Hijo de padres profesionales ligeramente ateos; educado en colegios privados; algo sarcástico desde chico; un poco soberbio; algo racista y sobre todo clasista (claro que nunca confeso); pasivo y combativo; sé perfectamente qué es lo que no quiero ser, aunque en todo lo demás me declare relativista; mi orgullo es ser blanco, espiritual y políticamente. No voy a marchas ni creo en el poder de las movilizaciones. En verdad no creo en el poder de nada; o mejor dicho, creo en una sola cosa, creo en el poder de la clase media; creo en el bienestar y en el dinero. Todo lo demás me importa poco, fuera del arte claro, que es el otro combustible de mi corazón. Yo soy el verdadero público de las comedias románticas en los cines; o de las películas de aventuras. Me río de las bailantas y miro todo con demasiado respeto en el teatro lírico. Mi lugar no está ni en el Colón, ni en Metrópolis; sino que está en el Village de Recoleta, en el Alto Palermo. Ahí es donde me siento cómodo, donde camino entre ropa linda de precios que me parecen razonables; y donde puedo disfrutar de una comida más o menos, servida en un plato de plástico, entre doscientas personas que mastican y hacen ruido y hablan todos al mismo tiempo.
A veces me pregunto si cuando sea viejo extrañare algo de todo esto. A veces me pregunto si todo este mundo mediocre y desencantado, esta vida de soledad desesperada, de incomodidades absurdas, de desconexión, no la recordaré como a una edad de oro. No conozco a mis vecinos, no asisto a las reuniones de consorcio, no fui a las marchas de Bloomberg, ni a las de Nito, ni a las de los comunistas, ni a las de los piqueteros, ni a las de los peronistas, ni a la de nadie. Las vi por la televisión, desde mi departamento. Pero me conmovieron, debo reconocerlo. Me conmovieron más que los negros que veo todos los días revolviendo la basura para comer algo; me conmovió más la muerte de Axel, que pude haber sido yo mismo si hubiera sido más lindo, que los nenes a los que les dije que no tenía una moneda en la última semana; me conmovió más Axel porque me hubiese gustado que mi papá hiciera algo semejante; me conmovió Axel y, debo reconoer, que me dio algo de envidia; en un punto, no lo puedo negar, me hubiera gustado ser él; no puedo decir que no me hubiera gustado que toda esa gente se moviera por mí y se preocupara por mí y gritara mi nombre en la plaza; yo sería un símbolo para ellos, y por fin dejaría de estar solo; mis vecinos, los que no saben que existo, o los que me desprecian ligeramente, me conocerían y llorarían por mí; mi familia se sentiría orgullosa, yo habría muerto como un héroe; la historia se vería en obligación de escribir mi nombre, todos me amarían y yo amaría a todos.
Cómo me gustaría correr como él lo hace por el cerebro de la masa; cómo me gustaria ser pueblo; pueblo o rey, barro o cielo. Axel o yo.
El comentario del desentrañador gauchi político, Juan Ramón.