Cuando una tesis de doctorado (que, como se sabe, es un género cuya extensión y concepto responden a cierta tiranía burocrática) se convierte en libro, salta al rango de acontecimiento. De esa módica transformación genérica se derivan, sin embargo, algunas consecuencias en las que quiero demorarme.
La primera y más evidente, es la invitación a ser leído con el ánimo de reparar su carácter administrativo original. En este caso, cabe esperar una réplica doble toda vez que, leer en la obra de David Viñas implica, desde un principio, aplicarse a la incomodidad de una crítica que se concibe a sí misma con fines controversiales.
En David Viñas. Crítica de la razón polémica. Un intelectual argentino heterodoxo entre contorno y dios Marcela Croce explora, encuentra y argumenta en Viñas, la voluntad de construir un pensamiento en perpetua sospecha, que pone y se pone en situación de riesgo. Que interpela la propia identidad y, por eso mismo, que deja huellas en el cuerpo del que enuncia. Un pensamiento que, en la circunstancia de Viñas, perturbó las condiciones de una fecunda producción textual (obligándolo, incluso, al exilio) y dividió los avales de la comunidad académica.
Dice Marcela (pág.82/83):
Todo trayecto textual tiene repercusiones espaciales: ésa es la tesis inicial de Viñas obsesionado por el viaje y los desplazamientos. Inmediatamente y en correlación con ésa surge otra: todo trayecto espacial tiene consecuencias políticas. Porque hay una política del espacio que puede ir variando su recorrido pero que se mantiene constante en el recorte catastral que le reserva la crítica.
De este fragmento se infiere la segunda consecuencia del libro, que es la definición de su objeto: el estudio de la política en Viñas. O sea, la crítica política y la política como crítica, en la obra de Viñas. Si se prefiere, el tránsito que llevó a Viñas de la fenomenología -como premisa poco satisfactoria a partir de la cual pensar lo específico literario- a la autobiografía -anudada al peligro y la urgencia de la denuncia-, pasando por las condiciones políticas y la dinámica de clases.
Siguiendo esta lógica, el libro de Marcela desmonta y anota una práctica crítica que se forjó, a su vez, en el anhelo de desmantelar la organicidad del pensamiento hegemónico, enmascarado en la letra de cierta tradición literaria (también crítica y académica) nativa y continental.
Y si, tal como menciona la autora, Viñas concedió “a los textos categoría de actos al considerarlos productos (y respaldos) de una acción de clase”, al señalar estos márgenes Marcela Croce no hace sino replicar la convicción de quien se asume vocero de una historia otra, de un discurso otro, incluso, de una otra clase.
¿Cuál es, entonces, esa otredad discursiva que gravita como una acción perpetrada y que, mediante un exhaustivo análisis, Marcela subraya, una y otra vez, en la crítica política de David Viñas? ¿Cuál es la tal divergencia conceptual y ética que sugiere y reivindica Croce en referencia a ese corpus y a ese autor?
En Viñas, el oficio crítico es una excursión cuyo procedimiento derramó (derrama) la escritura formal bajo el formato libro para diseminarse en revistas y diarios, prolongándose en la didáctica académica de Viñas y aun en su relación privada con el Estado: “crear conciencia de clase” con “el propósito de crear memoria”. Bien leídas, ambas expectativas, la de Viñas como la de Croce, son provocadoras y emplazan al lector a deponer la inocencia y tomar partido.
Ahora bien, si aceptamos que “el texto nos reenvía al contexto” (al de su realización pero además, al evocado en la trama de cada una de las ficciones y los ensayos escritos o citados) y que, en consecuencia, hay una “correspondencia entre prácticas políticas y prácticas literarias, englobadas en el sistema complejo de las prácticas discursivas”, es evidente que la creación de esa memoria sólo puede llevarse a cabo -como bien interpreta Marcela que hizo Viñas-, interrogando a la violencia que atraviesa la historia política nacional tanto como al repertorio literario que la reseña.
Una vez más emerge la nota autobiográfica, dado que se trata de interrogar a la violencia que narran y constatan los textos pero, también, a la que relampaguea en la anécdota personal del crítico y, por qué no, a la que precedió la circunstancia y la pompa del concurso de tesis que dio origen a este trabajo y que tuvo a Marcela Croce como protagonista reprochada.
Se trata, en la decisión de Viñas –también en la de Marcela-, de repudiar la figura e impugnar la predestinación del “desaparecido” (sea indio, anarquista o intelectual “comprometido”) hurgando en el pasado y en el presente, en la literatura y en la historia nacionales, la irrupción regular (aunque bajo denominaciones heterogéneas) de esa violencia colosal que, indefectiblemente, religa con las políticas represivas (del terrorismo de Estado) y la complicidad de los intelectuales que las orbitaron desde la algarabía, la indolencia o el silencio.
La pregunta por la violencia, entonces, no sólo pone en juego una batalla de y acerca del sentido de los regímenes discursivos producidos bajo ese contexto, sino al mismo tiempo, de cómo ese sentido (su carácter, su virulencia o su docilidad) formatea el contorno ético del intelectual crítico.
Oportunamente, la manera singular de concebir “la práctica crítica”, enfrentó a Marcela, una vez más, “al problema de la relación entre teoría y praxis”, entorpeciéndole la sustanciación de su concurso. Como todos saben, abandonando por un rato su letargo, cierta facción corporativa del cuerpo docente de Filosofía y Letras, condenó el proyecto y su perspectiva ideológica marxista.
En esa inusitada reacción, Teresa Gramuglio y Carlos Altamirano hicieron explícita su renuncia al intercambio de puntos de vista y, eventualmente, desestimaron el espíritu autocrítico que se alienta en esas páginas. Se trata, es necesario recordarlo, de profesores de la Universidad pública, de intelectuales portavoces de ese equívoco arraigado que conocemos bajo el nombre de “progresismo”.
A pesar de sus reparos, David Viñas. Crítica de la razón polémica está lejos de ser un panegírico. Antes que eso, cada página exhibe el exhaustivo esfuerzo del análisis literario, de la arqueología epistemológica, de la indagatoria teórica, de la confrontación ideológica. Es, por último, la esmerada sistematización de una obra cuyo valor inestimable se cifra en la desobediencia a la convencionalidad.
Los que hayan frecuentado las clases de Marcela Croce, no tardarán en advertir la consonancia entre este trabajo y sus exposiciones orales, como asimismo las zonas en las que sus apologías y rechazos entran en contacto con el programa crítico de Viñas. Si no la crítica polémica, ¿cuál es el espacio pertinente para poner en cuestión el estado de las cosas que es, por último, lo que distingue el oficio crítico?
Convertida en libro, una tesis de doctorado impugna su propia fuente (la confrontación de saberes) para abandonarse al capricho del pensamiento emancipado (la toma de partido). Ése y no otro es el acontecimiento que hoy venimos a celebrar.
María Iribarren, abril de 2005
Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires