Partido comunista

Damián Wlasic

 

 

A Yamila Begne...

 

Podía cerrar los ojos, tener imaginación, soledad, hambre, ansiedad, tristeza, remordimientos, culpas. Paisajes montañosos, tierras desconocidas y árboles desnudos. Desesperado, furioso, queriendo adoptarme a cualquier cosa, un desierto, el nombre de un animal, alguna mentira. Piedad. La quietud y yo corriendo tras ella, escribiendo; la otra, muerta de un cuchillazo. No estaba loco, no quería estarlo, tampoco morir y ser un mártir después. Corriendo, escribiendo, pensando en ella, en mí, corriendo, escribiendo. No me estaba mintiendo. Tenía esperanzas, vida, un escritor. Danzaba, música, solo, la cumbre, una montaña. No el miedo, no el fracaso, no la generación, no el horrible, no la pereza, no el olvido, no el mío. Corriendo, escribo. Los libros, la vida que he perdido. No me arrepiento, estoy escribiendo. Silencio. No hay nadie, son montañas, no hablan ni miran, tienen sombras. Huía. ¿De qué?. No me puedo juzgar, verme como todos quieren que me vea, volviendo a casa... ¡MI CORAZÓN ES UNA PIEDRA!. Son montañas y no pueden escucharme, como todos quieren que me vea. Corro, es difícil sentir que estoy escribiendo. Mi corazón, piedra.

Después de todo me he refugiado siempre detrás de una palabra, mis sentimientos, mi odio, hasta una sonrisa. La locura no se esconde, mi odio, hasta una sonrisa. En una palabra como los payasos, la palabra, yo, mi rostro. Escribía, ¿si?, una palabra, me escondía. Nadie podía verme, como todos querían tampoco. La palabra era grande, lo suficientemente fuerte para protegerme y quitarme de encima una vida vulgar. ¿Qué otra vida había para mí?. La verdad, una mentira. Una palabra me escondía, eso fue todo y simple al fin y al cabo. Algunos pensaban un hombre con suerte, privilegiado, que querían estar en mi piel. Sin embargo, sólo eran montañas, alrededor, no hablaban ni miraban, tenían sombras. Y si todos hubiesen querido correr, escribiendo, estar en mi piel, pues entonces yo no existiría. No estaría acá, en las montañas, sino en otra parte queriendo estar en la piel de todos esos. Pero mi destino fue distinto al tuyo, no me siento culpable, responsable, arrepentido. ¿Lo elegí?, no lo sé. No pude, parte de un mundo, del todo humano, existencia ni tiempo. Las ilusiones me fueron partiendo, inalcanzables mujeres, inconsciente. Así fue que me fui volviendo misterioso, enterrado entre los encierros y lejos. No tantos mares, inverosimilitud, batalla, si en una traición me quedé pensando, meditando la montaña. Me fui hacia adentro, por poco la muerte, entonces fueron todas las historias que se conocieron, las peleas libradas, pasiones, amores, rostros que estuvieron, conflictos, hechos y sus destinos, las personas, palabras, me escondía, no miedo ni iba a llorar nunca... aquello, mi imaginación, donde yo quise quedarme por temor a ser una mortalidad austera y sorda, por miedo al silencio de todos los días y a un futuro tan igual a su pasado; entre personas que jamás existieron, corría escribiendo.

¿Pero por qué quise inventarme y escribirlo todo?. No un escritor, sino sentir, abandonarme, irrealidad, ser Gualasick Jarmoluk, una vida propia. Y ahora que los últimos ocasos vinieron a buscarme, no me siento. La muerte no sólo le llega a los mortales, sino también a los inmortales y a todos los personajes que se inventan. Todo se muere y se melancoliza al igual que la desembocadura de un río. Se sueña, se forma en algo, una utopía, resurrección, lo que añadimos todos al final alcanzar, un pasaje de la Biblia: El lobo vivirá con el cordero, el leopardo se echará con el cabrito, y juntos andarán el ternero y el cachorro de león, y un niño pequeño los guiará. La vaca pastará con la osa, sus crías se echarán juntas, y el león comerá paja como el buey. Jugará el niño de pecho junto a la cueva de la cobra, y el recién destetado meterá la mano en el nido de la víbora. ¿Regresar entonces?, ese artista que yo quise ser, de narrarlo, este mundo inventado, una cosa perfecta, justa a mis ojos y, que al final hubiese sido la magia de una cerilla encendida frente a mi rostro brotado de infancia, mi querido pasado.

¿Pero por qué la necesidad de una inspiración, de una mujer a quien amar?... Fue por creer en alguien, no se podía imaginar, en alguien que creyera en mí también. Fue para conseguir fuerzas, voluntad de perseguir una imagen hasta alcanzarla, de rezarle y confesarle mi alma. Sin embargo, aún no la he vuelto a ver, todavía no la he encontrado, a pesar de haberme hallado en los ocasos de mi existencia, persiguiendo sus pasos tras los lejanos montes, los horizontes, las arenas, los sueños y la libertad. Quería que me viniese a buscar, que no se olvidase de mí aunque fuese vestida de muerte. Yo la quise. Entonces extendí mis brazos lo más lejos posible de mi cuerpo y un grito me acompañó desde lo más profundo de mi voz; era ella que no estaba tan lejos. Las montañas, no se escriben, tienen sombras, el paraíso, no te quedes solo tampoco, fui corriendo a su encuentro, al tuyo, casi escribiendo.



©Damián Wlasic

 
el interpretador acerca del autor
 
                           

Damián Wlasic

"Nací el 14/07/1977 en El Martillo. Cursé mis estudios completos en la Escuela de Rozan con Vaginal (mi amor imposible), This Guy (uno de mis mejores amigos) y Hasperué. Actualmente resido en Sielun, donde le alquilo un cuarto a la viuda de Stazek."

   
   
   
   
 
 
 
 
Idea, realización, dirección, edición y diseño: Juan Diego Incardona
 
       
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