Alejandro Horowicz contribuye a la tarea de quitarse de los ojos las esquirlas y del cuerpo la electricidad de la gloria nacional, para poder realizar un futuro que exceda nuestro origen, porque el origen nacional no es nuestro o dicho con todas las letras del libro, no sólo no es ni republicano, ni democrático, ni nacional, sino que es monárquico sin rey (Alberdi registrado) y sin metrópoli, ciudad-colonia descolonizada por el mercado mundial, el poderío naval inglés y los soldados de Napoleón, recolonizada por los ingleses y reconquistada por la milicia criolla, ciudad rehecha ahora como metrópoli de colonias de segundo grado: las provincias del interior.
Hasta hace una década era indiscutible que el capitalismo presuponía: la constitución de la nacionalidad sobre la base de la conformación de un aparato estatal centralizado; dicho aparato contenía bajo la forma de intereses comunes, los intereses particulares de una nueva clase dominante: la burguesía. Desarrollo del mercado mundial y desarrollo de la nacionalidad no eran términos excluyentes, así fue la historia para nosotros durante la segunda mitad del siglo XIX y todo el siglo XX, pero así no lo fue en 1810 ni lo es hoy.
Si la transformación política fundamental de la modernidad fue transformar el interés del Estado monárquico en el interés público de la Nación, nuestra burguesía comercial porteña quiso heredar su localismo y solidificarlo como interés de todas las provincias. La inserción de Buenos Aires en el mercado mundial no era la del virreinato, por lo cual era imposible que en 1810 se produjera revolución política nacional alguna. Si se produjo alguna revolución es necesario aclarar cuál y cómo fue, y en esa dirección apunta el libro.
Es que una caparazón ideológica organizó la historia argentina hasta nuestros días: el nacionalismo. Todos los relatos oficiales y revisionistas, afrancesados e hispanistas, derechistas e izquierdistas, todos compartieron en su modo de abordar la historia un objetivo: rastrear el origen de la nacionalidad, discutir cuál era su verdadera fecha de nacimiento, quiénes eran sus prohombres, quiénes los traidores y de acuerdo a la época en que se escribiera y la tradición política del autor, se cambiaban los nombres, se daba a conocer la veracidad o falsedad del autor de planes secretos ante la ausencia de los públicos, se clasificaba el origen racial de los partidos ante la ausencia de clases, se intercambiaban los intereses ideológicos ante la ausencia de ideas y la localidad de nacimiento por una nacionalidad.
El nacionalismo argentino se derrumbó en las últimas dos décadas y con él, todos los relatos sobre nuestro origen. Nuestros nacionalistas los exterminaron cuando la juventud quiso seguir sus pasos y se volcó masivamente a una subversión de nuestro origen. El Proceso de Reorganización Nacional espantó a todos con la soberanía y en la década del ochenta un pelado que cantaba en inglés nos hizo entender que en la escuela nos esperaba San Martín. Las dos presidencias menemistas terminaron de reducir la nacionalidad al espectáculo deportivo y la camiseta, y la historia argentina perdió interés para cualquier ciudadano sensato. Hoy las cosas se ven distintas y es desde este presente, que Alejandro Horowicz intenta reubicar a los sucesos de mayo en el mapa del mercado mundial y la formación de las naciones.