Biografías
Los suicidas, qué raro, trabajan
siempre, viven, en las biografías
hasta el final: como si no fueran a
hacerlo, como si a ellos también
sorprendiera el desear, de pronto,
la muerte.
“Hizo esto y aquello; trabajó,
tuvo el hijo y después, en los ’70,
se suicidó”, dice la biografía.
Un hueco de escalera, un arma
inoportuna, el tren raudo, las mujeres,
su veneno, la asfixia, las arterias
descuidadas.
Los suicidas, pero qué raro, hasta el
último momento como si los
sorprendiera haciendo cosas, la muerte,
como quien intenta.
Es el relato que propicia esos
efectos, que estupidiza, simplifica
la absurda confusión de cada vida
suicidada que pasa, como de
repente, a la parte baja de un tren
Mi incorrección
Plutón
Veo a mis vecinos
–la visión dura solo un segundo,
o acaso menos–.
Escupen hacia acá, me miran
el culo cuando me agacho
para regar alguna de mis plantas;
me dicen guarangadas, para colmo
en guaraní, que no entiendo bien.
Ahora me veo mirarlos,
escondida, la mano ansiosa
retorciendo la cortina, es que
la ira se me viene creciendo
–la impotencia, esa yegua–
y se me va a terminar saliendo
por el estómago, negra,
como una lengua bacteriana,
una que abrace el mundo y lo
infecte hasta que caiga rendido
a mis pies.
Ahí, en mi plexo, pugnando por romper
el saco del estómago y salir, como un poder
–perforación ulcerosa, le dirán–
porque el plexo es, también, el centro
del poder.
***
Estoy en la cocina, sentada, y escucho
algo como un latido, un temblor, un
redoblante (es tropical)
y ya no me parece divertida la vez
número seiscientos en que no me dejan
dormir, estos vecinos.
Ya sé, ya sé que no es su culpa;
ya sé que es incorrecto.
***
¿Qué es lo que esta circunstancia
quiere de mí?
No llego a entender.
***
Quisiera ser violenta, a veces,
como un hombre, un boxeador,
es que mi ira no tiene límites
precisos y abarca la galaxia.
Ser temeraria, quisiera, fluir con Aries
bien dispuesta para la guerra, para mi
liberación.
Encerrada acá adentro, ¿cómo voy a poder
liberar a alguien más?
Vaporcito
Hubo en el parque una locomotora vieja,
oxidada, para que jugáramos, sucia
con desperdicios humanos y tan felices
nosotros descompuestos.
La preferíamos por sobre el pasamanos,
más que a la pista, los patines, bicicletas;
la preferíamos tan sucia y descuidada
por el tiempo.
En aquel parque, hubo una locomotora
oxidada
por el pis, el tiempo y la arena del desierto.
Salmo
Felices los niños modelistas, y los no tan niños;
apasionados detallistas compulsivos obsesivos
de los miniatura trenes maquetita;
arquitectura de lo inútil, farolitos,
lo real en copia a escala.
Felices entre ellos, en el mundo inabarcable
de los hobbies: emulación, puesta en escena,
todo hecho fosforitos, todo igual
a las ciudades.
Feliz el modelista en su tarea
tan parecida a la del poeta.
Los deudos
Que suerte la del durmiente, toda una vida en reposo
Mariano Muente
Nos comimos las uñas, más tarde,
cuando supimos:
se tiró debajo del tren.
Cuántos parientes muertos
se alinean, durmientes de las vías.
Cuando supimos que llevábamos
la marca de ese nombre,
nos comimos las uñas.
Todo fue casualidad, respondieron
a la pregunta por la causa,
todo, todo sin querer.
Cuántas las versiones
para un mismo hecho:
si estamos lejos no podemos
preguntar, pero estando cerca
es mala educación.
¿Por qué?
¿Por qué se tiran los parientes
debajo de los trenes?
Silencio,
la familia intenta dormir la siesta.
Cecilia Eraso