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Sobre Disterias, 
de Fermín Anastasio Grisalde
(Editorial Tantalia, 2006)

por Cecilia Eraso

 

 

 

El libro de Fermín Grisalde se inaugura con dos epígrafes de lo más sugerentes: en el primero, de Borges, un matemático duerme plácidamente en un laberinto mientras que su compañero, el poeta, no logra conciliar el sueño a causa de su obsesión por la perfección del verso; el segundo epígrafe es de Marx: un célebre pasaje de la Contribución a la crítica de la economía política en el cual el filósofo alemán explica la relación que existe entre el modo de producción vigente y la conciencia. Dos epígrafes en apariencia tan disímiles quizás obliguen al lector a preguntarse el por qué de los epígrafes y su para qué. La cita de Borges y la de Marx parecen no tener, a primera vista, mucho que ver entre sí. Grisalde inaugura su primer libro de poemas con un retrato del poeta y sus fantasmas. Y aunque el sentido que la cita de Marx adquiere en este contexto pueda no parecer tan evidente en un primer momento, al menos es cierto que su reflexión podría servir de epígrafe a casi cualquier producto de la conciencia del hombre, entre los cuales, demás está decirlo, también figuran los poemas. Lo que al menos queda claro desde el principio es que semejante cita gravita inexorablemente sobre cada uno de los poemas e invita a leer este poemario en una clave que sea la de la poesía pero que la trascienda, incluyéndola en un marco más amplio que el de las torturas del poeta desvelado por la perfección de la forma: el de la determinación de la conciencia del poeta por el modo de producción vigente, es decir, la dimensión política que condiciona y atraviesa la conciencia del poeta y de su poesía.

 

“El Apocalipsis”, primer poema del libro, un comienzo por el fin, parece hacerse eco, casi como ningún otro del volumen, del “tono político” que instaura el epígrafe de Marx, tono que resurgirá a lo largo de Disterias de manera desigual, por más que lo político pueda interpolarse desde el epígrafe mismo como una forma de dar coherencia a todo el conjunto de poemas. El poema habla de “presagios del Apocalipsis” que se respiran en las noches en que “guerrillas de insectos/ que toman el poder/ en cada/ crepúsculo,/ abusando con feroz/ despotismo de nuestros/ jardines” exilian a un “nosotros” detrás del vidrio de una ventana desde donde “contemplamos resignados/ los tulipanes y los/ malvones,/ que tan coquetos,/ se habían/ puesto/ para la velada”. El yo poético, contenido en ese nosotros que anhela los tiempos de “paz”, se muestra nostálgico por la pérdida de la liviandad previa a la “toma de poder” de los insectos. Interesante apertura que promete una indagación artística del fenómeno político pero que luego defrauda en las páginas siguientes, en las cuales lo político retorna tan sólo en cierto léxico propio del universo discursivo de la izquierda.

 

Los sujetos a los que se dirigen los poemas, y sus temas, oscilan entre destinatarios femeninos, flores, cuzcos que ladran a los autos y textos en los que el yo se toma a sí mismo como objeto. Es cierto que el título del libro no promete ningún tipo de coherencia temática ni simbólica puesto que la misma palabra no remite a referente identificable alguno. ¿Qué son las “disterias”? Bien, tal vez algo a mitad de camino entre lo femenino y las variaciones de temperatura corporal, entre los devaneos indecisos que se mueven a lo largo y ancho de diversos objetos de deseo, es decir, la forma vulgar de concebir la histeria. La mayor parte de estos poemas semejan una serie de ejercicios de estilo, de manejo de tropos poéticos. Así, por ejemplo, el poema “2+2=5=yo=?” es un perfecto ejemplo, casi de libro de texto, de qué es un oxímoron, del mismo modo que otros ejemplifican con toda corrección en qué consiste una personificación e incluso muchos de los que tematizan el deseo y el amor exhiben un muestrario interesante de lugares comunes del discurso amoroso como el de morir-matar de amor: “con la innegociable idea/ de aniquilarte de amor”. La convivencia entre poemas que lindan con el cliché y otros cuyo universo se escapa a la referencia posible de una inmediata enciclopedia mental, y que se vuelven sugestivos gracias al uso de símiles y metáforas cuyos términos de comparación provienen siempre del universo conceptual de la biología y la medicina, dificulte tal vez al lector decidir si hay por detrás de este “juego” algún tipo de estrategia que busque coquetear con el lugar común para activar, quizás, alguna lectura del orden de lo irónico o si, efectivamente, este poeta concibe a la poesía como algo que no necesariamente debe ser rupturista, provocador, escandaloso, innovador u “original”. De cualquier manera, el universo discursivo de estos poemas está provisto de una serie bastante heterogénea de materiales que van desde los lugares comunes más evidentes, como el del payaso triste o las palabras que están viciadas para nombrar el amor, hasta las más sugerentes asociaciones entre anarquismo y biología, guerrilla e insectos, amistades y virus, y otros etcéteras.

 

Perdido en la maraña de tantos focos de atención, el yo poético resurge cada tanto para hablar de su encierro, de su introversión y de su lugar: cierto espacio aséptico que está más allá de los insectos, los jardines y el ajetreo de la ciudad agobiante. El poema “Mi ventana” retoma la del primer poema, detrás de la cual el poeta y otros observaban con melancolía la invasión de la guerrilla de insectos. Describe “un hábitat de telgopor/ sin alambre púa/ que prohíba la entrada/ de la Tierra”, el triste hábitat del poeta. Si algo llega a esbozarse con intensidad en este libro es la insistencia en sondear el universo del cuerpo desde adentro, del cuerpo solo y con el otro/a, del mundo del deseo íntimo antes que del mundo del trabajo o la ciudad. La vuelta ineludible sobre el epígrafe de Marx resulta desconcertante pero, claro, siempre puede explicarse con una interpretación que interpole en el texto algo que los poemas mismos sólo problematizan tímidamente: la forma en que nuestro modo de relacionarnos con los otros y con nosotros está determinada por un modo de producción que establece, como ya sabemos, que cuando el paisaje de la vida moderna se nos vuelve desconcertante siempre podemos refugiarnos en el solipsismo. El paisaje que dibujan los poemas de Fermín Grisalde es terrible e interesante a la vez: terrible porque no se cuestiona más allá del universo cerrado de la subjetividad lírica y sus objetos; interesante porque esa imposibilidad se deja oír en el gesto de utilizar terminología política como ornamento “artístico”, un poco a la manera del poeta borgeano atormentado por el verso,  pero es en ese eco débil que el yo lírico pone en evidencia su dificultad para ir más allá, para moverse más allá de la ventana, para superar el encierro y la nostalgia y vislumbrar, siquiera, alguna posibilidad de movilización de sí mismo hacia el afuera, de uno hacia los otros. Y esa inmovilidad lo atormenta.

 

 

 

Cecilia Eraso

 

 

 
el interpretador acerca del autor
 

 

               

Cecilia Eraso

Nació en diciembre de 1978 en Neuquén Capital.

Vive en Buenos Aires desde 1997. Es Licenciada en Letras de la UBA y trabaja como docente en la carrera de Comunicación Social (UBA) y en Taller de Semiología (CBC)

Sus poemas permanecen inéditos. 

 

Publicaciones en el interpretador:

Número 29: diciembre 2006 - Poemas

   
   
   
   
   
 
 
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Imágenes de ilustración:

Margen inferior: Gianfilippo Usellini, Il gelataio (detalle).