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Mediados de la era de Bush.
Muchos de mis pares ideológicos, aquellos
a quienes con más frecuencia otorgo
el afecto de mis lecturas,
hablan de una época oscura.
Este domingo, sin embargo,
fue casi idéntico a un domingo de mis padres
en los años de Nixon, o los de Gerald
Ford. Domingo
en una quinta del sur de la ciudad:
horas en el agua con León y Benita,
mi primer lindo fulbacho con Leoncho,
conversación empática con gente
dispuesta, neurótica y generosa. Amigos
en potencia. Música:
el retorno de lo reprimido, América
by Mozz. Textos: traducción
de una primera página de Faulkner,
una entrevista en el diario
de Mitre a un hombre de conciencia límpida,
lo conozco de mi infancia pasionista, habla
de la terrible pobreza. Habiendo
tomado riesgos, soy un romántico moderado.
Si Borges forjó en gran parte
mi identidad literaria fue sobre todo
por motivos materiales: razones instrumentales
del mercado editorial. Hoy me interesa poco
Casi tanto como Cortázar, como Bioy.
Menos que Verne o Salgari, para no hablar
de Billy Faulkner, de Pavese
ni lejos de mis poetas predilectos. En todo
caso, si Hobsbawm y Halperin lo son, cosa
que dudo, puede que los escritores materialistas
despierten en mí un interés de los más vivos.
Así es como lo pienso: en los últimos años de mi juventud
la historia se puso en marcha otra vez.
El peligro de la falta de ironía
es que los años lo arrollan a uno;
el peligro del exceso de ironía
es ser recordado como un escritor barrial.
Un domingo igual a muchos otros, y diferente:
es difícil que se cumpla el 10% de mis sueños,
y sin embargo, Freud no diría
que lo mío es una patología seria.
Hoy jugaron Newell’s y Central:
todavía no conozco el resultado.
He ahí una diferencia: mi padre lo habría conocido.
A él le interesaba la política, en primer lugar,
y luego la música. A mí la política,
y luego la literatura.
Huelo una derrota, o un empate.
Central es algo de lo que podría prescindir;
sólo en teoría: en la práctica,
suelo hallarme a mí mismo pensando
en el Negro Palma. ¿De la página
de Faulkner? Los dos hombres
unidos por el cemento de una sordera común.
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En un barco al que llamamos Aramburu
fuimos una tarde a pasear por el río
Nagy Emilio Ruso Tano
Carlos Andrés Tomás Nicolás
el Vasco y otros que ahora
mi tibia memoria no recuerda.
En el runrún morado de las aguas,
en el calce limpio con que el cielo y las aguas
bajaban, aquel paraíso
se vio pronto envuelto en brumas:
la bruma de la uva blanca y las burbujas
frías, la alegría del bautismo, la partida
a esa como regata olímpica, los cantos
en honor del amor por dinero.
Uno sentó a la Belleza en sus rodillas, y otro
le asestó furiosos improperios.
Otro dio en la tecla de Placer
y la obligó a arrodillarse ante su vientre.
Otros dedicaron el día
a ungir las velas, a ordenar sus reflexiones.
El día fue largo y la pesca,
fructífera. Al regreso cantábamos
viejas canciones marineras:
reparaba la tarde el corazón,
más maduro en el uso de la luz.
Eggers
Corre diciembre de 1990
Es un viernes en la noche, y en una
antigua fábrica de cigarrillos
en la que otros justifican la caída del muro de Berlín
y sus derivaciones vernáculas con ecuaciones lógicas
que en última instancia van a morir
en una modesta proposición del alemán Frege
o en un breve panegírico
del inglés Alfred Tarski, o bien
dotando a todas las interpretaciones,
exageradamente, de un tufillo ininteligible
que leídas de un modo
podrían tacharse de ejercicios literarios a la manera
de Michel Foucault, yo
escucho a Conrado Eggers Lan
Es el último ejemplar
de los filósofos de alguna especie
Uno más de los equívocos
abundantes que nos legaron los años sesenta:
ese hombre alto, refinado, etcétera
tuvo como padre y madre ideológicos
a los mismos que ese aborto
llamado Organización Peronista Montoneros.
Ah, pero ese cosmológico Max Scheler
ese amigo del magnífico
Rodolfo Mondolfo, expone esa noche
su metafísica personal
A ella recurriré cuando más tarde, a los 4,
León aún ni siquiera imaginado me pregunte
qué hay atrás de todo,
en el cielo, y yo busque algo más
que la negatividad cultural de la época
y la afirmación trascendente más banal:
ahí vive, le diré, el soporte de todas las cosas,
la suma de los deseos y lo que provoca mayor asombro
entre todos nosotros.
Santiago Llach