A fuerza de decir no,
de proferir excusas y mentiras respetables,
de torcer cánones metálicos al borde del camino,
de no decidirme, por aquí y basta,
de no escoger mi bandera
por temor a los gatos trípodes o empotrados,
por temor a escoger para excluir,
por temor a limitar,
a restringir,
por un ansia incomprensible de vastos horizontes,
me desterré a este desierto blanco de papel.
Aquí la realidad es un espectro delgado
incoherente, deformado y fetal,
la realidad es manca, es estéril,
violeta como sementales amarrados,
y palabras enormes pastan a su antojo,
observando con ojillos de huevo los sueños transitar,
mordidas por obsesiones que en otros mundos
nos colgaban de la cabeza, cubriéndonos los ojos,
engordando con fármacos, alcohol y engaños.
La soledad aquí es salvaje,
hidratada, cristalina,
que con su curvatura nos muestra
la posibilidad sin apelativos,
la expectativa derruida,
sin ambición posible.
Y desde aquí no quisiera fabricar
ni avioncitos ni barcos de papel,
sino la semilla del acto vital,
una realidad en movimiento.
Desde hoy
imagino que el desierto es un vergel,
imagino a gritos
una revolución cotidiana
sin recetas ni doctrinas,
sin palabras embalsamadas por la memoria,
imagino una revolución cotidiana
con cada ciclo de la sangre,
con cada ciclo solar,
al ritmo del calendario,
una revolución cotidiana,
y a flor de piel.
©Diego Gode