“Una mirada de la alcantarilla
Puede ser una visión del mundo”
Alejandra Pizarnik
Escritura marginal y margen de la ciudad
La posición que ocupa Nicolás Olivari (1900 – 1966) dentro del campo literario de su generación es sumamente original. Frente a los dos grandes referentes estéticos e ideológicos de la época que constituyen los grupos de Boedo y de Florida, Olivari “representa una síntesis superadora del conflicto artepurismo / arte social que parecía dividir a los poetas de ese momento”(1) Frente a esa compleja relación entre práctica social y práctica literaria que tensiona las direcciones de ambos grupos, la poesía de Olivari se coloca a contrapelo de aquellas posturas. Su literatura articula la temática naturalista de Boedo con la resolución formal que importa la vanguardia y que se centraliza en la categoría de lo nuevo, haciendo eco de la cultura de la mezcla que impera en Buenos Aires: “modernidad europea y diferencia rioplatense, aceleración y angustia, tradicionalismo y espíritu renovador; criollismo y vanguardia”(2)
En sus libros, Olivari mantiene “el compromiso verbal con la problemática humana existente”(3) y, en consecuencia, el referente permanente de sus textos no puede dejar de ser Buenos Aires y sus calles: “Nunca te me acabarás Buenos Aires / y me darás tema para rato...” (4)
No se trata, sin embargo, de una obstinada insistencia por reflejar su ciudad, sino de refractarla, esto es, de orientarla y recortarla en una dirección y bajo una mirada particular; en palabras de Juan Pinto: “Olivari se mueve en un mundo poético como quién siente vergüenza de cantar a las rosas existiendo en el pozo del mundo tanta negrura, tanta fealdad, tanta hambre y tanta cosa oscura negando el espíritu del hombre”(5) El referente de Olivari es Buenos Aires, pero privilegiando la zona marginal y lumpen, y no porque se ocupe de describirla, de llevar a cabo un meticuloso registro costumbrista sino porque el yo lírico se la apropia, la torna elegía. No se tematiza la zona marginal de Buenos Aires, se la transforma en protagonista.
Baudelaire y la perspectiva asocial
Esta ubicación canalla dentro de la ciudad se verifica en uno de los modelos literarios que efectivamente transitan su obra, Baudelaire, cuya influencia, si bien es menos explícita que la de Villón(6) , no deja de tener una presencia significativa en sus libros; sobre todo si se resalta la perspectiva con la que ambos observan la ciudad y la coincidencia de elementos que ponen en relación dentro de sus escrituras.
En el antológico ensayo de Walter Benjamin sobre Baudelaire encuentro dos ideas que sirven para iluminar la obra del poeta argentino: Benjamin dice que Baudelaire “se pone del lado del asocial. Su única comunidad sexual la realiza con una puta”(7) y que un aspecto singular de sus poesías está en “que las imágenes de la mujer y de la muerte se compenetren en una tercera, la de París”(8) Esa colocación marginal, asocial del poeta, y esa triangulación temática entre mujer, muerte y ciudad también se encuentran en El gato escaldado de Nicolás Olivari.
Olivari integra al otro, al marginado, dentro de su yo lírico y en esa incorporación las bases de su poética se corresponden con las de Baudelaire, no tanto por una cuestión de influencias sino como consecuencia natural de ese movimiento que ambos realizan por ajustar su voz a la naturaleza de esa zona otra de la ciudad; movimiento que, por otro lado, trae aparejado un cambio estético.
Una poética feísta.
Toda poética es tributaria de una concepción de belleza que en Baudelaire y en Olivari está corrida, contaminada por esa nueva operación de la mirada que traslada objetos cuyas características son la fealdad y la vulgaridad al estatuto de lo sublime; el placer estético, el goce de esa poesía nace del tratamiento de materiales inusitados y estéticamente truncos cuyo origen es tradicionalmente antipoético.
Uno de los tópicos que recorren El gato escaldado es, justamente, la admiración y la celebración de lo feo: “Pero me quedaré con ella, / siento que nadie la desea, / admirabilísima doncella / fea... muy fea... tan fea”(9)
Este tópico tiene un antecedente claro en el poema “Una carroña” de Baudelaire que culmina con estos versos: “Entonces, ¡oh mi bella!, diles a los gusanos / Que a besos te devorarán, / Que yo guarde la forma y la divina esencia / De mis descompuestos amores”(10)
Lo degradado, lo que naturalmente aleja e invita al rechazo, aquello que convoca a pensar en la propia descomposición aparece como tema central de un poema. Lo más vulgar ingresa como esencia alta, lo pútrido aparece como un goce, como una estetización posible. Esta estética feísta está reforzada por una utilización particular de los adjetivos porque siempre se opta por aquel que denigra y no por el que idealiza. No es raro leer: “desolada”, “asmática”, “mucosa”, “flaca”, “leprosa”, “mala”, “árida” y caracterizaciones del tipo a lo largo de todo El gato escaldado.
La enfermedad es otro de los grandes tópicos de su literatura y aparece como el elemento común en esa triangulación entre mujer, muerte y ciudad. El título de su libro La musa de la mala pata puede ser leído en esta dirección porque existe allí un doble intertexto: “la referencia al mundo de la literatura alta, evidente en musa y el trabajo con el registro popular de la lengua, a través de una metáfora ya cristalizada, la mala pata”(11) En esta fusión de referentes, la musa de Olivari “tiene en común con el mundo popular sus desgracias, sus privaciones, su colocación en el margen”(12) Retomando el significativo contacto que habíamos planteado entre Baudelaire y Olivari, la musa renga de este último nos recuerda un poema del autor francés llamado “La musa enferma”: “Mi pobre musa, ¡ay! ¿qué tienes este día? / Pueblan en tus vacuos ojos las visiones nocturnas / Y alternándose veo reflejarse en tu tez / La locura y el pánico, fríos y taciturnos”(13)
Es decir, que en Olivari la musa está renga, está enferma porque padece las visiones negativas de la ciudad, “la escena poética de su pobreza”(14)
En “El tocado de la enferma” se describe el padecimiento de una mujer joven que intenta paliar la desintegración de su cuerpo: “enmienda con rouge / la grieta labial, / y sostiene un detritus de teta, / con una cintita encantadora”(15) En ese esfuerzo inútil por perdurar, la mujer sufre la imposibilidad de ajustar su imagen real a la imagen impuesta por el ideal de pureza y perfección que encierra la estampa de la virgen, su única salida está en la injuria: “Su rabia de morir joven estalla en el insulto, / en el insulto terrible que las mujeres / dicen a las otras mujeres / más despreciables...”(16)
Entre la mujer que es cuerpo, y por lo tanto enfermedad y sufrimiento físico, y la mujer que es puro ideal, inmaculada y eterna, Olivari escoge la primera: “El sitio es Buenos Aires, y acaso, mi casa, / la mujer puede ser mi mujer...”(17) En la figura de la prostituta se descubre por completo esta elección. En ella encuentra la marca de la ciudad marginal: es la mujer con sífilis, la mujer tuberculosa, la mujer que resulta del intercambio ciudadano.
En el tratamiento de estos temas, por otra parte, se puede advertir una de sus distancias con el plan de las vanguardias porque, a diferencias de estas, no refuta el movimiento modernista sino que lo captura de un modo productivo y deformado. Aquellos contenidos típicamente modernos, de raíces románticas, tales como la enfermedad o el suicidio aparecen en sus libros pero en entrelazados a una nueva clave de interpretación, la social; revisión que se produce por esa triangulación entre mujer, muerte y ciudad.
La otra ciudad
En esa modernidad emergente de Buenos Aires “se inicia una doble experiencia literaria: el ingreso al campo intelectual de escritores que vienen del margen , y la temática del margen en las obras que ellos producen”(18) En Olivari, el margen ingresa como protagonista, como centro productor de discurso; su poesía traduce el sentimiento de habitar más allá del borde, por eso se aprecia en sus libros un hálito de fatalidad de fondo, como un estribillo cuyo leiv motiv es el memento mortis, el recuerdo constante de la proximidad del fin: “Allá van francesa, ya lo ves / y no te preocupe, / mi querida Guadalupe/ pues, / de aquí te sacarán por los pies...” En todo caso esa fatalidad latente proviene, justamente, de su falta de idealización, ya que en él no hay intentos moralizadores, ni siquiera la posibilidad de líneas de fuga; todo está impregnado de fastidio y de tedio, cuestión que también se aprecia en Baudelaire. Recordemos que El gato escaldado se inicia así: “¡Buenos Aires, entraña cálida, / golpe de émbolo, cimbrón de ansias! / mi alma cansada, / te da un escudo oval: ¡mi bostezo!”(19)
Otro de los movimientos singulares de Olivari tiene que ver con el tono y el modo de escribir, con su peculiar manera de poner distancia de su discurso por medio de una mirada externa de alto contenido crítico y de su sociedad por medio de una postura escéptica frente a las relaciones humanas. Ejemplo de lo primero es el poema “Mistica” cuyo fluir natural está cortado por una reflexión que pone en dudas sus posibilidades: “Esta poesía pura, la estoy sacando de mi sangre, / y me dirán que es mala”(20) Ejemplo del segundo podría ser el poema “Viuda” que satiriza la situación del duelo de la mujera. Es decir, Olivari apuesta por una práctica que desacraliza tanto a la literatura como a la sociedad. Por un lado, ataca todos aquellos convencionalismos sociales del mundo burgués; por otro, escribe desde una zona metapoética que no pone de manifiesto la autonomía de la ficción como ocurre en las vanguardias sino que demuestra lo inútil y arbitrario que es la escritura.
En Olivari, por último, aparece un sentimentalismo quebrado, volcado para el costado del sarcasmo y la ironía (rasgo que destaca en su homenaje a Villón porque “asusta a los burgueses su lira escandalosa”(21)) porque es el único tono que concuerda y que mantiene una coherencia con sus temas y su posicionamiento. Ese tono hiriente nace de su solidaridad con el sufrimiento de la ciudad, sufrimiento que encuentra su liberación en la burla y en la desmoralización del comportamiento social.
NOTAS
(1)Eduardo Romano y el Seminario Raúl Scalabrini Ortiz, “artículo” en Las huellas de la imaginación, Buenos Aires, Puntosur editores, 1990, p. 98
(2)Beatriz Sarlo, Una modernidad periférica: Buenos Aires 1920 y 1930, Buenos Aires, Ediciones Nueva Visión, 1988, p. 15
(3)Eduardo Romano y el Seminario Raúl Scalabrini Ortiz, Op. Cit., p. 99
(4)Nicolás Olivari, “Canción de los libros futuros”, en La musa de la mala pata – El gato escaldado, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina S. A., 1992, p. 117
(5)José Isaacson, citado en “Prólogo”, en Op. Cit.
(6)A Villón se le dedica un poema de salutación y de homenaje, por lo cual, su influencia está señalada por el propio autor.
(7)Walter Benjamin, Poesía y Capitalismo. Iluminaciones II, Madrid, Taurus, 1999, p. 185
(8)Walter Benjamin, Op. Cit., p. 185
(9)Nicolás Olivari, “La canción de siempre y nunca jamás...”, en Op. Cit., p. 112
(10)Charles Baudelaire, Las flores del mal, Buenos Aires, Ediciones Orbis S. A., 1982, p. 46
(11)Beatriz Sarlo, Op. Cit. P. 184
(12)Beatriz Sarlo, Op. Cit., p. 184
(13)Charles Baudelaire, Op. Cit., p. 24
(14)Beatriz Sarlo, Op. Cit., p. 184
(15) Nicolás Olivari, Op. Cit., p. 102
(16)Nicolás Olivari, Op. Cit., p. 102
(17)Nicolás Olivari, Op. Cit., p. 102
(18)Beatriz Sarlo, Op. Cit., pp. 179- 180
(19)Nicolás Olivari, Op. Cit., p. 75
(20)Nicolás Olivari, Op. Cit., p. 94
(21)Nicolás Olivari, Op. Cit., p. 80