el interpretador poesía

 

Cinco poemas pertenecientes a la plaqueta Neptuno

Florencia Abbate

 

 

 

 

I


Como si lo tocara con la punta de los dedos
-apenas- con ese filo liso, soberano
de lo que no comprendo

recorro la floresta
hacia atrás.


Indigna de tanta maravilla
encuentro tus palabras

y escucho a lo lejos respirar
al gato que es la noche de la noche y sólo tiene
contemplaciones blancas.


Abro la mano y el silencio 
del agua
alcanza
su máxima quietud
en los bordes y se extiende
“despacio”
hasta el centro.

La hierba se abre: real
recibe mis pasos

las líneas del camino parecen sonreír y muy pronto
seremos nada

Algo empieza a asomar de las semillas
que dejaron los pájaros

¿veo
un asiento de piedra
acaso
para rendirse?

La tarde
ya cae pero el brillo
del brillo flamea todavía
sobre el pasto:

                     mercurio

llevado y traído

ligero en tus palmas abiertas

                     sin saber.

 

 

II


No sé como pasó, encuentro
un lirio en un jarrón
a lo largo de la larga ribera
cada noche, desde entonces

Aquel aprendizaje sucedía
por todos los rincones
-una aceituna, una almendra
un cuadrado de queso que me dabas
en la boca

Sabrás que tus manos siempre fueron
implacables
silvestres o como provenientes
de un reino muy antiguo

No sé cómo pasó, me temo
que no supe fijarme
-y apostaría a que tampoco
te diste cuenta.


Mirabas la luna y eso es casi
lo único que entiendo
del cielo

Me soplabas las pestañas y
un olor a eucalipto desataba
mis ojos como un continente
liberado

Tal vez nos uniera un hilo blanco
palabras discretas y mullidas
resonancias

tal vez fue la luz invertida
el sol, la quemadura blanca
terrones
sobre la cama


Ser feliz en los brazos de alguien
lo que asombra callado en su evidencia
espontánea

caricias ligeras, risas
suaves y flotantes
-¿cuántas mañanas como esas
se nos conceden?

Hubiera dado todo por estar a la altura
de aquella porcelana china
Lo hubiera dado entero y sin embargo
no tuvimos la suerte


¿Alguna vez te detuviste ante un campo
tras la cosecha?

¿Queda algo más
que el lirio
después de un huracán?

 

 

III


En la rotura de las cosas hay
una mordiente

aquella iridiscencia, ¿te acordás?

Abandonamos el rodaje, algo
más real ardía

una cita a ciegas entre amables
pinceladas rojizas

una melodía de cintas vacías.


No quisimos ideas. Me dijiste
“¿cómo confiar en todo eso que se le mete a uno
en la cabeza?”

Ciertas noches me tiemblan las manos
todavía

pero no te sorprendas de que corra
dando aullidos desnuda
por la playa.


Incluso si el verano 
justo
nos increpa por habernos dejado
ir en esas olas

la debilidad del corazón
es santa.

 

 

V


Caminos llenos de pétalos caídos
mandalas oscuros que preservan
nuestros pasos

cartapacios al borde del sitio
donde surgen las fiebres, las algas
los caprichos.


¿Qué especie de cosa es el recuerdo?

Adelgazo y me crecen las uñas

No hay otra manera de salvarse

que cantando
los santos nombres.


Tiempo de espera y de sequía
te ofrezco mi visión, precaria
mi cortesía en una copa diminuta
de maíz y de plata

y una risa tonta como cuando
urgida creí que existían
palmeras eternas (cuatro)

mis frases rojas, sin caparazón
las que no guardo y no pisaron nunca
un camino asfaltado.

La autopista que lleva al futuro
es la que está usando el rey
en su gira por los establecimientos


¿Cuál es el mal del que el rey
se pretende la única cura?


Lo ignoramos. El baile ya cambió.

En las plantas de mis pies
esta tarde
obstinada se afila

se afina      
la paciencia.

 

 

VII


Conservo casi todos los libros
que leíamos juntos
con las puntas de las hojas dobladas
escaramuzas de mosquitos para nunca
devolvernos lo prestado
indicaciones a las que me remito
gajos, pausas
amapolas
sobre el tiempo que sobra
harto, en esta noche flaca.


Es así, y así, y así
es decir
qué sé yo si es así

no aprendí de palancas y manubrios

pero si encendiste una vela después
de encender aquel fuego

es posible
que mi corazón.


Esa poesía subrayada
retuvo un efecto de luz
entre las ramas
y el agua movediza fue un perfecto
espejo de mi pulso:
un claro rojo en el que iba
descalza


en ese momento creí
que veías mi alma
que ella balbucía algo
en tus pupilas
no sabía qué era lo que tanto
te hacía reír

pero podía sentir el amor
en esa risa.

Tempo.
Se quema la repisa.

Permuto Biblia vulgata latina
por una profecía.


 

©Florencia Abbate

 

 
 
el interpretador acerca del autor
 
               

Florencia Abbate

Nació en Buenos Aires en 1976.

Es escritora y trabaja como periodista y profesora de la carrera de Letras de la Universidad de Buenos Aires.

Su primera novela, El grito (Emecé, 2004), ha sido saludada con entusiasmo por la crítica. También publicó los libros: Puntos de fuga (1996); Él, ella, ¿ella? Apuntes sobre transexualidad masculina (1998); Los transparentes (2000), con obra plástica de Adolfo Nigro; Deleuze para principiantes (2001); Shhh. Lamentables documentos (2002), con fotos de Hernán Reig; y Literatura latinoamericana para principiantes (2003). Ha recibido becas y premios de diversos organismos. Integra el consejo de redacción de Diario de Poesía. Colaboró en los suplementos culturales de los diarios La Nación, El País y Perfil, y en las revistas El porteño, Trespuntos, Lea, Latido y TXT, entre otras. En la actualidad colabora esporádicamente en "Radar Libros" de Página/12 y en la revista Ñ de Clarín, y prepara una antología de narradoras argentinas.

 

Publicaciones en el interpretador:

Número 10: enero 2005 - La intemperie (narrativa)

 
   
   
 
 
 
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Imágenes de ilustración:

Margen inferior: Richard Mueleer, Little Levitating Marsha (detalle).