Se dirigió silbando Summertime a la cita acordada en la tarde soleada. La parte inferior del sobretodo se bamboleaba y se estiraba hacia atrás cuando el viento interrumpía de vez en cuando la inmensa quietud de la tarde, como la vela mayor de un barco pirata. Mientras silbaba el clásico una sonrisa canallesca se le dibujaba en los labios. Caminaba con tanta tranquilidad que era imposible adivinar lo que se tenía entre manos. A paso distendido iba mientras con un ademán de neo-gentleman se puso con rapidez un Rothmans en el costado de la comisura de los labios. Jamás había probado un cigarrillo nacional y ahora tampoco los iba a probar. Siempre había sostenido que aunque uno sea pobre vale la pena fumar cigarros de los buenos, cueste lo que cueste. Casi un rito de la elegancia, cigarrillos importados, calidad asegurada, y encima provenientes de la tierra donde se levantan las colinas más verdes fluorescente de la tierra. Divisó a dos cuadras la calle que le importaba y suspiró por un momento el aire de la tarde, inhalando el humo y largándolo, como si los Rothmans fuesen el goce superior de un transeúnte a las tres de la tarde, en una acera alumbrada por el sol amenazante de los últimos tiempos. Siguió su viaje a través del medio más primitivo para viajar, la caminata, porque era consciente que era el más elegante. En un auto el sobretodo no se le hubiese volado hacia atrás, y eso era lo que más le gustaba a él. Claro que si no tenía el sobretodo hubiese sacado el auto del garage. Estaba a una cuadra del sitio acordado una semana antes del encuentro. Faltaban cien metros y todavía no divisaba la figura que le interesaba. Figura que había ido tomando relieve en los últimos tres años de su vida. Se habían conocido, recordaba, en el teatro Kubrick. Él en esa ocasión tuvo la oportunidad de lucir un sobretodo costoso que ahora ya no tenía. Eran otros tiempos, había más dinero para vestirse bien. Ahora solamente le había quedado la manía de enfundarse en sobretodos, sólo eso, el dinero había desaparecido por completo y la felicidad... Todavía estaba por verse. Ya estaba parado en la esquina acordada. Ningún rastro que indicase la llegada de aquella sombra. No quiso perder tiempo y comenzó a caminar entre las librerías que había en el boulevard. Buscaba un libro ansiosamente, pero quizás podía ser otro, y quizás otro, y así... El libro no era para él, esto se le había ocurrido estando allí. Mirando libros una idea había aparecido. Lo que buscaba estaba relacionado con su encuentro, “extraño”, pensó, “es raro no encontrar este libro en el boulevard infinito”. Muchas idas y vueltas, y entre librerías y casa de discos asomó el objeto que ansiaba. Media hora fue el tiempo que perdió buscando ese libro que sólo él sabía que fin le daría en última instancia. Abandonó el boulevard de librerías y casas de discos y volvió sobre sus pasos. Ahora sí, la podía ver con claridad, el perfil recortado contra el vidrio de la confitería lo puso nervioso. Ni que hablar cuando se aproximaba a ella y los cabellos rubios se le volaban mientras que en su rostro sobresalía una hermosa sonrisa. ¿Y él? A él no se le volaba el sobretodo como le hubiese gustado, tenía el viento en contra. “Si hubiese caído más tarde, el sobretodo se estaría estirando en este momento hacia atrás, todo por ir al boulevard...” Antes de cruzar la calle la miraba fijamente desde enfrente mientras el tráfico interrumpía las miradas. Ella lo miró tan sólo unos segundos y después abusó de su hermoso perfil. Cruzó, la saludó, y entraron en la confitería. Se sentaron contra un ventanal por donde se filtraba la luz solar.
-¿Qué querés tomar?- le dijo tratando de poner la voz gruesa, como si tuviera una flema.
-Un café; no. Mejor un café irlandés.-con total naturalidad.
-Sí, tráigame un café irlandés y el whisky más caro que tenga.
-¿Por qué siempre te pedís lo más caro si sabés que no podés darte esos lujos?-otra vez, el tono fue espontáneo.
-Ya sabés, me tengo que dar estos lujos, es lo único que me hace sentir bien. Esto y los libros baratos que son los mejores. Es cuestión de conocer por lo menos cien nombres de autores que no estén de moda.
-¿Sí?
-Si, seguro, si te comprás la novela del momento te vas a arrepentir. Acá funciona todo así.
-Si vos lo decís...
-No, no, hay muchos que piensan como yo, no te digo que esto sea lo mejor o lo peor, pero es lo que más me satisface a mí.-le dijo cuando concluía la frase con una sonrisa de superioridad.
-Está bien mi amor, está bien. No hace falta que te justifiques.
-No, no, no quiero que me malentiendas, no me estoy justificando. Solamente te decía...¿Cómo vino esto? Ahh, por el whisky caro. Que si querés tomar algo bueno tenés que pedir lo más caro y en cambio con los libros no pasa lo mismo por eso armo un equilibrio entre una cosa y la otra. A lo que voy es que los libros últimamente son como los pulóveres, solamente se venden los que están de moda. Incluso he visto a mucha gente que muere por las tapas, los motivos dibujados en ellas el papel de gran calidad, y por sobre todas las cosas que el libro no sea usado, porque si hay hojas arrugadas no lo pueden leer, para esa gente el libro estaría contaminado, enfermo, apestado...
-¿De qué me estás hablando amor?, no te entiendo. Vos sabés que a mí me gustan los libros pero no sé a que te referís.
-Dejá, no importa.
Como ella vio que era uno de esos días donde él sólo tenía ganas de hablar de sus cosas comenzó a acariciarlo para alejarlo de sus pensamientos. Él se entregó tiernamente al mundo de las caricias. Y mientras sentía la mano de ella sobre su mejilla, sabía y era consciente que no se estaba dejando llevar por las caricias. Su mente no estaba en blanco al compás de las caricias, un pensamiento estorbaba como si fuera una mosca posada sobre su frente. Trató de aniquilar esa molestia y le dio un beso suave en la boca mientras ella le acariciaba los cabellos de la nuca. La luz solar se filtraba e iluminaba a los amantes en la soleada tarde otoñal. Se besaban como si se amasen realmente, algo difícil de creer para él, pero los besos de ella le decían que lo amaba.
-¿Vos me querés?- le preguntó ella dejándolo de besar.
-Si, te quiero.-le respondió tímidamente.
-¿Y por qué siempre te lo pregunto yo y vos nunca me lo preguntás?
-Eh... No sé, ¿es porque sos mujer?-dijo para zafar de la situación.
-Puede ser, pero...¿Vos sabés que yo te amo?
-Yo también-lo dijo tratando de sonar convencido, hizo un esfuerzo muy grande.
-¿Y por qué no me lo decís más a menudo?
-No sé, no sé, ¿es importante?
-Sí, para mí es importante.-le dijo enérgicamente.
-Bueno, paremos un poco, no hagamos un escándalo por esto.
-No, no, ¿ves que no me entendés? ¿No sabés que a las mujeres nos gusta que nos digan esas cosas? Vos venís acá y te ponés a hablar de libros te centrás más en tu whisky que en mí. Yo quiero un poco más de respeto, ¿entendés?
-Bueno, se terminó la relación... ¿No es así?
-Te estoy hablando en serio...
-Ya está, cortemos nomás...Total, ¿qué perdemos?
-Javier...
-¿Vos me entendés a mí?
-¿Yo?- sorprendida.
-Sí, vos, si te hablo de libros y otras cosas es porque me interesa, ¿qué querés? ¿Que hable todo el tiempo de lo que no me interesa?
-Bueno, pero de vez en cuando podrías compartir y no siempre hablar de lo tuyo, escucharme a mí, ser un poquito más sociable. ¿Te acordás cuando te llevé a esa cena con los amigos de mi trabajo?
-Sí, ¿qué tiene?.-aburrido.
-No hablaste con nadie en toda la noche, me dejaste abandonada en la mesa y te fuiste a tomar algo mientras fumabas un cigarrillo y te quedaste así durante dos horas, pensando en no se qué.¿Vos pensás que esa noche yo me sentí bien? Yo veía a todas las parejas que se hacían mimos y yo hablaba sola mientras vos estabas en la otra punta parado fumando sin ni siquiera mosquearte de mí.
-No entiendo... Bueno, cortemos la relación, es evidente que esto no va más...¿No te parece que ahorraríamos tiempo?
-ahhhhggg, Javier...-un hastío más grande que el de él, pero diferente, cada hastío se centra en cosas totalmente diferentes- ¿Por qué no me hablás en serio?
-¿En serio? ¿Qué es hablar en serio? ¿No mentir, ser condescendiente, ocultar los pensamientos espontáneos...?
-Nada, nada, dejá...Con vos no se puede hablar...
-Dale, decíme...
-Te lo estoy diciendo estúpido. ¡Quiero que me celes más! Yo no soy una cosa, soy una mujer...
-¿Celarte? No entiendo nada amor. Celarte, ¿querés que trate como un esclavo? Nunca había escuchado un pedido tan estúpido en mi vida. Dejá, cortemos, haceme caso te vas a olvidar de mí muy rápido...
Mientras ella seguía hablando imaginaba diversas escenas, secuencias de pensamientos que se producían en su mente de manera instantánea.
Los veo a ambos, a él y a ella revolcándose en la cama, besándose, apretándose fuertemente las manos mientras desnudos giran por la cama envolviéndose en las sábanas blancas una y otra vez.
-¿Me escuchás?
Cómo se besan, ¿por qué ella sonríe tanto? ¿por qué? ¿Por qué conmigo no muestra esa frescura que muestra con él?
-Te escucho, este tema es una discusión sin sentido...
Ella está tan contenta... Y qué hermosa es cuando está tan distendida, sin pensar en nada, sólo viviendo ese efímero momento dulce como el goce de amantes desinteresados, una condensación de soledades que anulan el vacío existente de otro amor.
-Cuándo me vas a entender Javier...Ya estoy podrida...Estoy cansada...Yo te amo...Quiero disfrutar con vos alguna vez, no quiero sufrir más, ¿no entendés? -casi con lágrimas en los ojos. Pensá un poco en nosotros. ¡Por favor Javier, escucháme! - el violento grito señala que el cansancio se está transformando lentamente en malestar.
-¿Cortamos entonces?
-¡Dejá de joderme! Sos un estúpido, no sé porque te quiero con todas las cosas que me decís, para vos la vida es un chiste...
-No sé, sólo las relaciones me causan gracia, y más de este tipo.
-¡Callate un poco!, ¿querés?- totalmente molesta.
¿Cuántas veces habrá salido con él? ¿Hace cuánto tiempo que lo verá? No puedo dejar de pensar en eso. Es algo irritante y reconfortable a la vez.¿Por qué se hace tan difícil escuchar los sentimientos de uno y de los demás?
-Qué...-el hastío opuesto remarca la palabra.
Basta, basta, estoy harto, esta hija de puta tiene que entender de una vez por todas.
-Javi, Javi...¿me perdonás? -tiernamente se lo dice- No te quise gritar...-casi un susurro.
Total, ella está con otro, está con otro. No puedo más, no quiero verlos más ahí, en esa habitación, en ese hotel, en la peatonal abrazados, en el coche juntos, tomados de la mano en cualquier lugar que estén, besándose no sé para qué...
-No tengo que perdonarte nada. Los amantes son así, se dicen cosas todo el tiempo, se putean, se masacran psicológicamente, ése es el único sentido de las relaciones, competir violentamente por un sentido aunque éste no exista, ¿no te parece?
-¿De qué me estás hablando Javier?
-¿Ves que vos tampoco me escuchás?
-Es que vos siempre hablás de otras cosas mientras yo estoy hablando de nuestro problema, de algo en particular... Parecés como si estuvieras esquivando la situación Javier, ¿que querés que te diga?, me parece que tenés miedo...- Él sonríe, se acaricia el cabello, saca otro cigarrillo y mientras lo enciende y la mira fijamente a los ojos dice:
-¿Miedo? ¿Yo?
-Si
-Bueno, bueno, esto ya es absurdo. Alicia, cortemos, dejemos que la vida de ambos fluya hacia dónde tenga que fluir y no gastemos más palabras. ¿Para qué estar hablando durante toda la tarde en dos planos opuestos?
-¿Planos opuestos?- cada vez más sorprendida ella.
-Si, vos me hablás en un código A y yo te respondo en el código B, no sé que más decirte, es como si fuéramos ciudades distintas, cortemos...
-Pero yo no quiero cortar...
-¿Por qué no? -le pregunta sonriendo mientras ella con lágrimas en los ojos juega con una servilleta, la tuerce y retuerce, la arma como un palito y la frota sobre el mantel de la mesa.
Ella comenzó a abrir el regalo mientras él prendía otro Rothmans para que el goce fuera total. Cuando ella terminó de abrir el envoltorio violeta con rombos grises, ella se quedó sorprendida.
-¿Y esto?
-¿Sos ciega?
-Sí, ya sé, es un libro. ¡Un libro, otra vez un libro! Siempre me regalás libros...
-Pero no es cualquier libro...
-¿A qué te referís?
-Nada, Ud. sabrá mademoiselle...
-¿Qué? ¿Te estuve hablando de cosas importantes y vos venís con estos juegos?
-No, no es un juego -serio-. Abrilo en la página ciento diez.
-Dale, dejá de jugar, tenés que crecer Javier, tenés que crecer...
Ella siguió las indicaciones sólo por curiosidad, como lo hubiese hecho cualquier mujer. Cuando vio la foto que estaba dentro del cuerpo del libro se quedó helada. Su cara de piedra hizo que Javier instantáneamente dijese:
-¿Qué pasó? ¿Sorprendida? Hace unas semanas encontré ese libro en un cajón de tu casa luego de hacerte el amor. Lo hojeé, porque vos sabés que yo siempre hojeo cada libro que veo, una cuestión de curiosidad, ¿viste? No me preguntes, no me digas quién tomó la foto, pero ambos salieron bien. ¿Ves cómo lo abrazas en el banco de la plaza? ¿La mano de él, no está, creo yo, sobre tu seno izquierdo?
Javier se levantó de la silla con suma tranquilidad, se puso el sobretodo mientras sostenía el cigarrillo en la boca, y cuando acabó de abrigarse, ya dispuesto a salir le acarició la cabeza y dijo:
Hoy tenés un rico perfume, pero no sirve de nada. No llores amor, la curiosidad mató al “gato”.
Se retiró por la puerta giratoria de la confitería con una amplia sonrisa en su rostro. Silbaba el saxo de una versión de Darn that dream caminando distendido por la acera, entretenido por cómo se bamboleaba la parte inferior del sobretodo. Sabía que la escena de la última cita se había desarrollado de manera exitosa.
Nicolás Pose