el interpretador reseñas

 

Presentación de Correrías de un infiel de Osvaldo Baigorria

por María Pía López

 

 

 

 

Pía:
Yo pensaba proponer algunas notas sobre un libro extraordinario. Mientras hablaba María, pensaba algo que yo no había advertido, que es el desplazamiento del título de la colección, “Aquí me pongo a cantar”, al tema de lo ranquel o de lo indio. Porque en el libro se dice hay que pasar de la gauchesca al mundo tribal, al mundo del indio. Y me parece interesante pensar qué significa este pasaje, que significa la idea de pasaje en el libro, y fundamentalmente pensarlo asociado a temas que son los temas de los libros de Osvaldo: los temas del nomadismo y de la conversión.

Creo que en “Llévatela amigo por el bien de los tres”, en “En pampa y la vía”y en “Correrías...” lo central es el tema del nomadismo: qué tipo de alusiones despierta esta tradición y con qué ecos, con qué inflexiones aparece en la obra de Osvaldo. Hay un texto muy antiguo en Argentina, un artículo de Carlos Astrada que se llama “Sonambulismo vital”. Allí Astrada imagina, escribe que si hay un pueblo libre en la historia del mundo, es el pueblo gitano. Dice esto porque se trata de un grupo que erra sin localizarse, sin adquirir costumbres fijas ni tener un territorio, y que entonces esa expresión de sí mismo es la expresión de la libertad humana, del reencuentro con lo universal, con lo cósmico, con una unión con la naturaleza que los civilizados habrían perdido.

Esta idea es pensar al nomadismo como una opción vital y como una ética política. Me pareció que de este modo se podía entender el ensayo de Osvaldo “En pampa y la vía”, que se proponía precisamente el pensar una opción política alrededor del nomadismo. Y una opción política en el más fuerte sentido de la palabra, que es como opción ética vital. En “Correrías...” está esa cuestión, asociada también a algo que me parece excepcionalmente tematizado, que es la experiencia amorosa. En “Correrías...” el nomadismo y la conversión están ya no sólo pensadas como opciones acerca de una política, de un modo de habitar simbólicamente la tierra, sino fundamentalmente como adhesión o vivencia de la experiencia amorosa. Entonces me interesaba pensar este libro en esa dimensión: qué significa aquí el nomadismo y como está pensada la conversión.

“Correrías de un infiel” es un título lleno de dobleces. Correrías en el sentido de atravesar, de correr, pero también en el sentido de la travesura, del tener aventuras. Se puede leer “infiel” en el sentido de la infidelidad, en términos de la relación de parejas, y también “infiel”en el sentido de no-cristiano, no perteneciente a la religión impuesta después de la Conquista. A esos dobleces yo no los pensaría como juegos de palabras, sino que propondría que ese modo de tratar las palabras en el título nos está insinuando algo. Pensaría el doblez aludido en el título, entonces, como una mutación interna, una torsión de toda experiencia y de toda identidad. Me parece que las “correrías”no son el descubrimiento de una negación
en el sentido dialéctico, de una negación interna a una identidad, una negación que nos abriría el pasaje a otra (identidad). Me parece que es algo mucho más afirmativo, que es mostrar la torsión, mostrar la mutación, y no la negación.

Digo esto porque si la idea de conversión que habita las “Correrías...” fuera la idea de una negación, de un no-ser que habitara en ellas, el tono tendría que ser melancólico; un tono en el que se marque la privación. Y en este libro, si la escritura tiene una peculiaridad, es que hay alegría: es un libro que está recorrido por algo que, yo diría, es una jocosa alegría. En este sentido me parece que es interesante pensar la conversión no como algo que niega otra cosa, sino como algo que afirma esa coexistencia o esa explosión de una identidad.

Digo que no hay melancolía pensando en cómo me habían impresionado los libros anteriores de Osvaldo. “Llevátela...” es un libro que trasuntaba una fuertísima melancolía. Desde mi experiencia de lectora fue una experiencia dura la que tuve con ese libro, un libro en el que no cesa la angustia del lector a lo largo de las páginas. Y era también un libro sobre nomadismo; un nomadismo mucho más evidente: por tierras, por cuerpos, por naciones. Un nomadismo puesto bajo la persistencia de una alianza inicial que no debía cortarse para que ese nomadismo fuera posible. Pero en cuanto aparecía una crisis en esa pareja inicial, la conversión no se aceptaba y derivaba en fuga. Aparecía en esa novela anterior de Osvaldo la idea de que la conversión significaba opción, significaba negación y por lo tanto habría esa situación melancólica de la privación. En “Correrías...” aparece esa otra idea que abre la escritura como escritura alegre, que es una torsión, donde se asume una torsión del camino, pero esa torsión es puramente afirmativa del mismo camino recorrido hasta el momento. Es decir que no hay negación en ese desvío y en esa torsión respecto de todos los tránsitos nómades realizados hasta el momento.

El dilema del libro está cantado desde la primer página. El “Aquí me pongo a cantar” de la colección está cantado desde la primer página en el tema del “soy”. La primera frase del libro de Osvaldo es “Soy...”. Hay que empezar un libro diciendo “Soy”... ¿Soy qué? ¿Qué soy? Toda la primer página narra que el dilema es una travesía al origen y que esa travesía puede llevar a puntos sin retorno, como son las conversiones (qué es una conversión si no es llegar a un punto sin retorno) y qué significa atravesar cambios de toda índole, cambios a los que no siempre se puede elegir o que nunca se puede elegir.

Esta travesía al origen y esta pregunta por el “Soy” se empieza a resolver con la búsqueda de un antepasado. Un antepasado activo que está ahí para definir a quién se hereda. Elegir un antepasado es elegir a alguien a quien heredar y a quien continuar, en cierta forma. Y el narrador elige a ese Baigorria, a ese nombre con erres que encuentra en el pasado, y que efectivamente -como decía María (Moreno)- es alguien que se convierte varias veces. Es un hombre de fronteras que –se ríe Osvaldo cuando narra alguna fuga disfrazado de mujer- también tenía el deseo de ser otra. Tanto le gustaba la conversión, tan hombre de fronteras era que no parecía narrar con disgusto cuando tenía que probarse ropa femenina.

Pero aquel Baigorria -el coronel, el hombre de fronteras- es alguien que no lleva su conversión al final. No sólo retorna de su vida en la otra tierra sino que no lleva su conversión al final porque no la asume en su escritura. Cuando el narrador señala qué pasa con la escritura del otro Baigorria, dice: “Sus memorias tienen el tono de la disculpa...” Sus memorias piden perdón por haber sido hombre de fronteras, hombre del malón, por haber sido jefe de indios, y por lo tanto no asume en las palabras aquello que fue. Y lo que hace esta novela es, me parece, decidir qué heredar y qué no heredar de Baigorria. Y decide no heredar el tono de disculpa. Es decir: lo que se evita aquí es un pedido de disculpa acerca de todas las experiencias vitales atravesadas por el narrador. Sean de la índole que fueran: desde la contracultura, y desde la vida sexual de las contraculturas hasta la experiencia de tomar la hostia en un convento. Eso me parece que es una decisión respecto de la herencia, respecto de qué significa heredar y qué significa elegir un antepasado.

En ese sentido yo pensaría las “Correrías...” como unas memorias asumidas, unas memorias sin disculpas. Por eso marcaba antes que creía que habría que pensarlas en la clave de una cierta alegría.

Buscar un antepasado y decidir atravesar los caminos: esas serían las correrías. Decidir el nomadismo y errar. Errar es cometer errores y errar en el sentido de “ir en busca de”. En busca de un destino o de escapar de un destino, eso lo sabemos desde la tragedia. La errancia también es buscar de qué modo evitar el destino. En el caso del nomadismo que se narra aquí me parece que esto tiene el sentido de provocar el accidente,es decir, provocar el encuentro fortuito, el encuentro con el azar. A eso se lo llama buscar la identidad. Es un modo extraño de buscar la identidad, ya que no sería buscarla en el sentido de encontrar datos que reafirmen sino forzar el accidente que nos va a obligar a descubrirnos. Es decir, no una idea ingenua de “buscarse a sí mismo” sino precisamente buscar ese momento accidental que –se usa una frase bien interesante en el libro- “nos exija vivir algo único”. Buscar la identidad es buscar el accidente, ese hecho fortuito, que nos obligue a una experiencia absolutamente única, sea la experiencia del amor, la experiencia de una religión, la experiencia de una cultura, la experiencia de una política.

La identidad es variable, se dice. El nómade debe pensar eso; si no, ¿para qué correr, para qué andar por el mundo buscando ese accidente si no se supone que la identidad es variable?. Pero se agrega: “pero no puedo ponerme y sacarme máscaras a voluntad. ¿De quién será entonces esa voluntad que pone y saca las máscaras?” ¿De quién será la voluntad? Esa es la pregunta fundamental. Si no soy yo, ¿quién es? Si no soy yo, ¿qué es lo que decide en cada momento esa transformación de una identidad, en cada momento esa conversión? Esa pregunta (“si no soy yo, ¿quién es?” y también “¿de quién es la voluntad que se pone y saca las máscaras?”) me parece que es –y espero no exagerar con esto- la pregunta que organiza la escritura misma del libro. Es decir, ya no el “tema” del libro sino el modo en que este libro está puesto, escrito, trabajado materialmente con las palabras.

Yo pensaría a esta escritura -entre los muchos modos posibles de pensarla- como una articulación, una relación, una suerte de vínculo entre un juego de máscaras y la asunción de una voluntad. Y digo juego de máscaras porque me parece que eso que es muy llamativo en el libro, que es el modo de tratar las fantasías sexuales, ese modo de narrar -con un lenguaje crudo, yo diría- las escenas eróticas opera por momento como máscara. Las escenas eróticas son casi como alivios frente a la densidad de la experiencia amorosa. Eso que puede aparecer en primer plano como nivel escandaloso del libro aparece permitiendo al lector entrar en algo que es prácticamente inenarrable: ese carácter único de una experiencia amorosa.

Y en ese sentido me parece que las máscaras están puestas también en el relato mismo que hace Osvaldo. De hecho, hay una preocupación persistente en el libro por los alias, por los seudónimos. El alias es algo que revela y encubre, y aquí los seudónimos están tratados casi diría con un estructuralismo“picaresco”. Althusser se horrorizaba cuando pensaba porqué le habían llamado Louis, pero aquí todos los alias son revelación de una correría (Gavilán, Dos Caminos) o de una condición desdorosa, pero son tratados al modo en que los usamos en Argentina y revelan una suerte de identidad que no estaría en el nombre oficial sino en los nombres que las relaciones con otros nos van colocando.

Además del juego de máscaras está el otro tema, la pregunta acerca de qué es lo que se asume cuando se asume la voluntad y de quién es la voluntad que se pone y se saca las máscaras. En el libro la respuesta es muy clara: es el deseo. En el libro quien escribe y juega con las máscaras no es otra cosa que un yo tratando de reconocerse en el deseo, de reconocer su deseo. Pero el deseo no se mira cara a cara nunca, por lo tanto no se escribe directamente nunca. Y esto sólo se podría decir con este juego de escenas: por ejemplo, la escena del harén como escena en donde se puede tratar medianamente el deseo. El lugar, la idea de Tierra Adentro como tierra de la utopía. Hay citas literarias, lo que señalaba María: la protagonista por supuesto debe llamarse Beatriz, no puede tener otro nombre para poner en escena de qué se trata esa experiencia del deseo y esa experiencia amorosa.

La asunción de esa voluntad o deseo me parece que organiza este género tan extraño que es este escrito. Es un escrito que por momentos parece una narración de memorias, en otros una novela y está totalmente jugado a la ficción -claramente propone un pacto en el terreno de la ficción- y por momentos es prácticamente un libro de crítica literaria: las páginas sobre Saccomano son páginas de discusión de alguien que está reseñando, comentando y discutiendo un libro. Ese juego –la combinación, el collage- entre géneros distintos creo que es equivalente a esas máscaras que se ponen y se sacan. Esos pasajes de la crítica a la ficción y de la ficción a elementos que podrían reconocerse como autobiográficos son las máscaras que un escritor puede ponerse para asumir una voluntad escrituraria. Es decir, para asumir, ahora sí en otro terreno, el deseo que significa la propia escritura.

Este libro enlaza géneros, enlaza modos de narrar y pactos distintos con el lector en cada momento. Y enlaza también algo que está jugado en temporalidades distintas: en el presente en el convento, en el pasado del nomadismo en la contracultura, y en ese pasado histórico que se intenta reconstruir alrededor de la vida del otro Baigorria. Ese pasado histórico que es el pasado de lo indio y de lo cristiano. Y esa presencia de lo indio y lo cristiano, tan explícita al principio del libro (cuando se denuncia la “mentira del carapálida”, la “fantasía del huinca”, cuando hay una clara diferenciación y el narrador puede decir “yo soy ranquel”) al final todo eso también aparece estallado en sí mismo. Al final del libro, ser indio o ser cristiano no son negaciones excluyentes. En ese sentido creo que aparece otra idea de la conversión.

¿Cómo entender esto de que ser indio o ser cristiano, ser huinca o ser perseguido por los huincas dejan de ser negaciones excluyentes? En el libro por momentos se da una hipótesis que diría que habla mal del libro. Es cuando el narrador dice, bueno, soy un ex y un ex es alguien que sabe que no hay ninguna certeza que se mantenga mucho tiempo, ni ninguna identidad es persistente y por lo tanto el ex es una amenaza contra todos los que todavía sostienen una fuerte pertenencia a un mundo determinado. Sería una explicación, pero es una explicación que me parece que colocaría al libro en una suerte de época de relativismo, un momento en el que todos podemos ser más o menos tolerantes porque ya sabemos que ninguna identidad puede llevar a la muerte del otro, porque todas son efímeras, etc. El libro dice “quién quiere ser puro?”. ¿Quién puede querer ser puro, hoy?. Yo digo que esa hipótesis habla menos de la fuerza del libro que la fuerza que tiene el modo en que deja de aparecer el problema de la negación.

Yo pensaría de otro modo el porqué lo indio y lo cristiano dejan de ser negaciones excluyentes. Dejan de ser negaciones excluyentes cuando la conversión es pensada, escrita, narrada como la aceptación de un tembladeral. Pero un tembladeral que no es producido por la caída de identidades fuertes, poderosas y persistentes, sino el tembladeral que significa vivir una experiencia única. Si la experiencia es tal, se suspenden los códigos. Y si se suspenden los códigos, mientras se vive la experiencia ya uno no puede decir “soy” (“cristiano” o “indio” o “monogámico” o “contracultural”). Se vive una experiencia con las formas propias y singulares de esa experiencia.

Me parece que es en función de eso que uno puede leer una novela de alguien que está sentado escribiendo y que escribe una frase como“todavía estoy de viaje”, o sea, imaginado otra idea del nomadismo. Yo había empezado con la idea de Astrada sobre los gitanos, un pueblo que no para nunca, que no se puede detener en ninguna ciudad, y me acordaba de la frase de otro filósofo más conocido que Astrada, que decía que “el nómade no es necesariamente alguien que se mueve”. Hay viajes inmóviles, viajes en intensidad, y hasta históricamente los nómades no se mueven como el migrante sino que son al revés, los que no se mueven, lo que se nomadizan para quedarse en el mismo sitio y escapar de los códigos. Me parece que esta idea de nomadismo es lo que a más me interesaba de “Correrías...” Bueno, eso se me había ocurrido. Nada más.

Germán García:

Con Osvaldo nos conocíamos pero no nos reconocíamos cuando hablábamos por teléfono. Pero debo decir que se convirtió en una especie de hermano. Empecé a reconocer en sus libros una cantidad de referencias y una cantidad de cosas en común. De hecho, yo soy de Junín -provincia de Buenos Aires-, y un capítulo del libro por ahí, por Chacabuco. Y además hace mucho tiempo metí un disparate sobre Baigorrita, un personaje que siempre me interesó. Y otro disparate sobre la poligamia a partir de la historia del guerrero y la cautiva, de Borges (que también ocurre cerca de Junín). Imaginé un adolescente que lee la palabra “poligamia” y empieza a desear ser polígamo. Yo quería hacer el chiste de convertir a Borges en un instructor de ideas sexuales descalabrantes. Y efectivamente Borges tenía esas cosas. (cita):

“Después de un silencio le hablé de la historia del guerrero y la cautiva. En el año 72 el abuelo de Borges era jefe de la frontera norte y oeste de Buenos Aires, y del sur de Santa Fé. La comandancia estaba en Junín, y a pocas leguas había una cadena de fortines. La abuela de Borges, que era inglesa, vio entre los indios a otra inglesa.Quizá las dos mujeres en ese instante se sintieron hermanas”, dice Borges. La inglesa, que hacía quince años que no hablaba el inglés, era esposa de un capitanejo a quien ya había dado dos hijos. Cada año la india rubia solía llegar a la pulpería de Junín para procurarse baratijas y vicios. Y cuenta Borges que una vez, al encontrar un gaucho degollando una oveja se tiró al suelo a beber la sangre caliente. “A esa barbarie se había rebajado una inglesa”, dice Borges. A ella no parecía importarle mucho esta historia, por eso seguí relatando como Borges había imaginado la vida de esa inglesa entre los toldos, en festines de carnes chamuscadas y de vísceras crudas, entre los alaridos y los saqueos, los jinetes desnudos, la poligamia, la hediondez y la magia”

La referencia a la poligamia me parece que alude a cosas contadas por la abuela y apenas nombradas por la timidez del nieto.
Pero lo interesante de esta cuestión es que en Ramos Mejía está lo mismo: si hay que imaginar un lugar del goce, el lugar, el espacio del goce eran los indios. Ramos Mejía, en un libro un poco demencial (“Las multitudes argentinas”), habla de los indígenas como tipos de una potencia sexual monstruosa que hacían unas cosas increíbles. Pero después Ramos Mejía entra en una cierta contradicción, porque dice que por un lado hay que superar a estos tipos, pero por otro lado el hombre de ciudad que se ha debilitado y ya casi no coge tiene comodidades de otros tipos.

Por otro lado, yo quiero decir que desde “Ferdydurque” no me reí tanto con un libro. Realmente admiro el humor que tiene, su capacidad humorística. Sin embargo parece que Baigorria no se considera demasiado humorista, porque cuando le dije lo que me había reído no le pareció muy elogioso. Pero para mí, que viví toda mi vida queriendo ser un escritor cómico y hacer cosas como las de Rabelais, yo creí que era un elogio. Él me respondió “cuidado, que no todo es un chiste aquí, hay cosas que van en serio”.

Yo me tomé en serio que hay cosas que son serias, pero quiero también decir algo acerca de qué es para mí lo que tiene de humor este libro. Un humor que además es muy interesante plantear en este momento político. (Aquí hace una cita a la novela, la parte de “un libertario, unitario, libertino”.) Me parece que este pasaje es una muy buena manera de tratar la política en un país como el nuestro.

Otra cosa que me gustaba de Baigorria era que su nombre indio nos hace recordar a Lautremont: se llamaba Lautramán.

Y al final hay un personaje acá que no sé si ustedes conocen, María Sabina, la sabia de los hongos. Cuando digo que encontré en Osvaldo a un hermano pienso que es un suceso algo extraño, porque yo soy algo así como un anciano, un hombre clásico y él un hombre posmo. Pero en su libro encontré toda la cultura que yo había leído cuando era joven: Kerouac, María Sabina, mi fascinación con el LSD, la iniciación, la búsqueda del budismo y del satori. Porque durante un tiempo yo pensaba “si uno a través de un poco de LSD y meditación logra la sabiduría ser ahorra unas cuantas bibliotecas”. Pero viendo el efecto que tuvo en muchos amigos este método, llegué a la conclusión de que no era el más seguro y empecé a leer Bukowsky.

Ahora, lo que más me interesa a mí es el espacio que constituye este libro. Es una historia que tiene cosas muy desopilantes, pero que nunca habían sido articuladas en ese espacio cultural (la pampa, etc.) Lo inconmensurable de otra cultura es lo que relativiza la deliberación con la cultura propia. Es decir, lo cómico en el libro es que si yo tomo una cultura que es inconmensurable con lo mío, toda la deliberación (entendida como las cosas que....) de la propia cultura se relativiza. El libro tiene eso: introduce un espacio inconmensurable, poligámico, cuyas reglas sexuales son otras, con lo cual se logra hacer la catarsis de la propia deliberación. Yo entiendo eso que para mí es un poco cómico y para él no lo es tanto, entiendo esa especie de conversión como el alivio que provoca la deliberación con la propia cultura cuando uno la mide con una cultura que no es mensurable con la propia. Como cuando uno dice “bueno, después de todo lo que yo hago, considerando lo que hacen aquellos...”

Entonces aquí hay un montón de escenas que entran en esa relación. Porque vos hablás de las máscaras. Y yo me acordaba de cuando los norteamericanos inventaron la personalidad múltiple, que era un problema jurídico. Porque ¿a quién se metía en cana? Hasta que uno se avivó y dijo “bueno, si hay una personalidad múltiple, tiene que haber uno que conduzca a los otros, porque sino tendríamos múltiples personas, no múltiples personalidades”. Yo creo que acá hay un narrador –por más que haya un montón de máscaras- que busca ese inconmensurable, apropiándose de un elemento azaroso -como ocurre muchas veces en la literatura-, que es el apellido: Baigorria. Ese apellido le sirve para articularse en un espacio que le es totalmente ajeno. Y al apropiarse de ese espacio ajeno hay una transformación de la relación que él tiene con su propia cultura. Cultura también como la contracultura de aquella época, Allen Ginsberg, etc.

...No puedo encontrar un párrafo que si lo encuentro ustedes me van a agradecer porque vale la pena.

(Cita de la novela un festejo del día de la patria. Desde “El Cóndor Petiso consiguió un nombramiento oficial...” hasta la escena del coronel con la multitud de mujeres en el toldo...“El semen derramado nunca será olvidado. Según la leyenda durante una semana danzaron, bebieron y fornicaron, resbalando en charcos de orín, esperma y chicha, negras cuarteleras con señoritos de la alta sociedad, indias embarazadas con soldados de fortín, caciques de la pampa con niñas de estancieros. En la fiesta había tantas mujeres, dicen las versiones más osadas, que hubo que sacar de la cárcel a cuarenta presos de refuerzo para que cada uno tuviera su parte. En fin, ¡se dijeron tantas cosas!”)

Estas escenas me parecen desopilantes. ¡Es como una cosa de Asterix pasado a otro espacio cultural!

Es un libro que me gusta mucho, la verdad. No teorizo sobre los libros que me gustan al menos hasta que ha pasado cierto tiempo. Así que teóricamente no puedo decir mucho, pero realmente te lo agradezco.

 

 


María Pía López

 

 
 
el interpretador acerca del autor
 
               

María Pía López

Socióloga y ensayista. Docente e investigadora en la Universidad de Buenos Aires. Fue miembro del grupo editor de El ojo mocho y de la revista de cultura La escena contemporánea. Es autora de los libros Sábato o la moral de los argentinos (en colaboración con Guillermo Korn), Mutantes. Trazos sobre los cuerpos y Lugones. Entre la aventura y la cruzada.

 
   
   
 
 
 
Dirección y diseño: Juan Diego Incardona
Consejo editorial: Inés de Mendonça, Camila Flynn, Marina Kogan, Juan Pablo Lafosse, Juan Marcos Leotta, Juan Pablo Liefeld
sección artes visuales: Juliana Fraile, Mariana Rodríguez
Control de calidad: Sebastián Hernaiz
 
 
 
 

Imágenes de ilustración:

Margen inferior: Edward Gorey, Obra (detalle).