el interpretador aguafuertes

 

XXX

Marina Mariasch

 

 

 

 

Momento de confusión. El jueves --el viernes era feriado-- en el patio de la escuela, mientras subían la bandera, y los bostezos se escapaban por los agujeros de los dientes de leche recién caídos, no sonaba Aurora, ni banderita, ni tampoco la Cantilo. Sonó un pedazo de "La memoria”, de León Gieco y el director dijo algunas cosas más o menos confusas que incluían, por ejemplo --y para mi perplejidad-- la palabra “tolerancia”. En la otra punta del patio, Chola, del PC, fundadora de la escuela que tuvo entre sus líneas a la Arrostito y ahora le enseña las cursivas y los derechos del niño a los hijos de los que profesan la fe de los símbolos, parecía resignada.

Los que le le bajan el pulgar a la memoria colectiva tienen razón. Está en baja, y ahora varios optan por inventarse su propio pasado, su propio "¿Quién soy?", y no me pidan más --ni menos. Ayer la gente que piensa se hizo malasangre: ¿está bien o está mal el feriado? ¿hay que ir o no ir a la plaza? ¿hay que celebrar el aniversario del golpe? Ay, qué judeo-cristiano suena todo eso o, si querés, qué culposo: las religiones paganas se visten de colores, se pintarrajean la cara, agitan los cascabeles y al ritmo del parche sacuden extremidades, dolor y muerte. Exorcizan. ¿Está mal? El que no fue en la Semana Santa de Alfonsín, ni cuando se cumplieron 25 años del Golpe, o a la marcha contra el indulto (¿quién no fue? había tanta gente), que no vaya. Yo fui a todas esas --y no fui a la Plaza del Sí a la Guerra de Malvinas ni golpeé una sola cacerola-- entonces voy, sin dudas, escrúpulos ni pruritos –¡ah!--, a la Plaza por los 30 años del Golpe. Y llevo a mis hijos, para que se construyan un pasado.

Está el que su primer recuerdo es la muerte de Perón, con el luto potente de la multitud hormigueando en blanco y negro, y con eso carga la Bildungsroman con la que se pertrecha todos los días para salir a la calle. Está el que recuerda el día que le regalaron a su perro Boldo, que le calentó la cama los catorce años que vivió hasta que casi justo lo cambió por una chica. Yo me acuerdo del día que mi mamá lloró. Es mi primer recuerdo. Y después, ahí no más, El hada y el cisne en el adiós a Sui Generis subida a los hombros de mi papá, y bla, bla, bla. Porque, por más mítico que sea, ¿a quién carajos le importan los recuerdos de los demás, aparte de al chico con el que estás en la cama jugando a empezar una historia de amor?

Uno trata de construirse un pasado, de construírselo a sus hijos, para pararse frente al mundo sobre su propio mito de fundación. Y eso, todo, todo, es pura construcción, pero qué importa. Mi mamá, para construirme un pasado --o simplemente porque vivía su vida y su vida era así-- pretendía que me hiciera amiga de ese pibe que hablaba raro porque con su mamá se habían tenido que exiliar en Suecia. Nosotras los habíamos llevado a Ezeiza, pero yo no me acordaba de nada y el pibe era rarísimo. O quería que jugara con ese otro que como el papá era desaparecido tenía toda la cara brotada.

Cuando yo era chica, para construirme un pasado o porque quería ser parte de la historia y se le dio así, entre el golpe en Chile y el de acá, mi vieja tuvo dos meses a los Jaivas en casa, a ellos y a sus familias, acampando en un tres ambientes, tocando la guitarra y fumando marihuana, mientras yo, dice mi madre, les pisaba los xicus y mi perro salchicha les llenaba de pulgas los ponchos. Pero, la verdad, yo no me acuerdo nada. Y a la vez, esa es mi memoria, mi quién soy.

Entonces, ¿qué es lo que importa? A mí, esta vuelta, entre todo lo que se dijo por ahí y lo que escuché con mucha interferencia dentro de mi cabeza, sobre el feriado, sobre el acto, lo que más me gustó fue lo que me dijo un chico que trabaja en una fábrica de juguetes. Me dijo que él estaba de acuerdo con el feriado porque al tipo para el que ese día no era nada especial el feriado lo obligaba a averiguar por qué no iba a trabajar y, de última, era un día que el tipo podía estar en su casa, y quizás mirando la tele se enteraba --dicen que el rating de los documentales fue altísimo, dijo después. Además, si se quedaba en la casa, no miraba la tele ni se enteraba, ni nada, al menos tenía un día libre con goce de sueldo. También me quedé con lo que me dijo una chica que vive en un pueblito de la provincia. Ella dijo que acá, por la Capital, siempre hay algo, una marcha, afiches... Pero en el pueblo, si no hay feriado, el 24 de marzo pasa como un día más.

Ayer, antes de ir a la marcha, les conté a mis hijos de qué se trataba todo esto. Me ayudaron los documentales de la tele, que pude ver porque era feriado, pero la confusión siguió siendo parte del asunto. A mi hija menor le dio pena que un viejito (Videla) estuviera preso, y después terminó cantando a toda voz, sumada a una columna que de casualidad nos tocó al lado un buen rato, “Libertad, libertad, a los presos de Las Heras, contra este gobierno de las petroleras”: se ve que lo que la subleva es la cuestión de la privación de la libertad. Sí, es cierto que puede que lo que más les haya gustado a los niños haya sido el baile colorido de unas chicas que coparon Avenida de Mayo en su ancho, el muñeco de Videla gigante, las murgas, y que cuando llegamos a la Plaza y las Madres empezaron a ponerse quisquillosas con la izquierda, ellos empezaron a ponerse quisquillosos en todas las direcciones y nos retiramos. Andá a saber qué les quedará en la memoria de todo esto.

¿Habría que haber hecho como en Israel el día del Holocausto, y dejar que el canto de las sirenas nos obligue --aunque sea por cinco minutos-- a no poder pensar en otra cosa? Cuando nos acercábamos a la boca del subte para volver a casa, y la idea de haberlos llevado pasaba de ser una bandera roja flameando a ser un piolín sucio y pisoteado, vimos las siluetas de los desaparecidos pintadas sobre el pavimento. Con mi hijo nos miramos y nos reímos: no eran rectas como las que salen cuando cortás una tira de muñequitos, estaban bailando.



 

Marina Mariasch

 

 

 
 
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Marina Mariasch

 

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Número 21: diciembre 2005 - Poemas

   
   
   
   
   
 
 
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Margen inferior: Francisco de Goya, El perro semihundido (detalle).