Notas sobre el modo en que fueron considerados los sucesos de diciembre en los libros 19 y 20. Apuntes para el nuevo protagonismo social -del Colectivo Situaciones-, Olla a presión... de Emilio Cafassi; Sucesos argentinos. Notas ad hoc de Lewkowicz & Asociados; en las revistas Acontecimiento N° 23, La escena contemporánea de mayo de 2002, La Náusea N° 14, El Rodaballo N° 14; y en los debates en Clarín y en Página 12 –recordados y no revisitados por quien escribe- planteados en febrero de este año.
“Al salir de esta cantidad de obras, uno queda agobiado, sin haber podido encontrar el secreto. Pero la clave está en el fondo del país, como al fondo de un pozo.”
Michel de Certeau, La toma de la palabra y otros escritos.
Con un poco de optimismo se puede encontrar en la crisis argentina un motivo para el resurgimiento de las empresas editoriales. Las dificultades de importación convierten al lector en un sujeto a seducir por las escrituras y traducciones locales. Además, vivir en este país, es estar en un lugar donde pasan cosas. La percepción es compartida: el fluir habitual de la historia se ha crispado, y este momento se presenta como plenamente cargado de una tensión transformadora -en cualquier sentido en que se piense a esa transformación. El momento es dramáticamente histórico, y en él, Argentina ocupa una posición de privilegio: laboratorio de formas extremas del poder y, también, de experiencias de resistencia.
Si algo no es este país, es el país normal que reclamaban algunos politólogos hace unos años, y que soñó construir la Alianza de escasa duración. No es un país normal, en el sentido de una nación constituida alrededor de un conjunto de reglas claras y permanentes, capaces de organizar la vida de los ciudadanos -permitir la internalización de las normas como patrones de conducta, como se decía en los inicios de la lengua sociológica-, y hacer del futuro un escenario relativamente previsible. Cuando se reclamaba esto, se suponía que la debilidad del “modelo argentino” estaba en su escasa transparencia administrativa y el apego de los hombres de estado a desviar fondos públicos a sus cuentas privadas. Se suponía, vale insistir, que era una cuestión a corregir mediante la buena voluntad de los hombres de gobierno. La renuncia del vicepresidente durante el gobierno de la Alianza puede leerse como efecto de la comprobación de que una lógica mayor y más profunda arrastraba a la política argentina, más allá de las voluntades, los atributos personales, el origen partidario. Una lógica de mafistización: la lucha entre partidos parece la lucha entre familias rivales que disputan negocios. Hoy se disputan los restos de un estado.
Circulan versiones conspirativas para explicar el hundimiento de este país. La imaginación de sus habitantes todavía recuesta a la Argentina sobre los mitos de la abundancia y la concesión divina de riquezas naturales y climáticas por un lado; y por otro, supone que esas cualidades naturales fijan destinos a las naciones: destino de grandeza, fortaleza o potencia. La Argentina de los cuatro climas es la materia natural de la Patria fuerte y su derrota como nación sólo puede ser explicada por factores externos: conspiraciones, infiltrados, extranjeros. Una de las versiones más o menos verosímiles sobre confabulaciones, que se leen en diarios y en la red, habla de un experimento de los organismos reguladores del capital financiero -el Fondo Monetario, en especial- de desguace de un país y conversión en otra cosa.
Habría una estrategia, entonces, de ahogo económico, disciplinamiento político, y reconstitución de un poder cívico, militar, y también mediático (no hay que obviar la reciente experiencia venezolana, que nos dice demasiado sobre el modo en que confluyen y se articulan los poderes del momento, y alimenta las corrientes profundas del pensamiento conspirativo).
Lo que se relata por esa vía, es la Argentina como operación. Para conocerla se apela a los saberes críticos, a los relatos de aroma chestertoniano, a las teorías del conflicto social, y a la denuncia del imperialismo o del imperio. Los variados idiomas de la crítica y la denuncia se activan, para encontrar el núcleo que motoriza la catástrofe. El periodismo abunda en esta búsqueda o, por lo menos en anunciarla. Narra reuniones, encuentros que se pretenden secretos, financiamientos ilegales, intenciones oscuras. Busca culpables individuales del desastre, y parece suponer que corriéndolos, encarcelándolos, el país retorna a la normalidad.
El periodista objetivo, el politólogo y el político de la honestidad se asemejan en persistir en la confianza en que se puede extraer el mal -encarnado en algunas personas- para que el sistema institucional funcione. El saber popular parece ser menos confiado, al menos eso trasluce el radical desdén del que se vayan todos.
La frase condensa la percepción de que en un estado devenido territorio mafioso, todos los que circulan por él, lo agencian, o, incluso, parecen oponerse, actúan como mafiosos. Los que se oponen quedan, así, reducidos a la posición de postulantes o aspirantes: quieren ingresar. Los otros son los poseedores. Son los términos deportivos que Bourdieu usó para pensar las luchas en un campo determinado: luchas, decía entre los que detentan una posición y entre los que aspiran a ocuparla, y, para hacerlo, deben desplazar a quienes la ocupan. Ni unos ni otros discuten la lógica del campo aunque los primeros parezcan hacerlo, sólo cuestionan aquello que impide que ocupen las posiciones aspiradas. Algo de esta idea, narrada como desdicha cíclica, aparece en el que se vayan todos. Todos, cuando ocupen la posición de gobierno, harán lo mismo que sus antecesores: actuar como mafiosos o ineptos o personas sin voluntad ni principios.
La Argentina como operación tiene sus escritos, sus narrativas, sus explicaciones. Pero no es el único modo de pensar la singularidad de estos momentos del país. Junto, y en confrontación, con la estrategia de poder -o de los poderes que confluyen en un mismo sentido- para la Argentina, hay una incipiente, temblorosa, por momentos inasible, experiencia colectiva. La Argentina como experiencia es el revés de la Argentina como operación. No son excluyentes, sino conflictivas. Si de un lado, hay operaciones de poderes nacionales e internacionales; del otro, hay resistencias, intentos de organización, relatos épicos o heroicos y lenguas incipientes. El instante de visibilidad privilegiada de este país, fue el fechado 19 y 20 de diciembre.
Los relatos de la operación y los de la experiencia se conjugan, también, frente a esos acontecimientos: los primeros señalan la organización peronista de los saqueos que detonaron la salida del presidente radical; los segundos, la épica callejera y masiva que destroza el estado de sitio. Es probable de que los déficit de cada uno de los relatos dependa de las debilidades del otro: sin una caracterización lúcida de los nuevos modos de operación del poder, es difícil comprender plenamente, las nuevas experiencias políticas.
La sorpresa de diciembre, el surgimiento de un vecinalismo asambleario durante el verano, la multiplicación de estrategias para reproducir las condiciones de vida -reproducción que no es garantizada por el mercado laboral ni el subsidio estatal-, han colocado a quienes tratan de pensar desde la Argentina como experiencia, en un territorio fértil como pocos.
Las revistas políticas o sobre política, se argentinizaron. Esto es: se encontraron con este país como objeto principal de sus preocupaciones y dilemas -y angustias-; pero también como objeto de debate teórico y conceptual. Este debate había comenzado en dos periódicos nacionales, ya en el verano, que si bien presentó aristas apresuradas y simplistas, tuvo la virtud de colocar como problema explícito el problema que recorre los distintos escritos posteriores. Digo, se trata de la cuestión de la existencia o ausencia de una filosofía o una teoría política, cuyos conceptos vengan como anillo al dedo a nuestras condiciones políticas actuales. La idea de multitud, articulada con las lecturas italianas que encontraron su mayor difusión con Imperio pero que tienen matices y diferencias a considerar, fue la que crispó los ánimos. Pero también estuvieron allí, en debate, la idea rotunda de clases o el evanescente pueblo.
La teoría es una caja de herramientas, decía Foucault. Esa metáfora que remite al taller o a la fábrica, porta la incomodidad de una alusión instrumental, pero al mismo tiempo señala que la relevancia de una idea se prueba en su capacidad de producir efectos. Quiero decir: si la idea de multitud sólo viene a colocar un nombre nuevo a un desconocimiento viejo, o si la idea de clase está destinada a clasificar sectores y conductas de colectivos humanos y considerar la adecuación de sus acciones; lo que producen no es relevante.
La improductividad puede estar del lado de las ideas a las que se apele -no son los conceptos o las palabras adecuadas para pensar-, o estar en el modo en que se las trata. Sospecho, cuando digo el modo, en que hay un estilo que es transversal a distintas teorías y políticas, que consiste, para delinearlo bruscamente, en aplicar a fenómenos más o menos novedosos, conceptos ya sostenidos, cultivados, y afirmados, en otros momentos. Es obvio que todos hacemos eso, y que sería por lo menos ingenuo, suponer que una experiencia histórica atraviesa de tal modo a los sujetos que les permite desprenderse de sus ideas y construir otras al propio calor de los sucesos. Pero si la mutación absoluta o la sumisión plena a la experiencia son impensables, la suposición contraria es también de una gran falsedad: la suposición contraria sería la de considerar las condiciones de la Argentina actual, y lo sucedido en diciembre como mera continuidad del pasado, y, en ese sentido, incapaz de producir la apertura de algún tipo de pensamiento.
Se da una situación paradójica: muchos de los que consideran que diciembre fue una escansión, un hito sobre el cual no hay vuelta atrás, perciben, sin embargo, que diciembre confirma sus teorías, que pueden seguir siendo las mismas. Eran ésas antes de los sucesos, y por lo tanto la realidad sólo vino a ratificar, cumplir aquello que las ideas venían señalando. Es el caso de las teorías revolucionarias clásicas que se esfuerzan en hallar en cada movimiento de la sociedad la verdad que le otorga una dialéctica que todo prevé, y es el caso de las teorías acontecimientalistas y radicales del momento. En las cuales la tensión es mayor que en los pensamientos tradicionales de la revolución: porque se esfuerzan en señalar lo nuevo, pero para hacerlo lo incluyen en una lengua que también lo preexiste y clasifica.
Hay un modo en que se vinculan las teorías, sus lenguas, y las experiencias sociales, que persiste en abordajes muy distintos. Y ese modo dice incluso ideas que muy capaces de arrancarle claves de interpretación a la escena actual. La Argentina como operación tiene relatos fuertemente constituidos, fundados -relatos económicos, periodísticos, sociológicos, también literarios-. Es distinto el caso de la interpretación de la experiencia, en la que hay mucho de aplicación improductiva, mucho de balbuceo, mucho de aprendizaje. Es decir, al tiempo que algo pasa, ese algo no ha constituido su lengua y se traduce a las ya existentes. La traducción a veces supone incorporación a un sistema conceptual constituido; otras veces, se trata de una apelación a un eclecticismo vago. Si en el primero se renuncia a la búsqueda porque ya estaban allí las palabras necesarias; en el segundo se convierte a la búsqueda en mascarada.
Lo que se discutió en notas y entrevistas periodísticas durante febrero ya planteaba la cuestión de cuáles son las palabras que puedan estar a la altura de los tiempos, y cuáles las ideas que puedan funcionar como brújula en este momento. Esta cuestión no ha sido resuelta en las publicaciones posteriores.
Más bien, ha mutado el problema y ha mostrado su carnadura: si allí adoptaba la forma de la pregunta por la adecuación de un concepto (que encubre simplemente cuestiones gravemente políticas); aquí se pregunta sobre si el presente de las experiencias abonan algunos u otros caminos. Apenas paso revista: Acontecimiento se ocupa de plantear, casi axiomáticamente, una nueva política, que si se inspira en la filosofía de Badiou, encuentra como hitos locales a las madres de Plaza de Mayo, a los movimientos de desocupados, al grupo del 501, y el momento decembrino; El rodaballo ausculta las posibilidades democráticas que abre el movimiento de las asambleas, desde el nuevo internacionalismo de las luchas globales; La náusea y La escena contemporánea, con tamaños ajustados, combinan la crítica con el intento de pensar al interior de la crisis. En todas se percibe la urgencia de pensar el nuevo escenario, de pensar, también, si las asambleas, movilizaciones, grupos de desocupados, tienen el germen de otra política.
Ese movimiento y urgencia, también organizan uno de los libros, el 19 y 20. Apuntes para un nuevo protagonismo social, quizás por la intención declarada en el subtítulo. Si bien comparte ciertos estilos de reflexión con Sucesos argentinos (escrito en general por Ignacio Lewcowicz), en éste se desplaza la urgencia de dar cuenta de una experiencia, mediante la consideración del relato de un conjunto de intuiciones y percepciones personales como materia bruta de una intervención teórica y política. La displicencia frente a los efectos, caracteriza, más aun, al libro de Emilio Cafassi (Olla a presión…), que recurre a un bagaje considerable y ecléctico de conceptos y lenguajes, pero no los somete a la pregunta, necesariamente exigente, de su eficacia real.
La tensión entre la experiencia histórica y las palabras con las cuales se interpreta y otorga sentido, no puede pensarse sólo como el debate sobre la aplicación de ideas adecuadas, que garantizan la conservación de un coto teórico o político. Es una tensión que hace a la existencia misma de una ética práctica. La pregunta del ¿qué hacer? –fundante, sin duda, de la ética y la política- le solicita a las ideas, a los conceptos, pautas para la acción. En cada uno de los libros y revistas visitadas, esta exigencia se resuelve de distintos modos: en algunos, prima la conservación de una posición –una tradición, una lengua, un mercado-; en otros, se percibe el intento de construir un pensamiento capaz de dar cuenta de las circunstancias presentes y de las prácticas posibles.
En ese sentido, es posible considerar las publicaciones, en especial las que ponen en juego y en circulación, discusiones de distintos grupos de intervención cultural y política, como partes de un esfuerzo inconcluso del pensar las condiciones de existencia presentes. Esfuerzo inseparable de la Argentina como experiencia.
María Pía López