los hombres que andan de paso.

Capurro se volvi� a concentrar en la b�squeda, cuidadosamente. Hansen quiso o necesit� retomar el di�logo:

?Y para usted todo esto es muy importante, �no?

?�Qu� es esto?

?No s�, ver qu� dejaron los indios, ver si pueden hacer crecer el oasis, andar discutiendo el asunto �se del agua...

?Yo soy de aqu� ?Capurro forz� la voz. El viento sacud�a cada vez m�s fuerte los sauces, entraba y sal�a silbando del montecito.

?S�, pero aqu� no hay nadie... si en un barrio chico de la Capital hay m�s gente que en toda su provincia...

?Mire ?le dijo Capurro medio irritado? esta quinta es tanto m�a como suya... Tal vez yo se la est� cuidando para cuando vengan los leones �me entiende?

Hansen no entendi�, pero contest� afirmativamente.

Polvadera tras polvareda el viento comenz� a presentarse cada vez m�s fuerte y fr�o. Aplastaba los �rboles y hac�a volar las ramas y el pedregullo. Rodr�guez, que estaba sacando fotos, colg� las m�quinas de unos fierros y se subi� a la perforadora para dar una mano. La bomba se descebaba continuamente. Mac�as le echaba agua con un tachito pero el agua, empujada por el viento, se cortaba en noventa grados hacia afuera antes de entrar en el ca�o. Casi una hora tardaron en hacer que el chorro comenzara a fluir regularmente.

?En cinco horas, si las cosas van bien, vamos a saber si se puede extraer el agua suficiente para hacer el diquecito ?coment� Cabrera.

?Lo que es suficiente es este viento ?grit� Ra�l. Estaba totalmente empapado y con la tierra pegada al cuerpo.

?Andate a la casilla si quer�s...

?Oiga, esta pelea es tambi�n para m�... no s�lo es cosa de ge�logos sino tambi�n de obreros perforistos.

?No te enojes, Negro.

Poco despu�s, cuando vio que el flujo de agua se manten�a regular, Cabrera orden� volver:

?Basta ahora que vigilemos cada media hora, la m�quina ya no se va a parar, a registrar y esperar. Vamos a la casilla.

De vuelta al lloradero, Hansen y Capurro se hab�an plegado.

?�Me presenta a do�a Matilde? ?le dijo Rodr�guez a Capurro y agreg� dirigi�ndose a Cabrera: ?A la vuelta hacemos la grabaci�n.

?Lo espero en la casilla.

Los hombres se dirigieron hacia el Registro. Cuando cruzaron la tranquera el viento pareci� apaciguarse, frenado por los �rboles que cincuenta a�os antes hab�a plantado Est�vez. El pavo real forz� la marcha entre los durazneros de la quinta cuando los vio entrar.

Cabrera estaba impaciente. Interrumpi� dos veces la grabaci�n para ir a medir el caudal de agua que extra�a la bomba. Cada vez, agachaba la cabeza para enfrentar el viento que parec�a querer arrancar la puerta de la casilla.

Los datos que enunciaba frente al grabador de Rodr�guez eran precisos. Afuera el viento segu�a soplando con violencia, por momentos a m�s de cien kil�metros por hora. Los sauces daban ramalazos contra la casilla que se balanceaba sobre sus ruedas. Sentados sobre una cama, Ra�l y el Cabez�n hac�an correr el mate. A veces sal�a alguno para ver c�mo iba el ensayo de bombeo.

Cabrera atajaba las preguntas de Rodr�guez y las devolv�a con precisi�n. L�piz en mano explicaba la geolog�a del desierto, hac�a el an�lisis de las posibles reservas de agua subterr�nea (se le da demasiada importancia al agua superficial, dijo en cierto momento), repasaba las distorsiones ecol�gicas producidas o toleradas por los gobiernos. En alg�n momento se remont� a Sarmiento y a viejas peleas por el agua que estaban en la ra�z de los alzamientos de los pueblos despojados contra los de aguas arriba.

?Como el trazado del ferrocarril, las aguas las manejaron los m�s fuertes... ?dijo mientras prend�a otro cigarrillo.

?Tampoco se llev� muy bien el ferrocarril con las aguadas.

?No. Gran parte del pa�s anterior, pensado sobre los r�os, qued� marginado, y hubo que comenzar de nuevo... por eso no falt� quien, en pleno auge del ferrocarril, defendiera un pa�s de comunicaci�n fluvial...

?Nos fuimos un poco lejos, aqu� el agua hay que conseguirla de abajo.

?S�, con la m�quina y el pocero... y la gente todav�a le tiene m�s confianza al pocero...

?�Y usted?

?Yo quiero mucho a la m�quina... �stos dicen que es mi novia... pero tambi�n quiero a los poceros... siempre los tengo aqu�, en la cabeza... Mire, yo una vez baj� a un pozo, sentado en el catre. A los diez metros quer�a volverme, pero me las tuve que aguantar, si no las cargadas no hubieran terminado nunca... la cargada hubiese empezado a caminar geogr�ficamente y me hubiese perseguido hasta que mis nietos tuvieran bigotes... Entonces me las aguant�... claro, s�lo baj� veinte metros. No s� lo que sentir� el pocero cuando est� a sesenta, u ochenta metros, iluminado con el espejo desde la boca del pozo, esquivando los terrones y las alima�as, sintiendo c�mo comienza a faltar el aire, c�mo cada golpe atrofia la audici�n...

?S�, pero hay un momento en que encuentra el agua...

?No siempre, la tierra es dif�cil... No lejos de aqu�, un pozo se llev� al pocero y a sus tres hijos varones... tuvieron que taparlo... un pozo de noventa metros... calcule la tierra que hab�a sacado el hombre... noventa metros y un di�metro de m�s de un metro y medio.

La grabaci�n dur� casi una hora. De pronto sinti� Apag� el grabador. S�lo val�a la pena esperar con los dem�s hombres el resultado del bombeo.

Ra�l puso la radio. "Se avisa a Isabel S�nchez, de El Retorno, que su hermana est� enferma. Que trate de viajar a Malarg�e inmediatamente". "Se avisa a Juan Benav�dez que su padre viajar� el quince del corriente mes, que lo espere en el cruce".

Cabrera fumaba.

El Cabez�n dijo:

?Voy a ver c�mo va la cosa. ?Se puso la campera y sali�. Al rato volvi�, medio ahogado por el viento.

?Algo avanz�, pero falta... est� soplando fuerte, el viento me sostiene, debe andar por los cien.

?Si te sostiene a vos debe andar por los trescientos ?coment� Mac�as largando la carcajada.

Capurro le alcanz� el mate al Cabez�n que lo tom� de un solo trago. Los ramalazos de los sauces castigaban la casilla que a veces se balanceaba chirriando. Y fue en ese momento, en que la luz de la tarde comenzaba a apagarse, que Hansen dijo:

?Vengan, vengan, miren ah�.

Los hombres se acercaron a las dos ventanitas que ten�a la casilla.

Entre los sauces que se sacud�an, la polvareda, las piedritas que volaban al ras de la tierra, volv�a don Sa�l del Registro y tomaba el camino que comenzaba a separarse del arroyito para perderse en el desierto. El viejo avanzaba impert�rrito, con la cabeza enfrentada al viento, al tranco, sin molestias. Lo extraordinario era que el temporal no le azotaba el sombrero ni le agitaba el pa�uelo.

An�bal Ford

el interpretador acerca del autor

An�bal Ford

Es Profesor en Letras egresado de la UBA, escritor, investigador y periodista. En la actualidad, es Profesor Consulto de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA. Fue Profesor Titular de Introducci�n a la Literatura en Filosof�a y Letras en 1973, jefe de redacci�n de la revista Crisis y form� parte de los equipos originarios de Eudeba y del Centro Editor de Am�rica Latina. Tambi�n fue el primer director designado por elecciones de la Carrera de Ciencias de la Comunicaci�n (Facultad de Ciencias Sociales, U.B.A.) y el primer director, por concurso, de la nueva Maestr�a en Comunicaci�n y Cultura de la misma Facultad. Forma parte de la comisi�n directiva de la Maestr�a en An�lisis del Discurso en la Facultad de Filosof�a y Letras (U.B.A.)� y es investigador del Instituto Gino Germani.

Actualmente trabaja junto con el antrop�logo Carlos Masotta en un libro sobre el Faro del Fin del Mundo (a donde ya ha viajado varias veces); y en un texto sobre la navegaci�n del r�o Santa Cruz que realiz� en diciembre de 1993, en una embarcaci�n sin motor,� reproduciendo el itinerario de Darwin y Fitz Roy. Tambi�n est� al frente de un nuevo proyecto on line, la revista de comunicaci�n y cultura

http://www.revistaalambre.com

Su �ltimo libro de relatos publicado es Del orden de las con�feras (2007)

Publicaciones en el interpretador:

N�mero 33: mayo 2008 - Curac� (el r�o)

N�mero 33: mayo 2008 - Galer�a de im�genes

Direcci�n y dise�o: Juan Diego Incardona
Consejo editorial: Diego Cousido, In�s de Mendon�a, Cecilia Eraso, Juan Pablo Lafosse, Malena Rey
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Im�genes de ilustraci�n:

Margen inferior: Daniel Santoro, Lucha de clases.