XXI
LAS ÁNFORAS
Llenas de un líquido precioso
-Quizás elixir o ámbar de otras orillas-
Las ánforas refrescantes de Schuaima
Colman mi espíritu de lo verdaderamente grande.
Hojas balsámicas, tigres de la India,
Diminutos pericos de las Américas;
Todo ante mis ojos
Como un espejo,
Como un diamante
Como un cántaro destilando el agua de los sueños.
Como un alucinógeno en la carne de mis hojas
Las ánforas de Schuaima
Arrojan su gota de extranjero
En la raíz de esta expedición necesaria para el árbol.
Me levanto como una ánima desnuda
Bebo, suerbo,
Muerdo esa agua densa
Agua que embriaga con su trueno o con su música imperiosa
El cordón letal que me sostiene.
Mi espíritu de águila
Retorna a las alturas más remotas,
A los pasajes aparentemente fríos
En donde los términos
Telepatía y clarividencia
Se refieren así
Como lenguaje de una nueva era
En donde yo,
Hijo de las sombras,
Comienzo a balbucear el lenguaje de los hombres.
XXII
EL MAGO
A Guillermo Martínez González
Nada existe en Schuaima
Sin la sabia disposición de Yhoma.
Nada se perfila de manera tan determinante
Como las leyes superiores del espejo
A partir de las leyes inferiores de sus sombras.
Cualquier cosa que emerja de la muerte
Obedece sólo a la memoria colectiva
En contacto con la fugacidad
De algunas fuerzas extranjeras
Que vienen de otros planos
Paralelos a los nuestros
A sembrar el equilibrio
Que tanto necesitan las estrellas.
Nada existe en el río Calixto
Que no haya sido ideado por sus peces
No existe el cuerpo sin la sombra
La corriente sin el agua
El nuevo mito que rebase al hombre
A partir de otro mito
Que él mismo se merezca.
Nada existe sin la sabia cábala de Yhoma
Éste es el famoso herrero de los días
El grano de mostaza
Que fragua las estatuas
Y levanta,
En medio de todas las semillas,
La pirámide de Egipto
Donde edificar los paradigmas.
He soñado y he visto al viejo Yhoma
mastillando el sueño de algunos forasteros
Yhoma el pajarero de los bosques
Una premonición venida más allá del tiempo
Hilando el árbol de los sueños
Al borde de los ríos y las selvas.
Nada existe en Schuaima
Que no exista en el número del mago
Yhoma con sus brazos chamánicos y libres
Mezcla los brebajes y las pócimas del viento,
Las esencias de las frutas
Dando de beber a los lúcidos parajes
Por donde el hombre
Encontrará de nuevo al hombre.
XXIII
EL VISITANTE
Soy el Extranjero que remonta el Rogitama en barco
El visitante de estos hilos sacrosantos
El viajero del que hablaran
Los pergaminos místicos del cosmos.
Soy la nada y lo absolutamente negro
El águila de oro de los antiguos iniciados
El mensaje sugerente de Los astros.
Estoy en el presente eterno
Como lluvia extraída de las profundidades cavernosas,
Como árbol arrancado
De sus más íntimas raíces.
Soy y formo parte de los ríos;
La clave cifrada de Hermes, el altruismo de Urano,
El fuego de Thros.
Sé que el futuro existe en el ahora,
Que las cuatro dimensiones son mis puntos cardinales
Que el pasado, futuro, presente y sueño
Son las campanadas invariables de lo perpetuo.
Soy el Extranjero que remonta el Rogitama en barco:
Los países se abren a mis ojos
Como gigantescas puertas de luz
En donde me someto a una visión total,
A una magna sabiduría
En donde el tiempo deja de fluir
Como círculos en un presente eterno
Para ser observados
Con los ojos de la eternidad
Con las alas esféricas y adyacentes de la Alquimia.
XXIV
LA TEJEDORA
A Matilde Espinosa.
Bayadera
Bailarina de las sombras
Maga perenne de los cantos
Ínsula donde los sueños se levantan
Como cuchillo en mitad de las esferas.
¿Es ésta la oscuridad que te envuelve?
Ceguera dulce para comprender el cosmos,
Silencio negro para entonar el trueno
Rayo abisal para redoblar el viaje.
¿Es éste el espejo que te nombra?
¿El laberinto que nos llama?
Bayadera de brazaletes
De sueños y collares
¿Es ésta la pluma que remonta el vuelo?
¿El pequeño arco para disparar la flecha?
¿La diminuta puerta para comprender la huida?
Bailarina de las lluvias
Tejedora de santuarios
Bayadera de la noche
En la inconmensurable página del ser
En el inconsútil laberinto de las sombras
Me esperaban;
Desnudos,
Harapientos,
Los leones sosegados del destino.
XXV
EL VIAJE
Elevarse,
Suspenderse en el aire,
Flotar como el Caduceo de Hermes
O la Tabla Esmeraldina;
Lanzarse hacia la noche
Como el río en un cielo de ovellones y de piedras.
Ser hijo de la luz
O barco ballenero
Atrapando músicas marinas.
Moverse hacia los mundos
Del río Rogitama
Sorber el azul infinito del espejo
Ser universal hasta la muerte
Y sacro hasta en la orgía de las horas señaladas.
Ser y no ser
Oscuro, blanco, diamantino
Ventana que apoltrone los colores,
Reflejo difuminado de los astros.
Arrojarse sobre las colinas de la noche
Respirar quedo como un reloj de arena
Avizorar en los principios de la nada
Los instantes en que la realidad se multiplica
Y la fantasía iniciática del cosmos
Sesga las penumbras.
Ser el viento,
El agua sostenida,
La roca,
La médula del río, el águila de piedra,
La mente abierta del viajero
Que goza con la música del éter
Cuando todo,
Sin anhelarse nada,
Fluye como un concierto para la pesca
Como una melodía
Para la muerte amarilla del ayuntamiento.
Yo que soy un apátrida
De esta Terra de la imaginación y el sueño
He venido a Schuaima
Como una vocación a las alturas
Y una satisfacción silenciosa de los viajes.
Yo que soy un apátrida
De la independencia y el delirio
Trazo mis puntos cardinales
Bajo los velámenes del barco
Y tejo un mundo en el sepulcro
Para mi cuerpo fatigado por las sombras.
Yo que soy un paria
De la razón y la locura
Niego cualquier posibilidad de raciocinio
Y afirmo toda matriz
De la imaginación y la paranoia
Para enfrentarme a la desnudez del universo
Y a la porción fantástica de su música.
Yo que soy un apátrida
De esta Tierra inverosímil y olorosa
He venido a Schuaima
Gracias al eco de la acequia,
A la voz ancha del yarumo,
A los cantos luminosos de la selva.
Yo que soy un paria
Entro desnudo a los reinos de la noche
Sin más pretensiones
Que los de la propia belleza,
Sin otros objetivos
Que los del puro suicidio;
En este lento resultado de la tarde
En este sabio paradigma de los sueños
-lejos del compromiso activo
de los que permanecen sólidos
sobre el bosque de la vida-;
yo que soy un apátrida
entro vigoroso a los principios de la muerte
a las puertas dulces y seniles
de Aniquirona y sus colinas.