el interpretador en discusión

 

¿No matarás?

La carta abierta de Oscar del Barco

por Tomás Abraham

 

 

 

 

Como modo de intervención en el debate abierto tras la la aparición de la carta de Oscar del Barco en la Revista La Intemperie de Córdoba (ver), el sábado 8 del mes pasado, Tomás Abraham publicó en el Diario La Capital (Rosario) el texto que aquí reproducimos.

Agradecemos a Adrián Gerber y al Diario La Capital por facilitarnos el texto.

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La carta abierta de Oscar del Barco

Tomás Abraham

 

Hace unos meses se publicó en la revista "La intemperie" de Córdoba, una carta abierta del filósofo Oscar del Barco, en la que se mostraba compungido por sus actos y posiciones políticas en la década del 70, y pedía a los intelectuales de su generación una reflexión sobre las relaciones entre la violencia y la política. Su pensamiento no vacila en definir asesinato a todos los actos que en nombre de la revolución, la justicia y la igualdad, se cobran la vida de las personas. Señala que en la actualidad la actitud de la izquierda respecto de lo que sucedió en el 70 es incompleta y falsa, porque pide el juicio de los criminales del Estado y evita pensar sobre las acciones de la guerrilla y las víctimas que dejó en campo enemigo a las que sumó el del propio por irresponsabilidad, ejecuciones, transas macabras, etcétera.

Desde aquel momento las palabras de Del Barco dieron lugar a una polémica que apenas se difundió (ver elinterpretador.net- Nº 15 junio 2005) hubo algunas menciones y alusiones, cartas personales, y un férreo intento para no involucrar a intelectuales no pertenecientes a la izquierda. Debía quedar en familia, familia siniestra pero familia al fin.

La reacción en general, con la salvedad de muy pocos, fue de condena. La saña de algunos refleja el odio que los habita. En otros no se ofrece nada mejor, expresan frivolidad y cobardía. Algunos dicen que sin una remisión al contexto histórico de los 70 es imposible juzgar lo que sucedió en aquellos años. Otros se esconden en el silencio para no favorecer a la derecha, aunque es fácil verlos retirarse detrás de su mascarada progresista con el único fin de no quedar mal ante la pequeña cofradía que los ampara. Una forma deleznable del negocio moral.

Hay quienes consideran que Del Barco es un pelafustán. En este último sentido vale la pena tomarse el trabajo de leer los artículos de la revista de psicoanálisis "Conjetural" para ver el espectáculo que dan los lacanostalinistas cuando atacan la posición de Del Barco. No se trata de seguirlos en su defensa de la lucha armada y la necesidad de la guerra en ciertas ocasiones históricas, ni vale la pena seguirlos en sus referencias a la historia de la lucha de clases mundial, en realidad, no importa qué posición política tienen porque sólo vierten su decadencia moral.

Hacen lo mismo que los intelectuales hitlerianos en la década del treinta cuando usaban la ontología griega, la mitología germana, y la filosofía nietzscheana, para barnizar el genocidio. Aunque no son skin heads del nuevo milenio, sino intelectuales argentinos del pasado que han usado las palabras para incitar la muerte de otros a cambio de prestigios morales y ventajas económicas. Estos intelectuales se relamen en su Lacan de topologías, en sus discurso elíptico hipererudito para humillar. Son los grandes pretendientes a la humillación de los lectores. Como lo que dicen en su tropezada prosa apenas se entiende porque el envés y el revés de la trama obliga a una lectura sintomática y a reculones, el lector cuando logra descifrar algo se le cae otro trozo, con lo que supone que siempre algo le falta o perdió algo, que el otro tiene algo valioso casi intransmisible y se convierte así en un deudor infinito de un histérico de salón.

Este tipo de intelectual burgués que lucra durante décadas con grupos de estudio y desdichados pacientes con la publicidad de poseer la cifra de un saber secreto, hace del psicoanálisis y del saber un instrumento del goce, de gozarlo al otro. Se ponen en una actitud de sabihondos, citan para atrás y para adelante, usan la palabra Teoría como un sopapo bien dado, y justifican la lucha armada y las muertes con la habitual seguridad de los tribunales de la Inquisición.

Lo que dice Oscar del Barco es que la lucha armada de los 70 fue una locura homicida. Y no se trata de apelar a supuestos análisis de la historia y del contexto social y político. Para quien no formó parte de la militarización de la sociedad, el contexto histórico de la vuelta de Perón con López Rega e Isabel, era el fin de la proscripción, el inicio de una necesaria recomposición del dispositivo institucional de una república que debía inventarse casi desde cero, la puesta en marcha de una población -que no era anticapitalista ni pro castrista ni maoísta salvo en los sueños y delirios de la vanguardias iluminadas- hacia nuevas formas de democracia republicana. Ese contexto requería una estrategia de largo plazo, prudencia, alianza de clases, compartir el poder, mejorar gradualmente el sistema de distribución de las riquezas, no mandar el acelerador al fondo, sobre todo si lo que se pretende no es un Estado policial con buchones en cada esquina y el aislamiento y derrota de los siniestros criminales de anteojos ahumados y Falcon verdes. Esto no es lucidez recurrente, es más que sentido común, es política democrática.

Los que optaron por la guerra no lo hicieron por contexto histórico, sino por lavado de cerebro y por difundir ideologías de la muerte. Eso es lo que inquieta a Del Barco, el haber sido responsable de adoctrinar a jóvenes que no tenían salvación. El también tuvo que ir al exilio, padeció lo que sufrieron otros intelectuales que debieron irse, amigos suyos perdieron a sus hijos -algunos de ellos son de los pocos que defendieron su escrito y se consustanciaron con su actitud- pero no se siente víctima sino responsable de lo acaecido.

No es por una persecutoria teoría de los dos demonios que se dicen estas cosas porque hay uno solo, siamés con dos cabezas, que ha destruido a nuestro país. Las palabras de Del Barco no importan por su referencia al pasado. Como toda situación política en momentos de crisis, múltiples factores han intervenido en aquella tragedia. Le habla al presente porque considera que nada tiene que conservar como trofeo en su vida de intelectual comprometido. Siente vergüenza. La intensidad de la misma no la sabemos ni creo que importa la factura de su sinceridad. Se expone al decir lo que dice en voz alta y hace circular la bilis que exudan portavoces y hacedores de una faceta de la cultura argentina. Estos últimos no son gente con poder pero sí con autoridad, les provenga de Lacan, de frases escogidas de Walter Benjamin, de la epistemología neoestructural, de los homenajes a Rodolfo Walsh, de las genuflexiones al Che, o de cualesquiera de los pergaminos que se subastan en el mercado de las frivolidades.

Es bueno que al menos uno de nuestros intelectuales de izquierda haya ventilado el gabinete sofocante que han destilado ciertos personajes que impiden evocar de otro modo aquel dolor.

 

 

Tomás Abraham

 

 
 
 
 
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Imágenes de ilustración:

Margen inferior: Francisco de Goya, El invierno o La nevada (detalle).