Hay escritores que necesitan tener un final. Antes de empezar, por ejemplo, a escribir un cuento, ya tienen el final, si no tal vez no pudieran ni iniciar su escritura. No es mi caso. Hay personas que también, antes de emprender algún proyecto, viaje o aventura, necesitan la certeza del final, saber de antemano cómo acabará todo eso. Tampoco es mi caso. Mi llegada a Madrid es como un cuento abierto: empecé a escribirlo con todas mis energías, dejé atrás todo lo demás y me lancé, casi con los ojos cerrados y sin final. De pronto me encontré durmiendo en una habitación desconocida y prestada, preguntando qué coño (sic.) significaba tal o cual cosa, contando cada euro antes de sacarlo del bolsillo, presentándome a un montón de gente desconocida, explicándoles quién era yo y a qué había venido, caminado y caminado.
Sentado en la aerosilla, con las piernas temblando sobre la tabla de snowboard, me sorprendí acordándome de ese último viaje al verano de mar del plata en el mes de enero. Comiendo tapas con mi amigo y tutor en el mesón de cruz del rayo (línea 2 con dirección a ventas, combinación en príncipe de vergara con dirección a herrera oria, bajando en cruz del rayo), me trasladé mentalmente a aquellos asados porteños que anunciaban mi despedida. Mientras contemplaba el eclipse de luna el sábado a la noche en la gran vía, caí en la cuenta de que era como estar en cualquier avenida de Buenos Aires, daba igual: unos chilenos que conocí, que los hay muchos en Madrid, dicen que ambas ciudades se parecen mucho, y estoy de acuerdo, aunque muchos porteños la asocien más con Barcelona. Aquel otro sábado en el vicente calderón (estadio del atlético de madrid), gritando un gol del niño torres, fue casi como estar en el nuevo gasómetro, en la platea sur, abrazándome con mi compañero de cancha. Pero recién cuando vi a ese oficinista trajeado que me miraba desde una ventana de oficina mientras hablaba por su teléfono celular, a mí precisamente, que estaba purificándome en el jardín de la fundación ortega y gasset (calle de alcalá hasta cibeles, a la izquierda por paseo de recoletos hasta plaza colón, siguiendo derecho por paseo la castellana hasta paseo eduardo dato, a la izquierda hasta la calle fortuny), con mi sobretodo y mi morral, desayunando y leyendo una novela, sin ningún apuro ni preocupación ni corbata, me di cuenta de que el cuento comenzaba a gustarme.
Estoy buscando una habitación. Algo barato y sin demasiadas pretensiones, cerca de puerta del sol, de plaza mayor, bien céntrico, para moverme caminando o en subte. Las líneas de subte ya se me han hecho familiares, a mí, que en Buenos Aires tomaba uno cada muerte de obispo. Acá camino y camino y otras veces me meto ahí abajo, en ese mundo paralelo que da para tantas historias (o cartas). Lo más llamativo es toda la gente que lee, la mayoría va leyendo, libros, revistas, diarios, panfletos, lo que sea, la gente lee sin parar (sostiene la civilización) y yo también. El otro día lo comentábamos con un colega argentino, acá se lee mucho más y eso de alguna manera debería favorecernos, o no. Las habitaciones que vi hasta ahora dejan bastante que desear, muchos requisitos y pocas comodidades. Mi colega dice que en Madrid todo el mundo está siempre buscando piso y trabajo y, cuando me mostró su novela sin editar, abrí una página al azar y me encontré con esa misma frase: son las desventajas de conocer al autor, me dijo. Mi amigo y tutor me pregunta, de tanto en tanto y sutilmente, cómo va lo del piso. Le cuento las novedades y asegura que de su casa nunca me va a echar, pero que en poco tiempo necesita pintar la habitación para la llegada del bebé, a fines de abril. Le digo que no se preocupe, que no va a hacer falta que me eche, y los dos reímos, entre nerviosos y aliviados. Mi colega, que vive al sur de la ciudad (línea 5 hasta el final, estación casa de campo, cerca de aluche, caminando unos 20 minutos entre parques desde la boca del subte) me ofreció una habitación, pero es un poco chica y alejada, sobre todo para volver a la noche. Seguiré buscando, ya veremos.
Un amigo me dijo una vez que él creía que para ser un buen escritor había que estar casado. No lo entendí. Yo creo que para ser escritor (bueno o malo) hay que fumar, aunque tampoco entiendo bien por qué. Pero sigo fumando sin parar. Estoy purificándome. Acá la gente lee y fuma sin parar.
Mi amigo y tutor, entre un cuba libre y otro me dijo: si venís escapándote de esa puta oficina que te tenía loco, encerrado todo el día, que no te dejaba escribir, aprovechá y buscáte un curro (trabajo) que apunte más a lo que te gusta, no te metas de nuevo en lo mismo. Tiene razón. Me ofrecieron una pasantía en una oficina, hacer prácticamente lo mismo, empezando de abajo, sin matrícula y en forma no rentada (al menos al principio). Dije que los llamaría. No los llamé.
La guita se vuela, todo se multiplica por cuatro. Intento dejar de pensar en pesos pero se me hace difícil. Hay que pensar en euros, dicen los argentos que viven acá. Claro, si ganás en euros, pero la plata que traje yo la gané en pesos papá. Entonces estiro y estiro. Encontré un lugar donde desayuno por 1,25, almuerzo por 3,10 en el museo del jamón y a la noche siempre cenamos algo barato de supermercado. Cuido cada centavo pero no me siento pobre en lo más mínimo. Es que no necesito nada.
Empecé a conocer gente más literaria. Hace unos diez días fuimos a comer un asado a lo del hermano de un amigo que se dedica a traer carne argentina. El pibe alquila habitaciones pero tiene la casa llena, una lástima. Me ofreció conectarme con otro argento que hace una revista muy interesante que se llama intramuros, que en su último número (que me regaló) trae una reseña de la antología de poesía de césar mermet y una entrevista al amigo pedro mairal, uno de los compiladores. Y había en el asado un colombiano presumido y snob, que decía ser poeta y se ufanaba de haber vendido más de dos mil ejemplares de su libro de poesía (algo que, en cualquier parte del mundo, resulta a lo menos dudoso), además de haber sido incluido en una antología de los mejores cien poetas hispanoamericanos de la historia, o algo así, es que enseguida dejé de escucharlo. Al rato, repreguntado, sí alcancé a oír que afirmaba haber vendido más de mil ejemplares (mil menos que antes). En fin, un charlatán. Le ofrecí cambiar su libro por el mío y contestó con evasivas. Bueno, te lo compro, le dije. Ehhh, no lo tengo a mano, voy a hablar con la editorial. Decíme dónde se consigue si no, insistí. Es que está agotado, respondió.
El viernes pasado me encontré con mi colega al sur de la ciudad. El tipo ganó varios premios con sus cuentos, una mención importante con su novela inédita (y varias ofertas para publicarla), tiene una agente literaria, escribe críticas de cine, está enfocado y con muchas pilas. No leí nada suyo hasta ahora, pero no faltará oportunidad. Hablamos de todo un poco, pero lo que más me impresionó, más allá de que también es del ciclón y del aleti, es que un día dejó toda su vida en argentina, su familia, sus amigos, su buen pasar (su laburo, su departamento, su auto) y se vino para acá a dedicarse tiempo completo a la literatura. Y lo bien que le va, es decir, no es millonario, pero vive tranquilo y hace lo que le gusta. No pude evitar sentirme identificado, aunque mi cuento aún no tenga premio, ni siquiera final.
El sábado fui al café librería el bandido doblemente armado, en la calle apodaca y fuencarral (línea 1 con dirección a plaza de castilla, bajando en bilbao, saliendo del subte dos cuadras por fuencarral hasta apodaca). Me lo pasó un escritor madrileño que lee mi blog. El lugar es increíble, finito y largo. A la entrada del local hay una barra donde sirven tragos y al fondo una librería toda de madera, con muy buenos títulos y una pared llena de libros de poesía. Me quedé horas mirando estante por estante y terminé haciéndome amigo de diego, el encargado, un colega español nacido en estados unidos. Intercambiamos minimaloyds por su libro de cuentos y le dejé unos cuantos ejemplares más para la venta. Además me contó que hacían presentaciones y lecturas y que el lunes siguiente había una. Me la agendé. De ahí me fui a la presentación del segundo número de una revista de poesía que se llama heterogénea y que me había llegado por mail. Era en la casa de julio & julio, dos poetas (uno español, el otro chileno) que vivían juntos en la calle blasco de garay y alberto aguilera (volviendo por fuencarral hasta la glorieta de bilbao, a la izquierda por calle de carranza hasta la glorieta de ruiz jiménez, siguiendo derecho por calle de alberto aguilera hasta blasco de garay). Me encontré con el primer julio, un chileno sonriente que me entregó un ejemplar de la revista y me paseó por un departamento de dos ambientes mostrándome una especie de exposición: habían impreso unos gráficos muy interesantes, que llamaban poesía visual y que aparecían en la revista en formato más pequeño, y los habían pegado en las paredes. El otro julio era un español más serio que filosofaba de cuarto en cuarto, una de las cosas que recuerdo haberle oído era que los poetas no deben presumir porque antes que poetas son personas y que la poesía, ya sea visual o escrita, se le sale de las manos al autor, quien no debe descender a explicarla ni interpretarla nunca más, si no que eso debe hacerlo cada persona que entra en contacto con la obra. Algo así. También me mostró un libro de historietas que había traducido del italiano. No soy muy fan de las historietas, aunque el libro estaba bueno. Después llegaron otros chilenos que tenían una editorial de poesía con casi 30 títulos publicados y me mostraron algunos libros que estaban muy bien, al menos la edición porque no alcancé a leer más que algún párrafo suelto. También llegaron varias chicas que eran alumnas del taller del julio chileno y un par de artistas plásticos, uno de los cuales, un hombre grande y muy amable, era el autor de gran parte de las obras pegadas en las paredes. No recuerdo el nombre, pero todos lo llamaban "maestro". Cuando me aburrí y me agarró hambre, di las gracias y me despedí de todos los presentes. El julio chileno me pidió el mail para invitarme a la presentación de su novela en la librería hispanoamericana, en la calle huertas, en unas cuántas semanas más. Al julio español ni lo vi, había desaparecido.
Esa noche me pasó a buscar una amiga de un amigo, que contacté por mail, y me llevó a un cumpleaños de su grupo de teatro. La pasamos muy bien, gente muy divertida. En un momento me dijeron por qué no escribía una obra de teatro para que ellos la hicieran. Les contesté que nunca había escrito una obra de teatro. Seguimos hablando de otra cosa, nos reímos, estábamos todos medio desconados.
Al otro día, domingo, me encontré con un amigo argento que es diseñador gráfico y vive sobre la plaza mayor (su balcón es para alquilar balcones) con una chica inglesa. Tenían un huésped (otro argento) que se iba en dos semanas, me ofreció quedarme un tiempo ahí cuando se fuera, pero me sonó a puro chamuyo. Me mostró una especie de corto en su computadora sobre la ruta 40, aunque en realidad no era más que una sucesión de imágenes sin hilo conductor ni nada. Quería hacer un corto sobre el medio ambiente y energías renovables. Le dije que al gore le había ganado de mano. Sí, me dijo, ése tiene toda la pasta, pero a mí se me ocurrió antes de que apareciera él y ganara ningún oscar. Después me ofreció hacer un corto conmigo, que yo le escribiera el guión, pero me sonó a puro chamuyo. Le contesté que nunca había escrito un guión.
Y ayer lunes, antes de terminar de escribir estas líneas, me fui a la lectura de poesía que tenía agendada, en el bandido doblemente armado. Ahí me lo encontré a leo zelada, un poeta peruano que había conocido a través de los blogs (tiene uno que se llama diario de un dragón o algo así) y que está muy metido en lecturas y eventos de este tipo. Estaba presentando a un escritor español de unos cincuenta y pico de años, que leyó su último libro de poemas. No me gustó demasiado. Después de la lectura me acerqué a leo, le dije quién era y nos pusimos a conversar. El tipo tiene muchas públicas encima y muy buena onda también. Enseguida me presentó un montón de gente. Conocí a unos chilenos que, según ellos, eran under under de lo under, pero que más bien parecían dos simples borrachos. Un gordo argentino con un pañuelo en la cabeza (parecía un hell's angel), que vive en españa hace miles de años y parece más andaluz que otra cosa, me invitó a leer el próximo miércoles al bar bukowski, un bar literario que tiene con su mujer en malasaña. Allí estaré. Leo también me presentó a rodrigo, otro compatriota que hace poco sacó una antología de poesía joven argentina. Nos quedamos charlando un rato, me dijo que trabaja en una editorial, que se encarga de toda la parte de literatura iberoamericana y que tienen un local chico con librería donde hacen lecturas. Le mostré uno de mis libros y se quedó hojeándolo. Después levantó la cabeza y me invitó a hacer un recital (así dijo) en el local de la editorial, para fines de marzo o principios de abril. Le dije que sí y para celebrarlo nos pedimos otra cerveza.