Habitación 18
En los flash backs del día la noche es una polaroid
que titila frente a mis ojos.
Es una fiesta y una copa llena de burbujas
apunto de explotar.
En las diapositivas del día la noche es un vals,
es una carcajada. Es un vestido
y un par de hermosas piernas, dolorosamente largas.
En las tomas, en las ediciones del día,
la noche es un relato con principio y sin final.
Es un cuento de hadas que nadie se atreve a mal contar.
El sol colgado en la persiana, el motel la ruta
y desnuda en la cama la imprudencia y la pregunta
de cómo llegamos hasta acá.
Y en la mente las fotos. Y entre las sábanas nosotros.
Atrincherados. Luchando con la resaca.
Navegando avergonzados
entre charcos, entre recuerdos aislados.
Pretendiendo adornar el vacío.
Sintiéndonos extraños.
Tatuado
Aquella vez, cuando el día hacía promesas,
caminábamos por la playa de noche
mirando las estrellas.
Pensábamos en los calendarios
como cartulinas interminables,
y no había hojas para arrancar con rabia.
La costa era un camino que retrasábamos a paso ebrio,
era un beso que se detenía en los labios
para primero salvarse, y luego salir volando.
Se sabe,
en todo esto lo mejor y lo peor,
siempre es recordar.
Por eso aquella vez, cuando el día prometía,
y el verano era una bandera
que el sol tatuaba en nuestras almas,
el tiempo se enroscaba
liviano como un cabo atado a nuestros tobillos.
No lo imaginábamos,
pero jugaba sin transcurrir.
©Marcelo Vertua